[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] A la hora de ver, y
apreciar, Deadpool (ídem, 2016, Tim
Miller) parto al mismo tiempo de una desventaja y de una ventaja. Desventaja:
nunca he leído ni un solo cómic de las aventuras de Deadpool, creado en 1991
por Rob Liefeld y Fabian Nicieza, y también conocido en España como Masacre
(sic). Con lo cual, soy incapaz de decir si la película de Tim Miller es o no
una buena, mala o regular adaptación de un original gráfico que, como lector de
cómics, me resulta completamente ajeno. A ello hay que añadir que, en el caso
de que en el film haya guiños/ alusiones/ referencias a los cómics, dirigidos a
los connaiseurs de los mismos, todo
ello se me ha pasado absolutamente por alto. Ventaja: precisamente el ignorarlo
todo sobre el cómic me ha permitido acercarme al film con “ojos vírgenes” y una
mirada relativamente “limpia” (y subrayo lo de la relatividad, pues ya son
muchos años viendo cine en general, y de superhéroes en particular), teniendo
una idea previa lo suficientemente borrosa como para que la película pudiera
convencerme por sí misma. Y así ha sido: con todas sus insuficiencias y
defectos, que los tiene, Deadpool: the
movie me ha parecido un interesante film.
Pese
a todo, tampoco vi la película completamente “desarmado”: como mínimo, tenía
constancia de la fama de iconoclasta, cínico, amoral y poco convencional del
original gráfico. Y lo cierto es que, nada más empezar el film, y con
independencia (vuelvo a insistir) de si es o no es fiel-al-original, la primera
secuencia de Deadpool es toda una
declaración de principios: mientras se suceden unos sarcásticos títulos de
crédito, que entre otras lindezas nos informan de que la película está
protagonizada –al menos, en su traducción al castellano– por “un pibón de tía” (aludiendo a Morena
Baccarin), asistimos a la aparatosa situación que vive Deadpool (Ryan Reynolds)
dentro de un coche que va dando giros y giros en el aire a cámara lentísima,
hasta destrozarse por completo. Toda esa larga primera secuencia, consistente
en un enfrentamiento de Deadpool contra la banda mafiosa dirigida por otro
superdotado como él, Ajax (Ed Skrein), y que culmina con la aparición de un par
de componentes de los X-Men, Coloso (voz de Stefan Kapicic) y una adolescente
que responde al apabullante nombre de Negasonic Teenage Warhead (Brianna
Hildebrand), establece las pautas de elevada violencia, lenguaje soez, humor
burlón y distanciamiento narrativo que van a presidir el grueso del metraje.
Lo
mejor de Deadpool es, precisamente lo
que, sospecho, menos ha gustado de este film dinámico e iconoclasta, que en el
contexto actual del cine de superhéroes se presenta como una alternativa
heterodoxa que consigue, por la vía de ese humor distanciante, lo que, salvando
las distancias, también lograron, en su caso por la de la ironía más cruel y paradójica,
Alan Moore y Dave Gibbons con Watchmen
(algo que tan bien supo captar Zack Snyder en su versión cinematográfica
homónima de 2009 –1–): brindar una
epopeya súper-heroica desagradable y anti-heroica. Al menos –insisto de
nuevo– en su adaptación a la pantalla, Deadpool es la antítesis del superhéroe
noble, honrado, altruista, desinteresado y amigo de ayudar a la comunidad; no
es, para entendernos, ni el semidiós Superman ni su amigo y vecino Spiderman;
y, a pesar de que sus orígenes están marcados por el dolor y la tragedia,
carece de la aureola trágica y noir
de Batman.
Por
el contrario, Deadpool, que en su vida civil responde al nombre de Wade Wilson,
es un exmercenario (o sea, un exasesino a sueldo) que, al principio del largo flashback que cubre el primer tercio del
relato y nos detalla su conversión en (es un decir) “superhéroe”, se gana la
vida dando de hostias a aquellos que no pagan puntualmente sus deudas a los
prestamistas que le contratan para poner en vereda a los deudores. Más tarde,
vemos cómo se enrolla con una mujer tan lumpen como él, una guapa bailarina de striptease llamada Vanessa (Baccarin; ya
saben: “el pibón”); pero su relación sale bien, se enamoran e incluso planean
casarse, hasta que sucede algo que trastoca todos sus planes: Wade sufre un
cáncer incurable que va a acabar con su vida en muy pocos meses. Desesperado,
abandona a Vanessa, incapaz de soportar que ella tenga que asistir impotente a
su decadencia física y su fallecimiento inevitable, y accede a someterse a un
atroz experimento ilegal, supervisado por el mencionado Ajax y su fornida
ayudante mutante Angel Dust (la simpática pero inexpresiva Gina Carano), del
cual renacerá curado y convertido en Deadpool, si bien dispuesto a vengarse de
los torturadores que han deformado su cuerpo a costa de haberle transformado en
un superdotado.
