[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA
TRAMA DE ESTE FILM.] Me sorprende que apenas nadie o casi
nadie haya establecido puntos de conexión entre Marte (The Martian) (The Martian, 2015) y Gravity (ídem, 2013), cuando ambas películas comparten, por encima
de todo, algo que ya comenté en mi texto sobre el film de Alfonso Cuarón, al
cual me remito (1): el hecho de que
ni Gravity, ni ahora Marte, sean cine de ciencia ficción y ni
mucho menos cine fantástico, sino más bien dramas o, si se prefiere, películas
de aventuras situadas en el espacio sideral. Más allá de la disertación que se
puede hacer en materia de distinción de géneros cinematográficos, me parece muy
claro que Marte no es auténtico cine
fantástico, y que su no-pertenencia a este género influye muchísimo en el tono
de su planteamiento y resolución. Doy por sentado que a estas alturas nadie
creerá que el hecho de que una película transcurra en un futuro más o menos
cercano, y que especule con algo todavía no realizado como es un viaje de
exploración a Marte, baste para considerarla como perteneciente al género de la
ciencia ficción. Marte, el film de
Ridley Scott (estupendo, lo adelanto), puede, como digo, pasar por ciencia
ficción desde un punto de vista puramente teórico, pero lo cierto es que su
realizador le imprime un tono en absoluto fantastique,
y más cercano, vuelvo a insistir, al drama o al cine de aventuras.
Que
Marte no sea ciencia ficción ni cine
fantástico no tiene nada que ver con sus méritos fílmicos, que los tiene, pero ello
permite arrojar una (otra) enésima reflexión sobre la naturaleza del cine como narrador de historias, y en particular,
como creador de atmósferas. A falta
de conocer por mí mismo El marciano,
la novela de Andy Weir en la que el film se inspira, pero que a juzgar por las
referencias es una obra cargada de datos científicos destinados a convertir su
planteamiento argumental —la supervivencia de un cosmonauta solitario en Marte
durante un larguísimo período de tiempo— en algo verosímil (lo cual excluye, de entrada, la noción misma de
fantástico), entra dentro de lo lógico el sospechar que la tonalidad, hasta
cierto punto, “real” del libro de Weir ha determinado de forma decisiva el
planteamiento del guión, escrito por Drew Goddard (y, según esas mismas
referencias, bastante fiel al original literario), y sobre todo, la puesta en
escena de Scott. Desde luego, a nivel de realización, Marte tiene poco que ver ni con Alien,
el octavo pasajero (Alien, 1979), ni con Blade Runner (ídem, 1982), y ni tan siquiera con Prometheus (ídem, 2012) (2), a pesar de su proximidad en el
tiempo, pues se diferencia de ellas en su, hasta cierto punto, tratamiento realista.
Por
otro lado, y dejando aparte el hecho de que no sea una película fantástica (por
más que se desarrolle en su práctica totalidad en un escenario, también
relativamente, “fantástico”), ello no obsta para que nos hallemos ante un film
interesante, y a ratos, intenso. A pesar de tener que soportar de nuevo a un
actor tan mediocre como Matt Damon en el papel protagonista, lo cierto es que
la odisea del cosmonauta Mark Watney, abandonado a su suerte en la superficie
del Planeta Rojo, funciona muy bien gracias a la minuciosidad de los detalles
diseminados a lo largo de la trama, y en particular, del provecho que sabe
sacarles Scott. El realizador filma asimismo de manera minuciosa y muy precisa
todo el proceso de supervivencia de Watney, logrando que la aparente curiosidad
que parece haber experimentado el propio Scott hacia este relato situado al
límite de lo posible se transmita al espectador. El nacimiento del primer brote
de un cultivo de patatas destinado a alimentar a Watney tan pronto como se le
acaben las provisiones en menos de dos meses tiene, por ejemplo, tanta fuerza
como esa pared de plástico que el protagonista coloca en una de las ventanas de
su refugio, rota por una de las violentas tormentas de arena que asolan
regularmente el planeta, y que para él es la diferencia entre la vida y la
muerte: si el plástico cede mientras él se encuentra desprevenido o dormido,
ello puede suponer el fin para él; en una imagen muy bella, vemos cómo ese
plástico se mueve adelante y atrás, impulsado como la brisa marciana,
convirtiéndolo así en un simbólico “corazón” que, dada su fragilidad, corre el
riesgo de fallar en cualquier momento. Pero estos detalles son, precisamente,
los que demuestran que, en Marte,
impera el realismo (o una determinada concepción cinematográfica, hollywoodiense si se quiere, del mismo)
sobre lo fantástico.
