[ADVERTENCIA: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI
COMENTARIO DE ESTA PELÍCULA PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 501, JULIO-AGOSTO
2019, “DOSSIER TERROR ANIMAL” (1).] Cuenta
Lee Server en su biografía de Robert Mitchum que Track of the Cat
(1954), producción de Batjac Company, la productora de John Wayne, distribuida
por Warner Bros., era un proyecto muy personal de William A. Wellman, quien
desde hacía tiempo fantaseaba con la idea de rodar en color una película en
blanco y negro (sic). Una novela de Walter Van Tillburg Clark, autor al que ya
había adaptado en The Ox-Bow Incident (1942), convertida en guion por
A.I. Bezzerides, era la excusa para hacer una película “sobre la cacería de
una pantera negra asesina (…) Todos y cada uno de los elementos de la película
estaban pensados a partir de un severo plan sobre el color, desde el vestuario
hasta los muebles, pasando por la margarina que había encima de la mesa de la
cocina; las únicas excepciones eran una camisa amarilla y el abrigo de color
rojo sangre que llevaba Mitchum”. La fotografía en Technicolor del fordiano
William H. Clothier, combinada con el formato Cinemascope, haría el resto (Robert
Mitchum: ¡Olvídame, cariño! T&B Editores. Madrid, 2002. Págs. 277-279).
El film fue un fracaso comercial, mas a pesar de ello se trata de una película
excepcional, posiblemente la última gran obra de su director y una rareza sin
parangón dentro del western.
Su acción se sitúa en
una helada zona montañosa, lugar donde viven los Bridges, una familia cuyos
lazos están muy deteriorados ya desde el inicio del relato: el padre (Philip
Tongue) es un borracho; la madre (Beulah Bondi), una mujer amargada que impone
una severa disciplina puritana a los suyos; Curt (Robert Mitchum), el hijo
mayor y el preferido de la madre, es un cazador no menos abyecto que su
progenitora, e intimida a los que le rodean; Grace (Teresa Wright), la hija, es
una solterona que amenaza con convertirse en alguien como su madre; Arthur
(William Hopper), el hijo mediano, es el más sensato y el único que frena los
arranques de mal genio de Curt; y Harold (Tab Hunter), el hijo pequeño, es un
muchacho sensible pero algo pusilánime, al que la madre y Curt tratan con
notable desprecio y, en el caso de este último, haciendo gala de una envidia
corrosiva, pues a pesar de su aparente debilidad Harold ha conseguido enamorar
a una hermosa vecina, Gwen (Diana Lynn), con la que se ha prometido en
matrimonio y que en esos instantes se encuentra alojada en casa de los Bridges.
Un último personaje es Joe Sam (Carl Switzer), un anciano piel roja que trabaja
para los Bridges como criado y que, en cierto sentido, es quien desencadena la
acción: Joe Sam viene advirtiendo a los Bridges desde hace años que, con la
caída de las primeras nieves, una pantera negra asesina acecha por los
alrededores; para ahuyentar el temor supersticioso de Joe Sam, Arthur cada año
le talla en madera una pequeña pantera a modo de amuleto protector, pero ese
invierno todavía no ha tenido tiempo de completar la figura y corren noticias
de que una pantera ha protagonizado algunos ataques por las cercanías de su
granja.
Así planteada, Track
of the Cat parece más bien una de las producciones de Val Lewton para la
RKO en torno a personajes que se transforman en animales por culpa de una
oscura maldición de origen remoto. Pero lo cierto es que, a pesar de su densa
atmósfera rayana en lo sobrenatural, Wellman sitúa el relato en un terreno en
el cual tiene más peso la psicología de los personajes que la amenaza, más
metafórica que real, de esa pantera. Despreciando la explotación de la
presencia oculta del felino a modo de amenaza externa (por más que no falten
excelentes apuntes al respecto), Wellman concentra su atención en la tensión
interna, cotidiana, de unos personajes que parecen a punto de explotar. Así
pues, las tensas escenas familiares rodadas en interiores que, como hemos
señalado, tienen una peculiar austeridad deliberadamente teatral, a tono con el
singular tratamiento del color y el empleo del formato panorámico, se
corresponden en cierto sentido con las escenas en exteriores, filmadas en su
mayoría en escenarios naturales. Por decirlo de alguna manera, las escenas de
Carl y Arthur, y tras la muerte de este último las de Carl en solitario, siguiendo
el rastro del felino, funcionan a modo de liberación, de exteriorización
propiamente dicha de la tensión que se vive en el hogar de los Bridges.
Buscando centrar la atención en los personajes, Wellman elude mostrar al animal
salvaje objeto de esa cacería mortal: la muerte de Arthur a manos de la pantera
está filmada con extraordinaria habilidad, desde el punto de vista subjetivo de
la fiera; cerca del final, cuando Harold abate al animal, ni siquiera en ese
momento veremos su cuerpo: su muerte está resuelta fuera de campo.
Track of the Cat es una película ominosa
y llena de malos augurios. Además de la presencia del anciano indio y de las
tallas de la pantera hechas por Arthur, tienen una enorme fuerza dramática
detalles como el del abrigo rojo de Carl: este último encuentra el cadáver de
su hermano en la nieve y lo cubre con su propio abrigo, porque el caballo que
tiene que transportar el cadáver de Arthur y regresar solo a la granja se niega
a hacerlo dado que la ropa del difunto está impregnada con el olor de la
pantera; más tarde Carl se da cuenta de que se ha olvidado las raciones que
necesita para sobrevivir en la nieve en los bolsillos del abrigo que puso al
cadáver de su hermano, y en el abrigo de Arthur que ahora lleva puesto
encuentra, en cambio, la talla de la pantera a medio hacer y un libro de poemas
de Keats: la lectura del primer verso de Posthuma (“Cuando me asalta
el temor de que deje de existir…”) será el detonante del miedo que irá
apoderándose progresivamente de su persona. El final de Carl será trágico y
paradójico: el personaje, sin comida, sin fuego con que calentarse (ha gastado
sus últimas cerillas y hasta ha quemado la talla y el libro de Keats), sin
munición (en un arranque de pánico vacía todo el cargador de su winchester), ve
a lo lejos la hoguera que su madre ha ordenado encender para guiarle de regreso
a casa y, enloquecido por el miedo, corre hacia allí, hallando la muerte en el
fondo de un barranco. Ninguna estrella de Hollywood, salvo una tan poco
convencional como Robert Mitchum, se habría atrevido a interpretar tan
desagradecido personaje. Otro momento extraordinario, de los mejores del cine
de Wellman, reside en el entierro de Arthur: el realizador lo resuelve en
virtud de un magnífico y perturbador plano subjetivo en contrapicado, desde el
interior de la fosa excavada en el suelo donde será depositado el ataúd, y
encuadrando de este modo a los Bridges asistiendo al sepelio: personajes
malditos y miembros de una familia que, como tal, está muerta desde hace mucho
tiempo.
Gran película, una de las mejores de Wellman.
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