miércoles, 12 de junio de 2019

Qué difícil es ser santa: “SANTA JUANA”, de OTTO PREMINGER




[NOTA BENE: EL PRESENTE ARTÍCULO ES UN COMPLEMENTO DEL “DOSSIER” SOBRE OTTO PREMINGER PUBLICADO EN LOS NÚMS. 408 (1) y 409 (2) DE “DIRIGIDO POR…”.] Digámoslo de entrada: Saint Joan (1957), film de Otto Preminger inédito en España, aunque ha sido emitido en alguna ocasión por televisión, y editado en DVD como Santa Juana, me parece una de las mejores visiones que haya dado el cine en torno a Juana de Orleáns, a la altura de obras maestras del calibre de La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, y Le procés de Jeanne d’Arc (1961), de Robert Bresson. Ese es un mérito que hay que atribuir en gran medida a la labor tras la cámara del realizador austriaco afincado en los Estados Unidos Otto Preminger, gran cineasta tan lamentablemente olvidado hoy en día, a pesar de contar con una filmografía llena de títulos de extraordinario interés: por citar algunos a vista de pájaro, Laura, Ambiciosa, Cara de ángel, Río sin retorno, Carmen Jones, Anatomía de un asesinato, Tempestad sobre Washington, El cardenal, Primera victoria, El rapto de Bunny Lake (3) o La noche deseada. En opinión del que suscribe, Santa Juana se encuentra entre lo más brillante legado por este director elegante y meticuloso, potente y despiadado, cuya predilección por los temas “fuertes” y las adaptaciones de obras literarias se amoldaba perfectamente con una notabilísima tendencia a la experimentación (véase, sin ir más lejos, Carmen Jones: un film musical que adapta Carmen, de Bizet, a la lengua inglesa, en un relato interpretado por un reparto íntegramente de raza negra y ambientado en la actualidad: ¡para que luego digan que en la época del Hollywood “clásico” no se hacían experimentos!).


Santa Juana se saldó con un notable fracaso comercial, a pesar de que su estreno en los Estados Unidos vino precedido de una campaña publicitaria apoyada en gran medida en su condición de vehículo de lanzamiento al estrellato de su protagonista femenina, la malograda actriz Jean Seberg, en su debut en el cine. A pesar de ello, era difícil que Santa Juana triunfara en taquilla, dado que nos hallamos ante una producción áspera, controvertida y con marchamo intelectual, que venía a ser una respuesta, entre comillas, “seria” al kolossal hollywoodiense característico de los años cincuenta, tipo Quo Vadis?, de Mervyn LeRoy, La túnica sagrada, de Henry Koster, Los diez mandamientos, de Cecil B. De Mille, o Ben-Hur, de William Wyler. El material de partida ya era, de entrada, exigente: una adaptación de la pieza teatral homónima de George Bernard Shaw, que el célebre dramaturgo británico había escrito precisamente con la intención de poner en cuestión la presunta santidad de Juana de Orleáns y que, desde el momento de su estreno, había sido vista en algunos sectores como una burla abierta hacia el pueblo francés (sic). Quizá para atemperar hasta cierto punto el cinismo del original escénico, Preminger encomendó la redacción del guion al no menos famoso novelista inglés Graham Greene, con la esperanza de que este último, católico practicante, suavizara el sarcasmo característico de Bernard Shaw.


A pesar de eso, o quizá precisamente gracias a eso, Santa Juana acaba siendo una obra ambivalente y llena de insólitos matices, en la que el descarnado sentido del humor de Bernard Shaw se compagina perfectamente con el humanismo de Greene. Contando, además, con el concurso de un magnífico elenco de intérpretes –con la relativa salvedad de Jean Seberg, a cuya Juana le falta un mayor toque de locura y distancia–, Preminger logró una excelente película, en la que llama la atención, en primer lugar, el respeto a la estructura dramática del original teatral: el film transcurre en su práctica totalidad en interiores, e incluso cuando muestra algunas escenas en exteriores estas tienen un elevado componente teatral, realzado por el (evidente) recurso a decorados erigidos en estudio y por el tono frío, un tanto neutro, de la fotografía en blanco y negro de Georges Perinal. De ahí que algunos de los momentos, digamos, “culminantes” de la función sean simplificados por Preminger en aras del intimismo: así, por ejemplo, la resolución elíptica de la secuencia de la conquista de Orleáns por el ejército que comanda Juana con la ayuda de Dunois (Richard Todd), o el de la captura de Juana por los ingleses tras la coronación como rey del Delfín de Francia (Richard Widmark); Preminger “escamotea” al espectador la espectacularidad de las secuencias de batalla para ofrecer, a cambio, un relato que se mueve en el terreno de lo reflexivo.


Llaman la atención otros recursos de puesta en escena que se mueven, asimismo, dentro esa ambivalencia apuntada líneas arriba. A su llegada al castillo del Delfín, un soldado intenta abusar de Juana por su condición de mujer, pero cuando va a hacerlo, tras haber oído una advertencia de labios de la joven, cae al suelo, muerto: Preminger filma la escena en ligero semipicado, como si la escena estuviera vista, por así decirlo, desde el punto de vista de Dios; resultado de todo ello es que, de repente, los soldados y oficiales escépticos empiezan a creer que, en efecto, Juana es una enviada de Dios. Pero, a continuación, esa misma idea no tardará en tener su irónica réplica: cuando Juana se enfrenta con el arzobispo de Rheims (Finlay Currie), su cara a cara es filmado por Preminger también en semipicado, con la enorme figura del clérigo ocupando buena parte del encuadre mientras que, casi en segundo término, una Juana más diminuta que nunca planta cara a quien se proclama el representante legítimo que Dios en la tierra, ¡y que es el primero en desconfiar abiertamente de su santidad! Es un buen resumen visual del amargo discurso que va desarrollando la película a lo largo de su metraje, de tal manera que la bondad y pureza de espíritu de Juana acaban no teniendo cabida en un mundo gobernado por personajes tan temibles como el arzobispo, el embajador inglés Warwick (John Gielgud), el inquisidor Cauchon (Anton Walbrook) –cuyo nombre, por cierto, suena muy parecido a “cochon”, cerdo en francés–, o el fanático clérigo Stogumber (Harry Andrews), todos ellos empeñados en acabar con Juana, en reprimir su “molesta” santidad, que no hace otra cosa que interferir sus planes mundanos y el orden establecido; las palabras de Juana con las que se cierra el film, afirmando que el mundo no está preparado para santos, resultan demoledoras. Santa Juana es una bella digresión sobre la imposibilidad de la santidad en un mundo corrupto que mira con escepticismo la bondad y la nobleza, confundiéndolas con estupidez y mediocridad.  



1 comentario:

  1. Hola Tomás.
    Vas a hacer un especial Zeffirelli en Dirigido o en tu blog?

    ResponderEliminar