viernes, 14 de julio de 2023

Sombras del pasado: “INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO”, de JAMES MANGOLD



[ADVERTENCIA: EN EL SIGUIENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA.] A pesar de que las informaciones que circulan al respecto son contradictorias, la versión oficial en torno al proyecto de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008) –que se encuentra, por ejemplo, en el libro de J.W. Rinzler y Laurent Bouzereau Indiana Jones. Historia de una saga (Norma Editorial, 2008)– afirma que, en las primeras fases de la producción, la película contaba con un guion escrito por Frank Darabont que a Steven Spielberg le parecía excelente, pero que fue descartado por George Lucas. Fuentes oficiosas aseguran que a Spielberg le gustaba el planteamiento, desarrollado por Darabont, de mostrar la decadencia del personaje de Indiana Jones, de conformidad con la edad que tenía en ese momento el actor Harrison Ford (cerca de 70 años), en una aventura de tono crepuscular cuyo referente fílmico más inmediato sería Robin y Marian (Robin and Marian, 1976, Richard Lester), pero se encontró con la oposición de Lucas, quien rechazaba la idea de convertir el envejecimiento del protagonista en el eje de la trama. Como es bien sabido, ese concepto se descartó, y El reino de la calavera de cristal acabó siendo el film que todos conocemos.



Pero ahora, y a pesar de que Indiana Jones y el Dial del Destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny, 2023) no la ha dirigido Spielberg, sino el irregular pero a pesar de todo muy interesante James Mangold, resulta un tanto sorprendente, visto el resultado, que nos hallemos ante una película que retoma al Indiana Jones crepuscular, y además, corregido y aumentado, recuperando por tanto la idea de Darabont y Spielberg (de quien se rumorea que siguió muy de cerca todo el proceso de producción), pero llevándola al extremo. Aquí, y a pesar de la inclusión de una primera y larga secuencia de acción ambientada en 1944 en los Alpes franceses, protagonizada por un Indiana Jones/ Harrison Ford “rejuvenecido” digitalmente, el film da un salto temporal a la Nueva York de 1969, mostrándonos al viejo “Indy” despertándose bruscamente en su apartamento, justo en el día de su jubilación como profesor universitario. Al incorporarse de su lecho, apreciamos que el protagonista va sin camisa, enseñando a la cámara sin tapujos el cuerpo de octogenario de su veterano intérprete. Como señala con acierto Juanma Ruiz en su reseña del film: es lo que hay (1). Pese a haber arrancado con una brillante demostración de que el CGI puede disimular de manera cada vez más convincente la edad de las personas que aparecen en pantalla, la película nos sitúa de inmediato en una tesitura que, guste mucho, poco o nada a los “incondicionales” de la franquicia del Dr. Jones, es, efectivamente, lo que hay: que Harrison Ford es, ya, un anciano y, con él, Indiana Jones.



De ahí resulta que El Dial del Destino es un film no solo sobre el paso del tiempo, sino incluso sobre el tiempo mismo. La nueva (y última) aventura del Dr. Jones gira, otra vez, en torno a un artefacto mítico-mitológico, el Mecanismo de Anticitera de Arquímedes, un dial del cual se dice es capaz de convertir a quien lo posea en “Dios”, dado que su más poderosa característica reside en que permite viajar por el tiempo. Un cachivache que, como el Arca de la Alianza de En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981, Steven Spielberg) (2) o el Santo Grial de Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989, Spielberg) –o como la (falsa) Lanza de Longinos que aparece brevemente en El Dial del Destino–, se erige en una suerte de macguffin hitchcockiano, con el nazismo de nuevo como telón de fondo: el villano de la función es Jürgen Voller (el siempre excelente Mads Mikkelsen), un científico alemán adscrito al Tercer Reich que, en 1969, se ha convertido en diseñador de los cohetes espaciales de la NASA gracias a los cuales los Estados Unidos han logrado alcanzar la Luna (en lo que puede verse, por descontado, una malévola referencia a Wernher von Braun): precisamente la celebración popular de esta efeméride, en forma de multitudinarios desfiles callejeros en homenaje a los cosmonautas del Apolo XI, coincide con la mencionada jubilación forzosa del viejo “Indy”, subrayando su condición de reliquia del pasado, él mismo una pieza de museo que acabará dentro de una vitrina o en el cajón de un polvoriento sótano del Hunter College, la universidad pública neoyorquina donde imparte clases de arqueología a unos alumnos que se aburren mortalmente con sus entusiastas explicaciones y patéticos intentos de conseguir que participen de su amor por el mundo antiguo.



