El realizador norteamericano de origen húngaro André De Toth hace tiempo que viene necesitando una bien merecida reivindicación. Recordado por los aficionados por su popular y estupenda película de terror Los crímenes del museo de cera (House of Wax, 1953), con el formidable Vincent Price en el papel protagonista, y si bien es verdad que una parte importante de su filmografía permanece lamentablemente inédita en España, lo cual dificulta su conocimiento entre nosotros, De Toth era un muy interesante cineasta de quien cabe recordar otras contribuciones tanto o más importantes que Los crímenes del museo de cera inscritas en otras parcelas del cine de género, tales como el thriller –Aguas turbias (Dark Waters, 1944), Ola de crímenes (Crime Wave, 1953)–, el western –La mujer de fuego (Ramrod, 1947), Carson City (1952), Last of the Comanches (1953), The Bounty Hunter (1954), Pacto de honor (The Indian Fighter, 1955)–, el melodrama –el extraordinario Combate decisivo (Monkey on My Back, 1957) (1)– o el cine bélico –Mercenarios sin gloria (Play Dirty, 1968)–. Day of the Outlaw (1959), editada en DVD con el título de El día de los forajidos, es una obra maestra del cine y una de las mayores contribuciones de su director al western, si no la mayor.
La película, rodada en blanco y negro y en vistoso formato panorámico, es probablemente uno de los westerns de mayor hondura psicológica de los años cincuenta, una década que fue particularmente provechosa para el género, hasta el punto de que algunos especialistas llegaron a calificar a la producción westerniana de esta época, de manera acaso excesivamente entusiasta pero no exenta de razón, como “súper-western”. El día de los forajidos demuestra, una vez más, que las mejores armas expresivas de André De Toth se hallaban tanto en su minucioso sentido de la planificación, en el que sobre todo en este caso no sobra ni falta un solo plano, y su virtuoso talento para la dirección de actores, de tal manera que gestos y miradas van cargando el relato de espesor, de densidad, creando así una atmósfera que, en el caso concreto de El día de los forajidos, resulta difícil de olvidar. El paisaje nevado que rodea al pueblo de Wyoming donde transcurre la mayor parte del relato, poco frecuente en el western de la época –recuérdese otros dos harto interesantes, Track of the Cat (1954), de William A. Wellman (2), y The Last Hunt (1956), de Richard Brooks, como posibles precedentes–, resulta idóneo para expresar, ya de entrada, la frialdad de sentimientos de unos personajes atrapados en dolorosas circunstancias personales.
Por un lado, el ganadero Blaise Starrett (Robert Ryan), enfrentado con la gente del pueblo por el control de las tierras que necesita para que paste su ganado, y al mismo tiempo trágicamente enamorado de Helen (Tina Louise), antiguo amor del pasado ahora casada con Hal Crane (Alan Marshall), granjero que encabeza la oposición contra Starrett. Y, por otro, Jack Bruhn (Burl Ives), líder de la banda de forajidos que recala en el pueblo, huyendo del ejército, y que tiene que enfrentarse a sus propios hombres, criminales ávidos de matar, beber, saquear y forzar a las mujeres del pueblo si él no los mantiene a raya, y a una terrible herida de bala que puede acabar con él en cualquier momento.
Hay tantas y tan buenas cosas en El día de los forajidos que resulta imposible resumirlas todas en unas pocas líneas. Está el tratamiento del personaje de Starrett, quien en el pasado defendió ese pueblo sin sheriff por la fuerza de las armas y ahora se encuentra con que los habitantes del lugar le niegan, hipócritamente, su forma de ganarse el sustento después de haber acudido a él en el pasado para que les ayudara. Está la relación de complicidad que se entabla entre Starrett y Bruhn, ambos hombres con un sólido código del honor que se ven enfrentados entre sí a causa de las circunstancias, a pesar de que entre ellos se advierte no poca comprensión y respeto (magníficamente matizados por Robert Ryan y Burl Ives, extraordinarios actores). Está la fuerza que De Toth imprime al relato gracias a diversos detalles de la planificación, como por ejemplo ese extraordinario plano que relaciona a Starrett y Hal Crane, a punto de batirse en duelo en el saloon, con una botella que va rodando sobre la barra del bar y que tiene que caer al suelo, indicando así el momento en que ambos hombres abrirán fuego el uno contra el otro, aunque no llegan a hacerlo a causa de la inesperada entrada en el saloon de los recién llegados Bruhn y sus hombres. La magistral secuencia del baile en ese mismo saloon, al cual Bruhn accede a fin de apaciguar un poco los ánimos de sus hombres, y en el que los forajidos obligan a la fuerza a las cuatro mujeres del pueblo a que bailen con ellos, en una fiesta grotesca llena de una energía sexual a duras penas contenida. O el inolvidable clímax en las montañas, en el cual la nieve y el frío juegan un papel determinante en el destino de unos hombres, como digo, de almas “de hielo”, de sentimientos “congelados”. El día de los forajidos es un regalo para los amantes del gran cine que nadie debería perderse.
(1)
http://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/04/la-vida-de-un-hombre-combate-decisivo.html
(2)
http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/09/la-maldicion-de-los-bridges-track-of.html
No he visto "El día de los forajidos", pero me gusta mucho la última película de De Toth, "Mercenarios sin gloria". Merece tener más fama de la que tiene.
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