[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTOS FILMS.]
Magos (I): Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor
Strange, 2016), de Scott Derrickson.
Adecuadamente subtitulada Doctor Extraño
–para refrescar la memoria de quienes conocimos por ese apelativo al personaje
creado por Steve Ditko en las primeras ediciones españolas de los cómics Marvel
a cargo de la desaparecida Ediciones Vértice–, lo peor de Doctor Strange, más que en su convencional construcción dramática,
destinada a mostrarnos de nuevo, como suele decirse, “el origen” del personaje,
reside en su a ratos excesivamente chirriante sentido del humor, patente, sobre
todo, en un exceso de réplicas “graciosas” puestas en boca de su personaje
protagonista. Se ha dicho hasta la saciedad que, dentro de la actual producción
superheroica hollywoodiense, las películas
de Warner o de Fox basadas en personajes de DC Cómics o de Marvel hacen gala de
una severidad, una sombría seriedad, que las películas superheroicas producidas
por Marvel y distribuidas actualmente por Disney intentan evitar/ contrarrestar
mediante mayores dosis de humor. Eso puede estar bien a la hora de tratar
personajes “ligeros” como Spiderman, o para suavizar y/ o relativizar las
connotaciones políticas de otros tan espinosos como el Capitán América, pero
cuadra mal con uno como el quiromántico Doctor Strange. Más teniendo en cuenta
que, dejando aparte todas esas pinceladas de humor (barato) diseminadas aquí y
allí en los diálogos del protagonista –y que, si se hacen mínimamente
soportables, es porque al menos se ha tenido el cuidado/ la decencia/ la
astucia de ponerlas en boca de un actor tan excelente como Benedict Cumberbatch–,
el trasfondo de un personaje como el Doctor Extraño es, mal que pese, inquietante,
macabro y siniestro, por mucho que se disfrace de ligereza. Así parece haberlo
entendido el realizador a cargo de la función, el estimable Scott Derrickson,
quien, tras una sólida trayectoria previa en el terreno del cine fantástico,
variantes terror –El exorcismo de Emily
Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005), Sinister (ídem, 2012), Líbranos
del mal (Deliver Us from Evil, 2014)– y ciencia ficción –su nada despreciable
remake de Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 2008)–,
afronta con firmeza esta incursión en el cine de superhéroes, pero sin olvidar las
lecciones aprendidas en su paso previo como director, y también como guionista,
por los terrenos del fantastique.
Consciente
de estar metido en otro juego y con otras reglas, Derrickson factura la que,
con todos los defectos mencionados, me parece una de las más interesantes
películas superheroicas de Marvel (las cuales, mal que pese, mejoran
considerablemente cuando hay un realizador con talento/ habilidad/ astucia para
sacar provecho de producciones tan estandarizadas como las de Kevin Feige: ahí
están el Joe Johnston de Capitán América:
El primer Vengador/ Captain America: The First Avenger, 2011 –1–, y el Peyton Reed de Ant-Man/ ídem, 2015, quienes han firmado
los films de los Marvel Studios mejor dirigidos allí donde fracasaron Jon
Favreau, Louis Leterrier, Kenneth Branagh, Shane Black, Joss Whedon, Alan
Taylor, James Gunn o los hermanos Russo). Doctor
Strange brilla en particular en todas sus escenas fantásticas, que son las
que ocupan la mayor parte del metraje, lo cual consigue que la balanza se
incline bajo el peso de lo positivo. No le falta razón al amigo Diego Salgado
cuando comentó, en su crítica de este film publicada en Dirigido por…, que, por más que a simple vista la influencia más
notoria de determinadas secuencias de Doctor
Strange sea Origen (Inception,
2010, Christopher Nolan) y sus famosos “edificios plegables”, la referencia más
notoria de la película de Derrickson es, en realidad, la saga Matrix de los Wachowski. Tanto esta
última como Doctor Strange comparten
un substrato muy parecido, esto es, el cuestionamiento de la noción de realidad,
la posibilidad de vivir y explorar en dimensiones paralelas a la nuestra, y en
definitiva, el muy cuestionable sentido de nuestra existencia en función de ese
engaño que ha venido en llamarse el ser dueño del propio destino. La diferencia,
fundamental, es que Derrickson y su coguionista, Jon Spaihts, exponen este
discurso de una forma más directa y más mordaz, menos pretenciosa, que como lo
hacían los Wachowski. En este sentido, la evolución del personaje de Stephen
Strange, un médico cirujano tan brillante como pretencioso, tan eficiente como
pagado de sí mismo, y su conversión en algo más allá de sus sueños, más allá de
su imaginación, tras haber sufrido un aparatoso accidente automovilístico que
le abre las puertas a un cambio radical en su existencia, me parece un discurso
sobre esa relatividad del sentido de la vida al que me refería líneas arriba
mucho más eficaz, y humano, que el expuesto en Matrix. Además, me gusta la ligereza –esta sí– con la que
Derrickson trata las escenas de acción, convirtiendo los combates entre
Strange, su colega Mordo (Chiwetel Ejiofor) y su maestro, la mujer
paradójicamente llamada El Anciano (Tilda Swinton), contra el malvado hechicero
Kaecilius (Mads Mikkelsen) y sus esbirros, en un festival de poderes mágicos
repleto de una gran inventiva visual: la primera batalla del Anciano contra
Kaecilius y sus seguidores, el primer combate de un inexperto Strange contra el
mismo villano en la sede oculta de los magos en Londres, o el clímax en las
calles de Hong Kong, son extraordinarios. Asimismo tiene gracia –esto también–
la utilización cómica, pero con humor de buena ley, del interés amoroso de
Strange, la doctora Christine Palmer (Rachel McAdams): lo que, para Strange, es
algo que ahora forma parte de su actividad “normal” como mago –abandonar su
cuerpo mediante el viaje astral–, es para Christine lo que sería para cualquier
persona normal y corriente, es decir, una experiencia aterradora: de ahí que Derrickson planifique desde el punto de
vista de Christine las escenas del hospital de la segunda mitad del film, como
si pertenecieran a una genuina película de terror.
