sábado, 24 de abril de 2021

Centenario LUIS GARCÍA BERLANGA (I). El último verano de la infancia: “NOVIO A LA VISTA”



[NOTA BENE: COINCIDIENDO CON LA PRÓXIMA CELEBRACIÓN DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE LUIS GARCÍA BERLANGA, Y CON EL “DOSSIER” QUE POR ESTA MISMA CAUSA LE DEDICA “DIRIGIDO POR…” EN SU NÚMERO DE MAYO DE 2021 (1), INCLUYO EN MI BLOG UN PAR DE COMENTARIOS DE OTRAS TANTAS PELÍCULAS SUYAS (2), SOBRE LAS CUALES NO HE ESCRITO EN EL MENCIONADO “DOSSIER” Y QUE SON, POR TANTO, UN COMPLEMENTO DEL MISMO.]



Segundo largometraje en solitario de Luis García Berlanga y tercero de su carrera, tras su debut con Esa pareja feliz (1951), codirigida con Juan Antonio Bardem, y ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1952), resulta obligado empezar un comentario sobre Novio a la vista (realizada en 1953 pero estrenada en 1954, de ahí que este último año sea el que suela aparecer en muchas fichas) con la mención de la presencia en sus créditos de Edgar Neville, uno de los más interesantes realizadores del cine español de los años cuarenta y cincuenta –como bien demuestran La torre de los siete jorobados (1944), La vida en un hilo (1945), El crimen de la calle Bordadores (1946), Nada (1947), El último caballo (1950) o El baile (1959)–, aquí en calidad de autor del relato en el cual se inspira el film y de coautor del guion, firmado por Neville en colaboración con José Luis Colina, Berlanga y Bardem. Salvando, evidentemente, todas las distancias de época, nacionalidad y estilo del mundo, en Novio a la vista se da una singular fusión entre dos cineastas de fuerte personalidad y con una concepción del cine, si no pareja, sí hasta cierto punto similar o con determinados puntos de contacto, de tal manera que esta película (digámoslo ya: estupenda) acaba formando parte del selecto cupo de obras cinematográficas que se erigen en perfectas combinaciones y/ o asociaciones de realizadores que, en un momento dado, comparten idénticas o similares inquietudes: es el caso (vuelvo a insistir: salvando las distancias) de los equipos formados, por ejemplo, por Ernst Lubitsch con Frank Borzage –Deseo (1936), producida por el primero y dirigida por el segundo– y con Otto Preminger –That Lady in Ermine (1948), preparada y empezada por Lubitsch y concluida por Preminger–; o del trabajo en equipo de productores/ guionistas/ realizadores como Martin Scorsese y Paul Schrader –Taxi Driver (1976)–, Francis Ford Coppola y John Milius –Apocalypse Now (1979)–, o George Lucas y Steven Spielberg –la serie Indiana Jones–. Dicho de otro modo: Novio a la vista “es”, comillas bien grandes, un film de Edgar Neville en lo que a construcción narrativa y diseño de personajes se refiere, pero también “es” de Luis García Berlanga en lo que atañe a su puesta en escena, sin que ese choque de personalidades dé pie a un producto carente de armonía.



Novio a la vista arrastra cierta consideración, dentro de la carrera de Berlanga, de obra catalogada, como suele decirse, como de “menor” (que es el consabido eufemismo que suele aplicarse al film o films de un realizador de prestigio que gusta menos, o a veces nada, si se lo compara con otras películas suyas más reputadas). Puede que ello se deba principalmente a la tonalidad de lo que narra, mucho menos feroz de lo que luego serían los posteriores trabajos de Berlanga con el guionista Rafael Azcona, y a simple vista carente incluso de la acidez de ¡Bienvenido, Míster Marshall!, por tratarse de un relato ambientado en la España de 1918 en el cual no cuesta demasiado imaginar que se hallan ecos autobiográficos de Neville, nacido en 1899. También alimenta la fama de “minoridad” de Novio a la vista el hecho de hallarse entre dos de las más significativas películas del Berlanga de la época, la repetidamente citada ¡Bienvenido, Míster Marshall! y la posterior Calabuch (1956). A ello hay que añadir una anécdota que, según y como se mire, pudo haber contribuido significativamente a que Novio a la vista no haya tenido mayor repercusión ni en el momento de su estreno ni en la memoria de los cinéfilos: para interpretar a la joven protagonista femenina del film, Berlanga contaba con dos candidatas, ambas de nacionalidad francesa; la elegida fue Josette Arno, entre otras razones porque una decisión de producción de última hora descartó a la otra seleccionada, la misma que muy poco después se convertiría en una de las mayores estrellas de cine europeas de todos los tiempos. Su nombre: Brigitte Bardot.



Todo ello no obsta para que Novio a la vista sea una más que apreciable película, y en no pocos momentos se revela muy superior a muchas obras posteriores de Berlanga (sobre todo, las muy endebles de sus últimos años). El arranque es excelente: un jovencísimo infante de España, el futuro rey Alfonso XIII, sale escoltado del palacio real y se presenta en una escuela para someterse a un examen oral ante un tribunal de profesores; la pregunta que se le hace al muchacho no es otra que… ¡quienes eran los Borbones!; el chico responde recitando, claro está, el árbol genealógico de su familia, el cual concluye, lógico, con “su papá” (Alfonso XII); gracias a su respuesta, consigue el aprobado… Pero la secuencia no concluye ahí: otro adolescente es examinado por el tribunal: Enrique (Jorge Vico), a quien unos segundos antes de entrar en la sala hemos visto guardarse “chuletas” en los bolsillos en forma de papeles y pañuelos; detalle genial: la lujosa silla en la cual se ha sentado el futuro monarca español es retirada cuando Enrique va a sentarse en ella, poniendo en su lugar una silla corriente…; la pregunta que los profesores le hacen a Enrique gira alrededor del imperio austrohúngaro (una de las más conocidas y difundidas filias de Berlanga); ni que decir tiene que el examen resulta desastroso y que Enrique lo suspende.

