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lunes, 8 de enero de 2024

Una hija para el Diablo: “LA MONJA POSEÍDA”, de PETER SYKES



No tengo constancia –o no he sabido encontrarla– de que la novela de Dennis Wheatley To the Devil – A Daughter (1953) haya tenido o tenga edición española, aunque es probable que circulen ediciones latinoamericanas con los títulos de Al diablo, una hija, Una hija para el diablo y similares. Esos títulos en castellano suelen confundirse, fácilmente, con los que tuvo su adaptación cinematográfica en países como Argentina, Colombia y México. Una excepción la constituyó España, donde la película a la cual dio pie el libro de Wheatley, la coproducción británico-alemana de Hammer Films y Terra-Filmkunst To the Devil a Daughter (a.k.a. To the Devil… a Daughter, 1976), se estrenó como La monja poseída, que es como aquí nos referiremos a ella. La monja poseída ha pasado a la historia del cine fantástico, un tanto tristemente, todo hay que decirlo, por ser la última producción de Hammer Films inscrita dentro del ciclo perteneciente a su etapa más fructífera dentro del género: la que arranca con El experimento del Dr. Quatermass (The Quatermass Xperiment, 1955, Val Guest) y que concluyó, provisionalmente, con el film que nos ocupa, dirigido por Peter Sykes, en el que sería su segundo y último trabajo para Hammer después de la irregular pero estimable Demonds of the Mind (1972) (1). Sería la tercera vez que la productora adaptaba una novela de Wheatley, tras haberlo hecho con El amuleto de Set (The Devil Rides Out, 1935; edición española: Mondadori, 1962), base de la extraordinaria película de Terence Fisher La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968) (2), y con El continente perdido (Uncharted Seas, 1938; me consta la existencia de una edición española de 1962 a cargo de Aguilar, dentro del volumen recopilatorio de obras de Wheatley Novelas escogidas), que daría pie al film de Michael Carreras The Lost Continent (1968) (3).



La monja poseída
fue una película de producción complicada y llena de aristas. Inicialmente planteado como un film más ambicioso de lo que acabó siendo, como lo demuestra la generosa lista de intérpretes norteamericanos que fueron tanteados para protagonizarlo –según Denis Meikle (4): Stacy Keach, Orson Welles, Cliff Robertson, Richard Dreyfuss, Beau Bridges, Peter Fonda y Michael Sarrazin–, la elección definitiva recayó en Richard Widmark –de quien se dice que estuvo a punto de abandonar el rodaje hasta en dos ocasiones, harto de los problemas de la producción– y en la gran estrella de la casa Hammer, Christopher Lee. El principal papel femenino correría a cargo de una jovencísima Nastassja Kinski, de tan solo 14 años de edad. Una anécdota que circula al respecto es que su padre, Klaus Kinski, estuvo cerca de coprotagonizar el film, a pesar de que la producción le advirtió de que su hija iba a salir completamente desnuda en una de las escenas clave del final, cosa que a él no le importaba en absoluto –esas escenas fueron las que provocaron la negativa a aceptar el papel de la malograda cantante y actriz Olivia Newton-John y de la famosa modelo y actriz Twiggy–; pero, a la hora de la verdad, Klaus fue descartado después de que él mismo advirtiera a los productores que no podría garantizar que fuera a rodar sobrio ni un solo día (sic). El baile de directores no fue menos espectacular: Jack Gold y Douglas Hickox declinaron la oferta; Don Sharp la aceptó inicialmente, e incluso trabajó en el guion y la producción durante tres meses (algunas fuentes afirman que llegó a filmar alguna escena que se conserva en el film), pero acabó desistiendo; Ken Hughes, Ken Russell, Nicolas Roeg y Terence Fisher fueron, asimismo, contactados, hasta que la elección definitiva recayó en Peter Sykes (5). Parece ser que la principal razón de tantas deserciones residía en la mediocridad del guion, escrito por Christopher Wicking a partir de una adaptación firmada por John Peacock, y que contó con reescrituras no acreditadas a cargo de Gerald Vaughan-Hughes. Wicking odiaba la novela de Wheatley y planteó un libreto lo más alejado posible del original literario; tanto, que el propio Wheatley juró, después de ver la película, que jamás volvería a permitir que Hammer adaptara ninguna otra de sus novelas. Sin ser bueno, el rendimiento comercial a nivel internacional de La monja poseída tampoco fue desastroso –de hecho, según K.B. Morris (6), fue el film Hammer más beneficioso de la década de 1970–, dadas sus modestas características de producción, que Meikle define, no sin razón, como una mezcla de La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968, Roman Polanski) y ¡Estoy vivo! (It’s Alive, 1974, Larry Cohen) (7).



Siendo lo más ecuánimes posible, La monja poseída atesora algunos apuntes interesantes, por más que sean tan solo a nivel de guion y que la mayoría de ellos estén desaprovechados por culpa de la pobreza del libreto y de la rutinaria y falsamente “moderna” puesta en imágenes de Peter Sykes, no tan nefasta como la perpetrada por Alan Gibson en Drácula 73 (Dracula A.D. 1972, 1972) (8) pero, a ratos, peligrosamente cercana. El planteamiento inicial tiene cierto atractivo: el padre Michael Rayner (Christopher Lee) es un sacerdote católico que, por razones que nunca quedan del todo claras, es excomulgado y expulsado de la Iglesia por herejía. Como suele ser habitual en la mayoría de los papeles que tenían la suerte de contar con un actor experto en estas lides como Christopher Lee, el personaje se sostiene, mínimamente, sobre la labor sobria y concienzuda del gran actor, pero lo cierto es que la figura del padre Michael no da mucho de sí más allá de ese enunciado. Es necesario que el espectador haga un acto de fe –algo coherente ante una película que, como en esta, la religión tiene una fuerte presencia a lo largo de la trama– y se crea que, a lo largo de veinte años, el padre Michael ha sido capaz de construir una secta satánica con ramificaciones internacionales, cuyo objetivo principal es traer al mundo al largo tiempo anunciado Anticristo, por más que nunca se le mencione por ese nombre y se prefiera, en cambio, acudir al de Astarot, componente de la trinidad malvada que forma junto con Belcebú y Lucifer: no olvidemos que La monja poseída se estrenó tan solo tres años después de El exorcista (The Exorcist, 1973, William Friedkin) (9) y en el mismo que La profecía (The Omen, 1976, Richard Donner), ambas muy superiores.



