Explicado muy rápidamente, las adaptaciones al cine de cómics de superhéroes han oscilado, en sus líneas generales y sin perjuicio de puntuales excepciones, entre dos tendencias de estilo. Por un lado están aquéllas que se han esforzado en convertir los cómics originales en películas en sentido estricto, es decir, procurando marcar distancias entre los orígenes gráficos, “dibujados”, de los personajes y las exigencias del lenguaje del cine, transformándolos en personajes “cinematográficos”: el ejemplo sería la seminal Superman, la película (Superman: The Motion Picture, 1978, Richard Donner) y todos aquellos films que en todo o en parte han bebido de su influencia (mucho mayor de lo que suele reconocerse), tal es el caso y sin ánimo de ser exhaustivo de la trilogía de Sam Raimi sobre Spider-Man (2002-2004-2007), de Daredevil (ídem, 2003, Mark Steven Johnson), de las dos entregas de Los 4 Fantásticos firmadas por Tim Story (2005-2007) o del Iron Man (ídem, 2008) de Jon Favreau. Por otra parte, podríamos señalar otras películas, pocas, que han llevado a cabo la adaptación con un planteamiento contrario al de las citadas en último lugar, es decir, subrayando el origen gráfico de los personajes que adaptan y estableciendo estrechos lazos de relación entre cine y cómics –algo ya ensayado, entre otros, por George A. Romero en su curiosa aunque fallida Creepshow (ídem, 1982)—, como es el caso del interesante y subvalorado Hulk (ídem, 2003) de Ang Lee y, ya fuera del ámbito temático del superhéroe, títulos como Sin City (ídem, 2005, Robert Rodriguez y Frank Miller) o la reciente The Spirit (ídem, 2008, Miller), que llegan a “calcar” directamente viñetas de los originales gráficos. Un punto intermedio lo constituirían aquellos films que se han atrevido a conciliar el respeto a los cómics originales con ciertas inquietudes cinematográficas, digamos, “autorales”, tal es el caso de los famosos y muy influyentes trabajos de Tim Burton Batman (ídem, 1989) y Batman vuelve (Batman Returns, 1992), o las dos primeras entregas de la serie X-Men (2000-2003) a cargo de Bryan Singer.
En este sentido, creo que tanto El caballero oscuro como Watchmen han conseguido renovar notablemente los parámetros que hasta ahora han dominado la adaptación de superhéroes del cómic al cine, yendo un paso más allá de sus predecesores (aunque sin los pasos previos de aquéllos, todo hay que decirlo, quizá no lo habrían conseguido). Cuando Christopher Nolan afronta El caballero oscuro, tenía ante sí varias opciones; una, la más fácil dado que ya la había practicado, era la de repetir sin más lo ensayado previamente en su anterior y desigual Batman Begins (ídem, 2005), esto es, un punto intermedio entre la estética gótica de los Batman de Tim Burton y una puesta al día siguiendo determinadas pautas y convenciones estéticas más propias del cine de acción implantado en el cine de Hollywood desde los años ochenta hasta el día de hoy; el resultado fue tan atractivo como irregular, habida cuenta de que si bien la faceta, digamos, “gótica” del film funcionaba muy bien, no lo hacía tanto su faceta, sigamos diciendo, “activa”, quizá porque se trataba de la primera gran superproducción del realizador en Hollywood y tal vez no llegó a controlarla por completo (tengo entendido, y corríjaseme si me equivoco, que Nolan rueda en persona las secuencias de acción sin confiárselas a una segunda unidad, al contrario de lo que suelen hacer la mayoría de realizadores). En cambio, cuando hace frente a El caballero oscuro, Nolan elige otra opción: no repite la fórmula Batman Begins, deja de lado la estética gótica a lo Burton y convierte la nueva entrega de las andanzas del Hombre Murciélago en un thriller rodado al estilo del policíaco norteamericano de los setenta, tomando en parte como modelo –según confesión propia— al realizador y a la película que muestran más claramente en la actualidad la herencia de esa época del policíaco estadounidense: Michael Mann y su Heat (ídem, 1995), explícitamente evocados en la primera y excelente secuencia de El caballero oscuro, la del atraco al banco (donde aparece brevemente el actor William Fichtner, asimismo presente en el reparto de Heat). El resultado es un film de superhéroes muy insólito, dado que está bañado de un inesperado “realismo” –recordemos que el policíaco americano de los setenta tuvo una fuerte influencia del así llamado cinéma-vérité, tal y como hizo patente el film seminal del género en esa época: French Connection, contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971, William Friedkin)—, que paradójicamente acaba siendo tanto o más fantástico que el gótico burtoniano, ya que la presencia de un personaje vestido con capucha de largas orejas puntiagudas y una capa negra metido en semejante contexto “realista” provoca un extraño efecto de distorsión, casi de cortocircuito entre géneros dispares, que le proporciona una sorprendente abstracción. ¡Para que luego digan que no hay experimentación en Hollywood!
