martes, 14 de abril de 2020

La vida de un hombre: “COMBATE DECISIVO”, de ANDRÉ DE TOTH



Cuenta el colega Israel Paredes Badía en el folleto que acompañaba –como siempre, tratándose de Bang Bang Movies y su colección Los esenciales del cine negro– a la excelente edición en DVD de Monkey on My Back (1957), rebautizada aquí como Combate decisivo, que la historia (real) del púgil Barney Ross se encontraba en la base de la inspiración del famoso film de Robert Rossen Cuerpo y alma (Body and Soul, 1947); y que esta película firmada por André De Toth –y, digámoslo ya, a mi entender uno de sus mejores trabajos– fue empezada por Ted Post, quien abandonó su rodaje como consecuencia de una enfermedad, si bien parece ser que algunos de los planos que filmó se conservan en el montaje definitivo. Sea como fuere, Combate decisivo es una película extraordinaria cuya principal cualidad reside, para el que suscribe, en su indefinición genérica.   


Explicada muy rápidamente, empieza como lo que suele conocerse como “film de boxeo” o “melodrama pugilístico” (son maneras de hablar), con el protagonista, Barney Ross –un excelente Cameron Mitchell–, ingresando voluntariamente en una clínica de desintoxicación a fin de someterse a un tratamiento que le libere de su adicción a la morfina. Al albur de las reflexiones del personaje, el relato retrocede en el tiempo, vía flashback, para mostrarnos a Ross en la cúspide de su carrera pugilística, donde se compaginan sus triunfos sobre la lona, su historia de amor con la que acabará siendo su esposa, Cathy Holland (Dianne Foster), y los problemas que le ocasionan lo que podríamos considerar su primera “adicción”, las apuestas; el cine negro también asoma, en parte, su rostro. Todo esto ocupa, aproximadamente, la primera mitad del film. A continuación, después de que Ross decide abandonar el boxeo –una dolorosa derrota contra un púgil negro mucho más joven y fuerte que él le hace ver, con lucidez, que sus días como boxeador han terminado–, y tras una serie de acuciantes problemas económicos por culpa de su ya mencionada afición a las apuestas y a derrochar el dinero a manos llenas, el film adquiere la tonalidad de un melodrama familiar-costumbrista, dado que la conducta inconsciente de Ross termina repercutiendo negativamente en su matrimonio con Cathy. Nuevo giro argumental: Ross se separa temporalmente de su esposa e ingresa en los marines; estamos en la II Guerra Mundial, y el protagonista termina –con más de 30 años de edad– combatiendo en Guadalcanal; Combate decisivo adopta, de este modo, los modos del cine bélico. Concluida la participación de Ross en la guerra, de donde regresa convertido en un héroe –ha matado él solo a veintidós nipones–, y también en un adicto a la morfina –el dolor de sus heridas de combate le ha inducido a ello–, el tono vuelve a ser melodramático: Ross se reconcilia con Cathy y emprende una exitosa carrera en el mundo de los negocios gracias a su don de gentes, pero su creciente dependencia de las drogas está, de nuevo, a punto de arruinar su vida.


Melodrama, cine negro y cine bélico. Boxeo, mafia, apuestas, la guerra del Pacífico y adicción a las drogas. Combate decisivo juega con todas esas tonalidades genéricas, todos esos elementos narrativos, y en cada uno de ellos alcanza resultados prodigiosos. Como melodrama “pugilístico” resulta, sencillamente, ejemplar: la ascensión y caída de Barney está vigorosamente descrita mediante formidables elipsis, de tal manera que el film pone el acento no tanto en la actividad pugilística del personaje como, sobre todo, en su psicología: a Barney Ross le gusta el boxeo porque le gusta ganar, pero sus ambiciones sobre el ring siempre pasan por el juego limpio (tal solo hay que ver cómo, tras perder por puntos el combate con el púgil negro que casi le destroza, decide dejar el boxeo); incluso cuando apuesta y pierde (y pierde a menudo), se lo toma como parte del juego. Con esa misma franqueza acepta, con naturalidad y sin aspavientos, que Cathy tenga una niña, fruto de una relación anterior, y a la cual adopta sin problema alguno, de la misma forma que previamente ha aceptado, sin hacerse preguntas, el que Cathy se gane la vida como “chica del coro” en un night-club sin interrogarla jamás sobre su pasado.



Mención especial merece la brillantísima secuencia en la cual vemos a Barney luchando en Guadalcanal, lo cual da pie a un memorable fragmento bélico que, para el que suscribe, se encuentra a la altura de los mejores momentos, dentro de este género, y ciñéndonos al conocido como cine del Hollywood Clásico, de Raoul Walsh, Lewis Milestone, Anthony Mann o Samuel Fuller. Una secuencia sin música, solo el sonido agobiante de la lluvia, el chapoteo de los soldados norteamericanos sobre el fango y el acoso terrible y sin piedad de los francotiradores japoneses escondidos en las copas de las palmeras conforman una secuencia que, por sí sola, ya justifica el visionado de Combate decisivo. Lo mejor, empero, reside en que, tras ese baño de intensidad, la película todavía depara un espléndido tercio final, la descripción de la drogadicción del protagonista, y de qué manera “toca fondo”, hasta el extremo de adoptar la decisión de ponerse en manos de médicos. De este modo, lo que a priori se plantea como un biopic más o menos al uso, el retrato de una “vida ejemplar” muy típicamente norteamericana, el self-made man que lo tuvo todo, se quedó sin nada, lo recuperó todo y volvió a perderlo todo antes de su redención definitiva, se convierte, en manos de De Toth, en un bellísimo poema de superación personal, donde lo más relevante acaba siendo la descripción de una vida humana –la de Barney Ross– entendida como una lucha constante, de manera que los sufrimientos del protagonista están vistos en todo momento como una consecuencia casi se diría que lógica de sus decisiones personales. Una obra maestra.





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