miércoles, 28 de diciembre de 2022

Ladrones de cadáveres: “LA CARNE Y EL DEMONIO”, de JOHN GILLING



Como ya tuve ocasión de comentar en otro lugar (1), La carne y el demonio (The Flesh and the Fiends, 1960), de John Gilling, es junto con La sangre del vampiro (Blood of the Vampire, 1958), de Henry Cass, y Jack the Ripper (1959), de Robert S. Baker y Monty Norman, una de las tres mejores películas producidas por los citados Baker y Norman a través de su productora Tempean Films, si no la mejor de todas ellas. A partir de un guion escrito por el propio Gilling en colaboración con Leon Griffiths, el film reconstruye el famoso caso real de William Burke y William Hare, popularmente conocidos como Burke & Hare, una pareja de ladrones de cadáveres de Edimburgo que, a lo largo de diez meses durante el año 1828, cometieron la friolera de dieciséis asesinatos, con la finalidad de proveer de cuerpos frescos al prestigioso cirujano, anatomista y zoólogo escocés Robert Knox (1791-1862), quien se convirtió así en encubridor de sus crímenes. Tras ser detenidos por la policía, a punto estuvieron de no ser inculpados por culpa de la escasez de evidencias en su contra; no fue así porque Hare aceptó un trato con las autoridades: acusar a Burke de los asesinatos a cambio de su libertad, de manera que Burke acabó sus días en la horca y Hare en paradero desconocido, si bien se especula con que pudo haber sido asesinado por la muchedumbre (el final de La carne y el demonio abona, además, una de las teorías al respecto, que relaciona a Burke con un ciego que deambulaba por Edimburgo). El Dr. Knox nunca fue acusado de colaborador e incluso siguió ejerciendo la medicina, negando siempre su participación en los crímenes de Burke & Hare. La carne y el demonio es la más reputada versión cinematográfica de esta historia, aunque no la única: la misma también ha dado pie a otras películas dignas de estima, como El doctor y los diablos (The Doctor and the Devils, 1985), de Freddie Francis, o Burke & Hare (2010), de John Landis, y ha inspirado tratamientos menos conocidos, como la versión de Burke & Hare (1972) realizada por Vernon Sewell, o films tan solo inspirados parcialmente en aquélla, caso del excelente The Body Snatcher (1945), de Robert Wise (en realidad, una adaptación de un relato de Robert Louis Stevenson), y The Greed of William Hart (1948), de Oswald Mitchell (no por casualidad ya con guion de Gilling, y protagonizada por la hoy olvidada estrella del cine de terror inglés de principios del sonoro Tod Slaughter).



A falta de conocer por mí mismo la completa totalidad de la obra como realizador de Gilling, la cual arranca a finales de la década de los cuarenta e incluye numerosos thrillers rodados bajo el paraguas financiero de Baker y Berman –la mayoría inéditos en España: No Trace (1950), The Quiet Woman (1951) The Frightened Man (1952), The Voice of Merrill (1952), Recoil (1953), Three Steps to the Gallows (1953), Escape by Night (1953), The Gilded Cage (1955), Enigma de un diario (Tiger by the Tail, 1955)–, y diversas incursiones en el fantástico, siendo las más relativamente conocidas entre nosotros The Shadow of the Cat (1961), The Night Caller (1965), y en particular sus trabajos para Hammer Films dentro de este género –sobre todo, The Plague of the Zombies (1966), The Reptile (1966) y The Mummy’s Shroud (1967), si bien también firmó para la empresa de Michael Carreras The Pirates of Blood River (1962)–, y, dejando aparte un (otro) raro film “de piratas” –La bahía de los contrabandistas (Fury at Smugglers’ Bay, 1961)–, y la penosa película que lamentablemente cierra su interesante filmografía –la producción española La cruz del diablo (1975)–, no me cabe la menor duda, como digo, de que La carne y el demonio es de lejos el mejor trabajo de su realizador. Este film comparte el tono relativamente “policíaco” y más realista de las producciones de Baker y Berman, si las comparamos con las producciones de terror gótico de Hammer con las que pretendían competir, amén de la utilización prioritaria de la fotografía en blanco y negro sobre la de color (La sangre del vampiro es una de sus raras excepciones en el uso del color), y dejando aparte el hecho de que coinciden con el estudio de Carreras cierta tendencia a mostrar agresivamente los males de la sociedad inglesa decimonónica.



