Entrevista con el vampiro, de Anne Rice (o Confesiones
de un vampiro, como se titulaban sus primeras ediciones españolas), no es
una mala novela, pero sin lugar a dudas su calidad literaria no se encuentra a
la altura de la extraordinaria popularidad que goza, sobre todo, en los Estados
Unidos, donde es una intocable pieza “de culto” desde el momento mismo de su
primera edición en 1976, año en el que Paramount ya llevó a cabo un primer intento
de adaptación cinematográfica que contaba con guion de Frank DeFelitta y cuyos
protagonistas iban a ser nada menos que Mick Jagger (Louis), David Bowie
(Lestat), Jon Voight y Peter O’ Toole, bajo la dirección del británico Nicolas
Roeg. Paradojas del mundo del cine, otro realizador procedente de las islas
británicas, el irlandés Neil Jordan, acabaría haciéndose cargo de Entrevista con el vampiro (Interview
with the Vampire, 1994), ambiciosa superproducción de Warner Bros. en la que el
autor de Mona Lisa tuvo que lidiar
con no pocas dificultades y cortapisas, la primera de ellas la discutible
calidad del libro de Rice que el cineasta debía respetar al máximo, de cara a
no defraudar a sus numerosísimos admiradores. Aunque el guion de la película
figura escrito por Rice, lo cierto es que el mismo fue obra de Jordan. Según
parece, la escritora había hecho un par de guiones de cara a una adaptación
cinematográfica de Entrevista con el
vampiro sobre los cuales el productor David Geffen y Jordan empezaron a trabajar,
a pesar de que no les gustaban. “Los
guiones de Anne Rice no son satisfactorios, no resultan cinematográficos
–declararía Jordan–. Creo que no ha
debido escribir anteriormente muchos guiones y esa inexperiencia se nota porque
resultan extremadamente teatrales”. Jordan escribió en solitario un tercer
guion que sería el definitivo. Sin embargo, Rice logró salir beneficiada de la
decisión arbitral adoptada al respecto por la Writers Guild of
America, porque Jordan no pudo demostrar que había reescrito al menos dos
tercios de un guion ya existente para tener derecho a su propio crédito como guionista.
Por suerte, su lectura de Entrevista con el vampiro es en muchos
sentidos superior a la novela de Rice en la que se inspira: allí donde la
escritora ofrece una visión lánguida y existencial sobre la tragedia de unos
seres que sufren la inmortalidad más como una condena que como una bendición,
Jordan prefiere en cambio adentrarse en el mundo de los vampiros con una mezcla
de fascinación y de malsana curiosidad hacia el entorno recargado y decadente
por el que se mueven sus insólitos personajes. El resultado es una película
que, por encima de sus (inevitables) servidumbres de superproducción hollywoodiense, en ocasiones parece
hecha en contra de esas mismas cortapisas, e incluso contra las convenciones
del género en el que se inscribe, logrando transformar en virtudes aquello que,
en manos menos habilidosas, podrían haberse convertido fácilmente en defectos. No
es ningún secreto para nadie que la presencia de Tom Cruise es una concesión a
la comercialidad, algo que se hace patente sobre todo en las escenas finales,
ausentes en la novela de Rice y añadidas aquí para darle un poco más de cancha
a su estrella protagonista (las cuales, a pesar de su carácter de pegote, no
dejan de tener cierta gracia: Lestat ataca al entrevistador –Christian Slater–,
toma el volante de su descapotable y escucha por la radio una versión de Sympathy for the Devil, de los Rolling
Stones, versionada por los Guns’n’Roses). Mas a pesar de que el famoso astro
resulta completamente inadecuado para el personaje del hedonista vampiro Lestat
(Rice confesaría que, cuando escribía su novela, siempre había imaginado a
Rutger Hauer como el intérprete idóneo para Lestat), no es menos cierto que su
labor interpretativa se revela por momentos esforzada y no exenta de sentido
del riesgo. Por otro lado, Cruise cuenta con el apoyo de la buena labor de sus
compañeros de reparto, desde el siempre efectivo Stephen Rea como el rencoroso no-muerto
Santiago a la brillante performance,
sorprendentemente madura, de la pequeña Kirsten Dunst como Claudia, la
vampiresa atrapada en un cuerpo de niña, pasando por un correcto Antonio
Banderas como el vampiro cuatro veces centenario Armand y, contra todo
pronóstico, un Brad Pitt más entonado que de costumbre como el vampiro con
remordimientos de conciencia Louis, de hecho el auténtico protagonista de
relato.
