viernes, 17 de mayo de 2019

Terror en el molino: “IL MULINO DELLE DONNE DI PIETRA”, de GIORGIO FERRONI



[NOTA BENE: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTE MISMO FILM PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 495, ENERO 2019, SECCIÓN CINEMA BIS (1).] 


Como recuerda con acierto Luigi Cozzi en la edición italiana en DVD de Il mulino delle donne di pietra (1960) a cargo de la firma Sinister Film (sic), esta película dirigida y en parte escrita por Giorgio Ferroni (1908-1981) guarda claro ecos estéticos del cine de terror de Hammer Films: su excelente fotografía, firmada por Pier Ludovico Pavoni, hace gala de una brillante paleta cromática que certifica la reputación del film como primera película del cine de terror italiano rodada en color. Pero no es esa la única referencia que podemos rastrear en Il mulino delle donne di pietra: nada más empezar el film, en su primera secuencia, un barquero a la orilla de un río llamando a la embarcación usando una campana hace pensar, fugazmente, en una célebre imagen de La bruja vampiro (Vampyr, 1932, Carl Theodor Dreyer). La trama guarda indiscutibles ecos de los célebres “crímenes del museo de cera”, populares sobre todo gracias a las adaptaciones firmadas por Michael Curtiz en 1933 y por André de Toth en 1953. Por otro lado, y siguiendo aquí al especialista transalpino Roberto Curti, parece ser que, aunque en sus títulos de crédito consta que Il mulino delle donne di pietra está basada en un relato del escritor holandés Pieter van Weigen “publicado en el libro “Flemish Tales”” (sic), lo cual resulta plausible a simple vista dado que la película está ambientada en la Holanda de finales del siglo XIX, la realidad es que ni ese autor ni ese volumen han existido nunca (2). Eso explica que en la mayoría de las fuentes no figuren con claridad sus guionistas, si bien hay cierta coincidencia en señalar entre estos a Remigio Del Grosso, Ugo Liberatore, Giorgio Stegani y al propio Ferroni, a los cuales se añade Louis Souvat como responsable de los diálogos de la versión francesa, dado que Francia era país coproductor. A pesar de ello, y más allá de su condición de exploit de éxitos anteriores del cine de horror, dado su carácter de modesta producción bis, a la película de Ferroni no le faltan méritos en sí misma considerada.


Como digo, Il mulino delle donne di pietra transcurre en los últimos años de la Holanda decimonónica, una elección de escenario alejado de Italia característica del cine de terror italiano en esos primeros años de existencia –y de otros géneros populares cultivados en Italia por esa misma época, como el western  o la ciencia ficción–, como bien demuestran los títulos seminales del género firmados por Riccardo Freda –I vampiri (1957)–, Mario Bava –La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960)– y Antonio Margheriti –Danza macabra (1964) e I lunghi capelli della morte (1964)–, o imitaciones, no por ello despreciables, como las de Camillo Mastrocinque –La maldición de los Karnstein (La cripta e l’incubo, 1964) y Un angelo per Satana (1966)–, o como 5 tombe per un medium (Massimo Pupillo, 1965), que también comenté en la sección Cinema Bis de Dirigido por… (3). La trama de Il mulino delle donne di pietra roza lo delirante. El joven estudiante Hans von Armin (Pierre Brice) es enviado a la vivienda del reputado profesor de arte y afamado escultor Gregorius Wahl (Herbert A.E. Böhme) para que estudie un carillón de la propiedad de este último. Wahl vive en un enorme molino rehabilitado que conserva intacto el mecanismo, ahora utilizado para poner en funcionamiento un extraño espectáculo con las tenebrosas esculturas de figuras femeninas de Wahl, que se desplazan automáticamente sobre un carril, lo cual provoca que la vivienda del escultor sea conocida como “el molino de las mujeres de piedra”. Una vez allí, Hans conoce a la hija de Wahl, la bella Elfie (Scilla Gabel), de la cual se enamora. Pero la joven muere en circunstancias misteriosas, cuando no macabras, lo que obliga a Hans a abandonar el molino, so pena de perder la razón. Finalmente, descubriremos que todo ha sido un complot organizado por Wahl y el médico que vive también en el molino y atiende a Elfie, el Dr. Loren Bohlem (Wolfgang Preiss), quienes han asesinado impunemente a jóvenes mujeres de los alrededores con vistas a extraerles la sangre, vía transfusión, a fin de paliar la extraña dolencia sanguínea de Elfie –un poco como en la magistral Ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960, Georges Franju)–, la cual no solo no ha muerto, sino además que es cómplice del complot. Las esculturas del espectáculo de Wahl no son sino los cadáveres de sus víctimas recubiertos de cera, con vistas a deshacerse de los cuerpos sin levantar sospechas. Hans y su amigo Ralf (Marco Guglielmi) llegarán justo a tiempo para salvar a su amiga Liselotte (Dany Carrel), quien a punto está de morir a manos de los habitantes del molino porque su sangre es la que proporcionaría la cura definitiva para Elfie.