 

Tras esta secuencia, y una breve descripción/ presentación de los principales personajes que incluye el perfil de la relación de amistad y afecto que se da entre Enrique y Loli (Josette Arno), una quinceañera que estudia en un colegio de monjas, la acción no tarda en trasladarse a un pueblo de la costa, donde Enrique, Loli, sus amigos y sus respectivas familias veranean en un hotel al borde de la playa. De hecho, todo el prólogo ha tenido lugar durante el último día del curso: los exámenes finales forman parte, en cierto sentido, de una especie de ritual que se da cada año, del mismo modo que, asimismo anualmente, las familias pudientes de Madrid se trasladan a la costa. Pero para los niños y para los adultos, las vacaciones de verano no son lo mismo, por más que la película establezca una serie de irónicos paralelismos al respecto. Para los primeros, el verano es tiempo de juegos y diversión: bañarse en el mar, construir castillos de arena, buscar tesoros imaginarios, hacer travesuras… Para los adultos, es tiempo de reunirse y, también en cierto sentido, “jugar” a otros juegos, mucho menos inocentes, más hipócritas y mezquinos: para ellos, el verano es época de cotillear, de flirtear, de criticar a los demás, de reñir a los niños, de competir por ver quién aparenta mayor riqueza y poder: un juego siniestro de envidias que, no obstante, Berlanga y sus guionistas muestran con acidez, pero sin inquina. A fin de cuentas, los “juegos” de los adultos acaban siendo más patéticos que los juegos de los niños, aspecto este que queda meridianamente claro en la escena en la cual los chicos se disfrazan de adultos y se ponen a parodiarlos delante de sus narices en la terraza del hotel (dando pie, por descontado, a la airada reacción de los adultos que, por unos instantes, se ven a sí mismo grotescamente caricaturizados); o, más adelante, cuando los adultos deciden ir a buscar a los niños que se han escapado del hotel y se han hecho fuertes en las ruinas del castillo, la manera que tiene de organizarse “militarmente” resulta mucho más ridícula que ninguna de las travesuras de sus hijos o sobrinos… Véase, asimismo, el personaje secundario de Renovales (José Luis López Vázquez), un caballero venido a menos pero que no se resigna a aparentar una posición social más acomodada que la que realmente posee, aunque para ello tenga que lucir una cinta negra de luto en su chaqueta cuya finalidad es disimular el desgarrón que tiene en la manga…



De este modo, Novio a la vista acaba siendo una más que interesante digresión sobre el fin de la infancia y el inicio de la madurez, aspecto este último que brilla con particular intensidad en todo lo relativo a la evolución del personaje de Loli. Antes de coger el tren para irse a veranear al hotel con sus tíos, la chica se prueba ante el espejo de su dormitorio su vestido blanco favorito, advirtiendo entonces que le está pequeño; Loli dice que el vestido ha encogido, pero su tía (Julia Caba Alba) la corrige: el vestido no ha encogido, es ella que ha crecido. Novio a la vista describe el proceso de transformación de Loli de niña a mujer, en una evolución que supone una progresiva renuncia a los juegos de su infancia, a su inocencia, seguida de una continuada adopción de las maneras de los adultos. La llegada de Loli al pueblo de la costa es muy bella y, además, muy significativa: Loli baja del tren y, en un mismo plano, la vemos andar por el andén mientras el ferrocarril se pone en marcha; Berlanga sostiene el plano, de tal manera que, cuando el tren desaparece de la estación, detrás suyo aparece el esplendoroso paisaje costero, convirtiéndose así, a los ojos de la joven Loli, en una especie de imagen de ensueño, a tono con su ingenuidad infantil.



Pero, a medida que vaya pasando el tiempo, Loli se verá forzada a vestirse con vestidos de noche y a ponerse incómodos zapatos de tacón “de mujer”, e incluso a bailar y hablar con alguien a quien su familia considera para ella “un buen partido”: Federico (José María Rodero), el heredero de la fortuna de los adinerados Villanueva. Es por eso que la escena final de Novio a la vista acaba siendo de una considerable dureza: después de ese último verano maravilloso, de que Enrique y Loli por fin se hayan atrevido a besarse tímidamente en los labios, de esos últimos instantes de auténtica infancia que ya están dejando paso a las miserias y conveniencias del mundo de los adultos, y tras una épica confrontación entre mayores y pequeños en forma de batalla campal con piñas, trampas y fuegos artificiales, la realidad termina imponiéndose: en ese epílogo, vemos a Loli de nuevo en su casa de Madrid, proclamando alborozada que ese verano ha conocido a “un chico guapísimo” y que está esperando con ansiedad volver a verle muy pronto; afuera, está lloviendo, y Loli escribe con el dedo sobre el cristal húmedo el nombre de su amado… que no es otro que el de “Federico”. Hay en Novio a la vista un profundo conocimiento sobre la conducta humana, además de un gran sentido del cine.     

 


(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/04/elproximo-12-de-junio-se-cumplen-cien.html       

(2) La otra es La vaquillahttps://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/04/centenario-de-luis-garcia-berlanga-y-ii.html    


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