[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Vaya por delante que, a pesar o incluso por encima del hecho de
que El lobo de Wall Street (The Wolf
of Wall Street, 2013) relate una historia (así la definen) “excesiva”, o
considerada como tal, el film en sí mismo no lo es en absoluto. Lo digo porque
existe cierta tendencia a considerar “excesiva” una película por el mero hecho
de que narra una historia protagonizada por personas amigas de los (así se los
llama) “excesos”, apelativo bajo el cual se agrupa a los adictos al alcohol y
las drogas en grandes cantidades. Asimismo, vaya por delante la cuestión de la
coherencia de este film de Martin Scorsese con el conjunto de su filmografía: El lobo de Wall Street vuelve a ser, de
nuevo, la descripción de la ascensión-y-caída de un arribista que se mete en un
juego que cree dominar y que acaba volviéndose en su contra; en este sentido,
el Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) de El
lobo de Wall Street guarda una estrecha relación sobre todo con el Henry
Hill (Ray Liotta) de Uno de los nuestros
(Goodfellas, 1990) —comparten incluso el procedimiento gracias al cual salen
más o menos bien librados de sus problemas: la delación—, pero también con el
Sam “Ace” Rothstein (Robert De Niro) de Casino
(ídem, 1995), los tres inmersos en un negocio que en un momento dado les
sobrepasa, con la diferencia de que los dos mencionados en último lugar son
conscientes desde el principio de que están metidos en un asunto criminal, y
además peligroso, mientras que en Belfort hay algo de esa entusiasta
inconsciencia, o digámoslo mejor, estupidez sin límites que también
caracterizaba a Robert Pupkin (Robert De Niro), el demente arribista que
centraba la acción del que, al menos hasta la llegada de El lobo de Wall Street, era el más corrosivo comentario social que
hubiese pronunciado nunca Scorsese: El
rey de la comedia (The King of Comedy, 1982); no es que Belfort ni Pupkin
no sean conscientes de la ilegalidad de sus acciones: sencillamente, eso les
trae sin cuidado… Pero, más allá de esta coherencia temática, que no tendría
(ni tiene) más valor que el anecdótico si no fuera porque viene respaldada,
digámoslo ya, por una puesta en escena de enorme brillantez e inventiva,
avancemos también que El lobo de Wall
Street me parece la mejor de las hasta la fecha cinco colaboraciones de
Scorsese con Leonardo DiCaprio —superior, incluso, a la magnífica Shutter Island (ídem, 2010)— y una obra
maestra del cine.
Sin perjuicio,
vuelvo a insistir, de lo brillante de la labor de Scorsese tras las cámaras,
hay que reconocer que El lobo de Wall
Street se beneficia mucho del excelente guión escrito por Terence Winter,
dicho sea sin perjuicio de la espléndida manera como el ya veterano realizador
ha sabido captar las posibilidades del mismo y potenciarlas al máximo, y al
mismo tiempo dándoles un tratamiento muy personal. No se trata de discutir la
“autoría” del cineasta, sino sencillamente de constatar el hecho de que la
película es una feliz conjunción de talentos. Sea como fuere, y por más que las
primeras escenas del film puedan dar a entender lo contrario —esa corta primera
secuencia en las oficinas de la empresa de Belfort, en la cual vemos al
protagonista y sus ayudantes enfrascados en una loca celebración cuyo punto
culminante es el lanzamiento de un enano con casco contra una diana (sic)—,
reitero que la forma que tiene Scorsese de filmar ese y todo el resto de
“excesos” es, por el contrario, muy frontal,
casi serena; el realizador brinda todas las “escenas de juerga” con encuadres
muy precisos y en absoluto con apariencia de improvisados; no hay, por ejemplo,
los consabidos planos cámara en mano a la altura de los actores, de manera que
la cámara sea “uno más” en la escena; y es que una cosa es, repito a riesgo de
ponerme pesado, que el realizador muestre los “excesos” de personajes asimismo
“excesivos” y otra muy diferente que todo ese “exceso” se contagie a la
construcción de los encuadres utilizados para mostrarlo. No es el caso:
Scorsese sabe mantener un equilibrio magistral en la visualización de todo ese
delirio, de manera que hace partícipe al espectador del caótico mundo donde se
mueven los personajes, transmitiéndole la alegría y el desenfreno de esas
fiestas orgiásticas sin que eso vaya en detrimento del carácter descriptivo y a
la vez reflexivo de dichas secuencias. Y a pesar de que el cineasta recurre
abundantemente a sus ya conocidos recursos estilísticos en materia de montaje y
utilización trepidante del travelling,
basta con ver la película con un mínimo de atención para cerciorarse de qué
extraordinaria forma está conjugada aquí la descripción de los personajes y su
entorno y la reflexión sobre todo ello; por tanto, no hay “exceso” en la labor
de Scorsese, sino una mirada sobre el
exceso.
