viernes, 19 de febrero de 2016

¡Hurra! ¡Estamos en crisis!: “LA GRAN APUESTA”, de ADAM McKAY



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Si tuviera que elegir, ahora mismo tendría dificultades para decidir qué es peor: si las películas que el cine norteamericano de estos últimos años ha dedicado a la Guerra de Iraq, o las que ha centrado sobre la actual crisis económica internacional. Probablemente, en el supuesto de que fuera necesario hacerlo, me decantaría por las primeras, y no porque me entusiasmen, sino porque al menos han proporcionado una obra maestra al cine: El francotirador (American Sniper, 2014), de Clint Eastwood (1). No puedo decir lo mismo de las segundas: dejando aparte los documentales, pues me estoy refiriendo exclusivamente a films de ficción, acaso me quedaría con Margin Call (ídem, 2011, J.C. Chandor), y aun así con reparos, pues sin ser una mala película está lejos, muy lejos de ser un gran film. Con todo, me parece preferible a La gran apuesta (The Big Short, 2015), coescrita y dirigida por Adam McKay y que, lo digo de entrada, me parece una buena oportunidad perdida, pues si bien es verdad que se trata de una película con un planteamiento interesante, al menos en teoría (esto es, a nivel de guion, que a pesar de todo tampoco es una maravilla, como luego veremos), su realidad práctica (su puesta en escena) me parece un completo desastre.


No he tenido el gusto de ver las comedias dirigidas por Adam McKay, pues la prudencia me aconsejó no hacerlo, si bien no falta quien comenta maravillas de El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004), Pasado de vueltas (Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby, 2006), Hermanos por pelotas (Step Brothers, 2008), Los otros dos (The Other Guys, 2010) y Los amos de la noticia (Anchorman 2: The Legend Continues, 2013). Pero si, como dicen algunos de esos maravillados, La gran apuesta es su mejor película hasta la fecha, creo que seguiré sumido en esa ignorancia al menos durante una larga temporada. Vuelvo a insistir en que, a priori, el planteamiento de este film no es en absoluto malo; por el contrario, está lleno de posibilidades, y de hecho las apunta todas, por más que a mi entender no desarrolla ninguna con la suficiente creatividad. Básicamente, La gran apuesta consiste en la reconstrucción dramatizada del origen y el estallido de la actual crisis económica, que tuvo lugar en los Estados Unidos y no tardó en propagarse al mundo entero, narrada desde la perspectiva de cuatro personajes: el experto financiero Michael Burry (Christian Bale), personaje real que predijo, desgraciadamente con acierto, el estallido de la burbuja inmobiliaria norteamericana, esto es, la fragilidad de un mercado de bienes raíces (bienes inmuebles) sostenido sobre la base de una serie de hipotecas-basura que, tan pronto como quedaran impagadas, acarrearían el hundimiento de todo el mercado inmobiliario, como así ocurrió; el agente de Wall Street Mark Baum (Steve Carell), basado a su vez en el personaje real de Steve Eisman, quien al frente de su equipo de colaboradores se asoció con el tercer gran personaje de la intriga, el bróker Jared Vennett (Ryan Gosling), un trasunto del auténtico Greg Lippmann, de cara a conseguir lo que Burry intentó pero no logró, esto es, sacar tajada de la inminente crisis mediante una compleja operación de compra y venta de activos “dañados”; y Ben Rickert (Brad Pitt), un exagente de cambio y bolsa basado en el personaje real de Ben Hockett, que presta su pericia y su experiencia negociadora a otros dos jóvenes aspirantes a tiburones de Wall Street, Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), quienes no son sino personajes de ficción basados en los reales Charlie Ledley y Jamie Mai respectivamente. Añadamos que el guion de McKay, coescrito con Charles Randolph, se basa en el libro de investigación del periodista Michael Lewis The Big Short: Inside the Doomsday Machine (2010), inédito en España salvo error del que suscribe.


Teniendo en cuenta que todavía estamos inmersos en esta crisis económica inacabable, y que aún la estamos sufriendo en nuestras carnes y en nuestras mentes, resulta lógico que lo que narra La gran apuesta “toque” la fibra sensible, el ánimo o la conciencia del espectador. Además, a pesar de la experiencia previa de McKay en el terreno de la comedia, y de que en el film abundan los momentos irónicos e incluso humorísticos, La gran apuesta no hace un retrato ni frívolo, ni fácil, ni cómodo de lo que narra, sino por el contrario duro, áspero, cínico y amargo. Sus intenciones son muy claras, y no deja lugar a dudas: todos los protagonistas de la película son una caterva de hijos de la gran puta, por decirlo suavemente, que intentaron aprovecharse de la desgracia ajena, de la ruina financiera de millones de inocentes que perdieron su dinero, sus casas y sus bienes sin que nadie moviera un dedo por ellos, y que en los casos concretos de Vennett/ Lippmann, Rickert/ Hockett, Geller/ Ledley y Shipley/ Mai, y de tantos y tantos otros, acabaron sacando una substanciosa tajada de todo ello. Una infamia que La gran apuesta muestra tal cual, sin paliativos ni paños calientes. Pero una cosa son las intenciones, loables en el caso de La gran apuesta, y otra es el cine.


