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sábado, 18 de julio de 2020

Caza al asesino: “LOS OJOS DE UN EXTRAÑO”, de KEN WIEDERHORN




Por más que, por regla general y salvo honrosas excepciones, Los ojos de un extraño (Eyes of a Stranger, 1981) suele incluirse dentro del género/ subgénero/ variante genérica del slasher, lo cierto es que, en la práctica, está más cerca del thriller de “suspense” más tradicional, con una mirada que recuerda, por temática y determinados recursos visuales, al Hitchcock de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) y, vagamente, también al de Psicosis (Psycho, 1960), con toques sacados del cine de Brian de Palma y de lo que se conoce como rape & vengeance. Buena prueba de ello reside en que, si creemos las informaciones de su producción que circulan al respecto, esta pequeña película dirigida por Ken Wiederhorn y distribuida por Warner Bros. se rodó, inicialmente, como ese thriller de “suspense” que, insisto, en el fondo es, y fue como consecuencia de la oleada de exitosos slashers desatada por las franquicias creadas por La noche de Halloween y Viernes 13 que los productores de Los ojos de un extraño decidieron aumentar sobre la marcha sus dosis de violencia y efectos de maquillaje gore (estos últimos a cargo del especialista Tom Savini); trucajes sanguinolentos que, por cierto, luego tuvieron que ser suavizados/ recortados/ eliminados, según los casos, a fin de impedir que el film se estrenara en salas bajo el estigma de la calificación moral “X” (sic), exclusivamente para mayores de edad, y que, por si alguien no lo recuerda, en aquellos tiempos podía condenar a una película al ostracismo.



Ken Wiederhorn, conocido sobre todo por los aficionados al cine fantástico por Shock Waves (1977), que comenté en este mismo blog (1) –fragmentos de la cual aparecen, fugazmente, reproducidos en un monitor de televisión–, y por La divertida noche de los zombies (Return of the Living Dead Part II, 1988) –que no es sino la secuela de El regreso de los muertos vivientes (The Return of the Living Dead, 1985, Dan O’Bannon)–, consiguió con Los ojos de un extraño el film más relativamente interesante de los que he visto con su firma. Sin ser, ni mucho menos, una obra excepcional, atesora numerosos elementos que le confieren una cierta personalidad propia en el contexto del cine de terror norteamericano de entre finales de los años 70 y primeros 80 del pasado siglo, empezando por el hecho de que, a mi entender, ni es un slasher ni, tampoco, un auténtico film de terror, por más que la presencia recurrente de un serial killer en su trama argumental lo empariente, temáticamente, con Norman Bates, Leatherface, Michael Myers, Jason Voorhees y su numerosa descendencia. La trama gira, principalmente (aunque no exclusivamente), alrededor de Jane Harris (Lauren Tewes), una locutora de televisión de Miami que se obsesiona con la idea de descubrir y capturar a un misterioso asesino en serie que se dedica a violar y asesinar a mujeres, aunque algunos hombres también caen, víctimas de su furia homicida, por hallarse en el momento equivocado y en el lugar equivocado.


Uno de los primeros puntos interesantes de Los ojos de un extraño es que, aproximadamente dentro del primer tercio del relato, descubrimos la identidad del asesino: Stanley Herbert (John DiSanti), personaje que casi comparte protagonismo con el de Jane. Naturalmente, en un primer momento podemos pensar que Jane está siguiendo una pista equivocada (es decir, que nos hallamos ante el típico truco de guion para despistar), cuando empieza a sospechar de Stanley por el mero hecho de que no es un hombre agraciado: solitario, gordo, con gruesas gafas de pasta y peinado de una manera que parece que usa bisoñé. Pero, a partir del momento en que, en efecto, le vemos cometiendo nuevos asesinatos, y ya no nos cabe la menor duda de que él es el asesino, el quid de la película deja de ser el saber quién es el asesino, sino el cómo lo van a atrapar. Y, si bien es verdad que la malignidad de la psicopatía homicida de Stanley es incuestionable, no es menos cierto que, en un momento dado, el film se mira con no menos mordacidad la malignidad inherente a la propia Jane, la cual, en su afán de atrapar al criminal, hace gala de un comportamiento a ratos digno de una perturbada aun con la excusa de que, con ello, tan solo pretende capturar a un delincuente y, en el fondo, purgar un hecho traumático de su pasado: Jane vive con su hermana menor Tracy (Jennifer Jason Leigh), una adolescente que se quedó ciega y muda como consecuencia de una terrible experiencia de la infancia de ambas: siendo niñas, Jane (Amy Krug) descuidó la vigilancia de Tracy (Tabbetha Tracey), la cual fue secuestrada y violada, perdiendo la vista y el habla a modo de secuela de dicha agresión; desde entonces, una remordida Jane ha convertido en una obsesión personal la protección de Tracy y la cruzada contra los delincuentes con motivaciones sexuales (véase, por ejemplo, cómo, cuando hace su trabajo como locutora de informativos televisivos en directo, acostumbra a “salirse del guion” ante las cámaras profiriendo agresivas opiniones personales cada vez que en el noticiero se informa sobre los nuevos crímenes del asesino).


