Hace poco he tenido ocasión de leer Las brujas de Eastwick (1984), la novela
de John Updike (1932-2009) que dio pie a una popular adaptación al cine, Las brujas de Eastwick (The Witches of
Eastwick, 1987), dirigida por el australiano George Miller, además de a un
telefilm de 30 minutos, The Witches of
Eastwick (1992), firmado por Rick Rosenthal y con interpretación de Julia
Campbell (Jane Hollis), Catherine Mary Stewart (Sukie Ridgemont), Ally Walker (Alexandra
Spofford) y Michael Siberry (Darryl Van Horne), en realidad el piloto de una
serie que nunca se llegó a desarrollar; un musical homónimo estrenado en el
West End londinense en 2000, con libreto de John Dempsey, música de Dana P.
Rowe, dirección de Eric Schaeffer y producción de Cameron Mackintosh; otro
telefilm, Eastwick (2002), dirigido
por Michael M. Robin y protagonizado por Marcia Cross (Jane Spofford), Kelly
Rutherford (Alexandra Medford), Lori Loughlin (Sukie Ridgemont) y Jason O’Mara
(Darryl Van Horne); y una efímera serie de televisión también titulada Eastwick (2009-2010), interpretada por
Jaime Ray Newman (Kat Gardener), Lindsay Price (Joanna Frankel), Rebecca Romijn
(Roxie Torcoletti), Paul Gross (Darryl Van Horne) y Veronica Cartwright, esta
última asimismo presente en el reparto del film de Miller, si bien llevando a
cabo un papel diferente. El propio Updike llegaría a firmar una secuela de su
libro, Las viudas de Eastwick (2008),
que como es sabido fue su última novela.
La experiencia de leer una novela que
inspiró una película después —o, como en mi caso, mucho tiempo después— de
haber visto esta última suele ser estimulante, y en el caso de Las brujas de Eastwick, harto
reveladora, habida cuenta de que libro y film discrepan profundamente, o dicho
de otra manera, que el guionista de la película de Miller, Michael Cristofer,
tomó la novela de Updike como mero punto de partida para llevar a cabo algo en
apariencia muy diferente, por más que en la práctica se percibe en todo momento
que el film siempre está remitiéndose de un modo u otro al original literario.
Lo primero que llama poderosamente la
atención de la lectura de la novela es que, al contrario que en la película,
las protagonistas del relato, Alexandra Spofford —llamada Alexandra Medford en
el film, donde está a cargo de Cher—, Jane Smart —que en la película toma el
apellido de la Alexandra
del libro, Spofford, adoptando los rasgos de Susan Sarandon— y Sukie Rougemont
—cuyo apellido, en la versión de Miller, se transforma en Ridgemont: la
interpreta Michelle Pfeiffer—, ya tienen poderes mágicos antes de la llegada a
Eastwick del misterioso Daryl Van Horne —Jack Nicholson—, que es como se llama
este personaje en el film: en la novela su nombre de pila es Darryl, con doble “r”.
Es decir, que Alexandra, Jane y Sukie son
brujas desde el principio de la trama y no, como en la película, hechiceras
novatas que adquieren sus poderes mágicos en los últimos tramos del relato para
deshacerse del satánico amante de las tres. De hecho en el libro, y a pocas
páginas del principio, Alexandra sale a pasear con su perro por la playa y,
fastidiada por la aglomeración de gente que encuentra en ella, desata con sus
poderes una tormenta destinada a despejar la zona para poder cruzar
tranquilamente por ella… El film, recordemos, arranca con un discurso que el
alcalde, Walter Neff (Keith Jochim), dirige a los vecinos de Eastwick y que se
ve inoportunamente interrumpido por una lluvia copiosa que se desata de
improviso anticipando así la pronta llegada del demoníaco Van Horne, pero que
no es provocada por ninguna de las protagonistas femeninas; con todo, esa
coincidencia en la idea de la tempestad es la primera de las varias que se dan
entre novela y película, o mejor dicho, es una de las diversas ideas del original
literario que son reaprovechadas en la versión de Miller.
