viernes, 22 de noviembre de 2024

…Y el conde aterrizó en el siglo XX: “DRÁCULA 73”, de ALAN GIBSON



Tanto David Pirie, en su fundamental El vampiro en el cine (The Vampire Cinema, 1977; primera edición española: Centropress, S.L. Madrid, 1977), como Denis Meikle, en su no menos espléndido A History of Horrors. The Rise and Fall of the House of Hammer (The Scarecrow Press, Inc. Lanham, Md., & London, 1996), coinciden al considerar que tras el origen del proyecto de Drácula 73 (Dracula A.D. 1972, 1972, Alan Gibson) se encontraba el deseo de la productora británica Hammer Films de finiquitar lo que podríamos denominar el período clásico de su “serie Drácula” (1) –la formada por las memorables Drácula (Dracula, 1958, Terence Fisher), Las novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960, Fisher) (2) y Drácula, príncipe de las tinieblas (Dracula, Prince of Darkness, 1966, Fisher), y las más irregulares, pero interesantes, Drácula vuelve de la tumba (Dracula Has Risen from the Grave, 1968, Freddie Francis), El poder de la sangre de Drácula (Taste the Blood of Dracula, 1970, Peter Sasdy) y Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970, Roy Ward Baker (3), planteándose una adaptación de las andanzas del personaje creado por Bram Stoker situándola en la época contemporánea. Pirie y Meikle también están de acuerdo que tras la decisión de Hammer se encontraba el deseo de conseguir un éxito como el que había tenido en los Estados Unidos una producción modesta pero efectiva que mostraba con cierta habilidad las andanzas de un vampiro aristocrático estilo Drácula en la Norteamérica del siglo XX: Count Yorga, Vampire (Robert “Bob” Kelljan, 1970). Una idea con posibilidades que, sigue diciendo Pirie (y coincido con él), empezó a ir mal ya desde su mismo título, en inglés Dracula A.D. 1972, destinado desde el principio a quedarse muy pronto anticuado. De hecho, entre nosotros se tituló Drácula 73 precisamente por eso: porque se estrenó en el año 1973 en cines españoles (ocurrió lo mismo en Francia), anticipándose así a lo que pasaría de nuevo, muchos años más tarde, con otra película “draculesca”: Drácula 2001 (Dracula 2000, 2000, Patrick Lussier) (4).

Una de las pocas cosas buenas de Drácula 73 reside en su primera secuencia, que, si bien no exenta de defectos –empezando por una pomposa voz en off, que por suerte dura poco, y que nos sitúa en la última y definitiva batalla entre el conde Drácula (Christopher Lee) y Van Helsing (Peter Cushing), aquí rebautizado como Lawrence Van Helsing; y, sobre todo, la enfática puesta en escena de Alan Gibson, el gran lastre de todo el film–, resulta cuanto menos atractiva. El vampiro y su eterno rival luchan a brazo partido sobre el techo de una calesa que corre sin conductor tirada por un par de caballos desbocados, atravesando a toda velocidad el londinense Hyde Park en el año 1872. La calesa acaba estrellándose, con tan mala fortuna que una de las ruedas se rompe, hundiendo uno de sus radios rotos en el pecho del vampiro, circunstancia que un Van Helsing igualmente herido de muerte aprovecha para, con sus últimas fuerzas, rematar a Drácula. La escena de la rueda roza el ridículo pero, claro, la interpretan Christopher Lee y Peter Cushing, quienes milagrosamente la salvan a fuerza de convicción. Pero un joven caballero (Christopher Neame) ha sido testigo de este acontecimiento; recoge las cenizas en las cuales se ha convertido un destruido Drácula y el anillo de su dedo meñique; más adelante, asistimos al entierro de Lawrence Van Helsing, que tiene lugar en el cementerio que rodea la iglesia de St. Bartolph; sin que nadie le vea, y paralelamente al sepelio de Van Helsing, ese mismo joven caballero entierra, subrepticiamente, una parte de las cenizas de Drácula en otro rincón del camposanto de la iglesia; una idea bonita, por más que la planificación de Gibson, pródiga en zooms y reencuadres con teleobjetivo tan típicos del momento de su realización, casi la estropea por completo. La cámara efectúa una panorámica hacia el cielo y, por corte de montaje, pasamos a la imagen del vuelo de un moderno avión de pasajeros. Entran los títulos de crédito: primero aparece “Dracula”, y luego, “A.D. 1972”. Han pasado cien años. Incluso la partitura musical, obra de Michael Vickers, cuya sonoridad inicial casi consigue hacernos pensar en James Bernard, deja paso, apenas entra en pantalla el plano del avión, a una partitura jazzística más propia del cine policíaco de la década de 1970 que de un film de terror. De hecho, como pronto veremos, Drácula 73 tiene más de procedural que de película de horror.

