domingo, 29 de diciembre de 2019

In Memoriam SUE LYON: “LOLITA”, de STANLEY KUBRICK, o la tragedia de Humbert Humbert



Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas”. Así es como empieza Lolita, de Vladimir Nabokov, que el que suscribe se atreve en colocar entre las mejores novelas que ha leído en su vida y, si sus conocimientos literarios fuesen todo lo amplios que desearía, entre las mejores novelas que conoce de entre las que han sido publicadas a lo largo del siglo XX. Teniendo en cuenta la elevada calidad del libro de Nabokov, y la práctica imposibilidad de que una película fuese capaz de captar todos sus sugestivos matices, no hay más remedio que reconocer, de entrada, que el film homónimo de Stanley Kubrick no termina de estar a la altura del mismo. Ello no significa, en este caso, que nos hallemos ante una obra fallida ni mucho menos: la Lolita (ídem, 1962) de Kubrick es una magnífica película, tanto en sí misma considerada y como adaptación del maravilloso texto de Nabokov. El resultado de la colaboración del escritor en la película de Kubrick dio pie a una singular relación amor-odio con el film, dado que en declaraciones posteriores Nabokov explicaba que la Lolita de Kubrick le parecía una gran película, a pesar de que la primera vez que la vio le desagradaron ciertas innovaciones respecto al libro introducidas por Kubrick; pero que, a fin de cuentas, el film le interesaba porque le había servido, a nivel personal, para volver a ver su propia novela con otros ojos.


Ya he mencionado que la adaptación de libro a la pantalla tal cual resulta prácticamente imposible, habida cuenta de que está narrado en primera persona y el relato abunda en acotaciones personales muy subjetivas sobre la vida de su protagonista y narrador, Humbert Humbert, de muy ardua traslación al cine. De hecho, es famosa la anécdota según la cual Kubrick habría ideado una primera secuencia destinada a describir gráficamente la atracción sexual del personaje por las niñas, luego suprimida por temor a incurrir en las iras de la censura y en las críticas de las ligas de opinión católicas (las cuales, a pesar de ello, no dejaron de atacar la película cuando se estrenó en los Estados Unidos; en España, donde fue prohibida por la censura franquista, lo hizo años más tarde); en dicha secuencia debía verse una serie de fotografías de niñas, o cuanto menos adolescentes, acompañadas de una voz en off detallando las preferencias de Humbert por féminas tan jóvenes, o como él mismo las llama en el libro, “nínfulas”. Sin embargo, si ya de por sí entrar en detalles respecto a esa cuestión resultaba complicado, cómo no iba a serlo trasladar al cine el espíritu de una novela tan brillante, llena de pasajes rebosantes de inteligentes observaciones sobre la vida y el comportamiento humanos, arrojados además con tanta ironía, como el que voy a mencionar ahora, y que no fue incluido en la película de Kubrick: me refiero a aquél fragmento, en los primeros capítulos del libro, en el que Humbert rememora cómo se separó de su primera mujer; esta última tenía un amante, un ruso alto y apuesto por el cual acabó abandonándole; un día, rota ya su relación por completo, la mujer de Humbert recogió sus cosas del piso de este último, y su amante ruso fue con ella a ayudarla a llevarse las maletas; el protagonista recuerda cómo se dio cuenta, cuando su exmujer y su amante se marcharon, que el ruso había orinado en su inodoro y ni siquiera había tenido la decencia de tirar de la cadena; pero, a continuación, pasada su reacción inicial de furia y asco ante aquello, Humbert reflexiona al respecto, llegando a la conclusión de que quizá el ruso había mostrado más delicadeza y sensibilidad de lo que pudiera parecer a simple vista, habida cuenta que el ruido de la cisterna del váter sonando en medio de la despedida de Humbert y su exmujer podría haber sonado a modo de “inoportuno contrapunto sonoro” en tan incómoda situación… ¿Cómo llevar al cine semejante obra maestra de la ironía y de la buena literatura?


Pues hay que reconocer que Stanley Kubrick resolvió excelentemente semejante papeleta. A pesar de que, por exigencias de la censura de la época, él y Nabokov tuvieron que escoger a una actriz relativamente “mayor” para interpretar a Lolita como la adolescente Sue Lyon (téngase en cuenta que, en libro, Lolita apenas tiene 12 años), lo cual desvirtúa en gran parte el sentido de la novela; y que, como ya he indicado, no pudo volcar en el film fragmentos del original literario tan excepcionales como el que he descrito líneas arriba (a pesar de que la película dura nada menos que 152 minutos; los cuales, por cierto, pasan en un suspiro), Lolita es un film excelente y un modélico ejemplo de adaptación literaria al cine.


