viernes, 20 de diciembre de 2013

No es Shakespeare todo lo que reluce: “MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES”, de JOSS WHEDON



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No hay nada como que un, ejem, “autor” se ponga de moda para que cualquier cosa que haga sea recibida como agua de mayo. Ahora toca “hablar bien” de Joss Whedon, un realizador apreciable, cierto —ni Serenity (ídem, 2005) ni Los Vengadores (The Avengers, 2012) estaban mal (1)—, pero a mi entender todavía lejos, muy lejos de merecer esa borrosa categoría de “genio” que de un tiempo a esta parte se otorga al primero que cae en gracia, sea o no gracioso. Comprendo que esto que voy a decir a continuación sonará a opinión “de viejo”, y más en estos momentos en los que hay que ser “joven”, o parecerlo, para no perder el carro de la modernidad (lo cual, dicho sea de paso, tampoco tiene nada de novedoso: es algo, asimismo, muy viejo), pero lo cierto es que, mal que pese, Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2013), “de Joss Whedon”, como dicen los carteles con insistencia (y arrogancia) digna de mejor causa, ponen de relieve que una cosa es hacer un (buen) relato de ciencia ficción para jóvenes o una (buena) adaptación de un cómic de superhéroes y otra bien distinta, como la noche y el día, vérselas con un texto de William Shakespeare. Ahora bien, tampoco hay que echarle “la culpa” (suponiendo, claro está, que el hacer cine bien o mal sea una cuestión de culpabilidad) al pobre Whedon por haberse limitado a hacer una producción más bien pequeña y modesta, probablemente poco o nada pretenciosa, rodada en su propia casa (con piscina: lo de “pobre” no era textual), y con intérpretes que son o bien amigos suyos, o bien afines a su —así lo llaman— universo creativo, o ambas cosas. Sospecho, más bien, que es más la cohorte de admiradores del “creador” —así se les llama también; sobre todo si, como Whedon, se trata de profesionales procedentes y/o relacionados con el mundo de los seriales televisivos—, como digo, la que se ha dedicado a poner por las nubes esta, vuelto a insistir, sencilla y nada pretenciosa adaptación de Shakespeare, cuyos resultados están, en coherencia con esa misma sencillez, a la altura de sus pocas pretensiones.


Mucho ruido y pocas nueces, versión Whedon, es una peliculita que no hace otra cosa que marcar ciertas distancias con respecto a otras adaptaciones al cine de Shakespeare mediante el recurso de la adaptación a la época actual y el filtro “distanciador” que proporciona la últimamente cada vez más de moda fotografía en blanco y negro (“el color” de los realizadores que se sienten “artistas”). De este modo, como se viene diciendo y haciendo desde hace mucho tiempo (Whedon no se ha inventado nada), las versiones de Shakespeare que juegan deliberadamente al anacronismo por medio de su traslación a escenarios contemporáneos —para entendernos, en la línea del mediocre Richard III (ídem, 1995) de Richard Loncraine, del muchísimo más logrado Titus (ídem, 1999) de Julie Taymor, o del estimable aunque irregular Coriolanus (ídem, 2011) de Ralph Fiennes—, no buscan sino demostrarnos la validez artística, intemporal y universal del verso shakespeariano. Y la foto blanquinegra, por tanto no-realista, vendría a ser un recurso estético destinado a crear un determinado efecto de distanciamiento con respecto a la realidad empírica del espectador, lo cual redunda a favor del carácter de representación de las imágenes; o, dicho de otra manera, sería una forma de traducir en imágenes la esencia teatral del original escénico. Todo esto, aplicado a Mucho ruido y pocas nueces “de” Whedon, me parece irreprochable. Los problemas del film son de otra índole.