En el libro, Alexandra, Jane y Sukie
son mujeres-sin-hombre: la primera y la tercera están divorciadas, y de la
segunda nunca se nos dice que haya estado casada o emparejada. Pero, al contrario
que en el film, el hecho de que vivan solas o, en el caso de Alexandra y Sukie,
en compañía de sus hijos —en la película solo Sukie tiene descendencia (seis
niñas), pero tanto aquí como en la novela la misma no juega un papel
relevante—, no significa ni mucho menos que en su existencia no haya sexo. Lo
hay, y a espuertas, pues precisamente las tres mujeres tienen cierta “mala
fama” en Eastwick por la notable cantidad de amantes del sexo masculino y de
estado civil soltero o casado que hay en sus vidas: su promiscuidad está
contemplada con disgusto. En el film de Miller, sigamos recordando, Alexandra,
Jane y Sukie se citan todos los jueves por la noche en la casa de la primera
(igual que en el relato de Updike), y al contrario que sus homólogas literarias,
en sus existencias hay una notable sequía sexual: la noche que se reúnen para
beber cócteles, el mismo día que se desató esa inesperada e inexplicable
tormenta, se presenta en Eastwick, respondiendo a la plegaria silenciosa de las
tres mujeres (visualizada en un malintencionado montaje paralelo) Daryl Van
Horne, acompañado de su silencioso chófer, llamado Fidel tanto en el relato de
Updike como en la versión de Miller (Carel Struycken lo asume en esta última).
A pesar de ello, en la novela la llegada de Van Horne provoca asimismo una gran
excitación, no solo sexual, en las protagonistas femeninas, pues a pesar de que
no les falta compañía masculina cuando quieren y como quieren comparten con sus
homólogas fílmicas un poso de insatisfacción.
A propósito de los malos ojos con que
los habitantes de Eastwick se miran la promiscuidad de las tres brujas en la
novela de Updike, es necesario señalar que la acción de la misma transcurre a
finales de la década de los sesenta y coincidiendo con la guerra de Vietnam; la
película, en cambio, está ambientada en época actual. De este modo, Jane, Sukie
y sobre todo Alexandra devienen una especie de hippies subversivas cuyo carácter trasgresor en el film ha
desaparecido casi por completo: si bien Alexandra hace gala en la versión de
Miller de cierta imagen bohemia, tanto Jane —reconvertida en una solterona
violonchelista y profesora de música muy necesitada de vida sexual— como Sukie
—una joven prematuramente cargada de hijos que nada tiene que ver con la
dinámica reportera del periódico local descrita por Updike— responden a
arquetipos femeninos de mujeres dóciles y/o hogareñas. A pesar de todo, llama
la atención de que en el libro la ambientación en la América de los sesenta y el
conflicto vietnamita tengan escasa relevancia, más allá de algún episodio
concreto pero secundario dentro de la trama, hasta el punto de que su supresión
no ya en la película sino incluso en la propia novela de Updike podría pasar
perfectamente desapercibida.
Otra sorpresa que depara la lectura
de aquélla es que el personaje de Darryl (o Daryl) Van Horne es relativamente
secundario. Ni siquiera resulta tan evidente como en la película la oculta
naturaleza demoníaca del personaje, más allá de alguna que otra insinuación
(alguna tan irónica como, escribe Updike, la enigmática debilidad del personaje
por los pactos por escrito); y, al
final del libro, sencillamente se va de Eastwick, sin más: si en la película
Van Horne es expulsado del pueblo por medio de un aparatoso hechizo ejecutado
en mágico triunvirato por Alexandra, Jane y Sukie, en el original literario se marcha porque los negocios le han ido mal, ha perdido mucho dinero y no puede
seguir manteniendo la lujosa mansión en la que vive. Pese a todo, la película se mantiene fiel a
Updike en la que es una de las mejores ideas de la versión de Miller: la
misteriosa dificultad inicial que tienen todas las personas que han visto una
vez a Van Horne para recordar su nombre y apellido.