Una primera alteración que llevó a cabo Kubrick respecto al libro, alteración en la forma pero no en el espíritu, consiste en que, a diferencia de la novela, la película arranca con el clímax de aquélla: una primera y magistral secuencia en la cual Humbert (James Mason) irrumpe en la mansión de Clare Quilty (Peter Sellers), el cínico y adinerado guionista de televisión por culpa del cual el primero acabó perdiendo para siempre el amor de Lolita (Sue Lyon), y le asesina a tiros. La secuencia, sin duda una de las páginas más brillantes legadas para la posteridad por Kubrick, y que se beneficia extraordinariamente de la labor de dos grandes actores, James Mason en la cumbre de su arte interpretativo y Peter Sellers resolviendo genialmente uno de sus más difíciles y complejos personajes, supone además una variante en relación a la novela que, lejos de ser una “traición” a la misma, tiene una determinada función. Consciente de que el momento culminante de la Lolita de Nabokov consiste en el reencuentro final de Humbert con una Lolita crecida, casada con otro hombre y embarazada (una Lolita que, para el protagonista, ha dejado de ser “su Lolita”), con esta variación Kubrick logró un doble propósito: abrir el film con una secuencia “fuerte”, y reservar para el final de la película ese emotivo (y fallido) reencuentro entre los dos protagonistas; reencuentro que se cierra patéticamente con Humbert viéndose obligado a perder a Lolita por segunda vez, y ahora para siempre, y se encadena con la llegada del primero, armado con una pistola y sediento de venganza, a la mansión de Quilty.


Por otro lado, arrancando la narración con la consumación de la venganza de Humbert sobre Quilty, Kubrick logró también no solo captar de inmediato toda la atención del espectador que no conociese la trama del libro de Nabokov, sino además justificar las posteriores elipsis en virtud de las cuales van llegando los momentos esenciales de un relato sostenido a golpes de intensidad. La película, en este sentido, es muy fiel a la novela, y al mismo tiempo la “aligera” en virtud de esas abundantes elipsis, por más que algunas de ellas ya se encuentren en el libro, aunque a simple vista pueda no parecerlo: véase, sin ir más lejos, esa escena en la que, a solas en la habitación del hotel, Lolita se acerca a Humbert y le propone jugar a un juego “muy divertido” al cual ella misma había jugado a menudo con el chico del campamento de señoritas del que acaba de ser recogida por Humbert; Lolita le susurra las reglas al oído a Humbert; este se queda estupefacto al oírlas; la imagen, entonces, funde a negro… De este modo, tanto en la novela como en el film se insinúa la naturaleza sexual de ese “juego”, pero en ambos casos nunca llegamos a conocer el contenido del mismo, quedando este a la imaginación del lector/ espectador.


Lolita, versión Stanley Kubrick, es una honesta y a ratos extraordinaria traslación de la obra de Nabokov en la que el director de 2001: Una odisea del espacio trabajó particularmente el contenido del plano y la dirección de actores, de tal manera que gestos y miradas, cuya expresividad se refuerza con excelentes diálogos llenos de dobles sentidos, contribuyen a ir creando una espesa atmósfera de mezquindad cotidiana y de secretas intenciones. La llegada de  Humbert al hogar de los Haze para alquilar una habitación, donde la viuda Charlotte Haze (una no menos excepcional Shelley Winters) vive sola con su hija adolescente Dolores/ Lolita, está construida sobre un gran sentido del detalle y a partir de la conjunción de dos deseos: el primero, evidente, de la viuda Haze con tal de alojar bajo su techo a un hombre atractivo que pueda ser candidato a “futuro marido” suyo; y el segundo, que brota espontánea y sutilmente en Humbert al ver por primera vez  a Lolita, tomando el sol en bikini en el jardín de la vivienda y decidiendo en ese mismo instante que se va a quedar allí. Todas las secuencias posteriores que describen la estancia de Humbert en el hogar de los Haze, espléndidamente filmadas por Kubrick, se apoyan en no poca medida en la interpretación magistral de Mason y Winters, en particular ese momento en el cual Charlotte, tras haber conseguido casarse con Humbert (petición a la cual este último ha accedido exclusivamente para así poder estar siempre cerca de Lolita), le avisa de que tiene pensado que la chica pase todo el verano fuera de casa en un campamento y que a continuación sea internada en un colegio religioso: la mirada de Mason, sin cambiar de expresión, revela sutilmente su frustración; luego, su forma de mirar la pistola que Charlotte tiene en su mesita de noche le inspira la idea de asesinar a su esposa…



Lolita es una tragedia en torno a un hombre peligrosamente obsesionado con una niña sexualmente precoz, maleducada, egoísta, vulgar y grosera; o lo que casi es lo mismo, la tragedia de un hombre inteligente fatalmente atraído por la vulgaridad de un mundo al cual quiere dar la espalda gracias a su pasión desenfrenada hacia una chiquilla que, sin que sepa verlo hasta que ya es demasiado tarde, personifica toda esa mezquindad de la cual pretende huir, refugiándose en un amor que tan solo existe en su imaginación. De ahí que, a partir del momento en que, tras la muerte accidental de Charlotte indirectamente provocada por Humbert y el periplo de este último con Lolita buscando en vano un lugar donde poder vivir en plena libertad su amor prohibido, la película se va impregnando de una rara tensión, de un ambiente grotesco, propiciado en gran medida por las diversas apariciones, escondido o disfrazado, de Clare Quilty, el hombre que acabará seduciendo a Lolita y arrebatándosela a Humbert, y con ello quitándole su única razón para vivir.


Sue Lyon (1946-2019)



1 comentario:

  1. Vuelvo a leer las reflexiones sobre la película de Kubrick y la novela de Nabokov ahora que estoy releyendo esta última, y se me ocurre que otro buen adaptador de la misma habría sido Alfred Hitchcok, en vista de la melancolía, la tristeza, la soledad y la sordidez que se esconden detrás de la imagen brillante de una Norteamérica aparentemente feliz.

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