Historia macabra (Ghost Story, 1981) se estrenó en una época en la cual el cine de terror norteamericano atravesaba una etapa de transición entre las películas de bajo presupuesto –representadas, principalmente, por el éxito de La noche de Halloween, de John Carpenter, y la franquicia Viernes 13–, y aquellos títulos producidos por los grandes estudios y protagonizados por “respetables” estrellas tanto del Hollywood Clásico como del Nuevo Hollywood: La profecía (Richard Donner) y sus secuelas, La centinela (Michael Winner), Drácula (John Badham) o El resplandor (Stanley Kubrick). Como pueden ver, mucho antes de que se hablara de esa mera etiqueta comercial llamada elevated horror, ya existía dentro de la cinematografía estadounidense cierta preocupación por “legitimar” el género, en este caso mediante la presencia en los repartos de figuras “respetables” (o consideradas como tales). Es por eso que, en el momento de su estreno, a nadie le extrañó –más bien fue motivo de celebración– que Historia macabra estuviera protagonizada por un elenco tan venerable como el formado por Fred Astaire, Melvyn Douglas, Douglas Fairbanks Jr., John Houseman y Patricia Neal; de hecho, contribuyó a reforzar el lanzamiento de Historia macabra como “película de terror de qualité”, junto con la presencia en su ficha de nombres de tanto peso como el guionista Lawrence D. Cohen –quien había escrito la Carrie de Brian de Palma a partir de la novela homónima de Stephen King–, el genial director de fotografía Jack Cardiff, los especialistas en efectos visuales Albert Whitlock (matte paintings), Dick Smith, Rick Baker y Carl Fullerton (efectos de maquillaje), y el compositor Philippe Sarde, firmando una elegante partitura que, por cierto, recupera un tema musical de su banda sonora para El gato (Le chat, 1971, Pierre Granier-Deferre), por la cual, se dice, fue contratado para crear la música de Historia macabra.
El componente del equipo de responsables de Historia macabra que gozaba de menos prestigio en el momento de su realización era, precisamente, su director, el británico John Irvin, quien había conseguido cierta reputación gracias a su adaptación de una novela del por aquel entonces famoso y hoy muy olvidado Frederick Forsyth –Los perros de la guerra (1980)–, y que fue quien se llevó los peores “palos” de la crítica (exagerados, como ahora veremos, dado que su labor en particular, y el film en general, no son tan despreciables). A muchos les extrañó que Irvin se hiciera cargo de Historia macabra, dado que su nombre estaba y siguió estando vinculado, sobre todo, al género policíaco y de acción –donde consiguió uno de sus mejores trabajos: Shiner (2000)–, aunque parece ser que los productores le contrataron porque les había gustado un telefilm suyo de temática terrorífica titulado Haunted: The Ferryman (1974), a partir de una novela de Kingsley Amis adaptada por Julian Bond. Sea como fuere, no hay que olvidar que Historia macabra se basa en una celebrada novela de Peter Straub, Ghost Story (1979), publicada en España por Bruguera como Fantasmas (como mínimo, y si no me equivoco, antes del estreno de la película, que entre nosotros tuvo lugar el 1 de mayo de 1982). Habiéndola leído, estoy convencido de que buena parte de la irregularidad del film se debe, precisamente, a la de la propia novela, que combina elementos excelentes con ideas dignas del peor Stephen King: la estrafalaria pareja de “ayudantes del espectro”, formada por Gregory y Fenny Bate (Miguel Fernandes y Lance Holcomb), son lo peor del libro y de la película.
Pese a esa irregularidad, Historia macabra presenta un curioso y a ratos interesante vaivén entre las formas –o los tópicos, según se mire–, digamos, tradicionales del cine de terror norteamericano, variante venganzas fantasmagóricas, y las que se estaban imponiendo gracias a la implantación de los esquemas narrativos del slasher y al recurso, cada vez mayor, de la supeditación de la efectividad de la trama a la de los efectos especiales de maquillaje (que, vistos a ojos de hoy, han devenido, sin pretenderlo, pura artesanía cinematografía como, pongamos por caso, los monstruos “gigantes” a base de muñecos animados stop-motion de Ray Harryhausen). Las formas más pegadas a la tradición de las ghost stories son las que acaban triunfando, como si Irvin se sintiera más cómodo con ellas que con los puntuales golpes de efecto que tiene que introducir para resaltar los truculentos maquillajes, y que tanto se llevaban, a fin de “meter miedo” al espectador. Pero, a la hora de la verdad, lo que realmente funciona en Historia macabra son sus apuntes más góticos: el relato de Sears James (Houseman) a la luz rojiza de la chimenea que brinda a sus viejos colegas de la Sociedad Gastronómica de Milburn, Nueva Inglaterra, con ese inserto irreal del hombre atrapado dentro de su ataúd y arañando la tapa del mismo…; el rostro borroso de la muchacha –Eva (Alice Krige)– que aparece en la antigua foto de la Sociedad Gastronómica; el grito de terror de Eva/Alma, sumergida en la bañera, evocando un horror de su pasado; la visualización, dentro un largo flashback de estética retro, de ese mismo horror: la cruel escena de la muerte de Eva, todavía viva y atrapada en el asiento trasero del coche arrojado al lago (idea que, como apuntara José María Latorre, sería retomada, tal cual, por Brian de Palma para En nombre de Caín, 1992); el fantasma de Eva arrastrando el blanco vestido de novia que nunca llegó a utilizar mientras baja las escaleras… La película se beneficia mucho de sus intérpretes, en particular una extraordinaria Alice Krige –para mi gusto, la mejor encarnación que ha tenido en cine Mary Shelley, en la curiosa Haunted Summer (Ivan Passer, 1988)–, cuyas miradas ambiguas transmiten toda la turbulencia interior de su personaje: pocas veces un desnudo de mujer ha resultado tan poco erótico y, por el contrario, tan inquietante, gracias a la labor gestual y corporal de la actriz.
Me gusta la película, aunque creo que la novela en que se inspira daba para más. Con Straub me ocurre que algunas de sus novelas me parecen un plomo, y otras geniales. Con "Fantasmas" me ocurrió, hace mucho tiempo, un poco de lo uno y de lo otro. Volviendo a la película, no me parece despreciable, aunque el final es demasiado apresurado. Y coincido en el aprecio al "Shiner" de Irvin y a Alice Krige. Ella es sin duda lo mejor de la película, es a la vez tremendamente atractiva y de lo más inquietante.
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