Asimismo, en la novela Van Horne
deviene amante de las tres brujas de Eastwick, las cuales van a pasar juntas
los fines de semana a la mansión del primero, donde comparten cena, bebidas,
baños en un jacuzzi y sexo, con Van
Horne o incluso entre ellas mismas: el lesbianismo de las tres mujeres flota
constantemente a lo largo de las páginas urdidas por Updike. En cambio, en el
film queda claro que las protagonistas femeninas comparten sexualmente a Van
Horne, pero nunca se especifica si su relación es un ménage à quatre o si más bien cada una espera pacientemente su
turno para ser satisfecha por —como él mismo se autodefine— “el diablillo cachondo” que las ha
hechizado. Además, Updike introduce en el libro un personaje inexistente en la
versión de Miller: Jenny, la joven hija de Clyde y Felicia Gabriel, apellidados
Alden en la película (y respectivamente encarnados por Richard Jenkins y
Veronica Cartwright). Tanto en la novela como en el film, Felicia se obsesiona
hasta el límite de la demencia por Van Horne y sus tres amantes, y Clyde (que
en el libro es amante de Sukie) termina acabando con su esposa (rompiéndole el
cráneo con un atizador según Updike, de un escopetazo según Miller); pero, a
diferencia de la película, los Gabriel/Alden tienen dos hijos; uno de ellos es
Jenny, la cual no solo se hace amiga de Alexandra, Jane y Sukie, sino que
incluso acaba acompañándolas a sus sesiones de jacuzzi en la mansión de Van Horne. La sorpresa reside en que,
contra todo pronóstico, Van Horne termina casándose con Jenny y olvidándose del
resto de sus amantes; es entonces cuando las tres brujas, despechadas, llevan a
cabo un conjuro en virtud del cual (aparentemente) Jenny desarrolla un cáncer
que la lleva a la muerte. En esta última idea puede verse, quizá, la
inspiración de ese episodio del film —que, tal y está resuelto, guarda asimismo
(coherentes) ecos de La semilla del
diablo, la novela de Ira Levin y la película homónima de Roman Polanski de
1968— en el cual, tras rechazar a Van Horne junto al resto de sus amigas, Sukie
contrae una dolorosísima enfermedad que nadie le sabe diagnosticar ni mucho
menos curar, y que recuerda el cáncer que acaba con Jenny. De hecho, el conjuro
contra Jenny que describe Updike, con un muñeco de cera convenientemente
ensartado de alfileres, es prácticamente idéntico al que emplean las brujas de
Miller para echar al diablillo Van Horne de Eastwick.
Otros detalles de la versión de
Miller que beben de la obra de Updike son, por ejemplo, los relativos a la
seducción que Van Horne lleva a cabo de Jane usando el lenguaje que mejor
entiende esta última: el de la música. Así como en el libro Van Horne toca el
piano, en la película toca el violín, popularmente considerado el instrumento
musical favorito del diablo. Asimismo, la Jane finalmente “liberada” de la película, que
deja atrás su imagen de modosa y anticuada profesora de música para convertirse
en una mujer sensual y desinhibida, está más cerca de la que describe Updike,
una mujer asimismo dura y casi antipática de tan segura de sí misma que está, la
cual a veces asusta a la
Alexandra de la novela por su fiera determinación. También
aparecen en el libro las referencias al tenis, y más en concreto al partido que
juegan a cuatro bandas Van Horne y sus brujas, con la diferencia de que en la
obra de Updike son ellas las que llevan a cabo acciones mágicas con las pelotas.
Asimismo son las brujas, y no Van Horne como se ve en el film, quienes provocan
el misterioso hechizo que provoca que Felicia y otras mujeres de Eastwick que
están en contra suyo escupan plumas o ranas que de repente aparecen en sus
bocas, y que sin duda inspiran la secuencia en la que la Felicia de la obra de
Miller empieza a escupir los huesos de las cerezas que las protagonistas están
comiendo en la mansión de Van Horne.
