miércoles, 11 de julio de 2018

La ambivalencia como estilo: “EL TRUCO FINAL (EL PRESTIGIO)”, de CHRISTOPHER NOLAN



[NOTA PREVIA: AUNQUE DOY POR HECHO QUE, A ESTAS ALTURAS, LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA ES SOBRADAMENTE CONOCIDA, ADVIERTO, DADO QUE SE TRATA DE UN FILM NO MUY ALEJADO EN EL TIEMPO, DE QUE EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE DESVELAN ASPECTOS FUNDAMENTALES DE SU ARGUMENTO.]


El truco final (El prestigio) (The Prestige, 2006) adapta la novela El prestigio, de Christopher Priest, publicada entre nosotros por Minotauro. No voy a extenderme sobre esta última, por lo cual, aparte de recomendar su lectura dado que se trata de un libro de gran calidad, me limitaré a señalar algunas de sus chocantes diferencias respecto a la adaptación cinematográfica urdida por Christopher Nolan en estrecha colaboración con su propio hermano, Jonathan Nolan, este último cofirmante del guion. Si, como en mi caso, se tiene ocasión de leer la novela después de haber visto el film, la primera sorpresa que depara su lectura consiste en descubrir que el libro sitúa la acción de sus primeros capítulos en época actual, momento en que un descendiente del mago Alfred Borden (encarnado en la película por Christian Bale) conoce a una descendiente de Robert Angier (Hugh Jackman, en el film), y a partir de ese momento se reconstruye la historia de sus respectivas familias y el odio que las enfrenta a raíz del primer enfrentamiento entre sus respectivos tatarabuelos, el cual se remonta al Londres victoriano, espacio y tiempo en los cuales se desarrolla el grueso de la película. Lo primero que cabe preguntarse es: ¿por qué los hermanos Nolan decidieron no seguir fielmente la excelente novela de Priest y, por el contrario, se atrevieron a darle un nuevo enfoque? Puede haber muchas razones para ello, mas mi teoría particular al respecto es que Nolan veía en el libro de Priest un pretexto para desarrollar otra de sus elaboradas ficciones que juegan con el tiempo, el espacio y el, digamos, desarrollo convencional  de cualquier relato al uso (planteamiento, nudo, desenlace), y quizá quiso jugar con las expectativas de quienes ya conocían la novela, ofreciéndoles a cambio algo diferente: una especie de juego de manos dirigido a los lectores del libro, de tal manera que ni siquiera estos últimos estuviesen seguros de qué terreno estaban pisando, poniéndolos en igualdad de condiciones respecto al espectador del film que desconociese la novela.


El truco final (El prestigio), en sus líneas generales, se encuentra espiritualmente cerca de Memento (ídem, 2000), con la que coincide hasta cierto punto en su anhelo por experimentar con los mecanismos convencionales de la narración cinematográfica. Si en esta última se trataba, explicado rápidamente, de un relato contado “al revés”, cuya narración “arranca” por el final y “concluye” por el principio, de tal manera que cada nueva secuencia es la que precede a la que acabamos de ver, El truco final (El prestigio) opta por una narrativa aparentemente más tradicional cuyo orden lineal, por así decirlo, se va “rompiendo” mediante la inserción de una compleja serie de flashbacks que nos informan sobre el pasado de los personajes y van añadiendo sutiles matices a los hechos narrados “en presente”.


No es de extrañar, en este mismo sentido, que el oficio de magos de los personajes protagonistas y, además, el contexto en el cual se desarrolla el relato (el mundo del teatro de variedades con todo su artificio), redunde en beneficio de una película en la cual prácticamente todas y cada una de sus imágenes tienen un doble sentido o, como mínimo, un sentido oculto o no evidente a simple vista, pero cuya doblez está puesta de manifiesto en todo momento. Salvando las distancias, en El truco final (El prestigio) Christopher Nolan recurre a una técnica similar a la empleada por M. Night Shyamalan, sobre todo en El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), en virtud de la cual la información necesaria para comprender la entraña del relato está en todo momento a la vista del espectador, por más que no lo parezca en primera instancia. En este sentido, El truco final (El prestigio) es uno de esos films que necesitan de un segundo visionado para terminar de captar todas sus sugerencias, y además tiene la no menos insólita particularidad de que, una vez revisada y con conciencia del “truco final” al cual hace referencia su título español, se revela a los ojos del espectador como una obra sutilmente distinta respecto a la impresión dejada en su primer visionado; de una manera un tanto especial, parece “otra” película.


Más que de ambigüedad (diccionario en mano: cualidad de ambiguo; referido al lenguaje, que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones; referido a una persona, aquélla que, con sus palabras o comportamiento, vela o no define claramente sus actitudes u opiniones), a la hora de hablar de El truco final (El prestigio) resulta más exacto hablar de ambivalencia: condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. El truco final (El prestigio) es, por tanto, un film ambivalente; y lo es con independencia de que sus personajes puedan ser o adoptar en determinadas ocasiones comportamientos y actitudes ambiguos. En particular, el de Olivia Wenscombe, la ayudante de mago interpretada por Scarlett Johansson, la cual en un momento del relato juega a cuatro manos con una misma baraja: ha sido inicialmente contratada por Angier para ser, primero, su ayudante, luego su amante y más tarde su espía, fingiendo que la ha despedido para que a continuación la contrate Borden, se gane su confianza y, así, pueda robarle el diario donde tiene anotados todos sus trucos; Olivia deviene también ayudante, amante y espía de Borden, quien sabe desde el primer momento que Angier la ha enviado y acaba entregándole un falso diario; aquella misma ambigüedad vuelve a estar favorecida nuevamente, como ya hemos apuntado, por el contexto teatral, artificioso, que se erige en telón de fondo de la trama.