Es evidente que El Dial del Destino rinde tributo a la franquicia en la que está inscrita, con lo cual la sensación de déjà vu no es tanto un defecto como una aceptación de las reglas del juego: de la misma manera que toda película de Quentin Tarantino que se precie tiene que acabar, ¿forzosamente?, en un baño de sangre, venga o no a cuento –basta con ver la sarta de estupideces con las que termina Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) (3), y que, a pesar de ello, todo el mundo aplaudió a rabiar–, un film “de” Indiana Jones ha de contener determinados ingredientes para serlo. Ya he mencionado la primera secuencia de acción, con “Indy” luchando, again!, contra los nazis, Lanza de Longinos y Anticitera de Arquímedes de por medio, la cual encajaría perfectamente en cualquiera de las otras cuatro películas dirigidas por Spielberg sobre el personaje. Reaparecen brevemente, pero de manera relevante, otros viejos conocidos de la saga: Marion Ravenwood (la estupenda Karen Allen, sin duda alguna la mejor de todas las “chicas Indiana”) y Sallah (John Rhys-Davies). Pese a un primer tercio que transcurre, como hemos dicho, en la Nueva York de 1969, la nueva aventura traslada a “Indy” por escenarios “exóticos” de otros países –Tánger, el mar Egeo, Sicilia–, cuyas características geográficas hacen que parezcan anclados en los gloriosos tiempos “antiguos” de los tres primeros largometrajes de la franquicia, En busca del arca perdida, Indiana Jones y el templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984, Spielberg) y La última cruzada. Sin ir más lejos, en Tánger el protagonista tiene la ocasión de blandir de nuevo su famoso látigo de cuero para repeler el ataque de unos facinerosos, y en Sicilia, le veremos explorando cuevas recónditas repletas de insectos y tumbas ocultas desde hace siglos.



Pero incluso todos esos elementos reconocibles tienen su contrapunto amargo. Sallah ayuda a Indiana a huir de los nazis que le persiguen por Nueva York y le acompaña con su taxi al aeropuerto donde el héroe tomará un avión hacia Marruecos, no sin antes referirle que echa de menos el desierto de su Egipto natal pero se ve obligado a vivir en los Estados Unidos pensando en el confort administrativo de su familia. Antes de la reaparición de Marion en la secuencia final, hemos visto cómo Indiana tiene, pegados en la puerta de su nevera con imanes, una foto de la joven Marion y una copia de los documentos con la solicitud de divorcio de mutuo acuerdo que su compañera de vida y de aventuras le ha remitido. Tras esa petición flota la sombra de una tragedia personal: su hijo Mutt –Shia LaBeouf, en El reino de la calavera de cristal– falleció combatiendo en Vietnam, muerte que precipitó la separación conyugal de Indiana y Marion. En este sentido, el reencuentro de los viejos amantes, rindiendo homenaje a la famosa escena de los besos de En busca del arca perdida, transmite un inusual patetismo (y no lo digo como un defecto): todo lo que necesitábamos saber de esta entrañable pareja ya estaba suficientemente desarrollado en la primera película, y la repetición de esa icónica escena es la imagen más concluyente a la hora de certificar que, efectivamente, las aventuras de Indiana Jones han llegado a su fin por la sencilla razón –y no hay nada de malo en ello– de que hace tiempo que ya no daban más de sí. Sigamos. En Tánger, como digo, Indiana blande el látigo contra sus enemigos, pero –en una divertida escena que, por desgracia, los tráileres promocionales “reventaron” a placer antes del estreno del film– los adversarios del protagonista replican apuntándole con una docena larga de pistolas… En Sicilia, le vemos escalar una pared para acceder al interior de la cueva, pero durante la subida se queja del enorme esfuerzo físico que ello le representa, unido a los problemas de salud y a las diversas intervenciones quirúrgicas a las que se ha sometido con el paso de los años… Pero acaso la variación más sorprendente con respecto al “esquema Indiana Jones” sea la excelente secuencia submarina en el mar Egeo, de concepción novedosa dentro de la saga a pesar de un detalle –el ataque de las anguilas– que retrotrae al sempiterno miedo a las serpientes del arqueólogo, y da pie a una prestación, breve pero estupenda, de Antonio Banderas como Renaldo, un viejo amigo español de Indiana.



Desde luego que la imitación llevada a cabo por el director de fotografía Phedon Papamichael de la fotografía desarrollada por Douglas Slocombe para las tres primeras películas –Janusz Kaminski intentó otro tanto en El reino de la calavera de cristal–, y la partitura compuesta nuevamente por John Williams, contribuyen a emparentar El Dial del Destino con el resto de la franquicia. La fotografía y la música refuerzan el sustrato anacrónico del relato, presente en otros aspectos del mismo: la repetidamente referida primera secuencia de acción, con un Harrison Ford rejuvenecido digitalmente que nos recuerda que, más allá del empleo de esta tecnología, jamás volveremos a ver al joven Indiana viviendo “de verdad” sus aventuras; la imagen de Indiana huyendo a caballo, por las calles de Nueva York e, incluso, por el metro, perseguido por los hombres del Dr. Voller, los nazis de nueva generación Klaber (Boyd Holbrook) y el gigantesco Hauke (Olivier Richters); la persecución –acaso excesivamente larga– con ciclomotores por las estrechas callejuelas de Tánger, con un Indiana supliendo su falta de agilidad con la ayuda de dichos vehículos. 



