martes, 23 de febrero de 2016

El hombre de una tierra salvaje: “EL RENACIDO”, de ALEJANDRO G. IÑÁRRITU



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Como cada vez que uno pone, digamos, “pegas” a una película que genera un consenso generalizadamente positivo, volveré a hacer honor al tópico y empezaré diciendo la consabida frase hecha: vaya-por-delante-que… El renacido (The Revenant, 2015) me ha gustado. Es una buena película, repleta de grandes momentos, y en sus líneas generales se merece la elevada consideración de la que goza en estos instantes. Pero no es menos cierto que, con todas sus virtudes, también me ha parecido más irregular de lo que me esperaba de ella, o si se prefiere, no termina de estar a la altura de las expectativas que me había creado, sobre todo, a raíz de la magnífica impresión que me dieron los dos anteriores trabajos de su director, el mexicano Alejandro González Iñárritu: la espléndida y todavía hoy muy menospreciada Biutiful (ídem, 2010) (1), y sobre todo la extraordinaria Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014) (2).


Empezaré hablando de lo que no me gusta, o que me gusta menos. En general, y con la excepción hecha de sus mejores instantes, El renacido me ha parecido, sorprendentemente, un film carente de la debida intensidad, o si se prefiere, menos intenso de lo que su planteamiento dramático, duro y violento como pocos, podría dar a entender. No es solo que haya una diferencia entre sus, digamos, “momentos fuertes” (los cuales, insisto, me parecen estupendos), y sus momentos, sigamos diciendo, “menos fuertes” (hablo en términos muy generales). Además, hay que decir a favor de la película que, a pesar de su larga duración (156 minutos), mantiene un ritmo excelente y con escasos altibajos. Lo que me molesta un poco de El renacido es que, incluso en esos buenos momentos, el realizador mexicano haga gala de un estilo tan brillante como pomposo, tan virtuoso técnicamente como un tanto huero formal y narrativamente. Por ejemplo, y sin ir más lejos, la secuencia del ataque en el borde del río de los indios arikaras a la expedición que lidera el capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson), a poco de empezar el film: desde luego que hay que quitarse el sombrero ante el trabajo de planificación del realizador (y el de iluminación del operador Emmanuel Lubezki), repleto de dinámicos movimientos de cámara que recogen, con agilidad y dinamismo, el movimiento de los actores dentro del encuadre, con resultados de notable belleza. Pero, incluso en medio de una secuencia tan lograda, se percibe algo que irá apareciendo a lo largo de la proyección: un cierto embelesamiento formal puramente esteticista que, si bien no llega en ningún momento a estropear el resultado, sí que impregna El renacido de cierto amaneramiento que, por paradójico que suene, empaña su brillo.


Otro aspecto discutible, si bien tampoco grave y, hasta cierto punto, “externo” del film, en cuanto ni lo mejora ni lo empeora, reside en la interpretación que Leonardo DiCaprio hace del protagonista, el explorador Hugh Glass. Quede claro que DiCaprio me parece un buen actor, no tan extraordinario como suele decirse, pero sí competente, y que su actuación en El renacido me parece buena, pero tampoco por encima de lo habitual en él. Por comparación, me parece mucho mejor la interpretación, muy matizada, que en El renacido lleva a cabo el siempre excelente Tom Hardy, estupendo en su papel del trampero traidor y rastrero Fitzgerald.


Desde luego que hay muchas cosas muy buenas en El renacido. Dejando aparte la brillantez de secuencias como la ya mencionada del ataque de los arikaras a la orilla del río; la a estas alturas famosa del ataque de la osa a Glass, dejándole malherido; el momento del asesinato del hijo de Glass, el mestizo Hawk (Forrest Goodluck), a manos de Fitzgerald; la secuencia en la que Glass huye de los arikaras dejándose arrastrar por los rápidos del río, a riesgo de morir ahogado o aplastado contra las rocas; el rescate de Powaqa (Melaw Nakehk’o) por parte de Glass, secuestrada por los cazadores de pieles franceses que lidera Toussaint (Fabrice Adde); la escena en la que el protagonista destripa un caballo y, desnudo, se refugia dentro del vientre del animal para evitar morir congelado; o la violenta pelea final entre Glass y Fitzgerald. Como digo, si algo resulta de agradecer de una película como El renacido es el hecho de hallarnos ante un film que, cosa rara hoy en día, efectúa una notable valoración de los elementos telúricos, haciéndolo además de una manera muy física. El frío, el hambre, las heridas, “duelen” a ojos del espectador.


A pesar de la aspereza de los escenarios naturales y de las situaciones que se viven en ellos, no faltan los apuntes líricos: el mejor, probablemente, sea el plano en contrapicado de los árboles, agitados por el viento, que coincide con el momento en que un compungido Glass, abrazado al cadáver de su hijo, alza la vista. Menos convincentes resultan las escenas oníricas, como la corta del principio: una serie de breves imágenes en las cuales vemos a Glass con su fallecida esposa india (Grace Dove) y su hijo todavía pequeño, las cuales forman parte de un flashback posterior en el que el protagonista rememora el asesinato de su mujer a manos de unos soldados blancos. O aquella en la que, en su delirio, Glass cree ver el espíritu de su esposa, flotando encima suyo, para confortarle. Digamos que El renacido está a ratos cerca de esa “obra maestra” que intenta ser pero que, por más que pone empeño en ello, se queda a mitad de camino.   

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2015/02/exodus-dioses-y-reyes-big-eyes.html

1 comentario:

  1. Acostumbra a ser bueno ir contracorriente, siga así....excepto con Biutiful, Dios mío! se corre el riesgo de ir contracorriente sólo por sistema.

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