También es verdad que, en ocasiones,
Jordan se recrea en la exhibición de los lujosos escenarios creados por Dante Ferretti
(la decoración pretende apabullar, y lo consigue), pero también sabe extraer el
necesario partido de los mismos, enfocándolos a la consecución de un clima
entre malsano y cotidiano. Hay que anotar al respecto los excelentes travellings con que se abre el film: el
aéreo que desciende sobre un plano general nocturno del puerto de San Francisco,
y el que le sigue a continuación, recorriendo a ras del suelo la fauna de
borrachos, vagabundos y marginados urbanos que llenan las calles hasta detenerse
en la fachada del edificio por cuya ventana se asoma… un vampiro: Louis (una
ingeniosa manera de contraponer, por un lado, los “horrores” cotidianos de una
gran ciudad y, por otro, los “horrores” sobrenaturales que esa misma gran
ciudad también puede cobijar). Asimismo, merece una mención la resolución del
viaje de Louis y Claudia por Europa a través de una elipsis visual –que parece
inspirada en el Scorsese de La edad de la
inocencia– en base a los tenebrosos dibujos que hace la pequeña vampiresa.
En particular, la concepción del decorado del Teatro de los Vampiros de París,
que enlaza coherentemente con la manera como los no-muertos gobernados por
Armand disimulan su condición a los ojos del mundo, escenificando un
espectáculo macabro que se diría inspirado en los auténticos shows macabros que se celebraban en el
Teatro del Grand Guignol parisino en la época retratada en la película de
Jordan, y gracias a los cuales se acuñaría la expresión “granguiñolesco”.
Finalmente, hay momentos en que Entrevista con el vampiro parece ir en
contra de muchas de las convenciones del cine de terror: la película no
pretende “asustar” en primera instancia, sino más bien ofrecerse ante el espectador
como un lujoso paseo por un mundo oscuro, tenebroso y decadente, descrito en
ocasiones con buenas pinceladas de humor negro (véanse algunas de las escenas
protagonizadas por Lestat, Louis y Claudia, sorprendidos en actitudes
cotidianas marcadas, irónicamente, por su condición de vampiros: las muertes de
la sastra o del profesor de piano; el cadáver de una mujer que, como un
perverso juguete roto, esconde Claudia en el armario). Eso no significa, por
descontado, que cuando conviene el film no sepa “asustar”, recordándonos que a
fin de cuentas estamos presenciando una especie de cuento cruel sobre bebedores
de sangre y seres inmortales que viven para asesinar y asesinan para vivir, y
que forman “familias” disfuncionales o se agrupan en torno a inquietantes
compañías de teatro: ahí están secuencias concebidas a modo de verdaderas
sinfonías del horror, como la pelea de Lestat contra Louis y Claudia después de
que estos últimos hayan intentado envenenarle (con esa memorable aparición del
putrefacto Lestat tocando el piano), o el extraordinario momento en que Louis
es encerrado en un ataúd de hierro mientras Claudia y Madeleine (Domiziana
Giordano) son condenadas a morir abrasadas por la luz solar: el momento en que
Louis descubre los cadáveres calcinados de Claudia y Madeleine, los cuales se
deshacen apenas los roza, es una de las imágenes más bellas legadas por el cine
fantástico de estos últimos años. Entrevista
con el vampiro es una película que va ganando con el paso del tiempo, más
allá de las estériles polémicas que envolvieron su preparación.
