[NOTA
PREVIA: El presente artículo fue
originalmente publicado en el núm. 386 de “Dirigido por…” (febrero 2009),
dentro del “dossier Cine político USA”.] Coincidiendo con un momento en que
el cine norteamericano parecía haber perdido el menor atisbo de compromiso
político, Oliver Stone culminó en gran medida con JFK, caso abierto (JFK,
1991) la tendencia crítica (por más que, en el fondo, profundamente
estadounidense) que había caracterizado su filmografía desde mediados de la
década de los ochenta, proponiendo en esta ocasión una reconstrucción de la
investigación llevada a cabo en torno al asesinato de Kennedy narrada mediante
una impactante mezcla de documental y ficción.
2. Por fortuna, lo que el film explica
también resulta en sí mismo considerado harto interesante. A partir de un guion
escrito en colaboración con Zachary Sklar, y basado a su vez en diversas
teorías en torno al asesinato del presidente de los Estados Unidos John
Fitzgerald Kennedy extraídas de los libros «Tras la pista de los asesinos», de
Jim Garrison (Ediciones B, 1992), y «Crossfire: the Plot That Killed Kennedy»,
de Jim Marrs, la película reconstruye la investigación sobre ese magnicidio
llevada a cabo por el fiscal del distrito de Nueva Orleáns Jim Garrison (Kevin
Costner). Siguiendo aquí diversas declaraciones del propio Stone que fueron
publicadas en su momento en esta misma revista (1), JFK, caso abierto
arranca con una serie de imágenes documentales (estas, en sentido estricto) del
país y la época reflejados, los Estados Unidos a finales de la década de los
cincuenta y principios de los sesenta, empezando con un discurso (real) del
presidente Eisenhower: «Ahí tenemos a
Eisenhower, el más conservador de los políticos, un héroe militar, presidente
de presidentes. ¿Y qué es lo que hace en su discurso de despedida. Aprovecha la
ocasión para advertir al pueblo americano de un giro hacia el fascismo…».
Este prólogo documental, que incluye un resumen de la subida de Kennedy al
poder y de su complicado mandato (la guerra de Vietnam, la crisis de los
misiles cubanos, el incidente en Bahía Cochinos), hasta su asesinato en Dallas
el 22 de noviembre de 1963, da paso a un relato en el cual, tras la
presentación de Garrison viendo por televisión el discurrir de los
acontecimientos, adopta una textura a medio camino entre el documental y la
ficción. Si, en un primer momento, Stone juega a mezclar el material de
archivo, procedente de noticieros y reportajes de televisión de la época, con
su propia reconstrucción de los hechos (en particular, la secuencia del
magnicidio, que va recuperando y ampliando a lo largo del metraje), a partir de
cierto momento la propia ficción adopta, subrepticiamente, los ropajes formales
del reportaje, y narrativamente, el empleo del flashback como principal recurso de estilo. Ello empieza a verse
claro en una de las primeras secuencias del film, aquélla en la que el fascista
Guy Bannister (Edward Asner) sospecha que su ayudante Jack Martin (Jack Lemmon)
ha estado revolviendo en sus archivos y, en un arranque de ira, le golpea con
la culata de su pistola: Stone planifica ese momento de violencia empleando
unos ralentíes que deforman la imagen y le proporcionan una textura «irreal»,
en cuanto no natural, que en cierto sentido advierte al espectador que las
escenas «de ficción» que va a presenciar no van a ser limpias y claras, en
contraposición con las imágenes espontáneas e inmediatas de un reportaje in
situ, sino tan imprecisas y de libre interpretación como estas últimas. Según
Stone, «de manera deliberada, hemos
filmado y sobre todo montado la película de forma muy fracturada: nunca está
uno seguro de dónde está, todo resulta muy confuso… Y existen diversos
“niveles” mezclados: con un personaje es “lo real”, con otro, lo inconsciente;
el sonido tiene también diferentes niveles; se pasa del futuro al pasado… De
hecho, los tres tiempos narrativos -pasado, presente y futuro- están
entrelazados. (…) Hay escenas que no “son”, su rango narrativo es “quizá”,
“posiblemente”, “y si hubiera sido así” o “imaginemos que”…».
3. Ciertamente, esta premisa no es
nueva. Ya la ensayó Orson Welles en Fraude
(Vérités et mensonges / F for Fake, 1974). La idea de mezclar
reportaje y ficción en el contexto de la aproximación a una figura pública
norteamericana del siglo XX también la había intentado —con mucha torpeza—
Larry Cohen en The Private Files of J.
Edgar Hoover (1977) (2). Y el
asesinato de Kennedy se encuentra en la inspiración, indirecta pero evidente,
de películas como Acción ejecutiva (Executive Action, 1973, David Miller), El último testigo (The Parallax View, 1974, Alan J. Pakula) —un título que no hubiese
desentonado en este dossier— o la hoy
olvidada I… como Ícaro (I… comme Icare, 1979, Henri Verneuil).