Tras ese arranque aceptable y más o menos prometedor en sus líneas generales, la primera secuencia de Drácula 73 es, sencillamente, detestable. Nos hallamos en un lujoso apartamento de Londres. Un grupo de rock, a cargo de los auténticos Stoneground, actúa en el salón de dicha vivienda. Se produce aquí un grotesco, caricaturesco y absurdo contraste entre los anfitriones, una serie de atildados hombres y mujeres maduros de clase alta y vestidos con ropas elegantes que miran con caras de asco y estúpida estupefacción a los “melenudos” que actúan y, sobre todo, a los jóvenes que al parecer se han colado en la fiesta y que, con sus indumentarias hippies y actitudes provocativas –una chica baila descalza sobre el piano, una pareja hace el amor debajo de una mesa, etc., etc.–, “molestan” a los ricachones. La vulgaridad de la puesta en imágenes –encuadres cámara en mano haciendo primeros planos de los miembros de Stoneground mientras cantan, feas panorámicas hacia los adinerados anfitriones embobados por tanta “osadía”– contribuye a que la secuencia se haga larga, muy larga. Solo un detalle mantiene el interés: el líder del grupo de chicos y chicas, Johnny, es idéntico al joven caballero a quien hemos visto recoger y enterrar las cenizas de Drácula, y el hecho de que lo interprete el mismo actor –Christoper Neame– contribuye a que pensemos, como luego se confirmará, que Johnny es descendiente del caballero.

Los lazos de sangre tienen cierta importancia en el desarrollo del film: como acabamos de apuntar, Johnny desciende de ese misterioso caballero; en el grupo de jóvenes está Jessica Van Helsing (Stephanie Beacham), nieta de Lorrimer Van Helsing (de nuevo Cushing), el cual es, a su vez, descendiente de ese Lawrence Van Helsing que destruyó a Drácula en Hyde Park a costa de su propia vida, y cuyo retrato al óleo luce, orgulloso, en la biblioteca de Lorrimer… cerca de un siniestro dibujo del rostro demoníaco de Drácula que –no por casualidad– también se encuentra en el apartamento de Johnny. Pero la cuestión de la consanguinidad entre estos personajes no tiene más valor que el anecdótico, más allá de un detalle tan tonto como que el apellido de Johnny sea Alucard, que no es sino un anagrama del nombre de Drácula leído al revés, y que ya salía en Son of Dracula (Robert Siodmak, 1943) y en Santo y el tesoro de Drácula (René Cardona, 1969).