En cambio, cuando Zack Snyder se plantea Watchmen, lo hace desde una base radicalmente distinta aunque, como veremos a continuación, en el fondo no tan alejada de lo practicado por Nolan en El caballero oscuro como pueda parecer a simple vista. Snyder, con experiencia acreditada en el tema de la adaptación de cómics al cine –su interesante 300 (ídem, 2006)—, se lanza a la aventura de adaptar el complejo relato gráfico homónimo de Alan Moore y Dave Gibbons, ese proyecto demencial con el que ni siquiera pudo el enloquecido Terry Gilliam, llevando a cabo una, digamos, adaptación literal del mismo, no tanto en lo relativo a la notable fidelidad a la trama del original (a pesar de su larga duración, más de 160 minutos, el film no está “completo”: según parece, existe un director’s cut de 190 minutos y podría haber una edición especial en formatos domésticos con hasta 70 minutos adicionales respecto al montaje para cines), como sobre todo al hecho de que, en determinados momentos, planifique determinados planos inspirándose directamente en las viñetas dibujadas por Gibbons, un poco a lo Rodriguez-Miller. Por una parte, Watchmen es una película tan estilizada como puedan serlo las adaptaciones superheroicas “luminosas” al estilo del Superman de Richard Donner o las adaptaciones “góticas” a lo Tim Burton; pero, por otro, se aleja de ellas en cuanto al contenido y el tono dramático, haciendo gala de una explosiva violencia que la aparta radicalmente del mayoritario sector de público infantil-juvenil que, según la convención, sería aquel al cual en teoría están dirigidas las películas de superhéroes, y transformándola, al igual que El caballero oscuro, en un notable intento de superproducción hollywoodiense para adultos.
La diferencia entre los trabajos de Nolan y Snyder radica a mi entender, y desde el punto de vista aquí planteado, en que mientras que El caballero oscuro bebe de referentes cinematográficos tan claros como los ya mencionados, esto es, el policíaco norteamericano de los setenta y el cine de Michael Mann, estos últimos son un telón de fondo que contribuyen a conferirle un convincente soporte dramático al cual se acude en determinadas secuencias para luego olvidarse de él cuando, asimismo, le conviene; en cambio, en Watchmen, los referentes cinematográficos no son sólo un telón de fondo, sino que en ocasiones están tan puestos en primer término del relato que, si bien a ratos benefician la película, proporcionándole una doble lectura o, si se prefiere, una lectura soterrada de lo más irónica, en otras ocasiones la perjudican, dado que le confieren una pátina excesivamente referencial y, en consecuencia, poco imaginativa que la empobrece. Me explico: viendo Watchmen, a ratos se tiene la sensación de que esas referencias están utilizadas irónicamente, de tal manera que el espectador asiste gracias a ellas a un espectáculo que le resulta reconocible porque se sostiene sobre convenciones visuales vistas en otros films; además, la utilización de dichas convenciones aplicadas a un relato de superhéroes producen un efecto de extrañamiento (por ejemplo, en uno de sus mejores y más celebrados fragmentos: el montaje de supuestas fotos fijas con que se ilustran los excelentes títulos de crédito iniciales, con un estilo visual que recuerda tanto las fotografías de Weegee –Quim Casas dixit— como las portadas de las viejas revistas pulp y cierta estética heredada del cine negro clásico); de este modo, Watchmen pone en cuestión, ni que sea soterradamente, que esas convenciones han existido siempre en el cine y que se pueden aplicar indistintamente a todo tipo de relatos, tanto da que sean policíacos, melodramas, películas de aventuras, de terror… o de superhéroes: es casi un discurso no tanto de cine-dentro-del-cine como de cine-sobre-el-cine que haría las delicias de Godard.
