martes, 6 de agosto de 2019

¡Liberad a Woody!: “TOY STORY 4”, de JOSH COOLEY



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Antes de ver Toy Story 4 (ídem, 2019, Josh Cooley), resultaba lógico pensar que una cuarta entrega difícilmente podría no ya superar sino tan siquiera igualar los grandes logros de la franquicia animada de Disney/ Pixar inaugurada por Toy Story (ídem, 1995, John Lasseter) y brillantemente proseguida en Toy Story 2 (ídem, 1999, Lasseter, Ash Brannon y Lee Unkrich) y Toy Story 3 (ídem, 2010, Unkrich). La sorpresa, en este sentido, es total y absoluta: a riesgo de equivocarme (hace tiempo que no he vuelto a ver ninguna de las tres películas anteriores, con lo que no guardo un recuerdo fresco de las mismas), Toy Story 4 no solo está a la altura de los títulos de la serie que la preceden, sino que incluso me atrevería a decir que los supera.


Como ya tuve ocasión de escribir en su momento desde las páginas de Dirigido por… con motivo del estreno de Toy Story 3, una de las mejores cosas que logró Pixar con el primer Toy Story fue devolverle no ya al cine de animación en particular, sino al cine en general, una vivificante sensación de descubrimiento como en contadas ocasiones ha vuelto a verse desde entonces. Lo meritorio de Toy Story no residía en su infantil trama argumental (dicho sea sin intención peyorativa), ni siquiera en el vigoroso tratamiento narrativo de la misma (el cual, dicho también de paso, no tenía nada de infantil), sino sobre todo en su demostración de una nueva tecnología de la imagen que se enseñaba sin gratuitos exhibicionismos, dado que se encontraba plenamente integrada dentro de las necesidades dramáticas de la trama (y vuelvo a subrayar que, por más que temáticamente pueda ser o considerarse infantil, una trama siempre tiene necesidades dramáticas, las cuales nada tienen que ver con «el tema» y sí mucho, en cambio, con una labor de tratamiento y desarrollo plenamente adultos enfocada hacia esa nebulosa parcela de la creatividad humana conocida como “arte”). Dicho de una manera sencilla, y a riesgo de incurrir en el tic del relato de “batallitas” personales, la primera vez que vi Toy Story pensé que era una película que, con independencia de que gustara o no, sin duda alguna ofrecía una nueva perspectiva del espectáculo cinematográfico como no se había visto antes, salvo en esporádicas tentativas previas y parciales. Lo cierto es que el film en cuestión no solo convenció, sino que además gustó, y mucho, dando el pistoletazo de salida al actual imperio Pixar.     
  

Vaya por delante asimismo que, tal y como tuve ocasión de comentar en Dirigido por… con motivo de sus respectivos estrenos, tanto Toy Story como Toy Story 2 son excelentes películas..., con independencia de sus nada disimulados discursos conservadores sobre el conformismo (el descubrimiento, a la fuerza, que en Toy Story llevaba a cabo el juguete cosmonauta Buzz Lightyear de su mera condición de... juguete) y la resignación (el proceso emocional que, en Toy Story 2, llevaba al equipo de juguetes a aceptar que, a medida que fuera haciéndose mayor, “su niño” Andy iría arrinconándoles en beneficio de otros juegos/ juguetes más acordes con su edad). En este sentido, Toy Story 3 daba un paso más allá en este discurso, con los juguetes protagonistas viéndose ante la encrucijada de ir a parar o bien al desván (equivalente, para ellos, a la “jubilación”), o en el peor de los casos a una bolsa de basura (“la muerte”), a partir del momento en que «su» Andy se ha convertido en un preuniversitario que, según la convención social establecida, ya no quiere/ no puede/ no debe jugar con cosas-de-niños. La diferencia con respecto a sus predecesoras consistía en que el destino de los juguetes, en un giro final tan artero como ingeniosamente resuelto, se resolvía con un cierre circular de la trilogía dejándola astutamente como estaba al principio, con los juguetes convertidos en los nuevos amigos-para-siempre de una niña pequeña que volcará en ellos su amor ingenuo y su imaginación (repitámoslo de nuevo) infantil.