Johnny propone a su pandilla hacer algo “excitante”: una misa negra en la iglesia no bendecida de St. Bartolph, ahora abandonada y en estado de ruina. El detalle de que el centro para el culto no esté bendecido es importante, como bien recordarán quienes hayan visto El poder de la sangre de Drácula, en la cual la decoración religiosa de una iglesia favorece la enésima destrucción del conde vampiro, y de la cual Drácula 73 copia la idea de la misa negra para resucitar a Drácula. Johnny oficia dicha misa blasfema, invocando los nombres de una serie de demonios (entre ellos, Drácula) al servicio del Diablo, y ofreciendo un ritual sazonado con su propia sangre escanciada en un cáliz, mezclada con las cenizas de Drácula y luego generosamente derramada sobre el escote de Laura (Caroline Munro), una chica de la pandilla que se ha ofrecido voluntaria y con entusiasmo al ritual ante la negativa de Jessica de participar en él. La secuencia, aunque tan tosca como el resto del film, resulta cuanto menos efectiva, y atesora, como mínimo, una imagen memorable: el suelo del cementerio donde hace un siglo se enterró una parte de las cenizas de Drácula empieza a moverse, a “respirar”, a medida que avanza la misa negra, anunciando la inminente resurrección del conde.

El problema es que, tras su enésimo retorno de entre los muertos, Drácula no se mueve de la iglesia, y, tras haber empezado a saciar un siglo de sed de sangre atrasada con la de Laura –cuyo cadáver desangrado es descubierto por dos niños que han entrado en los lindes de la iglesia mientras jugaban–, se limita a ordenarle a Johnny que le traiga nuevas víctimas, entre ellas Gaynor (Marsha A. Hunt), otra chica de la misma pandilla, y sobre todo a Jessica, consciente –nunca sabemos cómo– de que la muchacha pertenece a la familia Van Helsing. Como muy bien vuelve a señalar Pirie, “los realizadores de Drácula 73 ni siquiera se plantearon el problema básico de cualquier Drácula moderno, que consiste en relacionar al vampiro con la sociedad contemporánea. (…) Drácula aparece en Londres desde el primer momento, pero resulta absolutamente evidente que este furioso y anacrónico caballero sería completamente incapaz de poner un pie fuera de la iglesia sin atraer la atención de la ciudad entera”. En cierto sentido, esta paradoja –la presentación de un personaje tan formidable como Drácula inserto en un escenario contemporáneo…, por el cual, aparentemente, parece incapaz de moverse– viene a ser una simbólica representación de los problemas de coherencia del propio film: sus responsables resucitan espectacularmente al conde… pero luego no saben qué hacer con él y se ven incapaces de sacarle partido más allá de los viejos muros de esa vetusta iglesia, la cual sigue siendo el escenario “natural” de un vampiro de más de 500 años de edad. Por tanto, lo que podría haber sido, sobre el papel, una atractiva digresión sobre nuestra sociedad desde el insólito punto de vista de una criatura sobrenatural ajena a ella, deviene un simple policíaco con vampiro al fondo a partir del momento en que Lorrimer Van Helsing es consultado por un inspector de policía llamado –otro pequeño guiño a Stoker– Murray (Michael Coles, quien repetiría su personaje en Los ritos satánicos de Drácula, The Satanic Rites of Dracula, 1973, Alan Gibson –5–). Sospechando que Drácula ha resucitado en base a todos los indicios existentes –las víctimas desangradas, la iglesia no bendecida, el momento en que Lorrimer descubre a Jessica hojeando un manual sobre las misas negras–, la acción pasa a centrarse en las pesquisas de Lorrimer con tal de localizar a Drácula y destruirle antes de que vampirice a su nieta, mientras el conde, efectivamente, no pone un pie fuera de la iglesia, lo cual resulta bastante decepcionante.