La ambivalencia de El truco final (El prestigio) se desarrolla, por tanto, en virtud de la fuerza que el realizador extrae de gestos y miradas, de manera que cada uno de ellos sugiere más cosas de las que, en principio, muestra o parece mostrar a simple vista. Los ejemplos abundan, pero nos centraremos sobre todo en dos que resumen en esencia toda la película. Durante uno de los primeros flashbacks, asistimos al nacimiento de la rivalidad entre Angier y Borden, en principio por culpa de un desgraciado accidente: la joven esposa de Angier, Julia (Piper Perabo), llevaba a cabo un número de escapismo dentro de un tanque lleno de agua; Borden insiste en que el número puede mejorarse, y propone atar las muñecas de Julia con un nudo especial, algo que Cutter (Michael Caine), el ingeniero que trabaja para ambos magos, desaconseja, dada la dificultad de desatar dicho nudo bajo el agua; una noche, Julia lleva a cabo su número de escapismo; ella y Borden cruzan, por un segundo, una mirada de conformidad entre ellos (o, mejor dicho, algo que parece una mirada de conformidad) en el momento en que el segundo ata las muñecas de la primera; resultado: Julia no consigue desatarse y, antes de que Cutter rompa el duro cristal del tanque con su hacha, muere ahogada. A partir de ese momento, Angier culpa directamente a Borden de la muerte de su mujer, convencido de que la ató con un nudo imposible de deshacer. Durante el funeral de Julie, Angier interpela a Borden, preguntándole qué clase de nudo hizo, y Borden contesta, convencido: “No lo sé…”. Naturalmente, a simple vista parece que Borden está contestando así tan solo para excusarse; pero, en la práctica, como se descubre al final del film, sabremos que está diciendo la verdad: que no sabe qué nudo le hizo a Julia porque, sencillamente, él no lo hizo… sino su hermano gemelo: su “truco final”.


Yendo más lejos, cuando Angier, cegado por su odio vengativo hacia Borden, se propone descubrir cómo este último lleva a cabo el truco conocido como El Hombre Transportado, se niega a escuchar a Cutter cuando este último le dice que, en su opinión, Borden sencillamente utiliza “un doble”. Dicho de otro modo: cuando Borden contesta a la pregunta de Angier “No lo sé…”, o cuando Cutter afirma que lo que hace Borden es usar “un doble”, dichas respuestas son ambivalentes: van dirigidas tanto a los personajes entre sí como, asimismo, al propio espectador de la película, al cual se le está diciendo de este modo lo que realmente ha ocurrido, por más que ello no sea evidente a simple vista: que el Borden que contesta a Angier quizá no es el mismo que ató las muñecas de Julia (porque hay “otro Borden”), y que Borden quizá usa un doble para su truco del Hombre Transportado (su oculto hermano gemelo). O sea, los personajes están diciendo la verdad sobre lo ocurrido, pero en ese punto del relato el espectador se siente más identificado con Angier, cuya joven y bonita esposa hemos visto morir estúpida y trágicamente, y mucho menos con Borden, quien es presentado como alguien más bien oscuro y antipático que en ocasiones trata a su propia mujer, Sarah (Rebecca Hall), con una rara frialdad. Extraña conducta que, como también se desvela al final del relato, forma parte de su misma ambivalencia: hay ocasiones en las cuales Sarah le reprocha a su marido que, cuando le dice que la quiere, no siempre suena “de verdad”; naturalmente, ello tiene su razón de ser en que su marido no siempre es quien aparenta…



Otro ejemplo de la apasionante ambivalencia del relato reside en su curioso contrapunto más o menos científico. Está, por un lado, el relieve del personaje de Cutter, quien como ingeniero a las órdenes de los magos que le contratan conoce a la perfección sus secretos: él sabe a ciencia cierta, por ejemplo, que el canario que desaparece dentro de la jaula que, aparentemente, se desvanece debajo de un pañuelo, no es el mismo que luego “reaparece” a los ojos del público, sino que en realidad está muerto: aplastado y oculto bajo el doble fondo de la mesa donde reposa la jaula. También resulta atractiva la incorporación al relato del personaje real del científico Nikola Tesla (David Bowie), el cual al principio aparece llevando a cabo experimentos eléctricos inspirados en los auténticos llevados a cabo por el verdadero Tesla para acabar, paradójicamente, construyendo el invento imposible que permitirá a Angier superar el truco del Hombre Transportado de Borden, con funestas consecuencias. Resulta aterradora la conclusión del relato, con Borden siendo ajusticiado en la horca, falsamente acusado del asesinato de Angier, mientras su hermano gemelo (su “truco final”) ajusta las cuentas con este último, matándolo de verdad en un tenebroso decorado donde reposan los efectos directos del odio y la ambición ciega de Angier: los cadáveres de sus propios dobles, creados cada noche por la máquina de Tesla durante su espectáculo de magia, y cuyo cruel destino es morir ahogados –como Julia– dentro de los tanques de agua preparados al efecto. 

1 comentario:

  1. Reconozco que es una película que me gusta más ahora que la primera vez que la vi pero tiene un defecto (para mí, claro) que a veces tienen también el resto de películas de Nolan: la frialdad. Además, me dala sensación de que Nolan trata de "tomar partido" por uno de ellos (Bale) cuando ambos resultan antipáticos.

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