[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA
TRAMA DE ESTE FILM.] No hay nada como
que un, ejem, “autor” se ponga de moda para que cualquier cosa que haga sea
recibida como agua de mayo. Ahora toca “hablar bien” de Joss Whedon, un
realizador apreciable, cierto —ni Serenity
(ídem, 2005) ni Los Vengadores (The
Avengers, 2012) estaban mal (1)—, pero
a mi entender todavía lejos, muy lejos de merecer esa borrosa categoría de
“genio” que de un tiempo a esta parte se otorga al primero que cae en gracia,
sea o no gracioso. Comprendo que esto que voy a decir a continuación sonará a
opinión “de viejo”, y más en estos momentos en los que hay que ser “joven”, o
parecerlo, para no perder el carro de la modernidad (lo cual, dicho sea de
paso, tampoco tiene nada de novedoso: es algo, asimismo, muy viejo), pero lo
cierto es que, mal que pese, Mucho ruido
y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2013), “de Joss Whedon”, como dicen
los carteles con insistencia (y arrogancia) digna de mejor causa, ponen de
relieve que una cosa es hacer un (buen) relato de ciencia ficción para jóvenes o
una (buena) adaptación de un cómic de superhéroes y otra bien distinta, como la
noche y el día, vérselas con un texto de William Shakespeare. Ahora bien, tampoco
hay que echarle “la culpa” (suponiendo, claro está, que el hacer cine bien o
mal sea una cuestión de culpabilidad) al pobre Whedon por haberse limitado a
hacer una producción más bien pequeña y modesta, probablemente poco o nada
pretenciosa, rodada en su propia casa (con piscina: lo de “pobre” no era
textual), y con intérpretes que son o bien amigos suyos, o bien afines a su
—así lo llaman— universo creativo, o
ambas cosas. Sospecho, más bien, que es más la cohorte de admiradores del
“creador” —así se les llama también; sobre todo si, como Whedon, se trata de
profesionales procedentes y/o relacionados con el mundo de los seriales
televisivos—, como digo, la que se ha dedicado a poner por las nubes esta,
vuelto a insistir, sencilla y nada pretenciosa adaptación de Shakespeare, cuyos
resultados están, en coherencia con esa misma sencillez, a la altura de sus
pocas pretensiones.
Mucho ruido y pocas nueces, versión
Whedon, es una peliculita que no hace otra cosa que marcar ciertas distancias
con respecto a otras adaptaciones al cine de Shakespeare mediante el recurso de
la adaptación a la época actual y el filtro “distanciador” que proporciona la últimamente
cada vez más de moda fotografía en blanco y negro (“el color” de los
realizadores que se sienten “artistas”). De este modo, como se viene diciendo y
haciendo desde hace mucho tiempo (Whedon no se ha inventado nada), las
versiones de Shakespeare que juegan deliberadamente al anacronismo por medio de
su traslación a escenarios contemporáneos —para entendernos, en la línea del
mediocre Richard III (ídem, 1995) de
Richard Loncraine, del muchísimo más logrado Titus (ídem, 1999) de Julie Taymor, o del estimable aunque
irregular Coriolanus (ídem, 2011) de
Ralph Fiennes—, no buscan sino demostrarnos la validez artística, intemporal y
universal del verso shakespeariano. Y la foto blanquinegra, por tanto
no-realista, vendría a ser un recurso estético destinado a crear un determinado
efecto de distanciamiento con respecto a la realidad empírica del espectador,
lo cual redunda a favor del carácter de representación
de las imágenes; o, dicho de otra manera, sería una forma de traducir en
imágenes la esencia teatral del original escénico. Todo esto, aplicado a Mucho ruido y pocas nueces “de” Whedon,
me parece irreprochable. Los problemas del film son de otra índole.