Por otro lado,
me parece perfecto que el film explote esos, digamos, “excesos” habida cuenta
de que son un reflejo directo de la mentalidad del protagonista. En este
sentido, la película no llama a engaño: nada más empezar, tanto el empleo de la
voz en off de Belfort como el hecho
de que se dirija directamente hacia el espectador hablando a la cámara
establecen la preeminencia del punto de vista subjetivo del personaje a lo
largo de la mayor parte del relato. No me parece casual, en este sentido, que
las breves escenas que nos presentan al antagonista de Belfort, el agente del
FBI Patrick Denham (Kyle Chandler), tengan un tono muy diferente de las que
describen la “buena vida” del protagonista: las escenas relacionadas con el
agente Denham son secas y frías, a tono con el tono rutinario y en absoluto
divertido de la labor del policía. Resulta espléndido, asimismo, ese breve
momento cerca del final de la película en el cual vemos al agente Denham
viajando en el metro y mirando con tristeza el entorno gris y mediocre que le
rodea, acaso preguntándose si no debería haber aceptado la suculenta oferta
económica mediante la cual Belfort intentó sobornarle.
Como suele
ocurrir en el cine de Scorsese, El lobo
de Wall Street es la crónica de una adicción, en este caso la adicción al
dinero, que es la principal, por más que venga aderezada por adicciones más
pragmáticas como el alcohol, las drogas y el sexo; con el debido respeto al
cineasta neoyorquino, lo cierto es que viendo su último y extraordinario
trabajo se nota —como se notaba, de distinta forma, en Taxi Driver (ídem, 1976), Uno
de los nuestros, Casino o la
estupenda e injustamente menospreciada Al
límite (Bringing Out the Dead, 1999)— que, cuando habla de drogas, Scorsese,
exdrogadicto él mismo tal y como es notorio y ha reconocido en diversas
ocasiones, sabe de qué habla. Pero, a diferencia de muchos de sus trabajos más
atormentados de los años setenta y ochenta —a Taxi Driver cabría añadir Toro
salvaje (Raging Bull, 1980) y La
última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), no por
casualidad, como se ha dicho en infinidad de ocasiones, escritas junto con Al límite por el casi siempre tortuoso Paul
Schrader—, en estos últimos años Scorsese ha sabido desarrollar no solo una
cada vez más fructífera relación con DiCaprio —El lobo de Wall Street, como digo, supera a Shutter Island, de la misma manera que esta era ya muy superior a Infiltrados (The Departed, 2006), la
cual también resultaba más compacta que El
aviador (The Aviator, 2004), y esta, con todas sus irregularidades, era más
sólida que Gangs of New York, (ídem,
2002)—, relación que le ha permitido, por fin, llegar al gran público sin por
ello dejar de ser él mismo. Ahora, Scorsese rueda con una alegría y un
desparpajo que habrían sido insólitos en él tan solo una década atrás: por
aquel entonces, nadie hubiese dicho nunca que su director acabaría realizando
un film tan tierno y fantasioso como La
invención de Hugo (Hugo, 2011), y además, haciéndolo tan bien.
Uno tiene la
sensación de que Scorsese ha logrado, por fin, superar la mayoría de sus
demonios interiores —los mismos que forjaron la materia prima de su cine: la
culpa y el perdón, el tormento y la redención, el sacrificio y la purificación—,
pero sin abandonarlos por completo: sin dejar de ser él mismo. Si La invención de Hugo fue una especie de
ajuste de cuentas de su firmante con la inocencia del cine primitivo, el
cinematógrafo entendido como magia, El
lobo de Wall Street hace gala de una ironía y un sentido del humor que,
salvando todas las distancias del mundo, emparientan esta obra, a mi entender
magna, con esa mirada cruel y divertida sobre las debilidades humanas que
arrojaba Alfred Hithcock en muchas de sus mejores películas. O dicho de otra
manera: si, en el pasado, Scorsese parecía que hacía cine porque necesitaba
purgar esos demonios interiores, en la actualidad, una vez purgados, la vieja
turbulencia de su cine se ha visto reemplazada aquí por una mirada cínica y
descreída sobre el ser humano como probablemente nunca se había visto en su
obra hasta la fecha (a pesar, por descontado, de los abundantes momentos
irónicos de films como Uno de los
nuestros o Casino). En este
sentido, puede afirmarse con escaso margen de error que El lobo de Wall Street convierte la estupidez humana en espectáculo,
o si se prefiere, pone en solfa el espectáculo de la estupidez humana: las
fronteras entre uno y otra nunca están del todo claras.