Desde este punto de vista, La carne y el demonio es de una ferocidad y contundencia pocas veces vista ni tan siquiera en las más teóricamente críticas producciones sociales del movimiento del Free Cinema: la película de Gilling hace válida aquella afirmación de quien dijo que, en el fondo, el cine de terror inglés a caballo de las décadas de los cincuenta y setenta y hasta principios de los setenta fue el auténtico “free cinema” que se realizó en el Reino Unido. Durísimo retrato social que el film desarrolla a partir del en apariencia sencillo pero a la hora de la verdad extremadamente complejo y matizado contraste que se produce entre el personaje del Dr. Knox (Peter Cushing) y los ladrones de cadáveres Hare (Donald Pleasence) y Burke (George Rose). A simple vista, la conducta de los dos mencionados en último lugar no puede ser más miserable y ruin: con la aquiescencia de Helen (Renee Houston), la esposa de Burke y encargada de alquilar habitaciones en la pobre vivienda que comparte con su marido, Burke & Hare practican el asesinato sobre víctimas lo más indefensas posibles (preferentemente, personas ancianas), algunas de las cuales son huéspedes de la Sra. Burke, y luego venden los cadáveres al Dr. Knox a cambio de sustanciosas sumas de dinero que invierten en bebida y caprichos. Pero a la larga acaba siendo peor, por hipócrita, fría y despiadada, la conducta del Dr. Knox, un médico empírico que cree en la lógica y la ciencia de manera absoluta, y que considera que no hay que tener escrúpulos –como los que tiene su ayudante y amigo, el Dr. Geoffrey Mitchell (Dermot Walsh)–, y sobre todo que no hay que hacer preguntas a la hora de aceptar los cuerpos de seres humanos que Burke & Hare le traen periódicamente a su laboratorio sin cuestionarles de dónde los sacan (o, peor aún, dando como válidas las burdas mentiras que cuentan cuando se les piden explicaciones al respecto).



El contraste va más allá de la contraposición de los perfiles psicológicos del Dr. Knox frente a los de Burke & Hare, y se extiende con gran agudeza a sus respectivos entornos sociales. Los ladrones de cadáveres y asesinos se mueven en un mundo marginal y marginado, atestado de pobres, niños descalzos, mercados abarrotados de especias, mendigos, prostitutas y borrachos que se hacinan en aglomeradas plazas, nauseabundas tabernas y estrechos callejones repletos de inmundicia. El Dr. Knox, en cambio, imparte sus lecciones magistrales de anatomía en la elegante aula instada en su propia y lujosa mansión. Mas a pesar de ello, tanto en un ambiente como en otro flota la siniestra sombra de la crueldad inherente a una época de represión: Burke & Hare se ganan la vida de manera despiadada en medio de una fauna humana tan despreciable como ellos, pero el Dr. Knox hace gala de una indiferencia hacia las clases populares, y hacia los despojos muertos procedentes de ese mismo sector social, con la arrogancia de quien se cree imbuido de una posición de superioridad moral gracias a su creencia total y absoluta en las bondades de la ciencia como antorcha iluminadora de la humanidad. Pero todos, a su manera, están equivocados, pues tanto Burke & Hare como el Dr. Knox desprecian los sentimientos humanos, considerándolos síntomas de debilidad, y eso mismo será su perdición: para Burke & Hare, porque la muchedumbre, cuando descubra que son los responsables de los asesinatos –entre ellos, el del inofensivo Jamie el Tonto (Melvyn Hayes), un muchacho retrasado pero querido por el populacho–, se lanzará sobre ellos como una furia; pero las emociones supondrán, asimismo, la ruina del Dr. Knox: tendrá aquí una importancia capital la historia, aparentemente secundaria pero a la larga muy importante, del romance de Chris Jackson (John Cairney), uno de sus alumnos y ayudantes, con Mary Patterson (Billie Whitelaw), una joven perteneciente a las clases populares, cuya trágica resolución –ambos perecerán a manos de Burke & Hare– supondrá un zarpazo en la reputación social e incluso en las convicciones mismas del Dr. Knox.



John Gilling narra este espléndido relato haciendo gala de un inusitado talento para combinar dentro de una misma secuencia, en ocasiones dentro de un mismo plano, toda la carga de sordidez moral y ambiental que impregna esta película dura y sin concesiones, amarga hasta decir basta y al mismo tiempo elegante y reflexiva. Contribuye sobremanera a semejante logro el soberbio empleo que lleva a cabo del formato panorámico, lo cual, combinado con la excelente fotografía en blanco y negro –de Monty Berman, quien solía fotografiar muchas de sus producciones con Baker–, y el cuidado de la ambientación, da como resultado una obra maestra del cine. Hay muchos y muy buenos momentos que destacar, pero limitémonos a señalar, por ejemplo, todas las escenas en las cuales el Dr. Knox recibe a Burke & Hare cada vez que le traen nueva “mercancía” en el laboratorio que tiene en el sótano de su mansión: sus miradas de desprecio hacia estos últimos, o la manera en que se cubre la nariz con un pañuelo para paliar el hedor de suciedad corporal y alcohol barato que desprende Burke, así como los gestos falsamente caballerosos, grotescos, de Hare, intentando aparentar una categoría social y humana de la que carece por completo, dan como resultado momentos de una gran densidad y fuerza dramática. También destaca el ya mencionado contraste entre clases sociales, que da pie a un momento extraordinario: ese en el cual el Dr. Mitchell se ha citado en un parque con Martha Knox (June Laverick), la sobrina del Dr. Knox de la que se ha enamorado, y ambos se encuentran con Jackson y Mary, lo cual da pie a una incomodísima situación, donde se pone de relieve tanto la ordinariez y falta de formación de Mary como los prejuicios que los acomodados Mitchell y Martha sienten hacia los de “clase baja”. O las escenas en las cuales vemos a Burke & Hare cometiendo sus asesinatos: la escena de la muerte de la anciana a manos de Burke (quien le tapa la nariz y la boca para asfixiarla), mientras Hare lo contempla todo con una mezcla de cobardía y excitación; el momento en que Burke, Hare y la esposa del primero cruzan miradas aviesas ante el anciano que acaba de alojarse en la vivienda del primero, con vistas a acabar con su vida tan pronto como sea posible…; la muerte de Mary a manos, en este caso, de Hare, quien primero intenta violarla y, al no conseguirlo, la mata (un siniestro placer sustitutivo de otro siniestro placer); la pelea de Burke & Hare contra Jamie el Tonto, al que quieren hacer callar para que no les delate, y que culmina en medio de un cercado lleno de cerdos…



La película se beneficia, además, de un superlativo nivel interpretativo: todos los actores están magníficos, por más que merezcan menciones especiales Billie Whitelaw, quien expresa muy bien el conflicto que late entre su amor (interesado) por Jackson y sus problemas para dejar atrás un modo de vida vulgar basado en la diversión y el alcohol; o George Rose y el siempre espléndido Donald Pleasence, difícilmente superables como Burke & Hare, de los cuales llevan a cabo extraordinarias creaciones. Pero, como siempre, es un genial Peter Cushing quien se merece nuevamente los mayores aplausos: su forma de darle vida al Dr. Knox gracias a su perfecta dicción (en las escenas en las que imparte clase a sus alumnos); sus ya mencionadas miradas de desprecio hacia esos ladrones de cadáveres a los que, a pesar de todo, necesita; su arrogancia a la hora de hacer frente a los miembros del consejo médico que pretenden desacreditarle y a los que él también desprecia echándoles en cara su mediocridad, incompetencia y estrechez de miras; y, finalmente, su manera de darse cuenta de su error, en esa bellísima escena en la que una niña, sin reconocerle, se niega a aceptar su compañía, diciéndole que teme acabar “en la mesa de operaciones del Dr. Knox” (sic), lo cual acaba provocando las lágrimas de amargura y desesperación del galeno, acreditan el inmenso talento de quien ha sido uno de los mejores actores no ya del cine fantástico, sino de toda la historia del cine. Salvando las distancias, tampoco cuesta demasiado establecer una razonable relación entre su Dr. Knox de La carne y el demonio y sus encarnaciones del Barón Frankenstein a las órdenes de Terence Fisher: la manera que tiene el primero de defender el progreso a ultranza se complementa con el discurso subversivo contra el orden establecido por parte del Barón encarnado no menos admirablemente por Cushing para Hammer Films, anticipando si cabe lo que luego Fisher desarrollaría con tanta o más profundidad que Gilling en su excepcional El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969).
       

(1) Véase mi artículo Otras productoras, dentro del dossier cine de terror británico, años 60-70, 2ª parte, publicado en DIRIGIDO POR…, núm. 432 (abril 2013).

1 comentario:

  1. A mí también me gusta mucho "The flesh and the fiends". No tenía demasiado bien considerado a Donald Pleasence por desconocimiento, pero aquí está fantástico. Y desde luego es la mejor adaptación que conozco de estos hechos reales. He visto también las películas de Landis y Francis sobre el tema y me parecen muy inferiores. de Landis creo que hay que eserar poco a estas alturas, y la versión de Francis me parece demasiado fría, aunque tiene un buen reparto.
    Esta también es de las películas que creía eran de la Hammer pero resulta que no. Supongo que mi cabeza las metió en el mismo saco por dirigir Gilling y salir Cushing. Me sacó del error el estudio que hizo "Dirigido por" hace algunos años sobre el terror inglés más allá de la Hammer, donde se hablaba de la Amicus, la Tygon y algunas otras productoras.

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