domingo, 24 de diciembre de 2017

Cuento musical de Navidad: “MUCHAS GRACIAS, MR. SCROOGE”, de RONALD NEAME



Contrariamente a lo que pueda parecer a simple vista, Muchas gracias, Mr. Scrooge (Scrooge, 1970, Ronald Neame) no es una adaptación al cine de ninguna versión musical escénica previa del Cuento de Navidad (1843) de Charles Dickens, a pesar de estar escrita, producida (en calidad de productor ejecutivo) y contar con música y canciones de Leslie Bricusse, un compositor británico estrechamente vinculado a algunas producciones cinematográficas musicales de aquellos años, tales como El extravagante doctor Dolittle (Doctor Dolittle, 1967, Richard Fleischer), Adiós, Mr. Chips (Goodbye, Mr. Chips, 1969, Herbert Ross) y Un mundo de fantasía (Willy Wonka & the Chocolate Factory, 1971, Mel Stuart). Por el contrario, como digo, sería Muchas gracias, Mr. Scrooge la que daría pie, veintidós años después, a una versión para el teatro, Scrooge: The Musical (1992).


Acaso eso explique que, contrariamente a lo usual en otras películas musicales de la época basadas en éxitos del teatro musical londinense o de Broadway –cf. El violinista en el tejado (Fiddler on the Roof, 1971, Norman Jewison)–, en las cuales la acción dramática se “interrumpía” en virtud de los números musicales, a modo de paréntesis (que dichas “interrupciones” y/ o paréntesis musicales fuesen o no pertinentes, o estuviesen o no insertados y resueltos con gracia, ya es harina de otro costal), en Muchas gracias, Mr. Scrooge las canciones y los números musicales no tengan ese carácter de “interrupciones”, o que por lo menos no lo tengan de una forma tan descarada como en otros films musicales. De hecho, si algo llama la atención –positivamente– de los números musicales de esta estupenda película es que tienen un carácter eminentemente subjetivo y psicológico: brotan, o parecen brotar, de la subjetividad y la idiosincrasia de los personajes, en función de sus características, circunstancias y perfil psicológico. Es el caso, sin ir más lejos, de la canción “I Hate People”, que interpreta el avaro Ebenezer Scrooge (Albert Finney) camino de su casa, y que vendría a expresar los pensamientos del personaje, esto es, su desprecio hacia las personas y las celebraciones navideñas, su amargura y su soledad; o la canción “Christmas Children” que, inmediatamente antes que Scrooge, interpreta su humilde escribiente, Bob Cratchit (David Collings), mientras compra los ingredientes para la comida de Navidad junto con dos de sus cinco hijos.


Muchas gracias, Mr. Scrooge me parece una feliz conjunción de talentos. Por un lado, el del ya mencionado Bricusse, responsable no solo de un brillante ramillete de canciones –por más que él tan solo fuera el letrista de las mismas, dado que la partitura propiamente dicha corrió a cargo, dictada por Bricusse (que no sabía escribir música), de Ian Fraser y Herbert W. Spencer–, sino también, y como guionista, de una notable adaptación del original de Dickens, muy fiel al mismo en sus líneas generales, pero del que también en ocasiones se aparta para introducir alguna nada despreciable novedad. Es el caso de la divertida secuencia en la que, tras ser arrojado dentro de la fosa por el Fantasma de las Navidades Futuras (Paddy Stone), Scrooge va a parar a un pintoresco Infierno que parece sacado de un péplum de Mario Bava, y allí le está esperando el espectro de su antiguo socio Jacob Marley (Alec Guinness), quien le conduce a sus aposentos: una réplica de la oficina de préstamos que ambos dirigían, pero tan helada y cubierta de nieve como la casa de campo de Doctor Zhivago (ídem, 1965, David Lean) –“el único lugar frío del Infierno”, como apostilla Marley–, donde Scrooge trabajará durante toda la eternidad para Lucifer, cargando sobre sus hombros la gigantesca cadena que se forjó en vida con su ruindad hacia sus semejantes. Anotemos, a título de curiosidad, que dicha secuencia en ocasiones ha desaparecido con motivo de la emisión del film por televisión, si bien se encuentra en las actuales ediciones en formato doméstico.


