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lunes, 27 de marzo de 2023

Susanne/ Doris/ Susanne: “SUEÑOS”, de INGMAR BERGMAN



Severo crítico de su obra, Ingmar Bergman se mostraba muy duro con Sueños (Kvinnodröm, 1955): “Inmediatamente después de “Una lección de amor” [En lektion i kärlek, 1954] hago “Sueños” para la Sandrews. Le había prometido una comedia a Rune Waidekranz, ya que “Noche de circo” [Gycklarnas afton, 1953 –(1)–] había sido un estrepitoso fracaso. En un plano muy superficial, “Sueños” son dos variaciones más sobre el tema de “Noche de circo”. Pero ahora Harriet [Andersson] y yo habíamos roto nuestra relación. Los dos estábamos bastante tristes. La tristeza oprime la película. Es verdad que en esta hay un encadenamiento interesante entre dos historias que llevan la una a la otra. Pero “Sueños” está gravemente herida por nuestras depresiones y no logra alzar el vuelo” (Bergman en Los archivos personales de Ingmar Bergman. Paul Duncan y Bengt Wanselius, Taschen, 2008). Tremenda opinión, además de ser a mi entender muy injusta, pero también muy característica de un cineasta que, al contrario que tantos y tantos imbéciles pagados de sí mismos, siempre miró sin piedad su propia obra, en una actitud de eterno insatisfecho ante los méritos propios que por regla general suele ser patrimonio de los verdaderos artistas.



Apreciaciones del propio Bergman aparte, no le falta razón cuando afirma que Sueños viene a ser una relativa variante de lo planteado no solo en Noche de circo, sino también en otras de sus películas de esa década –Un verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953), Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende, 1955), en parte En el umbral de la vida (Nära livet, 1958)–, sobre el dolor que se deriva de las relaciones amorosas. La diferencia con respecto a Noche de circo reside en que, en Sueños, son sobre todo los personajes femeninos los que sufren las penas y humillaciones del sentimiento amoroso, y más concretamente dos: Susanne (Eva Dahlbeck), la editora de una revista de moda, y Doris (Harriet Andersson), una joven modelo que trabaja para la anterior. Ambas coinciden en la primera secuencia, la de la sesión de fotos, de una densidad poco común: Susanne supervisa la realización del reportaje gráfico de una nueva colección de ropa, para la cual Doris posa junto con otras chicas; Susanne demuestra una actitud rígida, mientras que la desenfadada Doris aprovecha las pausas en la sesión fotográfica para verse en el camerino con su novio Palle (Sven Lindberg); pero la atención se centra sobre todo en Susanne, cuyo tormento interior va en aumento a medida que el lugar se va cargando de “electricidad” con el contrapunto del obeso dueño de la revista (Benkt-Ake Benktsson) que con sus dedos repiquetea insistentemente sobre la mesa.



Susanne viaja a Estocolmo para completar el reportaje con una serie de tomas en exteriores, y se lleva consigo a Doris. Pero el auténtico propósito de la primera no es otro que el de volver a ver, ni que sea por última vez, a su amante, un hombre casado llamado Henrik Lobelius (Ulf Palme). Mientras tanto, Doris llega tarde a la sesión de fotos en la calle, provocando la ira de Susanne, quien la despide. Llorosa y desamparada, Doris deambula por la ciudad hasta que se tropieza con Otto Sönderby (Gunnar Björnstrand), un anciano caballero que le compra ropa y joyas, y la invita a merendar, aparentemente con el único propósito de recrearse nostálgicamente en la belleza de la muchacha. Contrariamente a lo que sería lo usual, narrar en montaje paralelo y simultáneamente las peripecias de ambas mujeres, Sueños se detiene primero en la historia de Doris y el caballero Sönderby, y solo cuando esta ha concluido remata a continuación la de Susanne y su amor imposible hacia Henrik. Expresado con propiedad, ambas son historias de “amores imposibles”, en cuanto la relación amorosa de Susanne y Henrik termina amargamente, e igualmente lo hace la platónica de Doris y Sönderby, marcada no solo por la diferencia de edad entre ambos personajes como, principalmente, por las que hay entre sus caracteres y circunstancias vitales: Sönderby busca “revivir” en Doris a su esposa muerta, mientras que Doris es una joven superficial que todavía es incapaz de entender la profunda naturaleza del amor del viudo por esa mujer a la que todavía llora, y en cierto sentido, “honra” –antes, incluso, de que lo planteara Hitchcock en De entre los muertos / Vértigo (Vertigo, 1958)– mediante su simbólica reencarnación en otra fémina.



