[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Lo mejor de Blue Jasmine
(ídem, 2013), que no me parece el mejor Woody Allen de estos últimos años pero
sin duda es un film interesante, reside en su brillante construcción narrativa.
La película arranca presentándonos al personaje de Jasmine (Cate Blanchett) dándole,
como suele decirse, “la brasa” a una anciana pasajera (Joy Carlin) que ha
tenido la desgracia de tocarle en suerte el asiento contiguo al de Jasmine en
el avión de pasajeros donde ambas mujeres viajan desde Nueva York a San
Francisco; Jasmine habla y habla, y la dama del asiento de al lado se limita a
escucharla, situación que se prolonga, una vez que el avión ha llegado a su
destino, en la rampa de salida de pasajeros y el punto de recogida de maletas;
para que quede claro que en todo este rato Jasmine no ha parado de hablar, y la
dama no ha hecho otra cosa que escuchar (a la fuerza), esta última así lo
expresa a su marido (Richard Conti), que viene a recogerla al aeropuerto. Más
adelante, Jasmine toma un taxi y se presenta en la casa de Ginger (Sally
Hawkins), su hermana, en realidad su hermanastra, pues tanto ella como Jasmine
fueron adoptadas, tal y como a esta última le gusta aclarar de inmediato tan
pronto como sale el tema a la conversación. Ginger trabaja como cajera en un
supermercado, vive en un humilde apartamento con sus dos pequeños hijos, cuya
custodia comparte con su exmarido Augie (un inesperado Andrew Dice Clay), y
tiene un novio, Chili (Bobby Cannavale), tan modesto como ella, con el que está
haciendo planes de convivencia. Desde el primer momento queda claro (en no poca
medida, gracias a la extraordinaria interpretación de Cate Blanchett) que
Jasmine es una mujer demasiado refinada, con demasiada “clase”, para integrarse
en el ambiente y con las personas de clase media-baja por donde se mueve
Ginger, pero sus apuros económicos son tan grandes y graves que se ve en la
obligación de soportar la situación, para Jasmine humillante, de tener que
vivir con Ginger “una temporada” hasta que reorganice su vida. Detalle
significativo y muy representativo del carácter de Jasmine: pese a estar
arruinada, y para estupefacción de su hermana, ha volado de Nueva York a San Francisco
en primera clase…
Una serie de flashbacks, excelentemente integrados en
el seno de la narración “en presente” y a los cuales se accede sin transición,
al albur de un gesto o un fragmento de diálogo de los acontecimientos
desarrollados en la actualidad, nos van dibujando el pasado de Jasmine: su
matrimonio con Hal (Alec Baldwin), un adinerado broker de Wall Street junto al cual disfrutaba de una vida repleta
de lujo y comodidades, o mejor dicho, lo que se entiende por tales: un caro
apartamento con piscina en Park Avenue, comidas y cenas suntuosas, y líneas de
crédito generosas en las tiendas más caras de Manhattan… Una felicidad
artificial que escondía, cómo no, una falsa realidad a la que la fantasiosa
Jasmine, la sofisticada Jasmine, se entregó con los ojos cerrados, hasta el
punto de ser incapaz de ver, hasta que ya resultó ser demasiado tarde, que su
marido llevaba años y años siéndole infiel con otras muchas mujeres
literalmente delante de sus narices (Jasmine conocía a todas las amantes de su
esposo ignorando, o acaso queriendo ignorarlo voluntariamente, su condición de
concubinas de su cónyuge), y que además Hal estaba metido en “negocios sucios”
que terminarían (vía denuncia) conduciéndole a la cárcel…, donde acabaría sus
días suicidándose. Los hechos del pasado de Jasmine guardan una estrecha
interrelación con sus actividades en el presente, de tal manera que, gracias a
esa progresiva información dosificada sobre lo que fue la existencia de la
protagonista antes de dar con sus huesos en San Francisco, descubrimos (y comprendemos)
que el personaje de Jasmine en la actualidad es el resultado de la modelación
del mismo en base a su incapacidad para asumir este presente para ella aciago.