A Bricusse hay que añadir, forzosamente, al genial director de fotografía Oswald Morris, quien, curiosamente, repite y perfecciona un efecto estético que había ensayado previamente el propio realizador de Muchas gracias, Mr. Scrooge, Ronald Neame, en uno de sus primeros trabajos como operador a las órdenes de David Lean, Un espíritu burlón (Blithe Spirit, 1945): el sutil empleo de un foco de luz vagamente azulado –en Un espíritu burlón, verdoso–, y proyectado sobre el actor Alec Guinness, con vistas a conferirle esa particular cualidad pálida y etérea al fantasma de Marley que interpreta. A Morris hay que sumar al diseñador de producción Terence Marsh, responsable de unos extraordinarios decorados de ambientación victoriana erigidos en los estudios de Shepperton, que brillan a gran altura tanto en lo que se refiere a las escenas ambientadas en exteriores –las que tienen lugar en las calles de Londres– como, sobre todo, en interiores; destacar, a este respecto, el decorado frío y desnudo, y a pesar de todo sombrío e inquietante, de la vivienda de Scrooge, suerte de mansión gótica donde el protagonista camina, paradójicamente, cual alma en pena todavía con vida. Es de justicia mencionar la aportación de los, para la época e incluso a ojos de hoy, notables efectos especiales creados por Wally Veevers: los vuelos de los personajes en las escenas de Scrooge y el Fantasma de las Navidades Presentes (Kenneth More) parecen un anticipo de aquellos en los que el mismo Veevers colaboraría para Superman (ídem, 1978, Richard Donner). Y, por descontado, la magnífica labor de los intérpretes, donde destacan fácilmente un histriónico pero entregado Albert Finney –encarnando al viejo Scrooge (y, en los flashbacks, al joven) con tan solo 33 años de edad–, Alec Guinness, Kenneth More y Edith Evans, esta última intérprete del Fantasma de las Navidades Pasadas.


No obstante, si todo eso funciona es gracias a la labor de coordinación de talentos del no menos interesante Ronald Neame, otro de estos tantos nombres ignorados, olvidados y/ o menospreciados de la cinematografía británica de entre los años 40 y 70 (y van…), que –al igual, poco más o menos, que J. Lee Thompson o John Guillermin–, suele ser, ejem, analizado a la luz de sus últimos y mediocres trabajos tras las cámaras rodados en los Estados Unidos –cf. Meteoro (Meteor, 1979)–, o simplemente recordado por la popularidad de, sobre todo, uno de ellos –La aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972); dicho sea de paso, la mejor película de catástrofes de los setenta junto con El coloso en llamas (The Towering Inferno, 1974), de… Guillermin–, pasando por encima del variado interés de muchas de sus otras películas: La salamandra de oro (Golden Salamander, 1950), El millonario (The Million Pound Note, 1954), El hombre que nunca existió (The Man Who Never Was, 1956), Alarma en Extremo Oriente (Windom’s Way, 1957), Un genio anda suelto (The Horse’s Mouth, 1958), Fuga de Zahrain (Escape from Zahrain, 1962), Podría seguir cantando (I Could Go on Singing, 1963), Mujer sin pasado (The Chalk Garden, 1964), El aventurero de Kenya (Mister Moses, 1965), Espías en acción (A Man Could Get Killed, 1966), Ladrona por amor (Gambit, 1966), Los mejores años de Miss Brodie (The Prime of Miss Jean Brodie, 1969) y, en particular, su magnífica Whisky y gloria (Tunes of Glory, 1960), film que en su momento se ganó la admiración de nada menos que Alfred Hitchcock.


