sábado, 6 de mayo de 2017

Superar el miedo: “ALIENS (EL REGRESO)”, de JAMES CAMERON



Vaya por delante que Aliens (El regreso) (Aliens, 1986) –en adelante, solo Aliens– me parece una interesante película, tanto si se la examina como lo que es, una secuela de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) (1), o como una pieza integrante de la filmografía de su realizador, James Cameron. Pero no es menos cierto que, a pesar de sus buenos momentos, Aliens es una película que está muy por debajo de la de Ridley Scott, algo que se hace patente sobre todo si, como en mi caso, se tiene ocasión de ver o volver a ver ambos films en un escaso lapso de tiempo. Pese a todo, hay que decir en descargo de la película de Cameron que ninguna de las dos secuelas que se hicieron a continuación –Alien 3 (ídem, 1992, David Fincher) y Alien: Resurrección (Alien: Resurrection, 1997, Jean-Pierre Jeunet)–, y ni tan siquiera su para mí muy interesante spin-off, Prometheus (ídem, 2012, Ridley Scott) (2), se encuentran a su altura: Alien, el octavo pasajero sigue siendo, por méritos propios, una pieza única.


El principal problema de Aliens es que se le nota, y mucho, su condición de secuela del film original. De ahí que, a pesar de los esfuerzos de Cameron por apartarse en la medida de lo posible de la película de Ridley Scott en cuestiones semánticas, sobre todo en materia de montaje, el guion de Aliens –escrito por el propio Cameron, a partir de un tratamiento propio elaborado junto con dos de los guionistas del film de Scott, David Giler y el también realizador Walter Hill– es poco más o menos un remake de la primera película. De una manera muy parecida a Alien, el octavo pasajero, Aliens arranca con los consabidos planos generales del espacio sideral –inevitables en toda space opera que se precie–, por el cual vemos surcar, en este caso, la cápsula de salvamento en la que viaja Ripley (Sigourney Weaver) durmiendo el hipersueño en el que se sumía al final de Alien, el octavo pasajero. En una de las secuencias recuperadas para el director’s cut realizado por el propio Cameron en 1990, vemos cómo los padres de la pequeña Rebecca/ “Newt” (Carrie Henn) también descubren e inspeccionan la famosa nave en forma de hueso diseñada por H.R. Giger. En la expedición enviada por la corporación Weyland-Yutani al planeta de los colonos, viaja un androide de diseño similar al del Ash (Ian Holm) del primer film: Bishop (Lance Henriksen); Ripley lo descubre cuando este se corta en un dedo y advierte que sangra el mismo líquido blanco lechoso que “sangraba” Ash. No obstante, el papel de traidor no está reservado aquí al androide, sino a un ser humano, el burócrata Burke (Paul Reiser), quien en un momento dado intenta infectar a Ripley y Newt con los Aliens parásitos. Hay, asimismo, una persecución por el interior de unos estrechos pasadizos de ventilación que recuerda la odisea por similar escenario del capitán Dallas (Tom Skerritt) en Alien, el octavo pasajero. Y, si en la película de Scott, Ripley tenía que enfrentarse sola al Alien que se había colado subrepticiamente en la cápsula de salvamento, en la de Cameron la protagonista tiene que hacer otro tanto con la gigantesca Reina Alien que ha logrado infiltrarse en la nave de salvamento pilotada por Bishop y viajar con ellos hasta la nave nodriza.


La principal diferencia de Aliens con respecto a Alien, el octavo pasajero es que se trata de una secuela no solo más cara y espectacular –18.500.000 dólares de presupuesto de 1986, frente a los 11 millones que costó el film de Scott en 1979–, sino, además, planteada más como una película de acción que como una de terror o ciencia ficción. Dicho planteamiento conlleva un aumento de todo: de decorados –una colonia entera de población humana donde, se nos dice, viven numerosas familias– y, sobre todo, de peligros. Aquí ya no hay un solo Alien, sino docenas; y, para postre, una Reina Alien. Eso, a priori, no debería ser un problema, si no fuera porque ese incremento de espectacularidad da pie a introducir algo bastante molesto: un pelotón de marines descritos con todos y cada uno de los tópicos característicos del deleznable cine militarista norteamericano de los años ochenta durante la así llamada “era Reagan”. No olvidemos que, un año antes de Aliens, Cameron había perpetrado un “pecadillo”: participar en el guion de Rambo: Acorralado, parte II (Rambo: First Blood II, 1985, George P. Cosmatos), y su fascinación por los marines y las armas de fuego resulta patente en sus dos Terminator (1984-1991), Abyss (The Abyss, 1989), Mentiras arriesgadas (True Lies, 1994) y Avatar (ídem, 2009). Eso sí: no puede negarse la personalidad del director en las escenas cotidianas que transcurren en la colonia antes de ser arrasada por la infección Alien –y asimismo recuperadas en el director’s cut de 1990–, las cuales anticipan claramente momentos estética y narrativamente similares de Abyss y Avatar.


