sábado, 4 de septiembre de 2021

Los héroes están cansados: “STAR TREK VI: AQUEL PAÍS DESCONOCIDO”, de NICHOLAS MEYER



Sería fácil afirmar que Nicholas Meyer es el guionista y realizador a quien se le deben las mejores aportaciones a la saga cinematográfica de la franquicia Star Trek previas a la entrada en la misma de J.J. Abrams. Dejando aparte que coescribió y realizó la más que simpática Los pasajeros del tiempo (Time After Time, 1979), y que es el autor de la estupenda novela que dio pie a la notable Elemental, Dr. Freud (The Seven-Per-Cent Solution, 1976, Herbert Ross) (1), Meyer es bien conocido (y reconocido) por los trekkies por su contribución a tres de las películas que, según consenso, están entre las mejores de la serie para el cine: Star Trek II: La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982) y Star Trek VI: Aquel país desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991) –estrenada en España como Aquel país desconocido–, ambas en calidad de coguionista y director, y la muy agradable Star Trek IV: Misión: Salvar la Tierra (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986, Leonard Nimoy) –Misión: Salvar la Tierra en cines españoles–, si bien en esta tan solo como coguionista.



Vaya por delante que La ira de Khan y Aquel país desconocido están lejos de ser buenos films, pero sin duda alguna se sostienen mejor que las aburridísimas Star Trek III: En busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984, Leonard Nimoy) y Star Trek V: La última frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989, William Shatner) (2); de hecho, creo que la relativamente buena recepción crítica que tuvo en su momento Aquel país desconocido se debió, en no poca medida, al mal recuerdo dejado por La última frontera, comparada con la cual Aquel país desconocido, sin ser ninguna maravilla, casi parece una obra de arte. Sea como fuere, lo cierto es que la trama de Aquel país desconocido, firmada por Meyer junto con Denny Martin Flinn a partir de un argumento elaborado por el intérprete de Spock, Leonard Nimoy, y por Lawrence Konner y Mark Rosenthal, está aceptablemente elaborada y sólidamente trabajada, por más que se note en muchos momentos que la película está construida en torno a una premisa prácticamente insoslayable: el envejecimiento de los miembros del reparto de la primera serie de televisión y, contando este, de los seis primeros largometrajes cinematográficos. No es de extrañar, en este sentido, que el film empiece mostrándonos al oficial de navegación Sulu (George Takei) ascendido al grado de capitán y comandando su propia nave estelar, la Excelsior; que, cuando Kirk (William Shatner), McCoy (DeForest Kelley), Scotty (James Doohan), Chekov (Walter Koenig) y Uhura (Nichelle Nichols) asisten a la reunión del alto mando de la Flota Estelar convocada por Spock (Leonard Nimoy), el sarcástico McCoy afirme que quizá les están preparando una fiesta de jubilación (sic); que se diga que Kirk y su tripulación están a tan solo tres meses de dicho retiro; o que, tras haber besado a la atractiva alienígena metamórfica Martia (Iman), Kirk le diga a McCoy: “¿Quién dice que ya estamos acabados?”. Aquel país desconocido es una película de héroes crepusculares viviendo la última de sus grandes aventuras. No resulta de extrañar, en este sentido, el carácter simbólico de la última secuencia, con los representantes de distintos planetas de la Flota Estelar aplaudiendo a Kirk y los suyos, o lo que es lo mismo, a los veteranos miembros del elenco de la franquicia –cuyas firmas se reproducen en los títulos de crédito finales–, por los servicios prestados.



Aquel país desconocido
enlaza hábilmente con la segunda serie de televisión de la franquicia, Star Trek: La próxima generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994): si, en esta última, los klingon ya habían dejado de ser los villanos, formando incluso parte de la Flota Estelar y de la tripulación de la nave comandada por el capitán Picard (Patrick Stewart), Aquel país desconocido, que cronológicamente se sitúa antes que La próxima generación, nos describe el momento, delicado y crucial, en el que los klingon dieron los primeros pasos para firmar la paz con la Flota Estelar. Todo se produce a raíz de un inesperado incidente: la explosión accidental de Praxis, una luna klingon, deja tan debilitados a estos últimos que deciden que continuar la guerra contra la Flota Estelar resulta económicamente inviable y que lo mejor es negociar esa paz largo tiempo esperada usando la vía diplomática. Podría afirmarse que Aquel país desconocido es la más “política” de las entregas fílmicas de la franquicia, ya que en el argumento hacen acto de presencia numerosas convenciones del thriller “conspiranoico”: la tensa cena a bordo de la Enterprise que, a regañadientes, Kirk ofrece al canciller klingon Gorkon –David Warner, quien también tenía un papel secundario, y anodino, en La última frontera– y su séquito; el atentado “de falsa bandera” contra Gorkon y sus hombres a bordo de su propia nave; el intento de asesinato del presidente de la Federación de Planetas (Kurtwood Smith) por parte de un (falso) francotirador klingon en plena conferencia, a lo Mensajero del miedo (The Manchurian Candidate, 1962, John Frankenheimer).



