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lunes, 13 de febrero de 2017

A vueltas con la negritud: “LOVING” + “FIGURAS OCULTAS”


[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LAS TRAMAS DE ESTOS FILMS.]


Sr. y Sra. Loving: Loving (ídem, 2016), de Jeff Nichols. Tiene razón el amigo Roberto Morato cuando, en su crítica de este mismo film publicada en el núm. 473 de Dirigido por… (enero 2017) (1), comenta que hay una secuencia que, en sí misma considerada, resume a la perfección el sentido y el espíritu de esta película. Nos referimos a aquélla que reproduce el momento en el que el fotógrafo de la revista Life Greg Villet (Michael Shannon) llevó a cabo un reportaje gráfico para esa publicación fotografiando al matrimonio formado por Richard (Joel Edgerton) y Mildred Loving (Ruth Negga), en la intimidad de su hogar. La naturalidad con la que la pareja posa para la cámara de Villet, la cotidianeidad de las imágenes conseguidas por el fotógrafo, se convierte en el mejor, más sencillo y emotivo alegato contra el racismo que, en la vida real, estuvo a punto de destrozar la vida de los Loving, una pareja que, a fin de cuentas, tan solo se limitaron a hacer lo que, para ellos, era lo más natural del mundo: quererse.


Por comparación con el resto de lo que conozco de la filmografía del interesante Jeff Nichols –no he visto su ópera prima, Shotgun Stories (2007)–, Loving carece de la atmósfera inquietante de Take Shelter (ídem, 2011) y Midnight Special (ídem, 2016), o de la violencia contenida de Mud (ídem, 2012), por más que, a ratos, atesore espléndidos momentos de inquietud y haya en ella excelentes escenas soterradamente violentas. El enfoque es otro, pero, al mismo tiempo, Loving es una depuración del estilo desarrollado hasta la fecha por el cineasta de Arkansas, el cual, a mi entender, halla aquí su expresión más bella y perfecta. Hay en Loving ecos del Clint Eastwood más cercano al substrato del Americana –pienso en El aventurero de medianoche (Honkytonk Man, 1982), Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the Garden of Good and Evil, 1997), Mystic River (ídem, 2003), Million Dollar Baby (ídem, 2004), Gran Torino (ídem, 2008), J. Edgar (ídem, 2011), Jersey Boys (ídem, 2014) o El francotirador (American Sniper, 2004)–, sobre todo lo que se refiere al tratamiento de la luz y la construcción de los encuadres, con la diferencia, sutil pero palpable, de que Nichols pone el énfasis de la puesta en escena de Loving en la naturalidad, o si se prefiere, el naturalismo.


Ese tono natural es el que expresa, en toda su sencilla magnitud, o si se prefiere, magnífica sencillez, la intensidad de muchos momentos. Pienso, sin ir más lejos, en la primera secuencia: Mildred le dice a su novio Richard (extraordinarios Ruth Negga y Joel Edgerton) que está embarazada, y él acepta la noticia como lo que es: lo más normal del mundo en una pareja que se quiere. Sin aspavientos, con una notoria sobriedad, pocas escenas después Richard lleva a Mildred a un descampado y le enseña el lugar donde construirá la casa donde vivirán cuando se casen. A partir de aquí, cada gesto, cada mirada, cada comportamiento de los personajes está regido por ese tono que, sin levantar nunca la voz, expresa sutilmente muchas cosas. La pareja se casa, discretamente, en un juzgado de otro estado –Washington–, puesto que en el que viven ellos, y en la época en la que arranca esta historia inspirada en hechos reales –Virginia, 1958–, el matrimonio interracial estaba prohibido. No lo he mencionado hasta ahora porque, al igual que les ocurre a los protagonistas, y tal y como lo expresa Nichols con su manera de narrar, este detalle no tiene, o no debería tener, la más mínima importancia: Richard es blanco, y Mildred, negra.


Pero, por desgracia para los protagonistas, esa circunstancia es fundamental para su entorno, tanto para aquellos que, por una mera cuestión racial, les repugna su unión, como incluso para sus allegados más directos, que culpan a esa misma circunstancia de no poder llevar a cabo lo que rigen las viejas tradiciones. Es evidente la motivación racista del sheriff Brooks (Marton Csokas) cuando detiene a los Loving, pues es el perro guardián de una ley que considera una afrenta a la supuesta superioridad blanca el hecho de que un caucásico “se rebaje” pretendiendo compartir, ¡aunque sea legalmente!, el resto de su vida con una mujer “de color”. Pero no resulta menos lógico el reproche pueril de Garnet Jeter (Terri Abney), la hermana pequeña de Mildred, que no comprende que, para su seguridad, no la hayan dejado acompañarles a Washington para asistir a su boda ante el juzgado. Nichols equipara, así, la represión institucional de la relación de los Loving y la presión familiar establecida por las costumbres establecidas, exponiendo la idea de un entorno hostil que puede tener, como vemos, más de una cara, la pública y la privada, la institucional y la familiar, pero que, en definitiva, opera con carácter represivo.