Magos (II): Animales fantásticos y dónde encontrarlos
(Fantastic Beasts and Where to Find Them, 2016), de David Yates.
Nunca he sido un fan de la saga Harry Potter. En lo que se refiere a los
libros, tan solo he leído uno, el último, Harry
Potter y las Reliquias de la Muerte, que me pareció una actualización del
estilo de literatura juvenil practicado en su momento por la, entonces, muy
popular (hoy, quizá, ya no tanto) Enid Blyton, autora de las famosísimas
novelas (hoy, quizá, tampoco tanto) protagonizadas por Los Cinco. Y, en cuanto
a la franquicia cinematográfica, los ocho films que lo componen me parecen en
sus líneas generales excesivamente largos, a ratos aburridos (sobre todo, los
firmados por David Yates) y, desagradable sorpresa, no demasiado imaginativos,
lo cual es grave teniendo en cuenta que giran alrededor de la magia, esto es, la
imaginación por excelencia. De ahí que, sin pretender tampoco lanzar las
campanas al vuelo, me he llevado otra sorpresa, en este caso más agradable, con
Animales fantásticos y dónde encontrarlos,
que, como es bien sabido a estas alturas, no es sino un spin-off de la saga literario/ fílmica de Harry Potter, el cual
parte de un guion original de la misma autora de los libros de Potter, J.K.
Rowling, inspirado a su vez en una premisa ya presente en aquéllos: las
aventuras de Newt Scamander (Eddie Redmayne), un joven mago que, en la década
de 1920, escribió, a partir de sus propias experiencias como –se nos dice–
“magizoólogo”, experto en animales fantásticos, el volumen que da título tanto
a esta nueva película como a, recordemos, una de las obras de consulta de
Potter mientras estudiaba en Hogwarts. La sorpresa es doble teniendo en cuenta
que Animales fantásticos y dónde
encontrarlos viene firmada por el citado (y temible) David Yates: el mismo
que, hace poco, estrenó una de las más aburridas películas jamás realizadas a
partir de la creación de Edgar Rice Burroughs, La leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan, 2016).
Con
todos sus defectos, Animales fantásticos
y dónde encontrarlos depende menos de lo que cabía esperar de la previa franquicia
literario-cinematográfica de Harry Potter. Hay un importante cambio no solo de
época, sino también de escenario (del Reino Unido y Hogwarts a Nueva York), y,
sobre todo, de personajes, que ahora no son niños, sino adultos. Y, si bien es
verdad que, pese a esto último, el relato mantiene un tono ligero, en correspondencia
con su carácter de superproducción familiar, el resultado es menos blando de lo
esperado. Ayuda sobremanera el hecho de que, en esta ocasión, la perspectiva de
los seres humanos normales y corrientes, los no-magos –llamados “muggles” en el
universo potteriano previo, y “nomajs”
en su acepción típicamente estadounidense–, esté más acentuada que en las anteriores
peripecias de Harry Potter & Cia., un “universo” cerrado en sí mismo y solo
apto para iniciados y/ o interesados cuyas adaptaciones al cine tan solo
interesaban a ratos a esos no iniciados/ no interesados (pero eso, claro está,
era un problema derivado de las deficiencias de las películas). En este
sentido, un personaje que acaba siendo fundamental es el “nomaj” Jacob Kowalski,
un humilde ser humano que intenta que el banco le financie su modesta
pastelería, no solo gracias a la magnífica labor de Dan Fogler (el mejor del
reparto), sino también a que su presencia parece estimular la calidez humana
del resto de personajes “mágicos” que le rodean, y en cuyas aventuras mágicas
se ve involucrado a la fuerza: no es el caso del excéntrico Newt Scamander –al
cual Eddie Redmayne, histriónico, le confiere una cualidad que no es de este mundo–, pero sí el de sus compañeras de
aventuras, las magas Tina Goldstein (Katherine Waterston) y su hermana Queenie (Alison
Sudol), cuyas actitudes transmiten mayores cargas de humanidad a ras de suelo. Otro tanto puede
afirmarse del resto de personajes adultos del relato, en particular lo que
atañe a los “villanos”: por un lado, el director de seguridad Percival Graves
(Colin Farrell), y por otro, el freak
Credence Barebone (Ezra Miller), que ejerce de espía para el primero: las escenas
que comparten a solas sugieren, contra todo pronóstico, un poso de sordidez en
su relación que, dado el contexto de fantasía para-todos-los-públicos del film,
resulta como mínimo chocante. Cierto es que la blandura es la que se impone: el
conato de romance entre Newt y Tina, o sobre todo el que se da entre Kowalski y
Queenie (a los cuales se dedica un epílogo “reconfortante”), así como la
ambigüedad de la relación entre Graves y Credence, nunca va más allá de lo
planteado. Pero, contra todo pronóstico, los personajes y su descripción se
erigen en lo mejor de una función menos infantilizada de lo que cabía prever, sin perjuicio de que ceda a la tentación del gran despliegue final de efectos
visuales, reiterando la ya a estas alturas muy tópica demolición de edificios
gracias a la “magia” de la imagen digital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario