domingo, 30 de diciembre de 2018

El semidiós que vino del mar: “AQUAMAN”, de JAMES WAN




[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La primera y grata sorpresa que depara Aquaman (ídem, 2018) es que, contrariamente a lo que afirma su lanzamiento publicitario, no es, realmente, una película “de superhéroes”, o perteneciente al género/ subgénero/ tendencia genérica de las adaptaciones al cine de superhéroes del cómic, en este caso el personaje de DC Cómics creado por Mort Weisinger y Paul Norris, sino más bien un film de aventuras fantásticas, o si se prefiere, una película de género fantástico pasada por el tamiz de lo aventurero. Dicho de otro modo, y para entendernos, el Arthur Curry/ Aquaman encarnado por Jason Momoa está espiritualmente más cerca de Hércules, Maciste, Ursus o cualesquiera otros personajes/ héroes de la mitología grecorromana y/ o del género péplum, de los cuales hay en el film que ha realizado James Wan más de una referencia, que del Universo DC. La prueba de esto es que, más allá de una brevísima referencia verbal a los acontecimientos narrados en Liga de la Justicia (Justice League, 2017, Zack Snyder) (1), Aquaman funciona con completa independencia con respecto a los personajes con los que, se supone, comparte “universo”, esto es, Superman, Batman, Wonder Woman y Flash. Vaya por delante que con esta afirmación no pretendo decir que Aquaman esté bien porque no parece “cine de superhéroes”, y con ello caer en el consabido tópico de que el-cine-de-superhéroes-es-malo por el mero hecho de serlo. Me limito a constatar algo que se desprende de la propia película en sí misma considerada.


Al igual que ocurría, pongamos por caso y salvando las distancias, con uno de los más interesantes films de superhéroes de Marvel, Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016, Scott Derrickson) (2), el hecho de poner al frente de Aquaman a un realizador especializado en cine fantástico pero que, además, ha demostrado tener también muy buena mano para las escenas de acción/ el cine de acción –Sentencia de muerte (Death Sentence, 2007) (3), Fast & Furious 7 (Furious Seven, 2015) (4)–, es algo que se nota, positivamente, en el resultado. Explicándolo en términos muy generales, el grueso del cine de superhéroes de Marvel –el protagonizado por Iron Man, Spider-Man, Black Panther, Ant-Man, la Avispa, los Vengadores, los Guardianes de la Galaxia, Hulk o los X-Men–, y DC –el que gira alrededor de los ya mencionados Superman, Batman y la Liga de la Justicia–, beben, sobre todo, del género de la ciencia ficción, y en concreto de un estilo de ciencia ficción tecnológica, para entendernos, “a lo” James Cameron. Pero, dejando aparte la personalidad intrínseca y el mayor o menor acierto de cada film, también hay excepciones a esta regla. Los dos primeros Batman de Tim Burton eran, recordemos, fantasías góticas; los dos siguientes que realizó Joel Schumacher eran… de Joel Schumacher. La conocida como Trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan oscilaba entre el híbrido gótico de Burton y la ciencia ficción –Batman Begins (ídem, 2005)–, el thriller policíaco de los 70-80 –El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) (5)– y de nuevo la ciencia ficción –El caballero oscuro: La leyenda renace (The Dark Knight Rises, 2012) (6)–, si bien en el primer y el último caso se trata de una ciencia ficción más metafórica y filosófica, más pesimista incluso, que la practicada luego por Marvel. Las dos primeras películas sobre el Capitán América, la excelente Capitán América: El primer Vengador (Captain America: The First Avenger, 2011, Joe Johnston) (7) y Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014, Anthony y Joe Russo) (8), bebían a tragos largos del cine bélico y el thriller “conspiranoico”, respectivamente; en cambio, Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, 2016, Anthony y Joe Russo) (9) regresaba al estilo de ciencia ficción impuesto por las franquicias Iron Man/ Los Vengadores. Un punto y aparte fue Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016, David Ayer) (10), una película que por eso mismo me imagino que nos gusta a muy pocos, dado que no era sino una reformulación del cine de realizadores ya “viejos” para el público joven de hoy en día, John Carpenter y Walter Hill, antes que “cine de superhéroes al uso. Logan (ídem, 2017, James Mangold) (11) se desmarcaba de todas ellas ofreciendo una extraordinaria aproximación al personaje de Lobezno desde la perspectiva del Americana. Desde este punto de vista, los únicos films de superhéroes que comparten el trasfondo mítico-mitológico-legendario que exhibe Aquaman serían las tres entregas dedicadas a las aventuras de Thor –si bien cada vez menos: sobre todo, la horrible y paródica Thor: Ragnarok (ídem, 2017, Taika Waititi) (12)– y la simpática Wonder Woman (ídem, 2017, Patty Jenkins) (13).


Por tanto, más que “cine de superhéroes”, que como acabamos de ver es una especie de “macrogénero” que engloba o puede englobar a muchos otros, Aquaman es un film de aventuras fantásticas, o un film fantástico de tono aventurero. Ambas tonalidades, la fantástica y la aventurera, no se excluyen mutuamente, y están muy marcadas, y unidas con armonía, a lo largo de todo el metraje. Al igual que Hércules, Arthur Curry/ Aquaman es hijo de un dios y un humano, en su caso hijo de una “diosa” o más bien semidiosa, la reina atlante Atlanna (Nicole Kidman), y un humilde farero, Tom Curry (Temuera Morrison), y por tanto, él mismo una especie de semidiós. Una vez llegado a adulto, y convertido en miembro activo de la Liga de la Justicia –por más que, insisto de nuevo, apenas se hace referencia a la pertenencia del personaje  a ese equipo superheroico y a los DC Cómics–, Aquaman se ve envuelto en una intriga palaciega que transcurre en las profundidades del océano, más concretamente en Atlantis: su hermanastro por parte de madre, el rey Orm (Patrick Wison), aspira a convertirse en monarca único de todos los reinos de seres, humanos unos, otros no, que respiran y viven debajo del agua, con vistas a lanzar luego un ataque masivo contra la humanidad que habita la tierra firme, para castigarla por la contaminación de los mares. Y lo cierto es que, a pesar de que este detalle ecológico está incluido con vistas a darle a la trama un toque de actualidad, James Wan pasa bastante por encima para centrarse, sobre todo, en lo que el relato tiene de invocación a lo maravilloso.


La narración en off que abre el film, la del propio Aquaman relatando sus orígenes, incluye una referencia verbal a Jules Verne (añado rápidamente que la narración del origen del héroe no es en absoluto ni una invención ni algo exclusivo de los cómics de superhéroes); en un momento dado, vemos un ejemplar de La sombra sobre Innsmouth (1936), la novela de H.P. Lovecraft que tanto influyera en Albert Sánchez Piñol, y lovecraftianos parecen los hombres peces que, en un momento dado, atacan ferozmente a Aquaman y la princesa atlante Mera (Amber Heard); Aquaman y Orm tienen un primer enfrentamiento cuerpo a cuerpo en el centro de un gigantesco coliseo bajo el mar situado justo encima de un mar de lava en ebullición; en su huida de Atlantis, Aquaman y Mera se esconden dentro de las fauces de una ballena (como Pinocho, puntualiza Aquaman a una Mera que desconoce al personaje de Carlo Collodi); la película incluye una parada en un rincón de la costa de Sicilia plagado de ruinas del imperio romano, y en concreto, de los restos de la estatua de un dios que proporcionarán una clave para hacer avanzar la trama; el principal propósito de Aquaman para enfrentarse y derrocar a Orm consiste en hallar el misterioso paradero del legendario tridente de Atlan (Graham McTavish), el primer gran rey de Atlantis, en lo cual puede verse una clarísima referencia al dios del mar griego Poseidón, Neptuno para los romanos (por no faltar, no falta a la cita el flashback, con estética de péplum pasada por el filtro de la imagen CGI, que nos muestra el antiguo esplendor y posterior hundimiento de Atlantis); y, por descontado, el film es un festival de reinos imaginarios poblados por atlantes, criaturas fabulosas y monstruos gigantescos, todo visualizado con lujosos medios y que Wan presenta, asimismo, desde la perspectiva de la maravilla.


A pesar de que, en sus líneas generales, el guion de Aquaman resulta bastante convencional, cuando no demasiado efectista en lo que se refiere a su desarrollo dramático –como bien señala el amigo Diego Salgado en su crítica de film para Dirigido por…, hay un exceso de escenas que son interrumpidas, bruscamente, por una explosión destinada a anunciar el arranque de una nueva secuencia de acción–, sus defectos quedan sobradamente compensados por el caudal de imaginación y fantasía que ofrece a cambio en sus mejores momentos. Es el caso de la memorable escena en la que el Arthur niño (Kaan Guldur) es acosado por dos chicos mayores en el acuario, y cómo los animales marinos al otro lado del cristal amenazan con romper el mismo con tal de defenderlo. A renglón seguido, el “imposible” travelling submarino que pone en relación el final de esta secuencia con el inicio de la siguiente, pasando del interior del acuario al fondo del océano donde navega el submarino ruso que será objeto del ataque de los piratas. El plano fijo que relaciona a Arthur y su padre Tom en la furgoneta aparcada en el muelle del pueblo con la princesa Mera, surgiendo del mar al fondo del encuadre, en una elegante manera de combinar y armonizar, en un mismo encuadre, lo excepcional y lo cotidiano, la realidad y la fantasía. El momento en que Mera salva a Tom de morir ahogado, extrayéndole mágicamente, gracias a sus poderes, el agua que el hombre tiene en sus pulmones; la escena en la que Mera logra activar la llave que abre el secreto del rey Atlan usando esos mismos poderes para extraer una gota de sudor de la frente de Aquaman, necesaria para activar el mecanismo; ese instante en que, a falta de agua, Mera emplea el vino de una bodega como arma contra los asesinos enviados por Orm para matar a Aquaman y a ella en Sicilia. El ataque de los mencionados hombres peces al pequeño barco en el que navegan Aquaman y Mera, en una escena deudora, cómo no tratándose de Wan, de la iconografía del cine de terror. Poco después, hay unos bellos planos submarinos de Aquaman y Mera, descendiendo al oscuro interior de una fosa alumbrados con la única luz de unas bengalas rojas y rodeados de cientos de esos mismos hombres peces…


También hay bonitos detalles auspiciados por la brillantez de la escenografía: ese barco antiguo cuyo interior se mantiene seco gracias a una cámara de aire, donde se reúnen en secreto Aquaman, Mera y el visir atlante Vulko (Willem Dafoe) antes de ser atacados por los hombres de Orm. E, incluso, detalles de humor afortunados: en la pelea en Sicilia, el capitán atlante Murk (Ludi Lin) ve roto de un golpe el cristal del casco lleno de agua que necesita para respirar cuando está en tierra firme y, para no ahogarse, mete la cabeza en un inodoro… Wan tiene muy claro que un relato protagonizado por personas que pueden respirar bajo el agua y que proceden de una civilización milenaria escondida en las profundidades del océano tan solo puede ser un relato fantástico. En consecuencia, la planificación está en consonancia con esta idea, confiriendo a la película una tonalidad completamente fantasiosa.


Tono que se halla presente, asimismo, en la mayoría de las escenas de acción. Gracias al CGI, el cual no es, ni mucho menos, esa maldición que ha venido a acabar con el cine sino una herramienta más con posibilidades de expresión artística si sabe utilizarse con talento, la mayoría de las secuencias de acción tienen esa misma cualidad fantastique a la que me estoy refiriendo todo el rato. Es el caso del momento en que Atlanna lucha contra los guerreros atlantes que irrumpen en la vivienda junto al faro que comparte con Tom y su pequeño hijo Arthur, el futuro Aquaman: como ya hiciera en su momento Bryan Singer, ese buen director hoy maldecido y arrinconado a pesar del éxito popular de Bohemian Rhapsody (ídem, 2018), en X-Men 2 (X2, 2003), Wan resuelve la pelea empleando planos generales trucados digitalmente que siguen, sin cortar, los ágiles movimientos de la reina atlante dentro del encuadre “despachando” a sus enemigos; algunos de esos planos trucados, que prolongan digitalmente los movimientos de los personajes dentro del encuadre con un dinamismo que una cámara convencional no puede registrar siguiendo al unísono esa misma dinámica, reaparecen en la mencionada pelea de Aquaman y Orm en el coliseo de Atlantis y en su pelea final sobre la cubierta de la nave atlante en medio del océano; por no hablar de los espléndidos planos de larga duración, prácticamente planos-secuencia, que jalonan diversos momentos de la brillante pelea de Aquaman y Mera contra los guerreros atlantes en el pueblecito siciliano: incluso en algo así, Aquaman busca distinguirse y diferenciarse del film de acción/ de superhéroes al uso, recurriendo, como digo, a una planificación “fantástica”. Por otra parte, cuando Wan recurre a la planificación fragmentada y el plano corto en las escenas de acción, lo hace adoptando un significativo cambio de perspectiva: es el caso de la secuencia del asimismo mencionado asalto al submarino ruso por los piratas, que a continuación es rescatado por Aquaman: en esta ocasión, quienes luchan, matan y mueren no son atlantes, sino hombres normales y corrientes, y el atlante justiciero que ataca a los piratas es, desde el punto de vista de estos últimos, un “monstruo” dotado de una fuerza sobrehumana y capaz de resistir el impacto de balazos y granadas.


Aquaman, repito una vez más, es una buena película de aventuras fantásticas, a pesar, por descontado, de que no está exenta de defectos. El principal de ellos es la incorporación de Manta Negra (Yahya Abdul-Mateen II), un personaje metido con calzador cuya eliminación de la trama no hubiese afectado a esta en absoluto, y que se limita a dar pie, en la consabida secuencia post-créditos, al anuncio de una más que posible segunda parte, dado el excelente funcionamiento comercial del film en el momento de escribir estas líneas. Los demás personajes tampoco resultan particularmente brillantes, empezando por el propio Aquaman, cuyas “frases graciosas” a ratos resultan algo cargantes (más allá del inesperado sentido del humor demostrado por Jason Momoa). Tampoco puede evitarse la sensación de que, a pesar de la fantasía de su diseño de producción, la película es, casi me atrevería a decir que inevitablemente, deudora de anteriores logros visuales y estéticos de franquicias como Star Wars, Indiana Jones o El Señor de los Anillos/ El hobbit, lo cual coarta un poco la creatividad demostrada en sus mejores instantes. Pero acaso esto último no deje de ser algo consubstancial al cine de James Wan, un realizador que, incluso en sus excelentes producciones inscritas dentro del cine de terror (Insidious, Silencio desde el mal, Expediente Warren 1 & 2), ha demostrado ser antes un renovador que un innovador, un hábil manipulador de formas preestablecidas que un auténtico creador de formas. Tiempo al tiempo.



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