martes, 9 de diciembre de 2014

España, 1980: “LA ISLA MÍNIMA”, de ALBERTO RODRÍGUEZ



[ADVERTENCIA: EL PRESENTE ARTÍCULO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI CRÍTICA PUBLICADA EN EL NÚM. 351 DE “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”.] Aún siendo una obra fallida, Grupo 7, la anterior película de Alberto Rodríguez, albergaba maneras y atesoraba apuntes que ahora brillan, en todo su esplendor, en La isla mínima: la atmósfera de turbulencia, la ambigüedad de los personajes, la densidad en la descripción de ambientes y la fuerza dramática de los silencios: La isla mínima es uno de esos films cada vez más raros de ver en los que lo que se calla es tanto o más importante que lo que se dice.  


Rodríguez y su coguionista habitual Rafael Cobos presentan una intriga de ficción, levemente inspirada en algunos sucesos de la crónica negra tan famosos como el de las niñas de Alcàsser, para desarrollar a partir de la misma una espesa trama policíaca –la investigación de la desaparición y asesinato de unas adolescentes en un pequeño pueblo marismeño por parte de dos antitéticos agentes de policía, Pedro y Juan (espléndidos Raúl Arévalo y, sobre todo, Javier Gutiérrez)– que se desarrolla en la España de 1980, un país renacido desde hace poco a la democracia pero que todavía esconde en su seno muchos vestigios de la horrenda moralidad nacional-católica del franquismo, esa época de la cual tan solo hablan bien quienes no la padecieron o se beneficiaron de ella. 


La isla mínima se suma con todos los honores a la reciente (y brillante) nueva ola del policíaco español –No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu), El Niño (Daniel Monzón)–, y a una ilustre tradición de durísimos retratos del lado tenebroso de la piel de toro donde hallamos títulos todavía pendientes de reivindicación como El aire de un crimen (Antonio Isasi-Isasmendi) o El 7º día (Carlos Saura).


Sombría y a la vez humana, misteriosa y al mismo tiempo diáfana de exposición, La isla mínima arroja una mirada desencantada y dolorosa en la que subyace una visión muy pesimista de la España de la época (¡y qué poco que hemos avanzado desde entonces!). Lo hace, además, por medio de una puesta en escena elegante y rigurosa, en la cual el abrupto realismo de determinadas situaciones –cf. la espléndida persecución automovilística nocturna, o la inquietante pelea final en las marismas bajo un manto de lluvia– se combinan, con armonía, con algunas pinceladas de irrealidad en el borde de lo fantástico –cf. la aparición de una chica caminando de noche y a oscuras al lado de la cuneta– que confieren una estimulante personalidad al conjunto. Llaman la atención los extraordinarios planos generales en picado sobre los paisajes de la zona, convertidos así en una especie de geografía onírica donde cualquier horror es posible.

2 comentarios:

  1. Pues a mí no me convenció para nada esta tan alabada "Isla mínima". En lo que comentas de "lo que se calla es tanto o más importante que lo que se dice", en "La isla mínima" creo que lo que se calla es tal vez demasiado. Y luego el cúmulo de casualidades del guión: el coche que con un golpe excesivo de suerte encuentra el policía y que da lugar a la persecución nocturna que comentas. Bien resuelta, sin duda, pero también muy breve. Lo que más me asombró fue la torpeza en al resolución del supuesto clímax bajo la lluvia. El director opta por la vía rápida (rapidísima, diría yo) y la elección del fuera de campo en ese caso no me parece de recibo. Tomas Alfredsson utilizó este recurso de forma admirable en la escena de la piscina al final de "Déjame entrar", pero aquí me parece una opción facilona a la que el director recurre quizá por no saber resolver como es debido una escena de acción. Demasiados cabos quedan sueltos al final, tal vez hace falta una segunda visión para aclarar ciertos aspectos, pero la película tampoco me dejó ganas de repetir.

    ResponderEliminar
  2. A mí, sin embargo, sí me parece estupenda, y he de decir que, desde "El gran Vázquez", es la realización española que más me ha gustado (claro que es posible que tampoco haya visto tanto como para que esta afirmación cobre verdadero significado).

    “La isla mínima” es casi una intriga de inspiración sureña, y no me refiero al sur de España, claro (donde se desarrolla), sino a la Norteamérica sureña: la alejada de todo y en la que paisaje y climatología se erigen como protagonistas que resultan ser el perfecto cómplice de los más terribles y misteriosos secretos que puedan sucederse en dicho aislamiento (la fotografía de Catalán creo que juega muy bien con lo sobrecogedor de esta marginalidad y sus espacios). Una mística especial que parece inundarlo todo, incluido al receloso y curtido lugareño que mira con temerosa desconfianza al extraño que husmea en su realidad; o quizá no haya sólo simple desconfianza y temor, sino también cierto desprecio, vestido de orgullo, por considerar a dicho extraño la representación de una sociedad que hace tiempo que los abandonó a su suerte…….Algo (bastante) de todo esto veo en lo realizado por Alberto Rodríguez, por lo que no creo arriesgado establecer paralelismos entre la España oscura que nos ocupa y la USA profunda de, por ejemplo, “Arde Mississippi”, la serie “True Detective” (que creo que es mencionada en un tráiler, o algo así) o incluso “La matanza de Texas” (ejemplos estos de sur implacable en contextos de intriga y tensión, o de horror explícito en el último caso). En los dos primeros ejemplos habría además un paralelismo extensible a la relación que mantienen los protagonistas aquí: dos policías que entienden las cosas de modo muy diferente. Otras dos pelis, también con el clima como algo más que un simple invitado espectacular con el que deleitar al espectador, y que me vinieron a la mente al ver “La isla mínima”, serían “Zodiac” y “Fargo”. “Zodiac” parece haber prestado lo mejor de su estética setentera y de su narración sosegada a la española (aunque la de Fincher, para mí lo mejor realizado por este director, resulta más rica en lo que a investigación se refiere. Aunque también es cierto que, tal y cómo lo cuenta Fincher, la investigación en ella debía ser protagonista por imperativo), y “Fargo”, que además, como digo, de ser un ejemplo sobre cómo dotar a unas localizaciones de peso dramático relevante a través, en este caso, del frío y los espacios abiertos distanciados y cómo estos terminan por influir en el carácter de aquellos que los pueblan (los Coen también hicieron esto muy bien en “No es país para viejos”), me recordó a la española, más puntualmente, en esa fabulosa persecución nocturna (que citáis) en medio de la nada y en donde, de repente, el fugado parece haber desaparecido del mapa (dejan de verse sus luces traseras y el silencio y la oscuridad parecen ser lo único presente -en "Fargo" dejan de verse porque el fugado se sale de la carretera accidentándose, en “La isla mínima” sucede porque el escapado toma un camino poco corriente gracias al conocimiento del terreno. En ambas espectacularmente rodado-).

    En fin, casi parece que hable de la española como un refrito de otras, pero mi intención es únicamente destacar lo logrado de ésta comparándola con trabajos que me gustan mucho (a excepción de la firmada por Tobe Hooper, de un insano que no es para mí, en esa despiadada venganza paleta de los repudiados por el progreso).

    Pero no creo que "La isla mínima” sea sólo una delicia visual, y de tempo, sino que, con todo su trasfondo político (tratado sin medias tintas, pero a la vez con inteligente elegancia y respeto para el que mira, que para algo es respetable), su historia adquiere una profundidad muy característica y distintiva, algo que le da personalidad, mucho más que de haberse centrado sólo en la investigación de unos crímenes sin ningún contexto social crítico.



    ResponderEliminar