Se ha dicho, no sin razón, que Jasmine vendría a ser una variante o puesta al
día de la Blanche DuBois
imaginada por Tennessee Williams en su famosísima obra teatral Un tranvía llamado deseo, no por
casualidad interpretada por Blanchett en el montaje representado a lo largo de
2009 en Washington y Sydney bajo la dirección de Liv Ullmann y que no sería de
extrañar que Allen conociera e incluso hubiese visto; similitud que brilla en
todo su esplendor en lo que atañe a la relación amorosa de Jasmine con Dwight (Peter
Sarsgaard), el adinerado hombre de negocios que nada sabe sobre su pasado
porque ella misma ha procurado ocultárselo escrupulosamente y al que ve como
una posible tabla de salvación de cara a recuperar el estatus social perdido. Pero
también, y salvando las distancias, la Jasmine de Allen guarda ecos de Lily Bart, la
infortunada heroína de la novela de Edith Wharton La casa de la alegría, admirablemente adaptada por Terence Davies
en el film homónimo de 2000: otra dama de la alta sociedad neoyorquina a la que
también sorprende la pobreza, y con ella, la conciencia de que es un ser inútil
y desvalido ante el mundo como consecuencia de su educación privilegiada.
Allen desarrolla
con gran habilidad la tragedia de Jasmine, pues no es sino esencialmente
trágico un personaje enfrentado a un destino insuperable, de tal manera que esa
continua interrelación presente-pasado no solo contribuye a ir enriqueciendo el
perfil psicológico de la protagonista, sino también a que no decaiga el interés
de la narración. Dicho de otra manera, Blue
Jasmine es una de esas raras películas en las que su narración a base de flashbacks no es una mera maniobra
destinada a dotar al relato de una apariencia de densidad en realidad
inexistente (no son pocos los films que hoy en día recurren a esta estratagema
narrativa para aparentar un espesor psicológico del cual en realidad carecen:
basta con ordenar cronológicamente lo que narran para darse cuenta de ello; eso
suele ocurrir, por ejemplo, en el cine de Alejandro González Iñárritu). Por el
contrario, la película crece a medida
que lo hace la información suministrada en torno al personaje central,
alcanzando colofones tan espléndidos como ese momento en que, tomando una copa
(una de las muchas que toma...) en compañía de Ginger, Chili y el amigo de este último, Eddie (Max Casella), al
cual los dos primeros intentan “emparejar” con Jasmine (¿puede haber algo más
incómodo en esta vida?), la protagonista explica que su esposo Hal murió en la
cárcel ahorcándose en su celda, detallando con amargura que un ahorcado no
suele morir por asfixia sino como consecuencia de la rotura de su cuello; o,
más adelante, la revelación de que Hal fue detenido por la policía y acabó en “chirona”…
como consecuencia del chivatazo de la propia Jasmine, en un arranque de
despecho por las infidelidades de su marido y ante la amenaza inminente por
parte de este último de abandonarla por otra mujer.
En el cine de
Allen están presentes los retratos de mujeres pasivas-agresivas: Geraldine
Page, en Interiores (Interiors,
1978); Charlotte Rampling, en la excelente y menospreciada Recuerdos… (Stardust Memories, 1980); Mia Farrow, en Maridos y mujeres (Husbands and Wifes,
1992); Radha Mitchell, en la fallida Melinda
y Melinda (Melinda and Melinda, 2004); Scarlett Johansson, en Match Point (ídem, 2005), todavía a día
de hoy la última gran película de su realizador… Pero probablemente ninguna de
ellas sea tan frágil como la
Jasmine del presente film, salvo quizá las dos mencionadas en
primer lugar, asimismo afectadas por un trastorno mental que las conduce a la
infelicidad y la locura, al igual que la protagonista de esta película, por su
incapacidad para hacer frente a lo que se conoce como “realidad cotidiana”. Sin
perjuicio de la buena labor de todo el elenco, incluida una excelente Sally
Hawkins —por más que, a mi entender, su episodio de infidelidad a Chili con Al
(Louis C.K.) sea lo peor y más prescindible del film: por suerte, no dura
mucho—, es Cate Blanchett, actriz, y Jasmine, personaje, los que acaparan los
mejores momentos de una función en la cual Allen hace gala de un ironía cruel
(¿hay alguna que no lo sea?) en su enésima mirada sobre la estupidez del ser
humano.