La placidez es la tónica predominante en una puesta en escena donde, por regla general, predominan los encuadres abiertos y reposados, y hasta los primeros planos de los rostros de los personajes duran más de lo que suele ser habitual hoy en día. Uno de los escasos momentos en los que esa serenidad se rompe, para dejar paso a una planificación más corta, más agresiva, es, no por casualidad, para mostrar una carrera amateur de coches que tiene lugar en una de las primeras secuencias de la película. La misma evoca, a mi entender deliberadamente, la planificación de una mítica escena de Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955, Nicholas Ray) –un film citado, asimismo, y con parecida carga simbólico-metafórica, en la reciente La ciudad de las estrellas (La La Land) (2)–, sugiriendo así la condición de la pareja protagonista, rebeldes que no pretenden serlo, abanderados de una causa –la defensa de los derechos civiles de la población afroamericana– que, en cierto sentido, no es la suya, porque no va con ellos, personas pacíficas, normales-y-corrientes (para entendernos), que tan solo pretenden vivir en paz sin molestar a nadie y sin que les molesten.


Es posible que se le pueda reprochar a Loving una falta de mayor profundidad en esa, digamos, temática de fondo antes señalada: a pesar de que –tal y como se apunta en el film– los Loving fueron voluntariamente utilizados como abanderados por esa histórica reivindicación de derechos de la población negra norteamericana contraria a la segregación, la película mantiene el relato siempre desde el punto de vista de los protagonistas, de tal manera que tanto esa lucha como, en general, todo lo que les pasa por culpa de la injusticia que les impedía vivir en su Virginia de origen durante 25 años por el mero hecho de ser un matrimonio interracial, es, en todo momento una especie de “ruido de fondo” que solo importa cuando interfiere en la felicidad conyugal, la vida privada, de los protagonistas. De este modo, Loving guarda un meritorio equilibrio entre lo “objetivo” y lo “subjetivo”, la recreación de hechos históricos y la descripción psicológica. Al entender de quien esto suscribe –y, como siempre, sin ánimo de pontificar–, Loving es la mejor película hasta la fecha de Jeff Nichols.



Mujeres y negras: Figuras ocultas (Hidden Figures, 2016), de Theodore Melfi. Al contrario que Loving, Figuras ocultas sí que pone énfasis –y mucho– en el carácter reivindicativo de lo que narra, basado, asimismo, en hechos reales. La película reconstruye –quizá sería más adecuado escribir dramatiza– la historia real de tres mujeres afroamericanas, la matemática Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), la programadora Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y la ingeniera Mary Jackson (Janelle Monáe), cuya contribución en sus respectivas áreas profesionales resultó decisiva para el éxito de la misión espacial de la NASA que, en 1962, puso en órbita alrededor de la Tierra al cosmonauta estadounidense John Glenn (encarnado en el film por Glen Powell). De hecho, la primera secuencia arranca, al respecto, con tal fiereza política, que hace incurrir a la película –supongo que deliberadamente– en un insólito anacronismo: las protagonistas se dirigen en el coche de una de ellas, Dorothy Vaughan, hacia las instalaciones de la NASA; el coche se avería, y eso les obliga a parar mientras Dorothy intenta arreglar la avería; un agente de policía, blanco, se les acerca porque le parece “sospechoso” que tres “negras” estén paradas solas, sin hombres, en medio de la carretera; cuando las protagonistas le informan de que las están esperando en la NASA, el agente accede a escoltarlas, para asombro de la más joven de las tres, Mary Jackson, que exclama: “¡Un agente de policía escoltando a tres mujeres negras en 1961!” (sic).


Ni que decir tiene que la descripción de los primeros días de trabajo de estas mujeres en la NASA no es sino el certificado del oprobio que las auténticas Katherine G. Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson tuvieron que sufrir a causa de su raza: Katherine ocupa la plaza de matemática suplente que necesita el jefe de operaciones de la NASA Al Harrison (Kevin Costner), y, nada más llegar a la oficina de este último, lo primero que hacen allí es darle una papelera para que la vacíe, convencidos de que es la mujer de la limpieza…; Dorothy Vaughan está al frente de un grupo de secretarias, todas negras, en calidad de supervisora…, a pesar de que se trata de una función para la cual no ha sido contratada, y por la que no cobra absolutamente nada; y Mary Jackson trabaja como secretaria en el departamento de ingeniería aeroespacial, a pesar de tener las mismas cualificaciones que sus superiores y compañeros de trabajo. No obstante, la genialidad de Katherine con las matemáticas, de Dorothy con la programación de los primeros ordenadores IBM (cuando todavía se los llamaba “computadoras”), y de Mary con la ingeniería, servirá para que sus méritos sean debidamente reconocidos.