De entrada, el guion en sí mismo considerado resulta, como mínimo, discutible. Estamos de acuerdo en que el libreto hace un esfuerzo notable para narrar con el máximo detalle posible el prácticamente incomprensible intríngulis económico que desató la crisis, pero aun así su planteamiento resulta bastante molesto. Acaso con la intención de hacer lo más cercano posible al espectador neófito (entre los que me incluyo) todo ese galimatías financiero, los responsables del film apuestan, en primer lugar, por un acercamiento irónico-humorístico, no desprovisto de cinismo. De este modo, en un par de escenas concretas aparecen nada menos que la actriz Margot Robbie, metida en un baño de espuma, y la actriz y cantante Selena Gómez, jugando a las cartas en Las Vegas, ambas interpretándose a sí mismas y hablando hacia la cámara para ofrecer unas complicadísimas explicaciones verbales sobre un par de tecnicismos económicos. Dejando aparte el sarcasmo de la aparición de ambas actrices –que tiene su (malévolo) sentido: Robbie fue la coprotagonista femenina de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013, Martin Scorsese) (2), mientras que Selena Gómez es… Selena Gómez–, sus apariciones, lo que cuentan y cómo lo cuentan no tiene más valor que el anecdótico, o si lo prefieren, el de un chiste (fácil, por añadidura). Por no hablar de la más bien bochornosa escena en la que Vennett se ayuda de una torre de juguete a base de pequeñas piezas de madera para explicarles a Baum y su equipo el funcionamiento del mercado financiero y cómo este, literalmente, se derrumbará tan pronto como fallen las partes fundamentales para sostenerlo.


Siempre cabe la posibilidad de, como en mi caso, desinteresarse del intríngulis financiero, habida cuenta de que, tal y como está planteado y resuelto, no tiene interés alguno, y concentrarse en otros aspectos del relato, tales como la descripción de los personajes y la puesta en escena del mismo. Pero, por desgracia, incluso viéndola desde estas perspectivas en exclusiva, el asunto no mejora. Los personajes, y los intérpretes que se hacen cargo de ellos, dejan bastante que desear. El más penoso es el de Michael Burry, descrito con una serie de tics que pretenden erigirlo en una especie de “genio loco” o de “sabio despistado”: se pasea descalzo por la oficina, oye música rock a un volumen exagerado, toca la batería como un poseso, y habla poco, en voz baja y entre risitas. Cabe la posibilidad, por descontado, de que el auténtico Burry sea exactamente así, pero en cualquier caso no convence ni el personaje (que, con franqueza, parece más bien un tarado que un genio), ni su intérprete: Christian Bale, que por regla general es un buen actor, hace aquí la peor interpretación de su carrera.


No menos cargante resulta el personaje (de alguna manera hay que llamarlo) de Rickert, empezando por la labor de su intérprete, un Brad Pitt haciendo, como siempre, de Brad Pitt (o sea, nada), y acabando con la caracterización de su (ejem) personaje: Rickert está descrito como una especie de figura antisocial que, a capricho del guion, dado que sus motivaciones nunca quedan del todo claras, decide ayudar a Geller y Shipley en su jugada financiera para-joder-al-sistema. El personaje (sic) puede tener gracia si no se es exigente, pero a la hora de la verdad resulta difícil de creerse a alguien que fue un poderoso agente de Wall Street, dejó de serlo para dedicarse a cuidar su huerto, accede a colaborar con Geller y Shipley apenas se lo piden, y una vez hecho (no sin llevarse una buena tajada), regresa a su huerto… Lo dicho: quizá Hockett, la figura real en la que se inspira el personaje de Rickert, fuera así en la vida real; pero, tal y como se lo presenta en el film, resulta burdo, incomprensible y facilón.