El diabólico plan, nunca mejor dicho, del padre Michael no puede ser más siniestro. Dieciocho años atrás, Henry Beddows (Denholm Elliott, tan excelente como siempre) y, sobre todo, su esposa Isabel (Anna Bentinck), fueron elegidos para ser los padres de la muchacha dentro de cuyo cuerpo se albergará y nacerá Astarot: una joven llamada Catherine (Nastassja Kinski), a punto de alcanzar la mayoría de edad, y que mientras tanto ha vivido escondida del mundo en un convento, bajo una fuerte educación católica que le ha llevado a tomar los hábitos. El plan del padre Michael requiere un paso intermedio de una feroz crueldad y elevado sadismo: otra mujer, Margaret (Izabella Telezynska), embarazada por el mismísimo padre Michael en el curso de una ceremonia satánica que culmina en una orgía –una secuencia softcore que es, sin duda, la peor y más ridícula del film–, da a luz a un monstruoso engendro, una encarnación viviente de Astarot o algo así, que tan solo puede venir al mundo desgarrando el vientre de su progenitora, a lo Alien, en una secuencia, por lo demás, resuelta en fuera de campo: la sonrisa de satisfacción del padre Michael se basta y sobra para expresar la maldad del personaje y el horror de lo que ha perpetrado, mejor que el montaje en paralelo mediante el cual comprobamos de qué manera los inhumanos dolores de parto que sufre Margaret se corresponden con las pesadillas de una Catherine que se debate en su cama haciendo convulsiones semi orgásmicas.



No menos estereotipados acaban resultando los otros dos principales protagonistas del relato: la ya mencionada Catherine, la monja poseída (en realidad, alienada) del título, y John Verney, el escritor experto en asuntos sobrenaturales y temáticas paranormales que interpreta, con su convicción de siempre, el excelente Richard Widmark. Pero ni los actores pueden hacer demasiado con estos personajes: la belleza fresca de Nastassja Kinski –que, a sus tiernos 14 años, le permite interpretar, como digo, una escena de desnudo integral y frontal que hoy en día tendría no pocos problemas de censura–, no compensa, como digo, la inexperiencia dramática de la actriz, poco convincente en su rol de monja adolescente tan aparentemente inocente como, en un momento dado, y bajo el influjo mental a distancia del padre Michael, capaz de asesinar a la desprevenida Anna Fountain (Honor Blackman) clavándole la afilada punta de un peine metálico como si fuera una daga. Por otra parte, la Kinski, o su doble de cuerpo, tiene a su cargo la escena sin duda más desagradable de la función: ese sueño, o pesadilla, en el que el horrendo bebé Astarot se encarama sobre el vientre desnudo de Catherine y, lentamente, desaparece –sic– en el interior de su vagina. Widmark defiende tan bien como siempre su papel de personaje experto en artes oscuras, en la línea de Abraham Van Helsing, Nayland Smith, el duque de Richleau y tantas otras figuras de la literatura y el cine recortadas de un patrón similar, pero tampoco es suficiente para salvar el film, más allá de la capacidad del actor que lo encarna para estar a la altura de Lee en la culminación del relato, un duelo de intelectos que se resuelve por medio de la intervención de las fuerzas del Mal en forma de furiosa ventisca. Únicamente llama la atención de este clímax la utilización irreal del color, obra del operador David Watkin.

 

(1) Pese a todo, La monja poseída no sería la última producción de la Hammer, pues posteriormente produciría el segundo remake de 39 escalones (The Thirty Nine Steps, 1978, Don Sharp), y regresaría a la producción de cine de terror con la muy posterior –y muy mediocre– La víctima perfecta (The Resident, 2011, Antti J. Jokinen).

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/11/la-batalla-contra-el-mal-la-novia-del.html

(3) Editado en DVD por Manga Films, dentro de su The Hammer Collection, con el título de El continente perdido, no debe confundirse con Lost Continent (Sam Newfield, 1951), ni con el documental de Leonardo Bonzi, Mario Craveri, Enrico Gras, Francesco A. Lavagnino y Giorgio Moser Continente perdido (Continente perduto, 1955), ni con la película de George Pal El continente perdido (Atlantis: The Lost Continent, 1961).

(4) En su libro A History of Horrors. The Rise and Fall of the House of Hammer. The Scarecrow Press, Inc. Lanham, Md., & London, 1996. Pág. 278.

(5) MEIKLE, op. cit. infra, págs. 277-278.

(6) MORRIS, K.B. Occult Uncle: Dennis Wheatley, Part three. The Making of To the Devil… a Daughter: https://www.horrifiedmagazine.co.uk/film/to-the-devil-a-daughter-dennis-wheatley-part-three/

(7) MEIKLE, op. cit. infra, pág. 281.

(8) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/05/y-el-conde-aterrizo-en-el-siglo-xx.html

(9) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2015/07/terror-vs-realismo-el-exorcista-de.html 

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