Vivir y morir en Irlanda: “EL VIENTO QUE AGITA LA CEBADA”, de KEN LOACH
Quienes me
conocen saben de sobras mi escasa estima hacia el cine que practica el
británico Ken Loach. Dado mi interés progresivamente decreciente ante cada
nuevo film suyo, pueden imaginarse con qué ánimos fui a ver en su momento El viento que agita la cebada (The Wind
That Shakes the Barley, 2006), teniendo en cuenta además que las películas
“bendecidas” con la Palma
de Oro del Festival de Cannes, como esta, tampoco me suscitan de entrada ningún
entusiasmo particular, sobre todo si se conoce un poco lo que es el “cine de
festival” y el funcionamiento interno de un certamen internacional de estas
características. Pues bien, mayor fue mi sorpresa al encontrarme no solo con
que El viento que agita la cebada me
parece la mejor película de Loach desde, por lo menos, Agenda oculta (Hidden Agenda, 1990), sino también porque el film
permanece fiel a todo aquello que, en sus líneas generales, suele caracterizar
a su cine: la militancia política, el énfasis puesto en la temática de
denuncia, y en lo que se refiere a sus películas de ambientación, digamos,
histórica, un tratamiento dramatizado de acontecimientos reales en el cual lo
simbólico predomina sobre lo psicológico, en este caso la ya en el momento de
su estreno muy comentada utilización de dos personajes de hermanos al principio
unidos y luego divididos por las contradicciones de la lucha del IRA contra la
dominación británica de Irlanda. La construcción de la película responde a la
forma habitual de Loach de elaborar el armazón narrativo de sus ficciones, pero
aquí todo está mejor dosificado y más meditado que de costumbre y,
milagrosamente, además bien planificado y rodado, cualidades que acaban
haciendo desaparecer la que, hasta la fecha, era la característica más nefasta
de su cine: su demagogia. Puede que ello se deba a que, en esta ocasión, el
guionista Paul Laverty también parece más entonado de lo habitual, quizá porque
era difícil hacerlo peor que en La
canción de Carla (Carla’s Song, 1996), Mi
nombre es Joe (My Name Is Joe, 1998), Pan
y rosas (Bread and Roses, 2000) y Solo
un beso (Ae Fond Kiss, 2004), estas dos últimas particularmente insoportables.
El arranque es
típico de Loach: en un rincón de la
Irlanda rural durante la década de los veinte del siglo
pasado, unos hombres terminan de jugar un pacífico partido de fútbol y son
reprimidos por un pelotón de soldados británicos, quienes no contentos con
preguntarles con malos modos su identidad la emprenden a golpes con el más
joven del grupo, que se niega a contestarles en inglés y lo hace en gaélico,
hasta acabar con él. Esta secuencia, y la que se produce poco después, marca la
toma de conciencia de uno de los protagonistas del relato, Damien (Cillian
Murphy), quien más tarde, al ir a subir a un tren, presencia un nuevo y
desagradable episodio de represión: otro pelotón de ingleses pretende subir al
ferrocarril, pese a la prohibición legal de que viajen militares en trenes
civiles, y para mostrar su contrariedad golpean al jefe de estación que les ha
advertido y al maquinista del ferrocarril, Dan (Liam Cunningham), cuando
intenta defender al primero. Pero, al menos en esta ocasión, Loach sabe dibujar
esa toma de conciencia, que conducirá a Damien (y, con él, a Dan) a alistarse
en el IRA, y mostrar todo ello, asimismo, de manera cinematográfica. Por
ejemplo, en la primera secuencia, la muerte del chico no es presenciada
directamente por Damien, sino que se produce fuera de campo (los soldados
ingleses le asesinan dentro de la casa mientras sus ocupantes, familiares y
amigos son retenidos fuera a punta de fusil); pero luego, en la secuencia en la
estación, Damien presencia en vivo esa violencia, que le impide tomar el tren y
le hace recapacitar sobre su decisión inicial de no seguir a sus amigos en el
camino del IRA: le implica de manera directa y personal. Esta toma de
conciencia, además de estar mostrada, como digo, de manera convincente, aporta
asimismo duros apuntes sobre el dilema moral del individuo ante la violencia:
mientras la misma no estaba cerca de él, Damien se ha mantenido al margen del
conflicto que está destrozando a su país por culpa de la dominación británica;
pero cuando esa violencia tiene lugar delante suyo, y le mancha de dolor y de
sangre, aquella hace brotar en él un sentimiento de venganza, y por tanto, una
“necesidad” casi física, visceral, de responder a la misma con más violencia. O
lo que es casi lo mismo, la actitud moral de Damien frente a la brutalidad de
los ingleses varía por completo al sentirse personalmente implicado en ella.
Asimismo, al
contrario de lo que viene siendo habitual en Loach, el feroz sentimiento antibritánico
que jalona el primer tercio del relato va dejando paso a un profundo
escepticismo, de manera que al final las actividades de los irlandeses en
general y del IRA en particular son presentadas con un barniz no menos amargo.
Las contradicciones van apareciendo a lo largo de una narración cuya
delimitación inicial entre amigos y enemigos, entre bandos enfrentados e
irreconciliables, deja paso a una notable ambigüedad. Loach sabe relacionar y
equiparar, con su trabajo tras la cámara, la violencia del represor inglés con
la del activista radical que cree estar convencido de que lucha por la
libertad, pero que en el fondo lo hace por sus propios y egoístas intereses.
Ello queda muy bien expresado en secuencias tan afortunadas como la de la
tortura del hermano de Damien y líder del grupo del IRA local Teddy (Padraic
Delaney), en la que los gritos de dolor de este último se superponen a los
cánticos irlandeses (en realidad, gritos de miedo) de sus compañeros encerrados
en una celda cercana; o en la resolución de otros instantes violentos, como la
(ejemplar) secuencia de la ejecución del muchacho que, bajo la presión de su
amo inglés, ha acabado denunciando a los del IRA y por ese único momento de
debilidad ahora debe morir, ejecutado, a manos de Damien; o la de la emboscada
al convoy militar británico, convertida en una matanza indiscriminada de
ingleses a los que prácticamente no se les da la menor opción a defenderse.
Hasta otra secuencia típica de Loach, el momento en que Damien, Teddy, Dan y
otros componentes del IRA se reúnen en un despacho para discutir la
conveniencia de seguir la lucha armada o aceptar el tratado de paz alcanzado
con el gobierno inglés por Michael Collins (El
viento que agita la cebada puede verse, también, como un complemento de la
película sobre Collins realizada en 1996 por Neil Jordan: como una mirada desde
la perspectiva de los combatientes anónimos del IRA); dicha secuencia está
excelentemente resuelta: la misma recuerda mucho otra de Tierra y libertad (Land and Freedom, 1995), solo que todo lo que en
esta última era pura demagogia aquí es un nada despreciable ensayo sobre los
intereses privados que se agitan bajo la teóricamente más noble y justa de las
luchas políticas.
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