Llama la
atención, tal y como ya ocurría en otra buena y subvalorada película suya de
estos últimos años, El sueño de Casandra
(Cassandra’s Dream, 2007), que Allen demuestre una actitud de comprensión hacia
los personajes intelectualmente menos formados, caso de Ginger o Chili, en
detrimento de la más “culta” (abandonó los estudios a punto de acabar
antropología) y a pesar de todo más necia Jasmine. Puede especularse con dos
posibilidades: que, o bien con el paso de los años el cineasta ha comprendido
que el bagaje cultural no siempre es el mejor recurso para hacer frente a las
alegrías y sinsabores de la existencia humana, lo cual ha aumentado su
escepticismo ante los personajes intelectuales (recuérdense, sin ir muy lejos,
el canto al hedonismo con el cual se cerraba la mencionada Melinda y Melinda, o la moraleja escéptica con la que concluía Si la cosa funciona / Whatever Works,
2009 —1—); o, acaso desde un punto de
vista quizá más práctico, desde que Allen protagoniza con menos frecuencia sus
películas, básicamente por cuestiones de edad (este 1 de diciembre cumple 78
años), el realizador ha ido reduciendo el protagonismo de los personajes
intelectuales que él solía encarnar (mejor dicho, el único personaje que solía
encarnar), centrando su mirada en otro tipo de personajes, digamos, más a ras
de suelo.
Sea como fuere, Blue Jasmine, qué título más adecuado,
es la crónica del descenso a los infiernos de la cotidianeidad de una mujer que
durante mucho, demasiado tiempo, ha estado viviendo dentro de una bella burbuja
de cristal. Ni qué decir tiene que, bajo cierto punto de vista y tal y como
también se ha dicho estos días, el film puede interpretarse como una especie de
fábula sobre la crisis económica, personificada en la figura de una mujer que
antaño fue rica y caprichosa, y que ahora, pobre pero igualmente caprichosa,
intenta aparentar una “clase” que ya no tiene porque carece del mucho dinero
que la respalde. Ya he mencionado que Jasmine es un personaje esencialmente
trágico, sometido a lo largo de todo el metraje a una serie de humillaciones,
algunas derivadas de la diferencia existente entre su carácter y comportamiento
con el de los personajes del entorno “pobre” en el cual se ve metida, caso del
ya mencionado intento de “emparejamiento” (sic) con Eddie. Pero quizá la peor
de las humillaciones sea, desde su punto de vista, aquélla que sufre a manos del
Dr. Flicker (Michael Stuhlbarg), el dentista de San Francisco en cuya recepción
trabaja, quien se le insinúa en diversas ocasiones y, finalmente, llega a
propasarse con ella: dejando aparte (pero sin minimizarla) la agresión sexual,
lo más humillante, como digo, para Jasmine es el hecho de que, como ya ha
dejado de pertenecer a la clase de los poderosos y ha entrado de cabeza en la
de los “pobres”, se ha convertido en
alguien a merced de los que ahora son más ricos que ella, como el Dr.
Flicker. Pocas veces ha estado Allen tan cerca, como aquí, de la tragedia.
(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2009/10/la-caja-kovak-si-la-cosa-funciona-el.html
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