La traición se encuentra muy presente en el trasfondo del relato. El general klingon Chang (Christopher Plummer), no cuesta nada adivinarlo, es el auténtico responsable del asesinato del canciller Gorkon y una de las mentes detrás del atentado contra el presidente de la Federación. Tras haber sido (falsamente) acusados de ser los autores de la muerte de Gorkon, y enviados al gélido planeta prisión Rura Penthe, Kirk y McCoy son traicionados por la mencionada alienígena Martia, quien les ayuda a escapar de su cautiverio con la única finalidad de que los klingon intenten asesinarles en el exterior aplicándoles la tristemente célebre “ley de fugas”. Incluso la pupila predilecta de Spock, la teniente vulcaniana Valeris (Kim Cattrall), trabaja en realidad para Gorkon y sus aliados, lo cual da pie, inesperadamente, a uno de los mejores momentos del film: la escena en la que, cosa rara en él, Spock casi se deja llevar por la ira, disgustado por la traición de Valeris, desarmándola con un gesto brusco y sometiéndola a una dura exploración mental con tal de arrancarle la verdad. En consonancia con este planteamiento, los diálogos están repletos de citas de Shakespeare, empezando por la referencia simbólica a ese “país desconocido”, que aquí no es sino la paz. Nada resulta especialmente original, pero nada es tampoco particularmente ofensivo o fuera de lugar, dado que la funcional puesta en imágenes de Nicholas Meyer ni brilla ni molesta. No resulta de extrañar, en este sentido, que la secuencia más llamativa, como ya se dijo en el momento de su estreno y sigue afirmándose todavía hoy (a pesar de lo mal que han envejecido sus efectos digitales), resida en el mencionado atentado “de falsa bandera” contra Gorkon y la tripulación de su nave, perpetrado por dos hombres armados, cubiertos con cascos y con botas magnéticas, aprovechando que la nave klingon se encuentra sin gravedad: los rayos láser de las pistolas de los asesinos provocan heridas en los cuerpos flotantes de los klingon, de las que manan espesas gotas de sangre púrpura que flotan en el aire a gravedad cero.
  

 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/04/la-solucion-al-siete-por-ciento.html

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/09/cita-con-dios-star-trek-v-la-ultima.html

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Cita con Dios: “STAR TREK V: LA ÚLTIMA FRONTERA”, de WILLIAM SHATNER

 


Star Trek V: La última frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), inédita en cines de España, pero estrenada en formatos físicos con ese título, que es el que utilizaremos, arrastra desde el momento de su estreno en los Estados Unidos “mala fama”, consistente en estar mayoritariamente considerado el peor film para el cine de toda la franquicia creada por Gene Roddenberry. Fama negativa que, todo hay que decirlo, está muy justificada, habida cuenta de que se trata, en sus líneas generales, de una película fallida y mediocre, si bien no es menos cierto que dicha “mala fama” resulta un tanto exagerada: sin ser, en absoluto, un film conseguido, resulta como mínimo curioso y no tan terriblemente malo como pregona el fandom trekkie: no me parece peor, pongamos por caso, que las soporíferas Star Trek III: En busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984, Leonard Nimoy), Star Trek: La próxima generación (Star Trek: Generations, 1994, David Carson), Star Trek: Insurrección (Star Trek: Insurrection, 1998, Jonathan Frakes) o Star Trek: Más allá (Star Trek Beyond, 2016, Justin Lin) (1).