Finalmente, en la película las
protagonistas consiguen, como he dicho, crear un hechizo con una figura de
cera de Van Horne lo suficientemente poderoso como para hacerle daño y
conseguir, en apariencia, destruirle. Recordemos que, como consecuencia de ese
conjuro, Van Horne empieza a retorcerse de dolor y es arrastrado por un viento misterioso
—las brujas que pinchan y soplan sobre su representación en cera— hasta ir a
parar a la iglesia, donde en medio de vómitos de más huesos de cereza termina
pronunciando, ante los asombrados feligreses, un ácido discurso en torno al
porqué de la creación de la mujer por Dios: “¿Él nos la ha jugado de nuevo?”, es su sarcástica conclusión. Pues
bien, en el libro Van Horne es invitado a pronunciar un sermón en la iglesia de
Eastwick, siguiendo una costumbre local, y lo que hace es soltar una hilarante
digresión sobre los gusanos y los parásitos, a modo de ejemplo de las paradojas de la Creación : si hemos de
amar la obra de Dios, y esta incluye a seres tan repugnantes, ¿acaso no es
verdad que el Creador exige que el amarle sea en ocasiones una tarea demasiado difícil?
La película de Miller concluye
mostrándonos a Alexandra, Jane y Sukie viviendo en la mansión de Van Horne y
criando a los tres bebés que han dado a luz casi simultáneamente, fruto de su
emparejamiento con el diablillo; algo que, por cierto, no ocurre en el libro,
donde ni las brujas ni la desdichada Jenny llegan a tener descendencia con Van
Horne. A pesar de su notoria irregularidad, fruto al parecer de un rodaje
conflictivo, y de sus discutibles méritos como adaptación de la densa novela de
Updike, el film de Miller es una obra simpática y a ratos brillante, aunque
excesivamente acaparada por el histrionismo de Jack Nicholson, y en el que las
actrices (en particular, una magnífica Veronica Cartwright) y una excelente
partitura de John Williams acaban siendo sus puntos más relevantes. La lectura
del libro permite comprender, asimismo, que se intentara hacer de él la base
para series de televisión, dado que su espesor daba para ese formato; a falta
de conocer las adaptaciones televisivas citadas al principio de estas líneas,
pero a la vista de su carácter efímero, cabe sospechar que tampoco en este caso
se lograron adaptaciones satisfactorias.
Muy bueno, Tomás.
ResponderEliminarEn mi estudio de George Miller decía lo siguiente sobre las diferencias entre el libro y la (muy recomendable) novela: "De la novela de John Updike la película apenas toma algo más que el título, parte de la trama, los nombres de los personajes y algunas situaciones concretas. La novela discurre a finales de los años 60 y sus protagonistas son brujas capaces de matar, pero asimismo personajes complejos, llenos de dudas, con sus contradicciones y deseos; es decir, no son tres chicas que desconocen sus poderes y sin malas intenciones.En el libro, una obra minuciosa y de prosa cuidada, lo fantástico y lo mágico bañan todo sin necesidad de establecer una línea divisoria entre lo “normal”, lo cotidiano y lo extraordinario: la sexualidad, la brujería y la naturaleza, a veces su unión, fluyen a lo largo de todo el relato".
¡Caray, menuda foto la de la cabecera, con las tres en la cama! La Pfeiffer luce unas piernas de infarto, a Cher aún no se le empezaban a romper las costuras de tanto remiendo quirúrgico, y Susan Sarandon tenía un cuerpazo de impresión.
ResponderEliminarLa peli no me convenció para nada, era muy irregular, buenos momentos alternados con otros más bien aburridos.
Muy buen comentario tanto Tomás como Álvaro sobre las brujas de eastwick!! Por cierto Álvaro, ¿que ocurrió con tu libro sobre joe dante? Lo sigo esperando como agua de mayo, aquí tienes un fan que lo compraría sin dudar. Mucho ánimo para que pronto llegue a publicarse. Un saludo!!
ResponderEliminar¡Gracias por la parte que me toca! Espero poder dar noticias pronto sobre el libro, parece que no tardará mucho pero prefiero estar seguro para lanzar la noticia. Saludos
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