Tercera entrega de lo que se conoce como el ciclo Karnstein de Hammer Films –la preceden The Vampire Lovers (Roy Ward Baker, 1970) y Lust for a Vampire (Jimmy Sangster, 1971)–, inspirado, con irregular criterio y desiguales resultados, en el extraordinario relato de Sheridan Le Fanu Carmilla (1872), Drácula y las mellizas (Twins of Evil, 1971) fue la única que conoció estreno comercial en salas españolas, si bien probablemente recortada por la censura franquista, a juzgar por los fugaces desnudos femeninos que dejan entrever las actuales copias íntegras. Dirigida por John Hough, quien poco después se ganaría cierta reputación dentro del género fantástico, a todas luces exagerada, con la que sigue siendo la mejor película que le conozco –La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, 1973), adaptación de la gran novela de Richard Matheson La casa infernal (1971) (1)–, Drácula y las mellizas hace gala de la simpatía y el desparpajo característicos del grueso del cine de terror chez Hammer. Pero, incluso viéndola con “buenos ojos”, el film está, en sus líneas generales, por debajo de lo que promete.
Dejando aparte el hecho, puramente anecdótico, de que el título español de la película ya es, de entrada, una solemne tontería –Drácula no aparece por ningún lado; y el conde Karnstein, a cargo del recientemente fallecido Damien Thomas, nada tiene que ver con el vampiro creado por Bram Stoker (2)–, el guion, escrito por Tudor Gates –cuya filmografía tampoco es precisamente brillante (3)–, está repleto de agujeros por todos lados. Pero antes, ubiquémonos: la acción transcurre en el condado de Karnstein, en la región austriaca de Estiria, aproximadamente a finales del siglo XIX. Dicha zona rural es el campo de operaciones de los sádicos puritanos encabezados por Gustav Weil (Peter Cushing), quienes se han propuesto erradicar el Mal, con mayúsculas, eligiendo como método para lograrlo la quema en vivo de todas las mujeres jóvenes, solteras, hermosas y –presumiblemente– folladoras de la región, acusándolas de propagar el culto al Diablo con su conducta lujuriosa y belleza “tentadora”. ¡Hasta tres muchachas veremos arder en la hoguera! No obstante su notoria misoginia, el principal objetivo de Weil no son esas chicas inocentes cuyos asesinatos, inexplicablemente, nadie parece haber denunciado ante las autoridades, sino detener de algún modo al promiscuo conde Karnstein, quien haciendo valer su condición de aristócrata fornica tanto como quiere y con quien quiere, escogiendo a placer entre las muchachas de los alrededores y aprovechándose de su pobreza a cambio de darles unas pocas monedas por sus “servicios”. Los problemas de Weil se acentuarán a partir del momento en que tenga que acoger en su propia casa a dos atractivas sobrinas suyas, gemelas para más señas, potencialmente “seductoras”, ergo potencialmente malignas: Maria y Frieda Gellhorn (a cargo de las “exconejitas” de Playboy y ocasionales actrices Mary y Madeleine Collinson).
Mientras tanto, el conde Karnstein, aburrido de las falsas ceremonias erótico-satánicas que le organiza su ayudante, Dietrich (un desaprovechado Dennis Price), lleva a cabo un sacrificio humano auténtico en la persona de una desdichada muchacha que participa en una de esas charadas, lo cual provoca la resurrección de la vampiresa Mircalla Karstein (Katya Wyeth), en el que es, sin duda, el mejor momento del film: la figura encapuchada de la vampiresa parece brotar, vaporosa, del cadáver de la chica sacrificada, y luego atraviesa lentamente el salón, a espaldas de Karnstein, hasta mostrarse ante este último; la escena tiene atmósfera, algo que por desgracia se echa en falta en el resto del metraje. A continuación, Mircalla promete a Karnstein “emociones fuertes” si se transforma en vampiro, cosa a lo cual el aristócrata accede. Pero, paradójicamente, la incorporación de Mircalla al relato, lejos de hacerlo más atractivo, lo que hace es poner de relieve los defectos del guion. Secuencias atrás hemos visto a Weil y su ejército de puritanos descubriendo el cadáver desangrado de un hombre, con el característico mordisco de un vampiro en el cuello. Teniendo en cuenta que no es hasta después que Mircalla resucita y vampiriza a Karnstein, no tenemos más remedio que preguntarnos quién es el vampiro que ha asesinado a ese desdichado: la película nunca lo aclara, como tampoco hace nada para explicar por qué Mircalla desaparece de la trama tras su resurrección.