Pero ninguna de estas propuestas (ni siquiera la de Welles) resulta tan
brillante formalmente como lo logrado por Stone en JFK, caso abierto junto con, vuelvo a insistir, sus montadores, Joe
Hutshing y Pietro Scalia, así como su director de fotografía, Robert
Richardson, y su espléndido despliegue de tonos en blanco y negro y en color,
de tal manera que las largas explicaciones teóricas en torno a pistas,
testigos, sospechosos y reconstrucciones de hechos —en particular, el asesinato
de Kennedy, la persecución, detención y asesinato del supuesto autor del
magnicidio, Lee Harvey Oswald (Gary Oldman), y la entrevista de Garrison con un
misterioso informante que responde al nombre de coronel X (Donald Sutherland)—,
donde se mezclan grupos paramilitares anticastristas, agentes de la CIA y el FBI, mafiosos,
homosexuales y militares, mantienen en todo momento un admirable equilibrio
entre lo didáctico y lo dramático, lo descriptivo y lo especulativo, lo real y
lo imaginado. JFK, caso abierto,
ciertamente, es un film «de tesis»: se puede o no compartir las teorías que
propone; se le puede reprochar, como de hecho se le viene haciendo desde el
momento de su estreno, que no haya en él el menor acercamiento crítico hacia la
figura de Kennedy. Pero, con todos esos reparos, a los cuales podemos añadir
otros, consubstanciales al cine de Stone (cierto efectismo formal que a veces
beneficia el impacto en perjuicio de la reflexión: Stone tiene el dudoso honor
de ser uno de los principales instigadores de uno de los más execrables tropos
del cine contemporáneo: el irritante fundido en blanco acompañado de un estruendoso
efecto sonoro), JFK, caso abierto es,
en cuanto experimento con el montaje, una obra apasionante.
4. Otro reproche que suele aflorar cada
vez que se habla de esta película reside en la aparente superficialidad del
personaje protagonista y la descripción de su entorno familiar. Es una opinión
que no comparto, pues Garrison me parece, por el contrario, el personaje mejor
perfilado del relato: un caballero sureño a la antigua usanza, tradicional y
conservador, en cuya creciente obsesión por averiguar la verdad hay algo de
cruzada personal contra el pecado: en una de sus reuniones con sus ayudantes,
le dice a una de ellos que no diga palabrotas (sic); hablando con la prensa, a
poco de empezar el proceso judicial contra Clay Shaw (Tommy Lee Jones), exclama:
«¡Que se abra el cielo!»… Y si bien
es verdad que las escenas conyugales en las cuales Garrison discute con su
esposa Liz (Sissy Spacek) son lo más convencional del film, incluso aquéllas
acaban teniendo un sentido muy interesante: la voz del personaje de Liz —descrita,
asimismo, como una clásica mujer americana de clase acomodada, familiar y sin
complicaciones— acaba siendo, en cierto sentido, la voz de gran parte de la
sociedad estadounidense que durante años aceptó la versión oficial del
gobierno, según la cual Lee Harvey Oswald mató al presidente actuando en
solitario; de ahí que, tras el posterior asesinato de Robert Kennedy, Liz acabe
creyendo que su marido puede tener razón, que la muerte de dos hermanos Kennedy
con tan escasos años de diferencia no puede ser una simple casualidad…, del
mismo modo que, al igual que ella, acabó pensándolo ese mismo sector de
incrédulos.
(1) En una entrevista elaborada por
Antonio Weinrichter y publicada en el núm. 199 (febrero 1992).
(2) Film inédito en España, conoció
una edición en formato VHS con el título de Los
archivos secretos del F.B.I.
Como epílogo
musical, una reproducción de un fragmento de la magnífica partitura compuesta
para este film por John Williams, en concreto el titulado Arlington, el cual, sin ánimo de pontificar, me parece el más bello
jamás compuesto por Williams para el cine (que ya es decir dentro de una
carrera tan brillante como la suya):
La volví a ver anoche y, aunque la recordaba mejor de lo que me pareció en este último visionado, me hizo preguntarme si la película no sería completamente diferente de haberse rodado hoy en día, incluso por el propio Oliver Stone. Probablemente sería más ambigua y abierta, menos épica y más oscura, quizá más en la línea de "Zodiac", que ha contribuido a cambiar un poco el paradigma. Por otra parte, creo que respecto a la subtrama familiar de Garrison, casi nunca se habla de sus paralelismos con la familia Kennedy, que proyecta su sombra sobre ellos: Garrison termina siendo un mártir como JFK, Liz es una sufridora como Jackie y, sobre todo, la escena del juicio en la que el hijo de la familia observa la exposición de su padre tiene un tono heroico semejante al de John John saludando al féretro en el funeral... Precisamente, el último plano de la película, hace énfasis en la importancia de la familia, que a contraluz podría ser perfectamente la familia Kennedy...
ResponderEliminarMe encanta esta película y creo que, más allá de cuestiones históricas ("no hay nada más interpretable que la historia" creo que lo dijo usted en una crítica sobre "Amadeus") y opiniones políticas inevitables al tratarse del asesinato de un presidente de los EE.UU., es un film perfecto. Perfecto en el sentido de que conjuga reflexión y espectáculo, las dos mayores virtudes del 7º arte.
ResponderEliminarSobre los actores apuntar que pese a que todos están memorables, me quedo con Pesci en uno de esos personajes mitad patético mitad repulsivo que siempre borda y Sissy Spacek que crea una mujer real y creíble, cuando podría ser una mera caricatura . Me parece, hilando fino, un precedente del papel de Michelle Pfeiffer en "Por encima de todo", otro film que toca el tema de la muerte de JFK.
¡Un saludo!
Hola Tomás, como no, excelente artículo. ¿Podrías hacer una crítica a Prisoners, estrenada hace poco? Me ha encantado la crítica de Dirigido pero me gustaría saber tu opinión y ver tu análisis. Sino puedes o no viene al caso, no hay fallo. Saludos y sigue así, como cinéfilo y realizador, siempre me viene muy bien leer tus análisis, profundizas sobre conceptos muy sutiles que a la vez son importantísimos para conocer la percepción del espectador, un punto clave a la hora de crear productos audiovisuales.
ResponderEliminar50 años despues la teoria de la "bala magica" tiene sentido. Oliver Stone se equivocó ;-)
ResponderEliminarhttp://www.europapress.es/cultura/cine-00128/noticia-mato-magneto-john-kennedy-20131126110534.html
oliver stone admirador del presidente donald j. trump
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