La cruz de este planteamiento tan interesante reside en que, en otras ocasiones, Zack Snyder confía demasiado en él y termina excediéndose un poco, haciendo las referencias demasiado obvias: es el caso de las muy comentadas, por evidentes, citas a Apocalypse Now (ídem, 1979, Francis Ford Coppola) en las secuencias retrospectivas que tienen lugar durante la guerra del Vietnam en la que participan los Watchmen: no ya los famosos helicópteros, sino incluso el dichoso –por recurrido— ventilador que aparece en la cruda escena en la que El Comediante (Jeffrey Dean Morgan) asesina a sangre fría a su embarazada amante vietnamita en presencia del Dr. Manhattan (Billy Crudup); lo molesto no es la referencia en sí, sino la impresión de que Snyder, acaso porque confía devotamente en la fuerza subversiva del cómic de Moore y Gibbons, da por sentado que el poder de la trama de este último es más que suficiente para atrapar al espectador y que él tan sólo tenía que limitarse a ilustrarlo lo más convincentemente posible; y si bien es cierto que esa convicción, por su parte, existe (Watchmen es una película excelentemente planificada y filmada), a veces se tiene la impresión de que el director descarga demasiado la puesta en escena sobre recursos visuales preestablecidos: véase, por ejemplo, una de las primeras citas románticas de Dan / Búho Nocturno II (Patrick Wilson) con Laurie / Espectro de Seda II (Malin Akerman), que tiene lugar de noche y bajo la lluvia; Dan acompaña a Laurie a su taxi guareciéndola con un paraguas; la joven sube al vehículo y, a continuación Zack Snyder inserta el consabido contraplano del cristal de la ventanilla descendiendo para que veamos a Laurie hablando con Dan; es un ejemplo de planificación formularia, que se da en más de un momento a lo largo del film, y que si bien no lo estropea, sí lo empobrece un poco: se echa en falta un planteamiento de puesta en escena más audaz y menos acomodaticio, o al menos tan audaz e incómodo como el cómic original de Moore y Gibbons.
De ahí que, en comparación, y aún rebajando las dosis de violencia de la película de Snyder (insisto: a pesar de lo dicho, muy interesante), El caballero oscuro acabe siendo una obra más radical e incómoda, por más que ambas compartan una visión nada halagüeña y muy antipática de sus superhéroes protagonistas: el Batman (Christian Bale) de Nolan es el héroe más aterrador del cine de estos últimos años, y evidentemente los Watchmen no le van a la zaga, como queda claro en la resolución del film de Snyder, en el que la masacre de millones de inocentes acaba siendo un “daño colateral aceptable” para los protagonistas porque del mismo se sacará un beneficio para toda la humanidad. La gran diferencia estriba en que, mientras que en Watchmen el plan –diabólico, apocalíptico— de Adrian Veidt / Ozymandias (Matthew Goode) busca poner el mundo “en orden”, en El caballero oscuro el plan –demente, irracional, sin límites— del Joker (el memorable Heath Ledger) busca sumir el mundo en el caos, la confusión, una anarquía total y absoluta que ni siquiera los anarquistas hubiesen podido soñar. Si al final el Joker no se sale con la suya –como siempre ocurre en el ambivalente cine de Christopher Nolan, donde todo, personajes y situaciones, tienen dos caras— es porque falla, por muy poco, a la hora de juzgar la condición humana –ahí está el detalle del feroz presidiario que, contra todo pronóstico, arroja por la borda el detonador que podría hacer volar el otro ferry y salvarle a él la vida—, y al final tiene que ser el propio Batman quien se convierta él mismo en el “villano” que el mundo necesita odiar, necesita temer, para mantener su frágil equilibrio social; en la conclusión de El caballero oscuro, el auténtico malvado, el Joker, sobrevive, mientras que el héroe no sólo no llega a tiempo de salvar a “la chica” –Rachel: Maggie Gyllenhaal—, sino que incluso él mismo acaba siendo perseguido sin cuartel por la policía. Ambas conclusiones, las de El caballero oscuro y Watchmen, son incómodas y anticonvencionales, pero la de la primera, tratándose del superhéroe creado por Bob Kane, es la más inesperada y subversiva.