Curiosamente, como digo, Los ojos de un extraño se desmarca notablemente del slasher de la época a pesar de que su guion está escrito por Ron Kurz, usando aquí el seudónimo Mark Jackson; lo digo porque Kurz fue guionista no acreditado de la primera entrega de Viernes 13 firmada en 1980 por Sean S. Cunningham y luego intervendría en los libretos de la segunda, tercera y cuarta entregas de la franquicia. Esa descripción en paralelo de las sanguinarias correrías del asesino Stanley y de las pesquisas e intromisiones de la obsesionada Jane con tal de dar con él le proporcionan al relato un trasfondo psicológico algo tosco, si se quiere, pero a pesar de ello sugestivo. Resulta sugerente, como ya he apuntado, que Los ojos de un extraño se detenga en la obsesión de Jane, esforzándose en explicarnos sus motivaciones vía el preceptivo flashback, y que, en cambio, no ofrezca la menor “explicación racional” en torno a las de Stanley para matar, mostrándolo sencillamente como lo que, en el fondo, es: una persona enferma fruto, acaso, de una sociedad enferma, en lo que puede verse, salvando las distancias, un pequeño precedente de los futuros tratamientos de la psicopatía criminal a cargo de David Fincher. De hecho, en las escenas en las cuales Jane acosa telefónicamente a Stanley –las cuales guardan ecos, también salvando las distancias, de lo que planteaba William Castle en Jugando con la muerte (I Saw What You What You Did, 1965)–, se produce una inesperada inversión de estereotipos: la mujer, víctima en potencia del asesino en serie según la convención establecida, incomoda al asesino perturbándolo directamente en la intimidad de su vivienda.


Es una pena que semejante material con posibilidades cayera en las manos de un realizador tan funcional y poco inspirado como Ken Wiederhorn, por más que, pocas dudas caben, el resultado se eleva bastante por encima de la media de su mediocre filmografía. Pese a todo, y a pesar de no pocos momentos resueltos, incluso, con vulgaridad, hay instantes en los cuales la película apunta lo que pudo haber sido de haber contado con un director más personal e implicado en lo que narraba. Hay escenas de asesinato resueltas de manera rutinaria, como por ejemplo la muerte de la bailarina de striptease en la ducha, por más que Wiederhorn tenga al menos la decencia de no hacer del todo evidente el guiño a la mencionada Psicosis y resuelva la escena de forma elíptica. Hay, en contrapartida, secuencias rodadas con cierto vigor y esporádico ingenio: la del asesinato de la chica rubia en su apartamento, precedido del de su novio, que la está esperando mientras ella se cambia de ropa (hay aquí un plano logrado: aquel que muestra la decapitación del novio, sentado en el sofá, y atacado por la espalda por Stanley con un enorme cuchillo de cocina, que vemos reflejada en el cristal de la pecera…, a cuyo interior irá a parar la cabeza cortada del novio); la secuencia del asesinato de la empleada de una oficina que se ha quedado sola y recibe llamadas amenazadoras de Stanley; la de la pareja de amantes que se están sobando dentro del coche, y tienen la mala fortuna de coincidir con el asesino justo cuando este está intentando deshacerse del cadáver de aquella oficinista; y, en particular, el clímax en el apartamento de Jane y Tracy, con Stanley intentado violar y asesinar a esta última, y que atesora otro de los mejores momentos de la función: Tracy, que ha recuperado parte de la vista que perdió de niña como consecuencia de esta nueva agresión sexual (un trauma cura otro trauma), aprovecha un momento en que cree haber dejado a Stanley sin sentido para ver, por primera vez ante un espejo, su cuerpo semidesnudo de mujer joven; dejando aparte la extraña especialización de Jennifer Jason Leigh en personajes de mujeres violadas ya desde estos primeros años de su carrera, la escena se beneficia de la excelente interpretación de la actriz que, con tan solo 20 años, todavía no incurría en sus excesos y tics posteriores, y que no superaría hasta alcanzar su actual madurez como intérprete.


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