La reina de los condenados (Queen of the Damned, 2002) es una de esas secuelas que, ya
desde el momento mismo del anuncio de su realización, vinieron marcadas bajo el
estigma de cierta “maldición” que las convertía, automáticamente y antes
siquiera de que nadie la hubiese visto, en una-mala-película. De entrada, La reina de los condenados nacía a modo
de continuación “pobre” de Entrevista con
el vampiro, sustituyendo al prestigioso director de la primera entrega,
Neil Jordan, por el discreto y apenas desconocido realizador australiano
Michael Rymer, de quien tan solo se había estrenado en España un thriller correcto pero olvidable, Juego de confidencias. Para colmo de
males, la gran estrella de Entrevista con
el vampiro, Tom Cruise, se negaba a repetir el papel de Lestat, el cual
corría a cargo ahora de un intérprete mucho menos popular, el irlandés Stuart
Townsend, y ello a pesar de que el aspecto físico de este último se aproxima
todavía más al del Lestat literario que el del inadecuado Cruise. En
definitiva, se trataba de una secuela hecha con menos dinero (alrededor de 35
millones de dólares, poco más de la mitad de los entre 50 y 60 millones que
costó Entrevista con el vampiro), que
al final se saldó con unos modestos resultados en taquilla (poco más de 30
millones recaudados solo en cines estadounidenses). Por si fuera poco, ni
siquiera se trataba de una adaptación fiel de la novela homónima de Anne Rice,
sino que tomaba prestadas ideas de los dos siguientes volúmenes de las Crónicas
Vampíricas publicados a continuación de Entrevista
con el vampiro: Lestat, el vampiro
y La reina de los condenados. De
hecho, en sus títulos de crédito figura únicamente como “basada en las Crónicas
Vampíricas de Anne Rice”.
La sorpresa reside en que, a pesar de
todos esos malos indicios, La reina de
los condenados no solo no es una mala película sino, por el contrario, un
film interesante que, si bien es cierto que no acaba de apurar todas sus
posibilidades, dejándose en el tintero no pocas sugerencias que hubiesen
merecido un mejor desarrollo y mayor profundización, al final se revela una
aportación al cine de vampiros harto estimable y a ratos notable. La primera
nota positiva la proporciona la forma como resuelve una de las ideas heredadas
de la novela de Rice Lestat, el vampiro:
la posibilidad de que el no-muerto protagonista acabe pasando desapercibido en
nuestro mundo convirtiéndose en… ¡estrella de rock! ¿En qué otro ámbito podría
un vampiro ser aceptado casi “normalmente” dentro de la sociedad contemporánea?
Contra todo pronóstico, el proceso que convierte a Lestat en rockero está
hábilmente resuelto mediante elegantes elipsis e incluso acaba teniendo cierta
gracia: el Lestat de La reina de los
condenados acaba siendo así el primer vampiro de estética goth de la historia del cine. Otro
detalle divertido: el videoclip del grupo de rock gótico liderado por Lestat,
que ilustra los títulos de crédito de la película, es en blanco y negro e imita
la estética expresionista de El gabinete
del Dr. Caligari.
Pero, a un nivel más profundo, la
música acaba jugando un papel importante en el desarrollo del film. La primera
vez que vemos a Lestat, tras haberse levantado de la tumba donde ha estado
reposando durante los últimos años (lo cual encaja poco más o menos con el
final propuesto por Neil Jordan en Entrevista
con el vampiro), lleva consigo un violín, instrumento musical
tradicionalmente vinculado, no por casualidad, con el Diablo: Sympathy for the Devil, recordemos, era
la canción de los Rolling Stones que cerraba Entrevista con el vampiro. El detalle del violín juega un papel
dramático relevante, dado que establece un vínculo afectivo entre Lestat y la
raza humana: en el flashback que
reconstruye su conversión en no-muerto a manos del “vampiro antiguo” Marius
(Vincent Perez), vemos a Lestat confraternizando con una joven gitana en la
playa mientras ambos interpretan una pieza musical al violín. Más adelante, el
rock gótico de Lestat le sirve tanto para embelesar a los humanos (circunstancia
que el vampiro aprovecha para alimentarse de la sangre de las groupies que acuden solícitas a su
mansión sin tener ni idea de lo que les espera), como para captar la atención
de los vampiros, a los que desafía para que salgan de su anonimato como ha
hecho él. Pero las canciones de Lestat también advierten de su presencia a
alguien especial: Jessica Reeves (Marguerite Moreau), una muchacha que trabaja
para una organización con sede en Londres que se dedica al estudio de los
fenómenos paranormales, entre ellos el de los vampiros (la escena en la que
Jessica percibe la naturaleza “vampírica”
de la música de Lestat es excelente: la joven estudia unos documentos mientras
que, al fondo del plano, un aparato de televisión emite el videoclip de Lestat;
de repente, el volumen de la canción sube, sin que Jessica haya tocado el
aparato, como si esa música de repente penetrara profundamente en su mente). En
uno de los momentos culminantes de la función, durante el concierto de rock
ofrecido por Lestat en el Valle de la
Muerte que se ve interrumpido por el ataque de una horda de
vampiros sedientos de venganza, el público grita enfervorizado, ajeno a la auténtica batalla de no-muertos que se
está desarrollando en el escenario.