Toy Story 4 arranca donde concluyó la anterior entrega, con Woody, Buzz y sus amigos siendo los juguetes favoritos de aquella niña, Bonnie. Tras dos brillantes secuencias, los flashback del rescate de un coche de juguete que está a punto de ser arrastrado por un torrente hacia el alcantarillado, y otro en que, a base de imágenes y música, encadena en un solo plano el paso del tiempo mientras Andy juega con esos juguetes, la acción no tarda en ofrecer un par de giros excelentemente planteados y resueltos: la nueva dueña de los juguetes, Bonnie, ya no tiene a Woody entre sus preferidos, sino a su versión femenina, Dolly, la cowgirl que conocimos en Toy Story 2 (a la que, incluso, le coloca la estrella de sheriff de Woody), lo cual provoca en el cowboy la sensación de que su final como juguete, almacenado en el desván, recordemos, está cerca… Para más inri, en su primer día en la escuela primaria, Bonnie construye con un tenedor de plástico, cordel, plastilina y un palito de madera su propio juguete, al que bautiza como Forky, y que se convierte de inmediato en su favorito: otro golpe para la autoestima de Woody. En su crítica publicada en el pasado número de Dirigido por… (1), Quim Casas titulaba su crítica de Toy Story 4 “La emancipación de los juguetes”. Es una definición muy precisa del substrato de esta nueva entrega: contrariamente a lo que defiende Woody, que se ha tomado como una cuestión de honor la felicidad de Bonnie porque, asegura, esa es la sagrada misión de todo juguete, hacer feliz a “su” niño o niña, Toy Story 4 da un paso más allá respecto a los tres films que lo preceden, mostrando minuciosamente el proceso que lleva a Woody a dar un giro a su existencia como juguete y abrazar algo que hasta ahora desconocía: la libertad. Proceso que vendrá marcado por la presencia de dos fuertes personajes femeninos: por un lado, Bo Peep, la pastora de porcelana de una lámpara infantil que, un buen día, decidió escaparse junto con sus tres ovejas (y, de paso, rompiéndole el corazón a Woody), para vivir en libertad; y, por otro, Gabby Gabby, una muñeca que vive en una tienda de antigüedades y que sueña, por el contrario, con realizarse como juguete, consiguiendo por primera vez aquello de lo cual Woody y sus colegas han disfrutado siempre: la satisfacción, como juguetes, de hacer feliz a un infante.


Si el guion, escrito por Andrew Stanton y Stephany Folsom a partir de un argumento elaborado por ambos junto con John Lasseter, Valerie LaPointe, Rashida Jones, Will McCormack, Maritn Hynes y el realizador Josh Cooley, solo pueda calificarse como de magnífico, no lo es menos su puesta en imágenes. Si cabe, como decía al principio de estas líneas, Toy Story 4 hace gala de una inventiva que la erige en uno de los mejores trabajos de los Pixar Animation Studios de estos últimos años. Los nuevos personajes funcionan excelentemente: desde el rudimentario Forky, con su recurrente obsesión –la antítesis de los juguetes– de arrojarse a la basura, porque está convencido de que ese es su destino, hasta la decidida Bo Peep, convencida de que solo ella puede decidir sobre su propia vida, pasando por Gabby Gabby y el pequeño imperio de terror que ha erigido en la tienda de antigüedades gracias a un ejército de inquietantes muñecos de ventrílocuo a sus órdenes, la antipática pareja de peluches Ducky y Bunny, que maldicen el hecho de estar siempre cogidos/ cosidos de/ por la mano pero que a la hora de la verdad son incapaces de vivir separados el uno del otro, o el frustrado motorista Duke Caboom, que tan solo vive para cumplir con su sino, esto es, ejecutar con su motocicleta el salto mortal perfecto. ¡Toy Story 4 es un drama del destino!


Más allá, asimismo, del envidiable nivel de perfección técnica de la animación, Toy Story 4 avanza y crece a cada instante gracias a la modélica construcción de todas y cada una de sus secuencias. Ya hemos mencionado algunas: el rescate del coche de juguete; el juego del pequeño Andy en un único plano que marca el paso del tiempo; la espléndida en la que Woody se esconde dentro de la mochila de la niña para acompañarla en su primer día de escuela; los “intentos de suicidio” de Forky cada vez que ve un cubo de basura o una papelera rebosante de desperdicios… A todo ello habría que añadir las extraordinarias secuencias en la mencionada tienda de antigüedades –espléndida la inclusión del detalle del vinilo donde suena Midnight, the Stars and You (1934), que era la misma canción que sonaba al final de El resplandor (The Shining, 1980, Stanley Kubrick): un guiño divertido y a la vez inteligente–, así como en la feria, cuya descripción desbordaría las intenciones de estas líneas. Toy Story 4 es una obra maestra del cine, no solo el de animación, y la enésima demostración de que este género sigue acumulando los mayores niveles de inventiva en la actualidad.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/07/dirigido-por-julio-agosto-2019-la-venta.html

2 comentarios:

  1. muy de acuerdo con vos, pienso que ésta es incluso superior a la tercera que tanto endiosan los críticos. Y que por supuesto está al nivel de la saga sabiendo que las dos primeras quizá sean insuperables hasta por su recuerdo.

    Nunca dudé de la calidad Pixar a pesar de que se expriman los personajes que tanto rédito dan. E incluso su final propicia una nueva saga... no? o sería mucho? jaja... saludos...

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  2. Estoy totalmente de acuerdo contigo, Tomás: "Toy Story 4" es la obra maestra de una serie que se caracteriza, precisamente, porque cada capítulo es mejor que el anterior, y en cada uno de ellos se aportan elementos que van creando un tapiz de enorme espesor hasta concluir con este último que, con total brillantes, revierte esa condición fundamental de los juguetes. El canto al conformismo de los primeros capítulos acaba transformándose en un lamento existencial (subrayando así la "humanidad" de los juguetes), planteando por primera vez en este film que se puede escapar al "determinismo" a que parece empujarlos su esencia: a la posibilidad de optar por la libertad personal. Muy bonita la idea, sellada por la excelencia de todos los demás elementos (personajes, situaciones, puesta en escena) y con un final verdaderamente bonito.

    Si tienes curiosidad, he dedicado en mi blog La mano del extranjero un artículo a la saga en su totalidad:
    https://lamanodelextranjero.com/2019/07/17/la-saga-toy-story-o-la-metafisica-del-juguete/

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