Otra
opinión que ha circulado estos días sobre la película, y que comparto menos que
lo relativo a su naturaleza fantástica, reside en el hecho de que se diga que
el film tiene mucho sentido del humor. Perplejidad. A pesar, cierto es, de
algún que otro detalle humorístico, o que puede considerarse como tal
(personalmente, no lo tengo muy claro), como el fallido primer experimento de
Witney con la bombona de gas que acaba de manera explosiva; a pesar de eso,
como digo, no me ha parecido en absoluto que Marte sea una película que se caracterice por su sentido del humor.
Entiendo que a lo que se refiere todo el mundo es al hecho de que el
protagonista afronta su situación con grandes dosis personales/ particulares de
sentido del humor, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que el film lo
tenga. O a que hay una notable ironía en el dibujo de la NASA, cuyos
responsables se ven casi “obligados” a
rescatar a Witney, cueste lo que cueste, a fin de no dar una “mala imagen”;
pero eso es ironía, no humor: no son lo mismo, por más que en ocasiones puedan
coincidir (hay ironía sin humor, pero no hay humor sin ironía). A nivel
personal, prefiero que Marte no sea (pues
no lo es) una película “humorística”, sobre todo teniendo en cuenta anteriores
y nada halagüeñas incursiones de Ridley Scott en un terreno cercano al de la
comedia: todavía recuerdo, con escalofríos, Los
impostores (Matchstick Men, 2003) y Un
buen año (A Good Year, 2006). Lo que sí que es cierto es que Marte retrata de manera directa, frontal
y sin cortapisas la actitud irónica de Witney, alguien que intenta animarse a
sí mismo en todo momento, consciente de que, si deja de hacerlo, eso puede
significarle el desánimo, la inacción y, finalmente, la muerte. Pero eso,
reitero, es una cualidad del personaje, no de la película. Tampoco entiendo que
el optimismo que acaba desprendiendo el film, que concluye, como era de prever,
con el rescate in extremis del protagonista, sea visto como un defecto. El optimismo
o el pesimismo de un film suele depender siempre de la honradez y honestidad de
su planteamiento. En este sentido, Marte
juega sus cartas con limpieza y sinceridad, y más teniendo en cuenta que, más
que por ver si Witney conseguirá salvarse, lo más atractivo de la película
reside en el cómo logrará hacerlo.
En realidad, lo más cerca que ha estado Ridley Scott de la comedia es "Prometheus", eso sí, me temo que involuntariamente.
ResponderEliminarY tanto, menuda comedia sin maldita la gracia.
Eliminar¿Habéis visto "Sicario", de Dennis Villeneuve, el que va a dirigir (a estas alturas)"Blade runner 2"? El guión es un poco tontuno, pero Benicio Del Toro está inconmensurable en uno de esos papeles que borda sin esfuerzo aparente. Emily Blunt, sosita, pero con la vulnerabilidad que su personaje requería. Gran trabajo de Villeneuve, el tío tiene gusto para colocar y mover la cámara. Y pulso para la acción. La banda sonora es inquietante, a lo "true detective"(primera temporada).
Hola, Tomás, buenos días; veo que concidimos totalmente en una apreciación positiva de la peli, a mí también me ha parecido una propuesta bastante interesante. Cierto es, también, que Damon no es uno de los grandes, está claro, pero creo que en este caso solventa la papeleta de un personaje protagónico de presencia elevada en pantalla, si no con brillantez, sí con eficacia y oficio, que no es poco. En lo que discrepo con tus observaciones es en lo atinente al tema del humor: cierto, la peli no es una comedia, por supuesto, pero si que creo que es un drama con pinceladas (desdramatizadoras, valga la redundancia) de humor, destinadas a rebajar la tensión y la angustia que en el espectador genera la incertidumbre de la premisa argumental sobre la que se arma la historia, y creo que 'asignar' esos apuntes de humor al personaje, y no a la peli, supone dotar al personaje de una entidad autónoma, que obvia que éste no es sino un elemento más de los que constituyen el relato fílmico (o sea, que es tan película como los diálogos, la fotografía, la trama o la música ambiente). En fin, quizá más cuestión de enfoque argumentativo que otra cosa, no lo niego.
ResponderEliminarEn todo caso, felicidades por tu texto, brillante como de costumbre, y a seguir con la tarea, de la que espero poder seguir disfrutando mucho tiempo.
Un abrazo.
Matt Damon no será un gran actor, pero debe tener el mejor agente de Hollywood porque su carrera es envidiable: muy posiblemente la mejor de su generación. En ella hay de todo: protagonistas, característicos, géneros. acción, blockbusters, cine independiente, rarezas... Ha trabajado con TODOS los grandes realizadores del cine americano contemporáneo y ha participado en un buen puñado de obras maestras.
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