Otro aspecto interesante, que el film
tan solo desarrolla a medias, reside en el personaje de Jessica, esa joven que
siendo niña perdió a sus padres (humanos) y acabó siendo adoptada y educada en
sus primeros años de existencia por su tía Maharet (Lena Olin), una vampiresa
que tiene el árbol genealógico de su familia grabado en su mansión y que
explica que, para un vampiro, una manera de soportar el peso de la inmortalidad
consiste en mantener y cuidar a una familia humana, como ha hecho ella con
Jessica. La lástima es que, en contrapartida, no se profundice en el carácter
de esta última: está claro que el hecho de haber sido educada por una vampiresa
y sus amigos no-muertos es lo que explica que al llegar a adulta Jessica se
dedique al estudio de los vampiros, pero la película no ahonda en la cuestión
de que también quiera convertirse en una no-muerta, algo que dentro del género
fantástico ya se había planteado en títulos como Son of Dracula (Robert Siodmak, 1943): Jessica parece demasiado normal como para querer engrosar las
filas de los inmortales bebedores de sangre. A pesar de ello, esta cuestión da
pie a otro momento excelente: la escena en la que Lestat, a fin de hacerle
desistir a Jessica de su decisión de “vampirizarse”, la obliga a mirar cómo
asesina cruel y dolorosamente a otra muchacha.
Por otra parte, todo lo relacionado
con la “reina de los condenados” del título, la vampiresa milenaria Akasha, que
corre a cargo de la malograda cantante y actriz Aaliyah (en el que fue su
segundo y último trabajo para el cine, antes de morir prematuramente en un
accidente de aviación a los 22 años de edad), resulta en contraposición menos
interesante, quizá a falta de un mayor desarrollo: Akasha es una no-muerta cuya
antigüedad se remonta a la época de los egipcios y sus poderes son superiores a
los de cualquier otro vampiro, pero su presencia acaba siendo una excusa para
crear un conflicto en relación con Lestat que, de otro modo, no tendría un rival
a su altura. A pesar de ello, las escenas relacionadas con Akasha están
resueltas de forma afortunada: los primeros síntomas de su resurrección, por
mediación de un mordisco de Lestat en la muñeca, cuando todavía es una especie
de estatua de mármol; en particular, la matanza de vampiros que provoca en el
pub londinense donde suelen reunirse los no-muertos, que culmina con esa bella
imagen de Akasha surgiendo intacta de entre las llamas del incendio que ella
misma ha provocado (en una estampa que hace pensar en Ayesha, la famosa “diosa
del fuego” surgida de la pluma de H. Rider Haggard, el creador del aventurero
Allan Quatermain). En su conjunto, y a pesar de ciertas irregularidades (esas
escenas oníricas, a lo videoclip, en las que Lestat ve en sus alucinaciones a
Akasha y su reino de terror, las cuales parecen un tributo a la imagen “musical”
de Aaliyah), La reina de los condenados
acaba siendo un film sugerente y bien filmado: el plano final, con Lestat y la
vampirizada Jessica paseando por el puente de Londres con la cámara a sus
espaldas, mientras a su alrededor la imagen se acelera para sugerir el paso del
tiempo y la imperturbabilidad de los vampiros ante el mismo, resulta memorable.
¡¡FELIZ
HALLOWEEN!!