viernes, 24 de abril de 2020

Hay un muerto en mi cama: “A LA MAÑANA SIGUIENTE”, de SIDNEY LUMET




Dentro de la carrera de Sidney Lumet, A la mañana siguiente (The Morning After, 1986) ocupa un lugar más bien insignificante, si bien a pesar de ello significativo, habida cuenta de que este thriller de suspense es recordado más que nada por ser la primera película de su realizador rodada en Hollywood, lugar de ubicación de la industria cinematográfica de la que se había mantenido apartado hasta ese momento gracias a su fidelidad a Nueva York. Quizá eso explique que algunos de los mejores apuntes de este film, por lo demás poco memorable, resida en su esforzado intento de mostrar la ciudad de Los Ángeles como un lugar inhóspito e inquietante, en lo cual puede verse una especie de reflejo simbólico de los sentimientos que Lumet parecía tener hacia la ciudad angelina, no tanto por su condición de sede oficial de la así llamada Meca del Cine como por lo desagradable que puede llegar a ser en sentido estricto su arquitectura sin vida, sin alma: un escenario idóneo, por tanto, para una pesadilla como la que vive su protagonista femenina: Alex (Jane Fonda), una actriz de segunda fila con tendencia a beber alcohol en exceso, la cual amanece un nuevo día en un estudio que no conoce y durmiendo en la cama de un tipo al que no recuerda… y que está muerto, apuñalado en el pecho con un cuchillo de cocina. Ese dramático despertar, y los primeros movimientos de Alex por la soledad de la enorme vivienda del difunto y por unas calles amplias y por eso mismo hostiles de Los Ángeles, las cuales parecen indiferentes al asesinato de ese hombre y a la situación de terror y angustia que vive esa mujer, son una parte de los mejores apuntes de una película que, como digo, se erige entre lo menos afortunado de su excelente realizador.


Otro foco de interés del poco imaginativo guion de A la mañana siguiente, escrito por el productor James Cresson bajo el seudónimo de James Hicks y reescrito de manera no acreditada por David Rayfiel, reside en la relación que se establece entre Alex y Turner (Jeff Bridges), un expolicía que también arrastra un pasado difícil, y que comparten su condición de ser almas en pena unidas por el fracaso. Es una lástima que lo que, como digo, únicamente se apunta sobre la relación de estos dos personajes, a su manera, “malditos”, no vaya más allá de esos trazos iniciales, habida cuenta de que el film no tarda en olvidarse de ellos y contentarse con derivar por caminos muchos más convencionales, hasta llegar a una resolución harto trillada que deja paso, a su vez, a un innecesario happy end: Alex y Turner son personajes trágicos que no requerían el forzado apaño sentimental que termina uniéndolos. Todo acaba siendo un mecánico “ejercicio de suspense”, como suele llamarse a ese tipo de películas que, como esta, poco o ningún interés tienen por lo que cuentan ni casi por el cómo lo cuentan, más allá de la aplicación de un determinado “patrón de eficiencia” que parece sacado de un manual, donde no faltan a la cita ciertos golpes de efecto que recuerdan, de nuevo, a Las diabólicas, la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac de 1952 y el film de Henri-Georges Clouzot de 1955 (aclaro el “de nuevo”: véase La trampa de la muerte (Deathtrap, 1982) (1), asimismo de Lumet, donde curiosamente también hay algún apunte que parece sacado, vuelvo a repetir, de Las diabólicas), en el caso de A la mañana siguiente la inesperada aparición del cadáver recalcitrante dentro de la ducha de la protagonista.


En resumidas cuentas, A la mañana siguiente vendría a ser, dentro de la carrera de Lumet, un equivalente a otros trabajos suyos de corte similar y de intenciones puramente alimenticias –solo hay que ver que lo realizó inmediatamente después de una película bastante más interesante, Power (Poder) (Power, 1986) y antes de la mucho más personal Un lugar en ninguna parte (Running on Empty, 1988), que tampoco me parece una maravilla pero que, desde luego, es muy superior a la aquí comentada–, en la línea de sus posteriores y no menos fallidas El abogado del diablo (Guilty as Sin, 1993) –de quien el propio Lumet había llegado a renegar off the record– y su remake de la Gloria cassavetiana de 1999. A la mañana siguiente no puede (o no quiere) desprenderse de su condición de vehículo para el lucimiento de Jane Fonda (el cual le valió una candidatura al Óscar), con esta última repitiendo por enésima vez su sempiterno arquetipo de mujer enfrentada a un-mundo-de-hombres, si bien pasado por el filtro de su adicción al alcohol (la cual, más que definir el carácter del personaje, parece más bien un ardid destinado a aumentar el teórico “suspense” del punto de partida del relato: Alex se despierta con resaca y es absolutamente incapaz de recordar nada de lo que hizo la noche anterior), y, de paso, dando rienda a la no menos habitual tendencia de la famosa actriz a cierto exhibicionismo físico (escenas en camas, duchas y cuartos de baño con ligero atuendo; el plano en semipicado de Alex, desnuda, sentada en el sillón, incapaz de conciliar el sueño), en una línea que recuerda la de “nuestra” inefable Nuria Espert.  


1 comentario:

  1. Tal día como hoy, hace 40 años, fallecía Alfred Hitchcock, ¿le va a dedicar un homenaje, don Tomás?

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