A pesar de la presencia, característica del cine del momento de su realización, de determinados “borrones” visuales de moda como los planos con teleobjetivo (por suerte, muy escasos), la labor de Neame en Muchas gracias, Mr. Scrooge resulta en todo momento eficaz y, a ratos, muy elegante. Llama la atención, como digo, el carácter subjetivo y psicológico del tratamiento de las escenas musicales, en virtud del cual las canciones sirven como vehículos narrativos que expresan, en voz alta, los pensamientos interiores de los personajes. A los ya mencionados ejemplos de la resolución de las escenas que giran en torno a las canciones “Christmas Children” y “I Hate People”, podemos añadir fácilmente “You… You”, que expresa el lamento de Scrooge al recordar, junto al Fantasma de las Navidades Pasadas, el grave error que cometió al dejar marchar al gran amor de su vida, llamada Belle en el relato de Dickens y rebautizada en la película como Isabel (Suzanne Neve); y “Happiness”, interpretada por esta última y que, como su título indica, expresa el amor que siente Isabel hacia el joven y todavía amable Scrooge.


Pero, además, los números musicales colectivos tienen una viveza y vitalidad que reflejan magníficamente la alegría de unos personajes que cantan y bailan de manera espontánea y sin virtuosismo. Por más que guardan ecos de la celebrada coreografía de Onna White para otro famoso film musical inspirado en Dickens, Oliver (Oliver!, 1968, Carol Reed), dichos números musicales se diferencian de los de este último, como digo, porque son menos “coreográficos” y sí, en cambio, más (aparentemente) “espontáneos”, a tono, vuelvo a insistir, con la humildad de los personajes. Es el caso del número musical “A Christmas Carol”, interpretado por el grupo de golfillos que cantan villancicos de portal en portal y que se dedican a perseguir a Scrooge para burlarse de él por su tacañería; “December the 25th”, protagonizado por el viejo jefe de Scrooge, el Sr. Fezziwig (Laurence Naismith), cuando celebraba el día de Navidad con sus empleados y su esposa (una, por cierto, irreconocible Kay Walsh); el gran número musical de la película, “Thank You Very Much”, en el que Tom Jenkins (Anton Rodgers) y el resto de antiguos clientes sangrados por Scrooge celebran la muerte del avaro cantando y bailando mientras acompañan su ataúd al camposanto… sin que un despistado Scrooge se dé cuenta de ello; y el gran número musical del final, “I Like Life”, que retoma la misma canción que le enseñó a Scrooge el Fantasma de las Navidades Presentes y que, ahora, interpretada de nuevo por un pletórico Scrooge tras haber aprendido la lección de vida que le han impartido los tres fantasmas, supone la expresión de su cambio de actitud.


Llama la atención, asimismo, la fuerza que tienen los momentos fantastiques, en la frontera misma del cine de terror. Es el caso del rostro del fantasma de Marley que se aparece en el pomo de la puerta de la vivienda de Scrooge cuando el protagonista está a punto de abrirla; la atmósfera tétrica que precede a la aparición del fantasma de Marley, como ya he mencionado en la casi gótica casa donde vive Scrooge, y donde no falta la utilización de determinados detalles sonoros y visuales destinados a crear esa atmósfera macabra (el humo que, de pronto, brota de la chimenea al lado de la cual Scrooge está cenando; el sonido exagerado, crispante, de las campanas de una iglesia); el vuelo de Scrooge y el fantasma de Marley sobre Londres, en el curso del cual se cruzan con los espíritus de los condenados a vagar siempre por el Infierno; el impactante momento en el cementerio, cuando el protagonista descubre su propia lápida y, a continuación, como ya he mencionado, es arrojado por el Fantasma de las Navidades Futuras a una fosa de infinita caída que le conduce al Averno… Muchas gracias, Mr. Scrooge funciona estupendamente, pues, a varios niveles: como adaptación de Dickens, como espectáculo musical, como fábula fantástica de trasfondo moralista, y como película navideña brillante y entendida sin prejuicios.    


Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo

1 comentario:

  1. El cine musical británico tiene obras más que respetables y ésta, que es casi una cult movie, es una de ellas. Buena adaptación de la inmortal obra de Dickens, aunque, y es gusto muy personal, las que más me divierten son Los fantasmas atacan al jefe y la de Disney pese al que esta última no sea un largometraje.
    Felices fiestas a todos!

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