Esta adaptación de Mucho ruido y pocas nueces tiene muy poco interés, más allá de la
curiosidad que deparan o pueden deparar a personas que han visto poco cine
basado en Shakespeare aquellos elementos de ambientación y estética
mencionados. En sus mejores momentos (pocos), la película hace gala de una
planificación poco más que correcta, puesta al servicio de los actores y el
recitado de los mismos. Podría decirse que se trata de una puesta en escena,
por tanto, supeditada a la teatralidad, tal y como la entendían realizadores
como George Cukor, Otto Preminger, Jean-Marie Straub o Franco Zeffirelli, mas
no es el caso: no hay en Whedon el menor esfuerzo (me atrevería a decir que ni
el menor interés) en realzar dicha teatralidad, sino tan solo en registrarla
con su cámara. Hay que reconocer, justicia obliga, que los excelentes
intérpretes del film contribuyen en no poca medida a impedir que la función sea
poco más que teatro filmado (que no es lo mismo que cine teatral), pues en no
pocas ocasiones su arte dramático inyecta dinamismo a la insipidez de los
encuadres, pero eso no es suficiente para que la película remonte el vuelo más
allá del texto (a no ser, claro está, que todavía se confunda buen cine con
buen guión u, horror, con buenos diálogos). Tampoco se puede negar que, a
ratos, Whedon intenta capturar cierta esencia de lo teatral mediante una
realización que recurre esporádicamente a realzar el efecto “cuarta pared”, tal
es el caso de dos de las escenas más humorísticas del original shakespeariano:
aquélla en la que Leonato (Clark Gregg), don Pedro (Reed Diamond) y Claudio
(Fran Kranz) mantienen una (falsa) conversación destinada a ser oída por un Benedicto
(Alexis Denisof) escondido detrás suyo, de cara a convencer a este último de
que Beatriz (Amy Acker) está locamente enamorada de él; y a la inversa, la que
se produce poco después entre Hero (Jillian Morgese) y la criada Margarita
(Ashley Johnson), oída a escondidas por Beatriz, para convencerla a su vez de
que Benedicto no puede vivir sin su amor. En ambos casos, las cómicas maniobras
de Benedicto y Beatriz destinadas a pasar desapercibidos (él, en el jardín;
ella, en la cocina) están mostradas mediante una planificación, digamos,
“frontal”, en la cual la cámara viene a suplir la “cuarta pared” representada
por el punto de vista del espectador de teatro, esto es, el que mira de frente
hacia el escenario.
Poco más de bueno puede decirse de esta desangelada
adaptación de Mucho ruido y pocas nueces,
salvo que el “genio” Whedon no hace otra cosa que añadir de su cosecha unas
primeras escenas destinadas a expresar en imágenes (se agradece) algo que tan
solo se sugiere en el original shakespeariano, como es la existencia de una
previa relación amorosa entre Benedicto y Beatriz que se encuentra en la base
de su posterior resentimiento y continuas batallas verbales; o el más bien
caprichoso cambio de sexo del personaje de Conrado (aquí la actriz Riki
Lindhome), fiel compañero(a) de don John (Sean Maher), ¿destinado quizá a
“suavizar” de forma políticamente
correcta el hipotético vínculo homosexual que parece darse entre ambos en
el original shakespeariano? Por no hablar de los feos flashbacks que ilustran brevemente el ya mencionado escarceo
amoroso previo entre Benedicto y Beatriz, sin duda lo peor del film. Sé que si establezco comparaciones con la extraordinaria versión de Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado
About Nothing, 1993) de Kenneth Branagh incurro en una facilidad, pero no hay más que ver cómo resuelven
ambos cineastas momentos como el funeral por la (falsa) muerte de Hero, o todas
las apariciones del descacharrante personaje de Dogberry (allí Michael Keaton,
aquí Nathan Fillion): el resultado “canta”. De acuerdo: por contrapartida, a
Branagh no se le dan demasiado bien los superhéroes (cf. Thor, ídem, 2011), pero el cineasta irlandés actualmente no goza de
tanta patente de corso como la que ahora arropa al firmante de The Avengers: Age of Ultron (2015), de
la cual antes de haberla visto todo el mundo ya va diciendo que será-muy-buena
por el mero hecho de venir firmada por él. Sic
transit gloria mundi; o como decía Shakespeare, “algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza
les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”.
Para mí Whedon es uno de los prestigios actuales más incomprensibles. Sí, es verdad, a mediados de los 90 me tragué enterita “Buffy cazavampiros”, pero ni como “Alien Resurrección”, “Serenity”, “Los Vengadores” o “La cabaña en el bosque”, por citar algunas memeces en las que Joss Whedon ha estado implicado como guionista y/o director me han interesado lo más mínimo, pues como que pasaré de esta “Mucho ruido y pocas nueces”. A veces creo que hay un tipo de espectador que condiciona su valoración (favorable) de una película al reconocimiento de las influencias o guiños que la sustentan (algo en lo que Whedon es especialista), sin que ello en verdad signifique más que comparte parecida educación cinéfila con quien la ha perpetrado.
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