Star Trek V: La última frontera
–en adelante, La última frontera– parte de un guion firmado por el guionista David Loughery a partir de un argumento previamente elaborado por el principal promotor y director de la película, el también intérprete del capitán Kirk William Shatner, junto con el productor Harve Bennett y el propio Loughery. Tienen razón quienes afirman que la trama de La última frontera guarda ecos de la de Star Trek (La conquista del espacio) (Star Trek, a.k.a. Star Trek: The Motion Picture, 1979, Robert Wise) (2): si, en esta última, recordemos, una gigantesca y amenazadora nave alienígena, V’Ger, resultaba ser el viejo satélite de la NASA Voyager VI, cuyo propósito final era encontrar a su Creador (el hombre) y fusionarse con él, en La última frontera el argumento gira alrededor de Sybok (Laurence Luckinbill), un vulcaniano de privilegiada inteligencia que logra apoderarse de la nave Enterprise, con el propósito de viajar a un recóndito rincón del universo donde, según él, se encuentra la fuente original de sabiduría del cosmos, es decir…, ¡Dios! La idea tiene su gracia, de puro delirante, por más que los responsables del film no se atrevan a llevarla hasta sus últimas consecuencias: lo que Kirk y sus amigos y compañeros de aventuras, Spock (Leonard Nimoy) y McCoy (DeForest Kelley), y el mencionado Sybok encuentran al final de su viaje es un ser que, aparentemente, parece Dios –como él mismo dice, adopta unos rasgos (los del actor que lo interpreta, George Murdock) fácilmente reconocibles: el aspecto que, por lo general, se le atribuye ortodoxamente al Supremo Hacedor–, pero que en realidad no es Dios, sino un ser maléfico que, a la primera de cambio, tortura a los protagonistas, con la intención de que le conduzcan a bordo de la Enterprise para huir de ese planeta escondido que, para él, es una especie de prisión estelar. Es una conclusión casi me atrevería a decir que necesariamente decepcionante, habida cuenta de que no está a la altura de las expectativas creadas, y que, además, desemboca en un clímax escasamente espectacular como consecuencia de la pobreza de sus efectos visuales.



Lo más atractivo de la función reside en el personaje de Sybok, no tanto por la entusiasta interpretación que del mismo hace Laurence Luckinbill, o por el hecho de ser una especie de antítesis vulcaniana del implacablemente lógico Spock (al que le une, además, una relación directa de hermandad, siendo hijos del mismo padre vulcaniano, pero de distinta madre), sino porque da pie a las escenas más logradas. Me refiero a esa curiosa secuencia en la que, gracias al enorme poder de convicción casi hipnótica de Sybok, primero McCoy y luego Spock hacen frente a sus demonios interiores: McCoy, remordido por el hecho de que le aplicó la eutanasia a su anciano padre (Bill Quinn), enfermo terminal, cuando poco después de haberlo hecho apareció una cura para su dolencia, sintiéndose, por tanto, responsable de su muerte; y Spock, avergonzado porque, desde el momento mismo que nació, decepcionó a su padre, Sarek (Jonathan Simpson), quien le consideraba “demasiado humano”, un asunto este en el cual volvería a incidir el reboot de J.J. Abrams  (3); la secuencia, bien apoyada sobre el trabajo de sus estupendos actores, funciona.



El problema de La última frontera es que el resto… no funciona. El prólogo ambientado en el desierto, en el cual vemos a Sybok iniciando su labor de “evangelización”, reclutando al primero de los miembros del pequeño ejército que logrará reunir para apoderarse de la Enterprise, es correcto y, hasta cierto punto, prometedor. Pero también hay momentos penosos; en particular, esa tonta escena en la que la teniente de comunicaciones Uhura (Nichelle Nichols) baila, desnuda y estratégicamente cubierta con unas plumas (¿de dónde las ha sacado?), para “distraer” a los guardias de Sybok, sin duda el peor momento del film y me atrevería a afirmar que de toda la saga cinematográfica de la franquicia. Las escenas de acción tampoco están resueltas con brío, con la pequeña salvedad de esa, divertida, en la que Spock usa unas botas voladoras, cargando consigo a Kirk y McCoy, y los tres vuelan por el interior de la Enterprise. La amenaza de un guerrero klingon con ganas de ponerse medallas, el capitán Klaa (Todd Bryant), carece de la más mínima fuerza, por más que, en un momento dado, dé pie a una buena idea de puesta en escena: el travelling frontal que recorre el puente de mando de la Enterprise y se detiene en un monitor que avisa de la inminente llegada de la nave de los belicosos klingon. La última frontera acaba siendo un irregular refrito de ideas que se quedan en meros apuntes, probablemente como consecuencia de la masacre que sufrió el montaje de la película –Shatner quería estrenar una versión de más de dos horas, pero hubo de conformarse con una de 107 minutos–, lo cual tampoco justifica la tibieza del resultado. 

 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2016/08/una-atropellada-odisea-espacial-star.html

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/08/ser-o-no-ser-trekkie-star-trek-la.html

(3) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2009/05/star-trek-la-conquista-del-espacio.html