El nudo del relato gira en torno a las mellizas Gellhorn: Maria, la bondadosa, y Frieda, la “perversa”, ergo la folladora. El contraste maniqueísta entre ambas es tan evidente, como torpe la resolución del proceso de seducción y “vampirización”, voluntarias, de Frieda por parte de Karnstein: desde el primer momento, la joven manifiesta su interés por el conde, atraída por su fama de “malvado”, y no duda en salir todas las noches de la habitación que comparte con su hermana y atravesar el bosque hasta el castillo de Karnstein, siendo recogida por el camino por Joachim (Roy Stewart), el criado negro del conde. Ello contrasta con el amor creciente, y correspondido, que Anton Hoffer (David Warbeck), el profesor de música local, siente hacia Maria, “la buena”, a la cual distingue perfectamente de su idéntica hermana gemela. Puede verse en el contraste existente en el carácter de las dos hermanas una metáfora sobre el Amor Sagrado (Maria) y el Amor Profano (Frieda), pero eso es hacerle un favor a un film que decepciona a cada momento, en gran medida, por la puesta en imágenes, fea y mecánica, de John Hough, con “perlas” tales como el primer plano de la mano de Mircalla acariciando una vela mientras Karnstein le hace el amor (muy “sutil”), o los zooms en primer plano de los ojos de Maria y Karnstein combinados con plano/contraplano para expresar el influjo hipnótico del segundo sobre la primera. Incluso Peter Cushing, que con todo vuelve a ser el mejor del reparto, está aquí menos brillante que de costumbre, por más que sea el único que transmite energía a una película que no se merece el prestigio, siquiera pequeño, del cual goza.
(1) Para más información
al respecto, me remito a lo que escribí sobre este film y sobre las
adaptaciones a cine y televisión de las obras de Matheson en el volumen
colectivo coordinado por el amigo Sergi Grau Richard Matheson. El maestro de
la paranoia: https://elcineseguntfv.blogspot.com/2016/10/richard-matheson-el-maestro-de-la.html
(2) Hay que decir, en
descargo del distribuidor español, que probablemente se limitó a tomar la
referencia a Drácula de los títulos similares que tuvo el film en numerosos
países: Las hijas de Drácula, Les sévoces de Dracula, Le
figlie di Dracula, Twins of Dracula, As servas de Dracula…: https://www.imdb.com/es-es/title/tt0069427/releaseinfo/?ref_=tt_ov_at_dt_rdat
Ni siquiera sé muy bien por qué, pero a mí "Drácula y las mellizas" sí me gusta. Me pasa con ella como con otras películas de a Hammer de los años 70 como "El circo de los vampiros": aún quedándome claro que la productora estaba en decadencia y que se dedicaba a mezclar reciclaje de ideas con elementos descaradamente comerciales me parecen películas sumamente entretenidas, y hasta con detalles interesantes. De "El circo de los vampiros" me gusta la atmósfera fantástica de las escenas del circo, y también que la trama repase a su manera la mitología vampírica de la productora. De esta, que intente algo parecido pero con erotismo, y además que Peter Cushing tenga más protagonismo del esperado. Y es que todo lo relacionado con él y su personaje se eleva muy por encima del resto. Al fin y al cabo, en su faceta de puritano da más miedo que los vampiros, y como héroe deja en ridículo al soseras del otro protagonista.
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