Como su propio título indica, El gato y el canario (The Cat and the Canary, 1978; copia fechada en 1977; en algunas fuentes figura, por error, como estrenada en 1979) es la cuarta versión para el cine de la obra de teatro homónima (1922) del norteamericano John Willard (1885-1942), o la quinta, si añadimos a las otras tres adaptaciones oficiales –la extraordinaria El legado tenebroso (The Cat and the Canary, 1927, Paul Leni), The Cat Creeps (Rupert Julian y John Willard, 1930), actualmente desaparecida, y El gato y el canario (The Cat and the Canary, 1939, Elliott Nugent)– a La voluntad del muerto (Enrique Tovar Ábalos y George Melford, 1930), que no es sino la “versión española”, asimismo desaparecida, de The Cat Creeps, rodada en lengua castellana por el mismo estudio, Universal Pictures (1). La versión que nos ocupa es una producción británica de bajo presupuesto de Grenadier Films, efímera productora de cinema bis cuyo único crédito, aparte de El gato y el canario, es la poco conocida película de terror Tower of Evil (Jim O’Connolly, 1972). Pero la particularidad más relevante de El gato y el canario reside en el hecho de estar escrita y dirigida por el norteamericano Radley Metzger (1929-2017), siendo su única película no pornográfica de una carrera principalmente enfocada hacia el “cine para adultos”, con más de veinte títulos del género realizados entre 1961 y 1986, algunos de ellos firmados como Henry Paris.
Nada hay en El gato y el canario que permita vislumbrar los antecedentes de Metzger en el cine porno, salvo, quizá, ese momento en el que Annabelle West (Carol Lynley), la atribulada heroína de la función, es atada con grilletes a una silla y amordazada por el villano con la finalidad de torturarla sádicamente con todo tipo de herramientas e instrumental quirúrgico, y más que nada por la teórica morbosidad de la situación que por lo explícito de la misma. Por el contrario, la película de Metzger es un whodunit sorprendentemente clásico con aires a lo Agatha Christie (la trama y su resolución guardan ecos de la famosa novela de Christie anteriormente conocida como Diez negritos, y ahora retitulada por la idiocia reinante como Y no quedó ninguno, así como de su no menos célebre obra de teatro La ratonera), y estéticamente deudor del cine de terror británico de entre finales de la década de 1960 y toda la de 1970: el cine post-Hammer, para entendernos. De hecho, el film arranca con una primera y breve secuencia, salvo error del que suscribe ausente tanto en la obra de teatro de Willard como en las anteriores versiones cinematográficas, temporalmente situada en 1904, en la cual asistimos al ahorcamiento, fuera de campo, de un gato, Miu-Miu, propiedad del adinerado propietario de la mansión de los West, Cyrus West (Wilfrid Hyde-White). Esa secuencia inicial de atmósfera vagamente gótica anticipa el tono de un relato que, pese a su carácter principalmente ominoso, respeta buena parte del sentido del humor del original escénico de Willard, también presente –a falta de haber visto The Cat Creeps y La voluntad del muerto– en El legado tenebroso y en la versión de 1939, protagonizada, no casualmente, por Bob Hope. Fallecido Cyrus West en 1914, su abogada, Allison Crosby (Wendy Hiller), convoca veinte años después en la mansión familiar a los cinco posibles herederos del millonario, la mencionada Annabelle, Susan Sillsby (Honor Blackman) –quien se presenta con su compañera sentimental, Cicily Young (Olivia Hussey)–, Paul Jones (Michael Callan), Harry Blythe (Daniel Massey) y Charlie Wilder (Peter McEnery), para la lectura del testamento. Una vez allí, todos ellos descubren que el único heredero de la fortuna de los West será revelado en una filmación con sonido sincronizado que Cyrus hizo antes de su muerte, pero que, en el hipotético caso de que la persona elegida pierda la razón, una segunda filmación revelará el nombre del nuevo y definitivo heredero.
A pesar de alguna torpeza de guion, El gato y el canario, versión Radley Metzger, atesora unas cuantas virtudes que la hacen muy apreciable. Contrariamente a lo que pudiera parecer conociendo los antecedentes profesionales de Metzger en el porno, nos hallamos ante una película pulcramente rodada, fotografiada con nitidez por el veterano Alex Thomson –de hecho, es uno de los films de terror, o de ambiente terrorífico, más “luminosos” que, particularmente, recuerdo–, y hace gala de una buena dirección de actores, todos ellos muy competentes (2). Llama la atención el frío distanciamiento con el que están observados los personajes, a lo cual acaso no sea ajeno cierto carácter de morality play del original escénico: el Dr. Hendricks (Edward Fox), médico de un psiquiátrico cercano que se presenta en la mansión West esa misma noche, siguiendo la pista de un asesino psicópata fugado que, explica, se hace llamar El Gato (sic), echa en cara a los presentes su carácter de “asesinos”: Susan, afirma, es una reputada cazadora, ergo, una asesina de animales salvajes; su amante, Cicily, se deshizo de un hombre que intentó violarla disparándole a la cara… seis veces; Harry es un cirujano de quien se dice que mató a un paciente durante una operación; Charlie tiene un glorioso pasado como “héroe de guerra” o, como dice Hendricks citando a Bertrand Russell, “¿Qué es un asesino sino un héroe sin uniforme?”; la abogada Allison Crosby le parece un “tiburón”; y Paul Jones, un compositor de canciones, ergo, “un asesino en potencia” (¡). A todo ello hay que añadir algunos apuntes visuales sofisticados: la brillante secuencia de la cena…, presidida desde el más allá por un mordaz Cyrus West que habla con sus herederos (a los cuales no cesa de llamarles “bastardos”) gracias a la filmación en blanco y negro que preparó poco antes de fallecer; el plano que pone en relación a Susan, agachada delante del cadáver de Allison Crosby, con El Gato, que aparece sigilosamente a sus espaldas; la fotografía enmarcada de Cyrus sobre la cual se refleja el rostro de la Sra. Pleasant (Beatrix Lehmann), la vieja ama de llaves de los West, insinuando una secreta historia de amor entre la sirvienta y su señor que se apunta, de nuevo, en ese fugaz momento en el que vemos a la anciana acariciar la pantalla donde se ha proyectado la filmación de Cyrus; o el detalle “metafílmico” con el que se cierra el film: en la segunda grabación, Cyrus enseña unos rótulos… que no son sino los títulos de crédito finales de El gato y el canario.
(1) No por casualidad, uno de los
codirectores de esta versión española es George Melford, recordado sobre todo
por haber sido el realizador de la versión española del Drácula (Dracula,
1930) de Tod Browning estrenada en 1931. Lupita Tovar, protagonista femenina de
esta última, aparecía asimismo en The Cat Creeps.
(2) A falta de conocer por mí mismo el cine pornográfico de su director, podemos aceptar como probables las palabras de Steve Gallagher, cuando afirma que sus films “para adultos” hacían gala de “diseño lujoso, guiones ingeniosos y una inclinación por los ángulos de cámara inusuales” (artículo This is Softcore. The History of Radley Metzger, publicado en Filmmaker Magazine, 7 de agosto de 2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario