jueves, 12 de marzo de 2020

El virus que vino del espacio: “LA AMENAZA DE ANDRÓMEDA”, de ROBERT WISE



[NOTA PREVIA: ESTE ARTÍCULO ES UNA REVISIÓN DEL QUE PUBLIQUÉ EN “IMÁGENES DE ACTUALIDAD” N.º 317 (OCTUBRE 2011), SECCIÓN CULT MOVIE.] Originalmente publicada en los Estados Unidos en 1969, La amenaza de Andrómeda fue el impactante primer gran éxito editorial del novelista y realizador Michael Crichton. En el mismo, el futuro autor de Parque Jurásico proponía una verosímil trama de ciencia ficción en torno a la posibilidad de que la Tierra sufriera un peligro global de consecuencias devastadoras como consecuencia de un virus accidentalmente traído del espacio por un satélite, el Scoop 7, en su regreso a nuestro mundo. El aparato aterriza en las inmediaciones de Piedmont, Arizona, aniquilando misteriosa y silenciosamente a toda la población; por cierto, Piedmont es un “pueblo fantasma” real que fue expresamente escogido por Crichton para ambientar en él esa primera parte de su novela. El gobierno de los Estados Unidos ordena una inmediata investigación secreta, llevada a cabo por los miembros del equipo de científicos que componen el Proyecto Wildfire: el profesor de bacteriología Jeremy Stone, encarnado en la película por Arthur Hill; el profesor de patología Charles Burton, que en el film se llama Charles Dutton y está interpretado por David Wayne; el médico y cirujano Mark Hall, que corre a cargo de James Olson; y el microbiólogo y epidemiólogo Peter Leavitt, que en su versión cinematográfica fue convertido en un personaje femenino, la Dra. Ruth Leavitt, siendo encarnada por la actriz canadiense Kate Reid. Estas cuatro eminencias científicas son confinadas en un gigantesco laboratorio subterráneo y esterilizado del Proyecto Wildfire, donde descubren que el responsable de la muerte de los habitantes de Piedmont es una especie de virus, o, mejor dicho, una forma de vida microscópica con base de cristal que se adhirió al satélite a su paso por la galaxia de Andrómeda. Los protagonistas tratan de hallar una manera de neutralizar al Andrómeda, que es como bautizan al virus extraterrestre, dado que su pavorosa facilidad para contagiarse y matar a cualquier ser viviente en cuestión de segundos podría suponer el fin de la vida sobre la Tierra. Las únicas pistas con las que cuentan residen en dos inesperados supervivientes de Piedmont: un bebé (en la película, el pequeño Robert Soto) y el borracho del pueblo, Jackson (George Mitchell).


Al poco de la publicación de La amenaza de Andrómeda, el veterano productor y realizador Robert Wise, un cineasta que cuenta en su haber con algunas incursiones en el cine fantástico –suyas son The Curse of the Cat People (1944, codirigida con Gunther von Fritsch), Ultimátum a la Tierra (1951), The Haunting (1963) y Star Trek (La conquista del espacio) (1979)–, se interesó por la novela y adquirió los derechos para el cine, con vistas a producir y dirigir el film, que sería distribuido por Universal. Puede que, tal y como afirma Ricardo Aldarondo en su libro sobre este cineasta para Filmoteca Española y el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, “más que la “science-fiction”, a Wise le interesaba la “science-fact”, como él la denomina, una aproximación a lo que el futuro puede deparar, pero a través de la ciencia abordada de la manera más realista posible”. Quizá ello explique que Wise confiara el guion de La amenaza de Andrómeda (1971), a Nelson Gidding, guionista neoyorquino que, además de ser de su absoluta confianza y haber trabajado con él en diversas ocasiones –Para ella un solo hombre (1957), ¡Quiero vivir! (1958), Odds Against Tomorrow (1959), Hindenburg (1975) y la mencionada The Haunting–, confería una perspectiva realista a sus libretos, incluso a los más fantasiosos. La única discrepancia que surgió entre los dos viejos colegas fue la idea de Gidding de convertir el personaje de Peter Leavitt en una mujer; a Wise le disgustaba la idea, porque temía que Gidding lo transformara en un personaje decorativo, como –en sus propias palabras– el de Raquel Welch en otra famosa película de ciencia ficción, Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966), pero el guionista logró convencerle de la validez de su enfoque al dárselo a una actriz de las características físicas de Kate Reid. Wise quedó tan contento con el resultado, que acabaría considerando a la Dra. Leavitt “el personaje más interesante de la película”.


La amenaza de Andrómeda se rodó en su mayor parte en unos brillantes decorados futuristas diseñados por Boris Leven, que se construyeron en el plató número 12 de los estudios de la Universal y cuyo coste ascendió a los 300.000 dólares de la época; uno de los más llamativos era el del foso, de unos 25 metros de profundidad y 10 metros de diámetro, el cual ocupaba por sí solo todo un estudio de sonido de la Universal y donde se produce la climática secuencia de suspense del final, cuando el Dr. Hall tiene que desactivar manualmente el mecanismo de autodestrucción del laboratorio, esquivando los rayos láser que tratan de impedírselo. En el momento de su estreno, esos decorados fueron motivo de no pocos elogios, dada su verosimilitud y realismo: “uno de los más elaboradamente detallados que se hayan construido”, se dijo por aquel entonces. Las escenas en exteriores se filmaron a su vez en el parque estatal de Red Rock Canyon (California) y Shafter (Texas), lo cual significa que la auténtica población de Piedmont no aparece en el film. Los efectos especiales corrieron a cargo de Douglas Trumbull, el celebrado autor de los trucajes de clásicos de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Trumbull, quien volvería a trabajar con Wise en la asimismo mencionada Star Trek (La conquista del espacio), creó las escenas centradas en el virus Andrómeda, las cuales se llevaron por sí solas unos 250.000 dólares del presupuesto. Veamos a continuación algunas curiosidades.


La película, más que en hechos reales, se basa en datos reales. Ya hemos apuntado que el pueblo de Piedmont en Arizona existe realmente. Crichton partió para su novela de estudios auténticos en torno a las formas de vida con base de cristal. El 25 de noviembre de 1969, el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon autorizó la creación de un departamento especial del ejército norteamericano especializado en armas biológicas que entró en funcionamiento en marzo de 1975. Michael Crichton hace un cameo: es un joven ayudante de quirófano con barba que aparece justo en la escena en la cual los hombres que envía el ejército interrumpen una operación quirúrgica que está a punto de iniciar el Dr. Hall. Por cierto, y aunque parezca mentira, hay quien afirma que, el primer día que Crichton visitó las dependencias de los estudios de la Universal, lo hizo acompañado de un joven director de televisión que trabajaba allí y a quien se le encargó que le enseñara el lugar. Su nombre: Steven Spielberg. El doblaje español de la época alteró una frase de diálogo: en la escena en la que, al igual que a sus compañeros de aventuras, el Dr. Stone es interrumpido por miembros del ejército que vienen a buscarle durante una fiesta que da en su casa con su esposa, y cuando oye que alguien le reclama, en la versión doblada al castellano el personaje bromea al respecto, diciendo: “Seguro que ha llegado el LSD”. En cambio, en la versión original en lengua inglesa, lo que dice es: “The SDS has arrived, no doubt”. Es una referencia al Students for a Democratic Society (SDS), un movimiento estudiantil de protesta de la Norteamérica de los años sesenta. El mono que muere al exponerse al virus Andrómeda no fue sacrificado realmente. Dicha escena, supervisada por W.M. Blackmore, de la American Humane Association, se filmó dejando al animal inconsciente haciéndole respirar dióxido de carbono, y apenas hecha la toma fue reanimado de inmediato mediante un aparato de respiración. ¿A qué se refiere el dígito 601 con el cual termina el film? 601 se supone que es el código informático que advierte de la realización de un error en los ordenadores que mantienen controlado al Andrómeda. La cifra es la mitad de 1202, que era a su vez el código informático de error que se utilizó en el primer descenso del hombre a la Luna. La referencia al número 601 reaparece en la serie animada de la televisión japonesa Neon Genesis Evangelion (1995-1996).


La amenaza de Andrómeda optó a algunos premios importantes: una candidatura al Globo de Oro a la Mejor Banda Sonora, obra de Gil Mellé y considerablemente avanzada para la época; y dos nominaciones al Oscar, a la Mejor Dirección Artística (Boris Leven, William H. Tuntke y Ruby R. Levitt) y al Mejor Montaje (Stuart Gilmore y John W. Holmes). Pero, más allá de dichos reconocimientos, ha quedado en el recuerdo como un buen ejemplo de cine de ciencia ficción adulta y elaborada, bastante difícil de encontrar hoy en día. En 2008, Mikael Salomon dirigió una nueva versión para televisión, en formato de miniserie de 174 minutos de duración: La amenaza de Andrómeda, con Benjamin Bratt como el Dr. Jeremy Stone, Eric McCormack como Jack Nash, Christa Miller como la Dra. Angela Noyce, Viola Davis como la Dra. Charlene Barton, y Daniel Dae Kim como el Dr. Tsi Chou. Mediocre y aburrida hasta la saciedad, no borrará el recuerdo dejado por la película original de Robert Wise, exponente de una manera de entender el cine de ciencia ficción –y me refiero a la producción llevada a cabo entre, aproximadamente, 2001: Una odisea del espacio y hasta la exitosa irrupción de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977)–, que todavía sigue siendo una de las páginas más atractivas, y pendiente de la adecuada reivindicación, dentro del cine de género norteamericano de estas últimas décadas.


Uno de los aspectos más notables de esta película –el cual, en no pocas ocasiones, ha sido utilizado para criticarla severamente– reside en su a mi entender deliberada frialdad narrativa. A falta de conocer por mí mismo la novela de Crichton en la que se inspira, especulo con la posibilidad de que dicha frialdad de exposición ya se encuentre previamente en el libro del firmante de El hombre terminal, Esfera, Congo, Sol naciente, Acoso o la propia Parque Jurásico, quien era muy amigo de combinar elementos de alta tecnología con tramas de aventuras y de intrigas conspiratorias, de lo cual solían resultar unas novelas que conjugaban hábilmente los datos científicos con la caracterización de unos personajes, por lo general, “expertos” en la materia de la cual se trataba. En el caso de La amenaza de Andrómeda: the movie, funciona muy bien la caracterización más bien impersonal de los cuatro protagonistas, excelentemente interpretados por Arthur Hill, David Wayne, James Olson y Kate Reid, quienes los encarnan como profesionales sin tacha, mas no por ello carentes de defectos humanos (sobre todo la Dra. Leavitt), gracias a los cuales el espectador se introduce, de su mano, en un complejísimo mundo de datos técnicos, gráficos, microscopios y pantallas de ordenador que, por momentos, parece salido de otro mundo. No resulta casual, en este sentido, que una de las mejores y más significativas secuencias se produzca dentro del primer tercio del film: aquella en la cual vemos a los cuatro científicos sometiéndose a un largo, exhaustivo, irritante, casi inhumano proceso de descontaminación, previo a su entrada en el esterilizado recinto del laboratorio del Proyecto Wildfire, en un proceso concebido, filmado y montado de tal manera que los protagonistas parecen, ellos mismos, bacterias sometidas a examen, “bichos” ajenos al concepto de humanidad.


Esa frialdad en el tono se traduce en una implacable puesta en escena que, en sus mejores instantes, parece un cruce entre la sequedad de exposición de Fritz Lang y el formidable estilo de Richard Fleischer en El estrangulador de Boston (1968), en lo que a la utilización de la pantalla múltiple se refiere. Resulta extraordinaria al respecto la secuencia de la exploración de Stone y Hall, ambos con equipos presurizados, por las calles del pueblo que ha sido víctima del ataque bacteriológico de Andrómeda: el recorrido de los personajes por tan macabro lugar, plagado de cadáveres de hombres, mujeres y niños por doquier, incluye unos vistosos encuadres panorámicos en negro en los cuales, a la izquierda del mismo, vemos en un plano insertado los movimientos de Stone y Hall mirando por puertas y ventanas de las casas en busca de supervivientes, mientras que, a la derecha del mismo encuadre, Wise va insertando tenebrosos planos fijos de los cadáveres de las personas que se encuentran en el interior de dichas viviendas (una de ellas, por cierto, es una mujer joven con el pecho desnudo, y de cuyo cuello cuelga el emblema hippie –sic–, lo cual teóricamente justificaría la desnudez de la chica: dicho plano no se vio en España en el momento del estreno del film, si bien se halla en las actuales ediciones en formato físico). Esta manera de planificar, de mirar al horror de la situación, corre pareja de este modo a la mirada científica, “objetiva”, de los personajes que exploran tan pavoroso escenario y lo hacen reprimiendo sus emociones y sus miedos, con el ánimo de ser lo más “científicos” posible.


No resulta de extrañar, en este mismo sentido, que tan pronto como la acción se concentra en el interior del laboratorio del Proyecto Wildfire, Wise extraiga un provecho óptimo de los excelentes decorados puestos a su disposición, convirtiendo un lugar que, se supone, es la última maravilla tecnológica de la raza humana, un teórico triunfo científico de la humanidad, en una especie de infierno de frías paredes metálicas y muebles de plástico: un prodigio científico que no esconde sino (nunca mejor dicho) el germen del horror. Ahondando en este mismo sentido, no cuesta demasiado ver en La amenaza de Andrómeda un claro precedente de otras adaptaciones al cine de Michael Crichton; y no me refiero solamente al hecho anecdótico de que se trate de la primera versión oficial al cine de una novela suya, sino a que la película ya contiene, en esencia, algunos elementos propios de otros libros de Crichton, de sus versiones para la pantalla e incluso de alguno de sus trabajos como realizador. Como digo, el planteamiento dramático en torno a un pequeño grupo de personas encerradas en un único decorado que representa lo máximo en tecnología y que, de repente, se transforma en una trampa mortal (en La amenaza de Andrómeda, la posibilidad de que el virus alienígena se escape de donde está aislado puede suponer la sentencia de muerte de los protagonistas), supone un claro anticipo de Almas de metal (Michael Crichton, 1973) y Parque Jurásico (Spielberg, 1993).



Ese tono “frío” en apariencia, en el fondo de lo más incómodo y turbulento, adquiere una notable fuerza dramática en aquellos momentos en los cuales esos cuatro científicos, esas brillantes mentes “objetivas”, empiezan a flaquear, a revelar su propia y natural humanidad, cuando creen que no podrán vencer al Andrómeda. Destacan, en este sentido, el dibujo sutil pero preciso de la cierta competitividad que se da entre los personajes de Stone y Hall, cada uno ardiente defensor de su punto de vista; la escena en la cual Ruth Leavitt se desmaya, como consecuencia de un ataque epiléptico, y provoca el pánico entre el personal del laboratorio, convencido de que se ha contagiado del Andrómeda; el momento de suspense en que Dutton queda encerrado en el laboratorio, y con Andrómeda suelto en el aire que respira, y cómo Hall consigue gracias a ello descubrir el punto débil del virus; o la eficaz secuencia en la que Hall tiene que desactivar la bomba que amenaza con destruir el laboratorio –y, de paso, propagar el Andrómeda por todo el planeta–, en la cual el joven médico tiene que poner a prueba sus habilidades, digamos, “animales” con tal de sobrevivir.

4 comentarios:

  1. Aunque suscriba hasta cierto punto la opinión de TFV, y valore positivamente algunos apuntes de puesta en escena -como el plano de la luz parpadeante que provoca el ataque epiléptico de la doctora, con ella al fondo-, tengo que decir que la manera de narrar de Wise acaba pudiendo conmigo, me termina pareciendo demasiado mecánica y fría.

    Coincido en que la miniserie posterior producida por los hermanos Scott es una mierda bien grande.

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  2. Me gustaron mucho dos grandes películas de Robert Wise de las que se habla poco, "Blood on the moon" y "El Yang-Tsé en llamas", en mi opinión dos de las mejores de una filmografía francamente interesante.

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  3. Me encanta ésta película, un gran Wise y un título de lujo de la SF setentera

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  4. Muy acertado el análisis de la película, mis felicitaciones. En cuanto a la película, es un clásico imprescindible, obra maestra que he disfrutado en repetidas ocasiones; ciertamente ya no se hacen ni se harán películas así. Por otra parte, felicitar el magnífico doblaje y elenco de voces en español el cual, para mí, supera con creces a la versión original.

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