Esta adaptación de Mucho ruido y pocas nueces tiene muy poco interés, más allá de la curiosidad que deparan o pueden deparar a personas que han visto poco cine basado en Shakespeare aquellos elementos de ambientación y estética mencionados. En sus mejores momentos (pocos), la película hace gala de una planificación poco más que correcta, puesta al servicio de los actores y el recitado de los mismos. Podría decirse que se trata de una puesta en escena, por tanto, supeditada a la teatralidad, tal y como la entendían realizadores como George Cukor, Otto Preminger, Jean-Marie Straub o Franco Zeffirelli, mas no es el caso: no hay en Whedon el menor esfuerzo (me atrevería a decir que ni el menor interés) en realzar dicha teatralidad, sino tan solo en registrarla con su cámara. Hay que reconocer, justicia obliga, que los excelentes intérpretes del film contribuyen en no poca medida a impedir que la función sea poco más que teatro filmado (que no es lo mismo que cine teatral), pues en no pocas ocasiones su arte dramático inyecta dinamismo a la insipidez de los encuadres, pero eso no es suficiente para que la película remonte el vuelo más allá del texto (a no ser, claro está, que todavía se confunda buen cine con buen guión u, horror, con buenos diálogos). Tampoco se puede negar que, a ratos, Whedon intenta capturar cierta esencia de lo teatral mediante una realización que recurre esporádicamente a realzar el efecto “cuarta pared”, tal es el caso de dos de las escenas más humorísticas del original shakespeariano: aquélla en la que Leonato (Clark Gregg), don Pedro (Reed Diamond) y Claudio (Fran Kranz) mantienen una (falsa) conversación destinada a ser oída por un Benedicto (Alexis Denisof) escondido detrás suyo, de cara a convencer a este último de que Beatriz (Amy Acker) está locamente enamorada de él; y a la inversa, la que se produce poco después entre Hero (Jillian Morgese) y la criada Margarita (Ashley Johnson), oída a escondidas por Beatriz, para convencerla a su vez de que Benedicto no puede vivir sin su amor. En ambos casos, las cómicas maniobras de Benedicto y Beatriz destinadas a pasar desapercibidos (él, en el jardín; ella, en la cocina) están mostradas mediante una planificación, digamos, “frontal”, en la cual la cámara viene a suplir la “cuarta pared” representada por el punto de vista del espectador de teatro, esto es, el que mira de frente hacia el escenario.


Poco más de bueno puede decirse de esta desangelada adaptación de Mucho ruido y pocas nueces, salvo que el “genio” Whedon no hace otra cosa que añadir de su cosecha unas primeras escenas destinadas a expresar en imágenes (se agradece) algo que tan solo se sugiere en el original shakespeariano, como es la existencia de una previa relación amorosa entre Benedicto y Beatriz que se encuentra en la base de su posterior resentimiento y continuas batallas verbales; o el más bien caprichoso cambio de sexo del personaje de Conrado (aquí la actriz Riki Lindhome), fiel compañero(a) de don John (Sean Maher), ¿destinado quizá a “suavizar” de forma políticamente correcta el hipotético vínculo homosexual que parece darse entre ambos en el original shakespeariano? Por no hablar de los feos flashbacks que ilustran brevemente el ya mencionado escarceo amoroso previo entre Benedicto y Beatriz, sin duda lo peor del film. Sé que si establezco comparaciones con la extraordinaria versión de Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 1993) de Kenneth Branagh incurro en una facilidad, pero no hay más que ver cómo resuelven ambos cineastas momentos como el funeral por la (falsa) muerte de Hero, o todas las apariciones del descacharrante personaje de Dogberry (allí Michael Keaton, aquí Nathan Fillion): el resultado “canta”. De acuerdo: por contrapartida, a Branagh no se le dan demasiado bien los superhéroes (cf. Thor, ídem, 2011), pero el cineasta irlandés actualmente no goza de tanta patente de corso como la que ahora arropa al firmante de The Avengers: Age of Ultron (2015), de la cual antes de haberla visto todo el mundo ya va diciendo que será-muy-buena por el mero hecho de venir firmada por él. Sic transit gloria mundi; o como decía Shakespeare, “algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”.     

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/05/los-vengadores-de-joss-whedon-telegrama.html

1 comentario:

  1. Para mí Whedon es uno de los prestigios actuales más incomprensibles. Sí, es verdad, a mediados de los 90 me tragué enterita “Buffy cazavampiros”, pero ni como “Alien Resurrección”, “Serenity”, “Los Vengadores” o “La cabaña en el bosque”, por citar algunas memeces en las que Joss Whedon ha estado implicado como guionista y/o director me han interesado lo más mínimo, pues como que pasaré de esta “Mucho ruido y pocas nueces”. A veces creo que hay un tipo de espectador que condiciona su valoración (favorable) de una película al reconocimiento de las influencias o guiños que la sustentan (algo en lo que Whedon es especialista), sin que ello en verdad signifique más que comparte parecida educación cinéfila con quien la ha perpetrado.

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