miércoles, 25 de marzo de 2020

Misterio en el fondo del mar: “ESFERA”, de BARRY LEVINSON



Una de las anécdotas más famosas que circulan alrededor de Esfera, la novela de Michael Crichton publicada en 1987 en los Estados Unidos, es la que afirma que James Cameron tomó ideas de ella a la hora de elaborar el guion de su película Abyss (El secreto) (The Abyss, 1989), estrenada un par de años después. Cameron siempre ha negado esas acusaciones, afirmando que su guion para Abyss estaba escrito desde antes de que la novela de Crichton se editara. Puede ser cierto, mas también es verdad que la trama del libro y el argumento del film de Cameron tienen más de un punto de contacto. Ambas obras giran en torno al descubrimiento de una nave extraterrestre en el fondo del océano, aunque en la novela de Crichton dicho hallazgo se produce desde el principio del relato, mientras que en el film de Cameron la confirmación del origen alienígena del misterio que ronda a lo largo de toda la trama no se produce hasta los minutos finales. Tanto en Esfera como en Abyss se producen sendas catástrofes en las bases submarinas donde transcurren como consecuencia de huracanes, y sus ocupantes quedan aislados en su interior, corriendo el riesgo de morir si no se restablece el fluido eléctrico de la maquinaria que les abastece de aire y calor. En un par de momentos de “suspense” de ambas, Norman Goodman, el personaje protagonista de Esfera, y Bud (Ed Harris), el protagonista masculino de Abyss, se ven obligados a bucear a pulmón libre alrededor de las instalaciones. Y, en el clímax de ambos relatos, las naves extraterrestres ocultas en las profundidades del mar acaban emergiendo, regresando al espacio del cual procede en el caso de Esfera, revelando su impresionante fisonomía sobre las aguas en el de Abyss.


Ahora bien, las notables diferencias entre Abyss y Esfera, en este caso tanto la novela de Crichton como la adaptación cinematográfica que llevó a cabo de la misma Barry Levinson en 1998, residen sobre todo en el tono: Abyss es un excelente film de aventuras, tenso y emotivo, en el cual el componente humano está en todo momento por encima del aparato tecnológico que envuelve al relato; en cambio, en Esfera (insisto: el libro y el film), la fascinación de Crichton por la ciencia se encuentra en primer término del relato, y Levinson la recoge fielmente en su película, que por eso mismo resulta fría y desapasionada, “científica” y cerebral. Eso explica, probablemente, la no menos gélida recepción que tuvo Esfera (Sphere, 1998) en el momento de su estreno en cines, respecto a la cual también jugaron en su contra las inevitables comparaciones con el film de Cameron, muy superior en todos los sentidos.


A pesar de todo, la película de Levinson resulta menos despreciable de lo que suele afirmarse de ella, y sobre todo, bastante superior a la otra adaptación de Crichton que hallamos en su carrera, la horrible Acoso (Disclosure, 1994), según la no menos horrenda novela homónima, aunque para poder apreciar Esfera en su justa medida sea necesario reconocer previamente que ni la interesante idea que la sostiene es original (el ingenio extraterrestre que hace realidad los pensamientos de las personas que se acercan a ella), ni su resolución termina de sacar todo el jugo de dicha idea, dada la corrección un tanto aséptica de la labor de Levinson tras las cámaras. Mal que pese a los admiradores de Crichton, la idea de una fuerza alienígena que proyecta el pensamiento humano y lo convierte en una realidad material y tangible ya se encontraba enunciada, primero, en un estupendo clásico del cine de ciencia ficción norteamericano de los cincuenta, Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956), de Fred McLeod Wilcox; y, segundo, en la excelente novela de Stanislaw Lem Solaris, base de la homónima obra maestra de Andrei Tarkovski de 1972 y del soporífero remake firmado por Steven Soderbergh en 2002. Y el film de Levinson, un cineasta hoy bastante olvidado y que parecía moverse mejor en relatos de pequeño o mediano formato (Diner, Good Morning, Vietnam, Avalon, Liberty Heights), aún habiendo abordado con cierto éxito las películas de grandes dimensiones (la nada despreciable Bugsy), acaba apoyándose excesivamente en los diálogos, lo cual va en detrimento de una puesta en escena visualmente más atractiva, a pesar de que cuenta en su favor con una buena fotografía de Adam Greenberg y unos excelentes decorados de Norman Reynolds.


Sin embargo, esa misma tendencia a la verborrea acaba siendo también uno de sus mayores atractivos, en el sentido de que, cuando se estrenó, Esfera era una especie de alternativa “adulta” al tipo de cine de gran espectáculo del momento, ofreciéndose como una obra en la que lo reflexivo intentaba imponerse sobre lo pirotécnico. Puede que Levinson no consiguiera hallar el punto de equilibrio necesario entre el contenido, digamos, “científico” de los diálogos (prácticamente extraídos de forma literal de la novela de Crichton) y un relato de ciencia ficción más vibrante e imaginativo, siendo así que ya tenía en su haber una buena aportación al género fantástico-aventurero, la excelente El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985); pero, a pesar de ello, considero que Esfera, aun siendo un fracaso, cierto, es un fracaso digno, o dicho de otro modo, un buen intento de hacer un espectáculo adulto.



Basta con ver al respecto la elección del actor encargado de interpretar al psicólogo Norman Goodman, una estrella en las antípodas del cine de acción al uso: Dustin Hoffman, con quien Levinson ya había trabajado en la mediocre Rain Man (ídem, 1988). La presencia de Hoffman, y el énfasis puesto en el contenido científico-tecnológico de la novela de Crichton, hace que la película casi parezca un film hecho contra las convenciones habituales del cine de ciencia ficción: todo está contemplado de una forma tan lógica y racional que acaba creando una distancia con el espectador, lo cual hasta cierto punto juega en beneficio del substrato del relato. Dado que, tal y como se acaba descubriendo en la resolución, las amenazas que sufren los personajes no son completamente “reales”, sino el resultado de su imaginación desbordante, de sus pasiones reprimidas y sus (malos) sentimientos ocultos, resulta coherente que la película mantenga las distancias a la hora de visualizar los peligros que acechan a los personajes (el ataque, fuera de campo, de un calamar gigante; las medusas que abrasan a una de las tripulantes –Queen Latifah–; incendios, inundaciones…), poniendo en cambio el énfasis en aquellos momentos en los cuales el peligro brota directamente de la mente de los protagonistas: el mejor momento del film, sencillo pero muy eficaz, es aquel en el que, por mediación de diversos cortes de montaje, vemos la enajenación de Norman al darse cuenta de que todas las estanterías de un armario están llenas de idénticos ejemplares de la novela de Julio Verne 20.000 leguas de viaje submarino, una de las obsesiones de su amigo y compañero de aventuras Harry Adams (Samuel L. Jackson), lo cual proporcionará a Norman la clave del misterio; también es destacable, en este sentido, el intento de asesinato de Norman a manos de Elizabeth (Sharon Stone), inundando el laboratorio donde previamente le ha encerrado: esta última cree de buena fe  de que Norman es el responsable de todo lo ocurrido (aunque, en realidad, está enajenada por el poder mental de la esfera extraterrestre); y la anticlimática resolución del relato, en la cual Norman, Harry y Elizabeth, únicos supervivientes de la aventura, resuelven emplear sus mentes para olvidar todo lo que ha pasado, conscientes de que la humanidad no está preparada para recibir el inmenso regalo que les ofrece la esfera: el poder de una imaginación sin límites.        

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