Hay dos honrosas excepciones. La primera es el personaje de Mark Baum, el mejor perfilado de la función, el cual se beneficia de la magnífica interpretación –esta sí– de Steve Carell. Con todo, el personaje cojea en un apartado que, tal y como está planteado en ese guion que no para de ganar premios y alabanzas, carece de interés alguno: el hecho de que Baum –y, quizá, también Steve Eisman, la figura real que le sirve de base, cosa que no puedo corroborar dado que lo desconozco– esté traumatizado por la muerte de su hermano. Desde luego que Baum es el único personaje que muestra una humanidad de la cual los demás carecen: su asombro ante el inminente estallido de la burbuja inmobiliaria, su estupefacción ante una catástrofe económica desorbitada e imparable, están muy bien expresados por Carell, vuelvo a insistir, espléndido en su papel: todo el asunto de su hermano, sencillamente, sobra. La segunda excepción a la que me refiero es el personaje de Jared Vennett, la versión de ficción de Greg Lippmann, y que es el único que mantiene su coherencia desde el principio y hasta el final. No me parece casual que sea precisamente el cínico, amoral y arrogante Vennett quien, al igual que Margot Robbie y Selena Gómez, se dirija hacia el espectador hablándole mirando a cámara: en cierto sentido, es “la voz” del film porque es quien tiene claro desde el principio cuál es su propósito: ganar dinero a costa de la ruina del prójimo. Un hijo de puta integral. Además, Ryan Gosling lo interpreta muy bien.


Si los personajes tampoco son lo suficientemente atractivos como para justificar un largo, muy largo metraje de 130 inacabables minutos, siempre cabe la posibilidad, repito, de concentrarse en el trabajo de puesta en escena de la película, o expresándolo en palabras de Alberto Moravia, ver cómo el director se las ha arreglado. El problema es que en La gran apuesta no hay un trabajo de puesta en escena digno de esa expresión, dicen algunos, ya anticuada, pero todavía muy elocuente mientras nadie invente algo mejor. A no ser que entendamos, o mejor dicho interpretemos, como “trabajo de realización” la propensión de Adam McKay a insertar esos típicos primeros planos/ planos medios de los personajes en los que la cámara se mueve, ligeramente “temblorosa”, incluso en las abundantes escenas en las que estos se limitan a estar sentados hablando mucho (pero, en el fondo, sin decir nada), acaso para expresar que son como los tiburones (de los de Wall Street, por supuesto), que necesitan estar siempre en movimiento so pena de ahogarse (algo que ya ensayó, por cierto, el ínclito Oliver Stone en otro engendro de similares y premonitorias características, la inefable Wall Street, ídem, 1987); o bien consideremos que “trabajo de realización” consiste en montar planos cortos y crear una especie de coreográfica presentación de localidades estadounidenses, combinando planos generales y planos de detalle, con vistas a captar así el frenesí de la sociedad norteamericana, en lo que puede verse una especie de revisión liofilizada del estilo de Martin Scorsese. Los responsables de la crisis deben haberse reído mucho viendo La gran apuesta, un film que casi consigue que el mayor robo de la historia, y el más impune, parezca un simple juego de niños traviesos. ¿Una historia real? Pueden metérsela por el culo.     

4 comentarios:

  1. Pienso que las mejores películas de Hollywood sobre la crisis son, precisamente, las que no hablan de ella directamente.

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  2. Sobre la crisis creo que la mejor cinta que se ha rodado es "El lobo de Wall Street", aunque no hable de ella directamente, como dice el anterior comentario. La escena final, con Di Caprio dando una conferencia, es demoledora sobre el reparto de culpas en esta crisis entre el estafador y el estafado (este caso el público que observa).
    Por lo menos esa es mi opinión, porque jamás he pensado que todo lo que ha ocurrido es sólo consecuencia de la acción de algunos tiburones de las finanzas (con la complacencia del FMI, Banco Mundial, Reserva Federal, BCE, etc.) y que las personas que perdieron sus viviendas o sus ahorros eran unos ingenuos que no sabían lo que les podría pasar. Sé que esto que digo no es "popular" pero es lo que pienso.

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  3. Nunca te había visto tan enojado al hablar de una película. A mí me ha encantado y creo que si que tiene muchos puntos de interés. Sobre todo de puesta en escena, a mí entender más elaborada de lo que comentas más allá de los tics visuales que comentas y que si que están allí. Si te apetece acabo de hablar sobre ella en mi blog.
    ¿Acaso lo despreciable que es el hecho real que narra la película no te habrá influido en tu valoración? Lo dejo ahí.
    Un saludo

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    1. Buenos días, León:

      No, lo cierto es que lo único que ha influido en mi valoración es el profundo aburrimiento en el que me sumió este film, del cual esperaba mucho más. Los primeros 20 minutos, con la presentación de Michael Burry, y sobre todo, con Christian Bale interpretándolo como si fuera un retrasado mental, ya se me hicieron insufribles. Y, a los 40 minutos, ya esta harto de la película, pues a mi entender todo lo que pretende plantear ya lo ha hecho, y el resto del larguísimo metraje no es sino una mera variante de lo ya expuesto previamente.

      Saludos cordiales.

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