Exorcista II: El hereje (Exorcist II: The Heretic, 1977) es la primera de las cuatro secuelas para el cine que hasta la fecha ha conocido la famosísima película de William Friedkin El exorcista (The Exorcist, 1973) (1). Las otras son la muy mediocre El exorcista III (The Exorcist III, 1990), realizada por el mismo autor de la novela y el guion del film original, William Peter Blatty; la fallida El exorcista: El comienzo (Exorcist: The Beginning, 2004, Renny Harlin); y la curiosa aunque irregular Dominion: Prequel to the Exorcist (2005), de Paul Schrader, producida antes pero comercializada después de la de Harlin, y editada en formato doméstico como El exorcista: El comienzo – La versión prohibida (sic). A pesar del extraordinario éxito comercial de El exorcista, ni Friedkin ni Blatty tenían el menor interés en participar en una secuela. De entrada, no les atraía la idea que barajaba Warner Bros., productora del original. Según el coproductor de lo que luego sería Exorcista II: El hereje, Richard Lederer: “lo que básicamente queríamos hacer con la secuela era volver a hacer la primera película… Tener la figura central, un sacerdote que investiga lo ocurrido entrevistando a todos los involucrados en el exorcismo, para a continuación dar salida a material de archivo no utilizado, ángulos no incluidos de la primera película a partir de un refrito de bajo presupuesto (unos 3 millones de dólares) de “El exorcista”, un enfoque más bien cínico para hacer películas, lo admito, pero ese fue el comienzo”. Un planteamiento tan poco atractivo provocaba el rechazo de Linda Blair, intérprete de la joven poseída Regan, y Ellen Burstyn, que encarnaba a su madre, quienes se negaban a repetir sus papeles bajo esas condiciones.
El proyecto dio un giro a partir del momento en que el dramaturgo William Goodhart escribió un primer guion basado en las teorías de Pierre Teillard de Chardin, el jesuita paleontólogo y arqueólogo que, dicen, inspiró a Blatty el personaje del exorcista, el padre Merrin. Dicho texto llamó la atención de Boorman, quien explicaba que otro ejecutivo de Warner, John Calley, ya le había propuesto en su día dirigir El exorcista, pero “le dije: “Mira, tengo hijas, no quiero hacer una película sobre la tortura de un niño”, que es como yo veo el film original. Pero luego leí un tratamiento de tres páginas para una secuela escrito por William Goodhart, que me dejó intrigado porque giraba alrededor de la bondad. Lo vi entonces como una oportunidad para filmar una respuesta a la primera película”. Una vez Boorman y Linda Blair, a la que también le gustaba el nuevo tratamiento, aceptaron intervenir, la producción de Exorcista II: El hereje se puso en marcha, con un presupuesto inicial de 9 millones de dólares, considerablemente alto para los cánones de la época, que terminaría alcanzando la desorbitante cifra de 14 millones de dólares, siendo la película más cara realizada por Warner hasta la fecha. Una de las exigencias de Blair fue la de no volver a aplicarse el famoso maquillaje creado por Dick Smith, de ahí que las escenas de la Regan demoníaca de esta secuela corrieran a cargo de una especialista, con la voz de la actriz Karen Knapp. Por su parte, la pertinaz negativa de Burstyn a reaparecer en la secuela obligaron a potenciar el personaje de su ayudante, Sharon, de nuevo encarnada por Kitty Winn. Max Von Sydow accedió a reaparecer, brevemente, como el padre Merrin, si bien lo hizo a regañadientes dado, según él, el impacto negativo del éxito del primer film. Durante el rodaje, Boorman y su colaborador Rospo Pallenberg reescribieron por completo el guion. Convirtieron al teórico héroe de la función, el padre Dyer (personaje también presente en la primera película), en otro sacerdote, el padre Lamont, dada la negativa del padre William O’Malley a repetirlo. Richard Burton se haría con el papel del padre Lamont tras considerarse a Jon Voight –quien había trabajado con Boorman en Defensa (Deliverance, 1973)–, David Carradine, Jack Nicholson y Christopher Walken. A otro personaje, el Dr. Gene Tuskin, que debían interpretar o Chris Sarandon o George Segal, se le cambió el sexo, convirtiéndolo en la Dra. Tuskin, interpretándolo Louise Fletcher tras barajarse los nombres de Ann-Margret y Jane Fonda. Según Blair, tantos cambios estropearon el proyecto inicial: “era un muy buen guion al principio. Luego, cuando todo el mundo lo reescribió hasta cinco veces, se quedó en nada”. Quizá no le faltaba razón, aunque la actriz no contribuyó a la buena marcha del rodaje, con sus problemas de adicción a las drogas y su impuntualidad a la hora de presentarse en el plató a trabajar. A ello hubo que sumar los habituales problemas con el alcohol de Richard Burton; la fiebre del valle de San Joaquín (una infección respiratoria por hongos) que contrajo Boorman, obligando a detener la filmación durante todo un mes; y el elevado nivel de la producción, repleta de costosos efectos especiales (en particular, los relativos a las plagas de langosta), y de espectaculares decorados de ambientación africana erigidos en los estudios de la Warner en Burbank. En el momento de su estreno en los Estados Unidos, que tuvo lugar el 17 de junio de 1977, la decepción de la crítica, y en particular del público, fue mayúscula, hasta el punto de que todavía hoy se considera Exorcista II: El hereje la peor secuela de la historia del cine, por más que, contrariamente a lo que se ha dicho, su funcionamiento en la taquilla, si bien flojo, no fue tan malo: 30 millones de dólares de la época en salas norteamericanas. Friedkin explicó con regocijo que varios ejecutivos de Warner asistieron a un preestreno del film; al cabo de diez minutos, alguien del público les reconoció, se puso de pie y gritó: “¡Los culpables de este pedazo de mierda se encuentran en esta sala!”; una docena de espectadores se echaron sobre ellos, obligándoles a salir por patas…
Hay un aspecto meritorio en esta secuela de El exorcista: teniendo en cuenta que el propósito de Boorman era lograr una película absolutamente diferente de la original, hay que decir que lo consiguió por completo, para lo bueno y para lo malo. No cabe la menor duda que el factor primordial no ya del fracaso comercial que cosechó Exorcista II: El hereje en el momento de su estreno (lo cual es meramente circunstancial), sino del rechazo que todavía hoy inspira entre los fans de la franquicia creada por Friedkin y Blatty, reside en el hecho –reconocido por el propio Boorman en unas declaraciones hechas en 2005– de que “todo se reduce a las expectativas del público. La película que hice yo la vi como una réplica a la fealdad y la oscuridad de “El exorcista”. (…) Viéndolo en retrospectiva, al público les negué lo que querían ver y se cabrearon con ello; y con razón, pues yo sabía que no les daba lo que querían, lo cual fue una elección muy tonta”.
Boorman, guionista no acreditado de Exorcista II: El hereje junto al también director de segunda unidad Rospo Pallenberg, reescribió el argumento de Goodhart y lo llevó a su terreno, con resultados, sobre el papel, harto curiosos, pero, en la práctica, tremendamente fallidos. Pese a todo, la “mala fama” de este film es algo exagerada, pues no faltan en él algunos apuntes de interés, además del hecho de apartarse radicalmente del estilo fantásticamente realista (o realísticamente fantástico) impreso por Friedkin en El exorcista, para apostar en cambio por una tonalidad abiertamente fantastique. Cabe anotar en el haber de Exorcista II: El hereje la fuerza onírica de algunos pasajes, caso de la secuencia del primer paseo sonámbulo de la poseída Regan por la elevada terraza de su apartamento en Nueva York; o los bonitos travellings aéreos y movimientos de cámara “voladores” que recorren los paisajes y las estrechas calles y desfiladeros rocosos de Etiopía. Más allá de estos y otros apuntes formales no exentos de belleza –la fotografía de William A. Fraker; los efectos especiales de Albert Whitlock; el tratamiento de la escenografía, que contrasta la acristalada azotea del apartamento de Chris y la clínica de la Dra. Tuskin con los áridos decorados africanos–, el film fracasa en uno de sus aspectos primordiales, la crisis de fe que lleva al padre Lamont a asumir la defensa de Regan contra el diablo (a pesar de los ímprobos esfuerzos de Richard Burton con tal de darle algo de “carne” al personaje), y desemboca en un clímax ridículo y mal contado, en el que Regan, el padre Lamont, la Dra. Tuskin y Sharon hacen frente al Maligno en la misma vivienda de Georgetown donde transcurría la película de Friedkin. La equivocada partitura de Ennio Morricone redondea el desastre.