De
la lectura de esta sinopsis se deduce que el interés de Deadpool no se deriva de lo que plantea, una trama de venganza
convencional como pocas. Ya he mencionado que lo mejor del film no reside en lo
que cuenta (más bien vulgar), sino en el cómo lo cuenta. En este sentido, el
realizador debutante Tim Miller proporciona una bastante agradable sorpresa por
su manera, fresca y desenfadada, pero a ratos muy elaborada, con que resuelve
esta nueva epopeya súper-heroica made in
Marvel que no solo no tiene nada que ver con el tono general del grueso de
la producción “marvelita” para el cine hasta la fecha, sino que termina
haciendo gala de una singular personalidad propia gracias a esa forma jocosa de
mirar a personajes y situaciones, y sobre todo, de mirarse a sí misma como
“película de superhéroes” con sentido de la autoconciencia. El humor de Deadpool: the movie recuerda a ratos el
demostrado, años atrás, por el hoy olvidado Richard Lester, quien en su momento
hizo un par de disolventes aportaciones progresivamente humorísticas a la
franquicia de Warner dedicada al Hombre de Acero, muy suaves en comparación con
Deadpool, por descontado, pero de
similar espíritu subversivo. Pero lo que en Lester era el resultado de una
impostura, incluso de un completo descreimiento (en su época, llegó a declarar
que ni leía cómics ni le gustaban…), en Miller es el resultado, por el
contrario, de un amor al cómic que, no obstante, no está reñido con el sentido
del humor.
De
acuerdo que las referencias meta-fílmicas de Deadpool tienen gracia: las alusiones chistosas a la franquicia
cinematográfica de la Fox dedicada a los X-Men; las coñas lanzadas al
intérprete fílmico de Lobezno, Hugh Jackman; las bromas que Ryan Reynolds se
dedica a sí mismo proclamando lo mal actor que es (que lo es); las escenas de
los títulos de crédito finales, con Deadpool enmascarado y con albornoz (sic)
dirigiéndose directamente a los espectadores mirando hacia la cámara, tal y
como hace en numerosas ocasiones a lo largo del film; etcétera, etcétera. Pero
todo eso, que está bien en sí mismo considerado, no sería absolutamente nada si
no viniera refrendado por un trabajo de realización interesante, y es aquí
donde la película gana enteros y da realmente la sorpresa.
Señalo,
en primer lugar, algo que acabo de apuntar: que Wade/ Deadpool se dirige varias
veces hacia el público, un truco narrativo distanciante que no es sino una
herencia de viejas figuras teatrales como el coro griego o el aparte; además de
por sus posibilidades humorísticas, en cuanto vemos en esos apartes al
protagonista comentando él mismo y en voz alta las jugadas, su inserción (bien
dosificada, además) permite ver el film “desde fuera”, hasta el punto de
erigirse, junto con la ya citada Watchmen
e incluso con otras películas de superhéroes, digamos, “apócrifas” como Darkman (ídem, 1990) o El protegido (Unbreakable, 2000, M.
Night Shyamalan), en una de las más curiosas auto-digresiones que hasta la
fecha se haya hecho a sí mismo el cine de superhéroes. Por otro lado, esas “confesiones
a cámara”, ¡que en ocasiones interrumpen a veces las escenas de acción! (véase
de nuevo, sin ir más lejos, la secuencia inicial en la autopista), están
incluso integradas directamente en la narración, como si la cámara estuviera
realmente presente en aquellas escenas que retrata; hay un gran momento al
respecto: esa escena en la que Deadpool se reencuentra con el reclutador (Jed
Rees) al servicio de Ajax que le convenció para someterse al tratamiento contra
el cáncer, y le da su merecido…, no sin antes apartar él mismo la cámara de
ellos, mientras le dice al público: “Mejor
que no vean esto…”.
Por
otro lado, Miller demuestra una considerable destreza en la resolución de las
escenas de acción, caso de la repetida mencionada del principio, la feroz pelea
cuerpo a cuerpo de Wade y Ajax en el laboratorio en llamas, o la consabida “batalla
final” que enfrenta a Deadpool, Coloso y la mutante adolescente de nombre
impronunciable contra Ajax, Angel Dust y sus secuaces en el muelle. Asimismo,
la captación de ambientes degradados, como el bar de moteros que regenta el
mejor amigo de Wade, Weasel (T.J. Miller), el local de striptease donde trabaja Vanessa, o el humilde apartamento donde
Wade y Vanessa conviven, confiere al film una capa de sordidez que no habíamos
visto en una película “súper-heroica” desde, de nuevo, Watchmen o incluso El
caballero oscuro (The Dark Knight, 2008, Christopher Nolan). Desde luego
que hay momentos en que la pescadilla se muerde la cola, y el humor de Deadpool
no siempre funciona, haciéndose excesivamente repetitivo, cuando no demasiado
de brocha gorda: cf. el chiste fácil a costa del escote de Gina Carano durante
la pelea de Coloso contra Angel Dust. Pese a todo, resulta comprensible el
entusiasmo generado ante este film que, cierto es, no se pliega antes las
convenciones habituales del cine de superhéroes, por más que no termine de
abandonarlas del todo, sobre todo en el tercio final de su metraje. ¿Habrá más
audacia en las ya anunciadas secuelas del invento? Esperémoslo.
(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2009/04/el-caballero-oscuro-vs-watchmen-el.html
Otro análisis de “Deadpool”
en:
esa escena final, con albornoz y pidiendo al publico que se vaya ya, es un guiño a TODO EN UN DIA / FERRIS BUELLER'S DAY OFF, explicita y literalmente (incluso la cancioncita).
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