La evolución de los personajes de Katherine, Dorothy y Mary, lo que las lleva de ser menospreciadas a estar consideradas figuras fundamentales en la carrera aeroespacial norteamericana de aquellos años, está punteada por su confrontación con personajes o situaciones que marcan un antes y un después. La película se detiene, sobre todo, en la figura de Katherine Johnson, una viuda con tres hijos y superdotada para las matemáticas desde su más tierna infancia, que consigue resolver lo aparentemente irresoluble –garantizar con el máximo de seguridad el lanzamiento de John Glenn al espacio, que su cápsula girará en órbita alrededor de nuestro planeta en vez de perderse en el espacio, y sobre todo, que el cosmonauta podrá regresar a la Tierra sin morir incinerado–, a pesar de las insoportables trabas que le acarrea su color de piel. Por ejemplo, el lavabo “solo para mujeres de color” está en otro edificio del complejo de la NASA, a un kilómetro de la oficina de Al Harrison, lo cual obliga a Katherine a ir y venir corriendo con sus libros de cuentas bajo el brazo a fin de no perder demasiado el tiempo…, y aun así esa operación le supone ausentarse de la oficina una hora diaria. Situación a la que se pondrá fin cuando, tras una queja airada de Katherine, harta de tener que pegarse esas carreras para ir al lavabo, o de beber de una cafetera “solo para negros” en la que a veces ni siquiera hay café, Harrison arranque a golpes el cartel del lavabo del edificio que especifica que es “solo para blancos”, decidiendo así que todo el personal, sea de la raza que sea, mee allí por igual… No me parece casual, en este sentido, que el papel de Harrison corra a cargo de Kevin Costner, actor que en estas últimas décadas ha representado una especie de ideal de la caballerosidad made in USA.


Por su parte, Dorothy tiene que hacer frente a la intransigencia de Vivian Mitchell (Kirsten Dunst), la encargada, blanca, de supervisar el trabajo de las secretarias de la NASA, y que desde el primer momento se mira con malos ojos a la primera por el color de su piel. Situación que se invertirá hacia el final del metraje, cuando Vivian acabe reconociendo, sinceramente, la enorme valía de Dorothy, y al hablar o dirigirse hacia ella, deje de tutearla, con desprecio, para pasar a llamarla “Sra. Vaughan”. No menos problemas que sus amigas tiene Mary en su departamento por el mero hecho de ser negra, pero, en el caso de Mary, sus conflictos laborales están dibujados por la vía del humor: el primer día que la joven entra en la sección de ingeniería donde se efectúan pruebas de resistencia a las corrientes de aire de los prototipos, el tacón de uno de sus zapatos se engancha en el enrejado del suelo, obligándola a dejar allí ese calzado y a trabajar el resto del día con un pie descalzo…


Figuras ocultas es, qué duda cabe, una diatriba contra el racismo que asoló los Estados Unidos de la época de la segregación; diatriba narrada, además, siguiendo fielmente todas y cada una de las convenciones del biopic, un género, subgénero o variante genérica estrechamente relacionado con otros géneros convencionales, como el melodrama o el bélico, que algún día bien merecería un estudio en profundidad, en vez del desprecio con el cual se lo suele despachar. Pero, por más que Figuras ocultas sea un biopic, y además convencional, eso no significa en absoluto que nos hallemos ante una mala película. Por el contrario, sorprende la buena mano del realizador y coguionista Theodore Melfi para dosificar esas convenciones, dando como resultado un film melodramático elegante, bien contado, agradable de ver, excelentemente interpretado y, por momentos, emotivo, a pesar de cierta blandura de formas (y de fondo).


Aparte del tema del racismo, Figuras ocultas narra en segundo término otro discurso, o si se prefiere, lanza otra diatriba: una reivindicación, en este caso, del papel social de la mujer. A través del personaje de Mary Jackson, se apunta algo más que el “problema” de ser negra, y de querer trabajar en un trabajo “de/ para blancos”, en la Norteamérica de la segregación. El marido de Mary, Levi (Aldis Hodge), no quiere que su esposa trabaje en la NASA, no tanto por el hecho de que sea negra y, por tanto, tema de que algún blanco imbécil pueda meterse con ella, sino sobre todo por el hecho de que es mujer y ese-no-es-un-trabajo-para-mujeres. El caso de Mary no es el único: Katherine que, como ya hemos dicho, es viuda, está siendo cortejada por un militar, asimismo, de raza negra, el coronel Jim Johnson (Mahershala Ali), que la pretende; pero, al principio, Katherine rechaza las insinuaciones de Jim, porque le parece demasiado posesivo, ergo, machista… Y, en lo que se refiere a Dorothy, buena parte del hecho de que, al final, Vivian Mitchell acabe respetándola es que, con su trabajo, no solo está reivindicando a la gente de su raza, sino al género femenino en general, Vivian incluida. En resumidas cuentas, Figuras ocultas no es solo un film de/ sobre la negritud, sino también sobre la mujer.    

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2017/01/la-reinvencion-del-musical-la-ciudad-de.html

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