Los principales méritos de Il mulino delle donne di pietra y de otros films de terror italianos de su misma época y circunstancias residen en su lograda atmósfera. En este sentido, a pesar de lo delirante de su trama y de la labor más bien mediocre de sus intérpretes, la película brilla con notable intensidad gracias a Giorgio Ferroni, realizador que suele ser invocado, sobre todo, gracias a su contribución al péplum –entre la cual destaca la agradable La guerra de Troya (La guerra di Troia, 1961)–, quien supo dotar a Il mulino delle donne di pietra de una excelente cualidad plástica, apoyándose en un sólido trabajo de elaboración de unos encuadres donde los detalles van impregnando la trama y le confieren una gran densidad. Resultan inolvidables momentos como la primera vez que Elfie se aparece ante Hans: las manos de la muchacha apartan, lentamente, una cortina; antes de que Hans tenga tiempo de reaccionar, Elfie ha desaparecido tras ese mismo cortinaje, y al rato, sus gritos desesperados atronarán detrás de los muros. Wahl advierte a Hans de que Elfie está gravemente enferma y que cualquier sobresalto es capaz de provocarle la muerte; desde el punto de vista de Hans, enamorado de la muchacha, Elfie es una especie de muerta en vida, o al menos alguien que parece existir en un plano intermedio entre la vida y la muerte, lo cual justifica los toques macabro-necrófilos de sus memorables apariciones posteriores: cuando Hans la ve en lo alto de la escalera de caracol, la muchacha parece un fantasma (o, mejor dicho, una de las “mujeres de piedra” que esculpe su padre); Hans entra en el dormitorio de Elfie y descubre a la joven con un provocativo vestido rojo y echada en la cama, de tal manera que a primera vista parece muerta; a continuación, Ferroni emplea una elipsis para mostrar la escena en la que hacen el amor, no tanto para eludir la visualización del acto sexual como acaso para evitar el mostrar a la joven haciendo nada que pueda hacerla parecer humana (ergo, viva); más adelante, Elfie sufre un ataque en presencia de Hans y, aparentemente, muere; en una extraordinaria secuencia onírica propiciada por una droga que el Dr. Loren ha vertido en su bebida, Hans sufre una macabra alucinación en la cual ve o cree ver a Elfie regresando de entre los muertos, y que incluye un par de imágenes antológicas: el rostro fantasmal de Elfie asomando en la oscuridad detrás de aquel mismo cortinaje, y el hallazgo de su cadáver en la cripta familiar por parte de Hans. Si bien es verdad que, tras este magnífico bloque puramente fantastique, la película incurre en la consabida “explicación racional”, desembocando en un clímax más convencional, incendio purificador incluido, queda para el recuerdo la imagen de las “mujeres de piedra” de Wahl quemándose y dejando al descubierto bajo sus rostros de cera las calaveras de las víctimas del escultor.


(2) En su libro «Italian Gothic Horror Films, 1957-1969» (2015). McFarland. Jefferson, Carolina del Norte. Pág. 50. El dato se cita en la página en inglés dedicada al film en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Mill_of_the_Stone_Women#cite_note-FOOTNOTECurti201550-2.
(3) DIRIGIDO POR..., núm. 385 (febrero 2018), pág. 90.

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