¡Y menudo
espectáculo! El lobo de Wall Street
dura tres horas; es la película más larga de su director, si dejamos aparte los
extensos metrajes de varias horas de algunos de sus no menos excelentes
trabajos documentales. Sin ánimo de ser exhaustivo, hay mucho con que quedarse
a lo largo de esos dinámicos ciento ochenta minutos en perpetuo crescendo, hasta el punto de que resulta
difícil determinar qué es mejor: si el espléndido montaje orquestado
nuevamente, como no podía ser menos, con la gran Thelma Schoonmaker, y que da
pie a momentos tan excepcionales como la ya mencionada auto-presentación de
Belfort de los primeros minutos, o las apariciones/presentaciones, uno a uno,
de su alucinante equipo de colaboradores; o el dominio demostrado por el
cineasta en materia de dirección de actores, en virtud de la cual secuencias
como la inolvidable comida del joven y novato Belfort con el experimentado
“tiburón” de Wall Street Mark Hanna (Matthew McConaughey disfrutando del gran
momento artístico que atraviesa ahora su carrera), en la cual este último le
enseña al primero esa especie de cántico primitivo que apunta a algo que el
resto del film se encarga de ir resaltando: que aquí hay escasas diferencias
entre el comportamiento de las así llamadas personas y el de los animales; las
mordaces escenas que ilustran la vida matrimonial de Belfort con Naomi (Margot
Robbie), su “polo de limón” que diría el Tom Wolfe de La hoguera de las vanidades, una novela de esas que no suelen
gustar a aquéllos que jamás escribirán nada semejante y cuyo espíritu ácrata
casa bien con el tono no menos corrosivo de lo propuesto en esta ocasión por
Scorsese; el momento, ya antológico, en el que un Belfort “colocado” sufre los
devastadores efectos retardados de una droga caducada, produciendo daños
colaterales en su cuerpo y en su deportivo blanco, y que culmina con el
estúpido accidente hogareño que casi acaba con la vida de su socio Donnie (un
espléndido Jonah Hill); o una secuencia final, que procuraremos no destripar en
demasía dado el reciente estreno del film, y que aporta la definitiva pincelada
sobre el carácter del personaje como alguien capaz de apropiarse de ideas
ajenas y explotarlas en su propio beneficio. No he pretendido en esta ocasión
hacer una “crítica” en sentido estricto, sino sencillamente dejar anotadas unas
pocas impresiones: El lobo de Wall Street,
por metraje y por densidad de exposición, es un manantial para la mente del
cual podría hablarse, o escribirse, largo rato.
Creo que Scorsese es, de los "moteros tranquilos, toros salvajes", el único que sigue en pie: ¿es "El lobo de Wall Street" algo parecido a lo que sucedió en Hollywood en los 70? Discuss.
ResponderEliminarA priori tres horas de duración me parece una exageración. Me pregunto si es absolutamente necesario ese metraje tan excesivo para contar esta historia de excesos. Puede que sea lo más coherente y todo. Me alivia saber que Scorsese y su montadora están al mando del invento-lo largas que son también "Uno de los nuestros y "Casino" y pasan en un suspiro gracias al extraordinario montaje-. Hasta ahora no me ha convencido ninguna de las colaboraciones Scorsese-Di Caprio pero a esta le veo un aire a mis favoritas de este director, que son las dos comentadas. La veré en breve en cine.
ResponderEliminarCuando se estrenó 'Casino' mucha gente se quejó- yo también- de que se parecía mucho a 'Uno de los nuestros' y que no aportaba nada nuevo al cine de Scorsese. Una década después nos andábamos quejando de que a ver cuándo íbamos a ver una película de Scorsese que se pareciera -por lo menos- a 'Casino'. Pues bien, hemos tenido que esperar mucho tiempo pero 'El lobo de wall street' ES esa película. No creo que esté a la llanura de 'Uno de los nuestros' o 'Taxi driver', ni siquiera es una obra maestra, pero me parece lo mejor que ha rodado Scorsese desde, precisamente, 'Casino'. Y en las casi tres horas que dura 'El lobo..' no tuve que mirar ni una vez el reloj, ¡si es que me lo pasé como un enano! (esta comparación no la he hecho a propósito, que quede claro)
ResponderEliminarEn eso parecen coincidir la mayoría de las críticas, que esas tres horas pasan en un suspiro. Yo es que después de "Casino"-que me encanta, aunque prefiero "Uno de los nuestros"- no he disfrutado demasiado con los trabajos de Scorsese. Sí que me he asombrado con su virtuoso trabajo de cámara y montaje pero sus historias no me impactaban. Que le dieran el oscar por "Infiltrados" y no por "Uno de los nuestros" o "Casino" me pareció grotesco.
EliminarUna pregunta, Josuv: ¿Se trata realmente de una comedia o es más bien un drama con momentos cómicos? ¿Y esos momentos supuestamente cómicos no son más bien trágicos?
La he visto hoy y así en caliente creo que no hay para tanto. Tiene momentos muy logrados pero creo que le sobra más de una hora para lo que cuenta.
ResponderEliminarMuy bien hecha pero no me dice nada especial. Di Caprio se gusta a si mismo y acapara toda la pelicula. Es excesiva en todos los aspectos, falta sutileza. Me quedo con el de Scorsese de Taxi driver, La Edad de la Inocencia y Al Limite
ResponderEliminarMe parece una muy buena peli El lobo de Wall Street. No sé si la historia se hubiera podido contar en menos..mas qué importa? Sus 3 horas pasan rápidas, y Scorsese demuestra mantener el mismo buen pulso demostrado 2 décadas antes, en la para mi, obra cumbre de su cine: Casino. Totalmente de acuerdo con Tomas, la peli tiene simillitudes con Goodfellas (la delacion) y Casino (el dinero/caída de naipes). Brillante.
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