También un sheriff necesita ayuda, decía el título español de la comedia westerniana de Burt Kennedy Support Your Local Sheriff! (1969). Es evidente, en este sentido, que la incorporación de una coprotagonista como Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge), actuando como “muleta” para reforzar los más que voluntariosos esfuerzos físicos del octogenario Harrison Ford a la hora de correr o dar puñetazos, se deriva de las limitaciones propias de la edad provecta del actor. ¿Hace falta recordar el cuidado con el que las producciones de la Cannon planificaban las escenas de acción protagonizadas por un septuagenario Charles Bronson? ¿O cómo están resueltas en la mesa de montaje las peleas de un Liam Neeson de 71 años en Marlowe (ídem, 2022, Neil Jordan), o las de un Arnold Schwarzenegger de 75 en la serie FUBAR (ídem, 2023- )? Me imagino que muchos interpretarán la incorporación del personaje de Helena como una nueva concesión a cierto feminismo de postín o a lo que se conoce como woke, mas lo cierto es que el personaje no molesta, ni en ese ni en ningún otro sentido: no solo gracias al desparpajo y el buen hacer que le imprime Waller-Bridge, sino también porque Helena funciona bien como contrapunto del viejo Indiana: es una mujer –empoderada, correrán a decir algunos– con conocimientos arqueológicos, científicos e históricos comparables a los del protagonista, y además, tiene como principal motivación el ganar dinero con las piezas arqueológicas que encuentra y luego vende en el mercado negro, poniendo de relieve que el romanticismo de los tiempos representados por Indiana ha pasado a mejor vida. Desde luego que siente afecto por Indiana y este por ella, ya que es la ahijada del protagonista: la hija de su amigo, el también arqueólogo Basil Shaw (un magnífico Toby Jones, como siempre el mejor de la función, presente en la primera secuencia y en un breve pero interesante, por melodramático, flashback). Una vez llegados a Marruecos, Helena se hace acompañar por un pequeño ladronzuelo, Teddy (Ethann Isidore), que viene a ser un equivalente del popular “Tapón” de El templo maldito, lo que refuerza el carácter de Helena como “variante femenina” de Indiana. A propósito del personaje de Teddy, será este quien –otra sorpresa– se deshará del fornido nazi Hauke, recurriendo antes al ingenio que a la fuerza bruta.



El balance final de El Dial del Destino me parece más agradable y afortunado de lo que, a nivel particular, esperaba, y bastante por encima de lo que, salvo honrosas excepciones, se ha comentado estos días. Desde luego que no estamos hablando de una genialidad ni nada por el estilo, pero las anteriores entregas de la franquicia, momentos brillantes aparte, tampoco lo eran (o no lo eran tanto como suele afirmarse), con la excepción de En busca del arca perdida, sin duda una magnífica película y todavía hoy la mejor de la saga aun sin ser lo más logrado de Spielberg. No voy a destripar el extraordinario golpe de efecto final de El Dial del Destino –es el único spoiler que pienso respetar porque creo que se lo merece–, sin duda alguna de los mejores de toda la franquicia. Tan solo me limitaré a apuntar que, fuera o no con los “consejos” o bajo la supervisión directa de Spielberg, Mangold ha resuelto más que correctamente una papeleta bastante más complicada de lo que pudiera parecer a simple vista, y sin caer en la tentación de pretender “hacer de Spielberg”. Que el resultado final haya acabado siendo un fracaso de taquilla era algo, hasta cierto punto, previsible: dejando aparte la –me imagino– escasa predisposición del público joven actual a ver a un octogenario al que seguramente apenas conocen como héroe de acción, Indiana Jones y todo lo que representa –el cine de aventuras seriales, el estilo narrativo de la Serie B en formato de superproducción, los ecos cada vez más lejanos de los clásicos de la literatura de aventuras anglosajona– es, son, sombras del pasado destinadas a desvanecerse con el paso del tiempo. Indiana Jones y el Dial del Destino acaba siendo, contra todo pronóstico, una película demasiado “intelectual” para un público que se cree, arrogantemente, por encima de lo que plantea, lo que cuenta y el cómo lo cuenta.



(1) https://www.jotdown.es/2023/07/indiana-jones-y-el-dial-del-destino/

(2) Véase mi crítica en DIRIGIDO POR…, n.º 540 (junio 2023): http://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/05/dirigido-por-junio-2023-la-venta.html   

(3) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/09/fantasias-animadas-de-ayer-y-hoy-erase.html

  

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