Johnny pide a Drácula que le vampirice –ergo, le haga inmortal–, cosa a la cual el conde accede. Una vez transformado, Johnny hace frente a Lorrimer, quien se ha presentado en su apartamento siguiendo una pista –pegote de guion– que le ha proporcionado Anna (Janet Key), otra chica de la pandilla, tras habérsela encontrado por casualidad. Don Houghton, responsable del libreto, estaría más afortunado en sus guiones para la mencionada Los ritos satánicos de Drácula y la memorable Kung Fú contra los siete vampiros de oro (The Legend of the Seven Golden Vampires, 1974, Roy Ward Baker [y Chang Cheh, no acreditado]) (6). La secuencia de la pelea en el apartamento de Johnny, aunque tan tosca como el resto del film, atesora alguna idea aprovechable: el momento en que Lorrimer rechaza los ataques del joven vampiro aprovechando los reflejos de luz solar que le lanza usando un espejo de mano; o el plano en contrapicado de Johnny bajo la blanca luz del sol que entra a raudales por el techo acristalado de su cuarto de baño. Menos convincente resulta la idea de que Johnny muera por la acción combinada de la luz solar, y además, sumergido en una bañera llena de agua limpia, la cual –se dice– también aniquila a los no muertos.

Tal y como ya ocurría en la secuencia del principio, el final de Drácula 73 se sostiene en no poca medida sobre la solidez interpretativa de Lee y Cushing, dado que la secuencia de su pelea es, en sus líneas generales, nuevamente decepcionante. Asoman a la palestra algunos apuntes de interés. Drácula afirma, arrogante, que cómo cree Lorrimer que va a poder derrotarle a él, que ha tenido naciones bajo su mando (una vaga referencia al teórico origen histórico del vampiro y su relación con la figura del célebre Vlad Tepes el Empalador). Hay, asimismo, una elipsis que tiene cierta gracia: Lorrimer consigue clavarle un cuchillo de plata a Drácula en el vientre (antes hemos oído explicar a Lorrimer que la plata no acaba con los vampiros, pero les repele); el conde se precipita desde un piso de altura, malherido; Lorrimer baja corriendo las escaleras…, dándose de bruces con Jessica, la cual, hipnotizada por el conde, tiene en sus manos el cuchillo, extraído del cuerpo del vampiro, y a su lado, a un recuperado Drácula, sonriendo cínicamente y dispuesto a seguir peleando. Pero la destrucción de Drácula vuelve a ser un alarde de torpeza narrativa: el momento en que el conde se precipita dentro de un agujero abierto en el cementerio, clavándose una de las estacas que sobresalen del fondo del mismo, lo cual ayuda a Lorrimer a rematarle, clavándole la punta de una pala, es bastante más ridículo que lo de la rueda de la primera secuencia. No les falta razón a quienes consideran Drácula 73 el peor film sobre el personaje rodado por Hammer Films, hasta el punto de que, por comparación, y a pesar de sus abundantes defectos, la siguiente entrega de la serie y punto final de la misma, Los ritos satánicos de Drácula, sale muy favorecida.  


 

(1) A riesgo de caer en la inmodestia, recomiendo mi artículo Drácula en la Hammer, publicado en DIRIGIDO POR…, n.º 256 (1997), dentro del dosier 100 años de Drácula.

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2024/10/el-legado-del-vampiro-las-novias-de.html

(3) Véase mi reseña de Las cicatrices de Drácula en DIRIGIDO POR…, n.º 501, julio-agosto 2019, sección Home Cinema: https://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/07/dirigido-por-julio-agosto-2019-la-venta.html

(4) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/02/el-apostol-caido-dracula-2001-de.html

(5) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2022/01/el-sabbath-de-los-no-muertos-los-ritos.html

(6) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/09/vampiros-de-oriente-y-occidente-kung-fu.html

1 comentario:

  1. No tengo nignuna duda que "Dracula '73" es una mala película. Cada decisión es o bien una mala idea o la demostración de que Hammer pasaba por horas bajas. Por ejemplo, toda la premisa de traer a Drácula al "presente" sería más que nada para ahorrarse los decorados de época y la estética gótica que los acompaña, lo de que deja al pobre conde en paños menores. Lo único que se me ocurre decir en su defensa es que me parece algo más entretenida que "Las cicatrices de Drácula", que a mí me parece la peor de la saga. Incluso peor que esta.

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