¿A qué puede deberse esta construcción del relato? Peter Cowie tiene su propia teoría al respecto: “Los dos episodios protagonizados por Susanne y Doris encajan entre sí, de tal modo que “Confesión de pecadores” [nota: otro de los títulos por los cuales también es conocida Sueños] se presenta como una suerte de doble fuga. La película empieza y culmina en el mismo entorno: un salón de moda. Los anhelos de ambas mujeres, sus “sueños”, han sido brutalmente aniquilados. Doris regresa junto a su novio estudiante, y Susanne permanece sola, tras rechazar la sugerencia de Henrik de pasar un fin de semana ilícito en Oslo” (Los archivos personales de Ingmar Bergman, op. cit. infra). Yendo un poco más lejos, puede verse en la mencionada construcción dramática del relato –esa alternancia entre Susanne/ Doris/ Susanne– una determinada lógica, de tal manera que la focalización más intensa del interés de lo narrado pasa primero por Susanne, ejemplo de mujer madura y fuerte, para luego pasar a Doris, ejemplo de mujer frágil e inmadura, de tal manera que Doris vendría a ser una especie de proyección de la juventud de Susanne, la cual, una vez vivido su propio y personal proceso de maduración –la culminación de su extraña historia de amor platónico con Sönderby–, deja paso nuevamente a Susanne viviendo, en su caso, una relación sentimental con un hombre casado que tiene algo de terminal: de punto final.



En cualquier caso, y si como afirmaba el propio Bergman, una parte del interés de Sueños se encuentra en esa singular construcción y las sugerentes posibilidades interpretativas que se derivan de la misma, lo mejor reside, en última instancia, en la belleza de la realización, que es la que confiere toda su fuerza a ese entramado. Aparte de la repetidamente mencionada primera secuencia de la sesión de fotos, la película contiene otros fragmentos no menos prodigiosos a nivel estrictamente visual, tal es el caso de la extraordinaria secuencia del viaje nocturno en tren a Estocolmo, en el cual una serie de planos de detalle de la maquinaria, las ruedas, los raíles y las cortinas mecidas por el viento en el interior del vagón de pasajeros se convierten, casi mágicamente, en una gráfica representación del tormento emocional de Susanne; las bellísimas escenas de Doris y Sönderby en la tienda de ropa, la joyería, la pastelería, el parque de atracciones, y finalmente la casa del anciano, concebidas todas y cada una de ellas a modo de hermoso y delicado ballet sentimental y sensitivo, espléndidamente reforzado además por la viveza de la interpretación de Harriet Andersson y la excepcional sutilidad de Gunnar Björnstrand, uno de los mejores actores de la historia del cine; o el magnífico clímax entre Susanne, Henrik y la esposa de este último, la Sra. Lobelius (Inga Landgré), quien le demuestra a Susanne que su marido jamás huirá con ella porque es incapaz de librarse del vínculo que se ha creado entre ellos tras años y años de convivencia. Como muchas grandes películas de Ingmar Bergman, Sueños es una aguda digresión sobre los estragos del paso del tiempo en las personas. Eso explica que, como suele ser habitual en muchos de sus films, la pista de sonido esté en más de un momento dominada por el tictac casi obsesivo de los relojes, banda sonora característica del cine del autor de Persona (ídem, 1966) como, por ejemplo, lo era el silbido del viento en las películas de Federico Fellini.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2018/06/centenario-de-ingmar-bergman-1-noche-de.html 

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