Aliens
es una película en la que la vulgaridad de su planteamiento por momentos se eleva, inesperadamente, gracias a determinados apuntes sofisticados que le confieren sus mayores cotas de interés. No me refiero, por descontado, a la gratuita pesadilla de Ripley, en realidad una “falsa” secuencia que tiene lugar inmediatamente después de que la protagonista haya sido rescatada y sacada del hipersueño, en la cual cree que un Alien está a punto de brotar de su interior. Ni a las, como digo, cargantes escenas de descripción de los personajes de los marines; las cuales, para más inri, incluyen una grotesca ridiculización de Gorman (William Hope), un teniente inexperto que, claro, no tiene “los cojones” del pelotón a su mando y que, al contrario que estos, se deja llevar por el muy humano sentimiento del miedo: el calificativo de “cobarde” no tarda en salir a colación. De hecho, si Alien, el octavo pasajero era, como comentaba en este mismo blog –véase (1)–, una sutil descripción del proceso de madurez del personaje de Ripley bajo el prisma de una soterrada sexualidad, Aliens es, más bien, la descripción –abrupta y de brocha gorda– del proceso que lleva a cabo Ripley para superar el miedo que le provocan los terribles recuerdos de sus experiencias a bordo de la nave Nostromo: una cura para su trauma que pasa, en este caso, por la vía de la sobreexposición.


No explico nada nuevo cuando digo que Aliens es, asimismo, la historia del enfrentamiento de dos madres: Ripley y la Reina Alien: es una de las teorías más difundidas en torno a esta película. Disquisición en torno a la figura materna que se entiende, sobre todo, si se ve el director’s cut de 154 minutos, y en particular, una crucial escena recuperada en esa versión extendida: aquélla en la que Ripley, poco antes de someterse al dictamen de una comisión, recibe de manos de Burke una información relativa a su hija. Téngase en cuenta, previamente, que, desde que abandonó e hizo estallar la Nostromo, Ripley ha estado nada menos que ¡57 años! metida en el hipersueño, gracias a lo cual no ha envejecido; pero eso le supone descubrir que su hija, fallecida hace ya dos años de cáncer, tenía 68: ya no era la niña de 11 años que dejó en la Tierra. El lógico dolor por la pérdida de esa hija justifica que Ripley adopte un rol de madre adoptiva de la pequeña y recientemente huérfana Newt, cuyos padres y hermano pequeño han fallecido víctimas de los Aliens. Y que, por tanto, la dramática decisión de Ripley de internarse en el cubil de los Aliens para recuperar a la secuestrada Newt sea comparable a la furia animal de la Reina Alien dispuesta a vengarse de Ripley por haber destruido su nido y a sus hijos no nacidos. Pese a todo, es una teoría que, aunque curiosa, en la película se plasma con mera corrección, sin profundizar en ella: la densidad de Alien, el octavo pasajero brilla por su ausencia.


Si algo resulta brillante es, como digo, las secuencias de acción, una de las especialidades justamente reconocidas de James Cameron. De ahí que, a pesar de la superficialidad de sus propuestas teóricas, y de ese pesado discursito sobre las excelencias de los marines –un mensaje que, todo hay que decirlo, el propio Cameron pone en cuestión a partir del momento que, sobre todo en la primera incursión que aquéllos llevan a cabo, los Aliens consiguen aniquilarlos con relativa facilidad…–, la película funciona magníficamente como fibroso relato de acción. Sin ir más lejos, la secuencia que acabo de mencionar, la de la incursión de los marines a los sótanos de las instalaciones de la colonia en busca de supervivientes, que culmina con el primer ataque de los Aliens, está excelentemente planificada, además de construida con habilidad: Ripley, Burke y el teniente Gorman siguen las evoluciones de los soldados a través de los monitores gracias a las pequeñas cámaras que los marines llevan acopladas a su equipo. Un momento de “suspense” muy bien llevado es la asimismo mencionada secuencia en la que Ripley y Newt, encerradas en una habitación insonorizada y con las cámaras de seguridad apagadas, tienen que hacer frente a los dos Aliens parásitos que Burke ha introducido en la estancia a fin de “inseminarlas”. Más adelante, hay otro momento muy ingenioso: la escena en la que Ripley y sus compañeros de fatigas comprueban, estupefactos, que los detectores demuestran que los Aliens han atravesado su perímetro de seguridad, pero no consiguen verlos enfrente suyo… hasta que descubren que las criaturas están, en realidad, acercándose a ellos a través del techo. Y, sin duda alguna, tanto la arriesgadísima incursión de Ripley en el territorio de los Aliens para rescatar a Newt, así como la famosa pelea cuerpo a cuerpo de Ripley contra la Reina Alien a bordo de la nave nodriza, valiéndose primero de una enorme armazón de carga a modo de armadura, y luego, de la despresurización de la misma nave para arrojar al monstruo al espacio –por más que sea, de nuevo, otra variante del clímax de Alien, el octavo pasajero–, justifican por sí solas el prestigio, no obstante, un tanto exagerado de esta secuela.

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/08/el-amanecer-del-hombre-prometheus-de.html



1 comentario:

  1. Lo de Cameron no es la sutileza, su cine es excesivamente aparatoso. Creo que "Aliens: el regreso" no ha envejecido muy bien. Si hubieran dejado a Fincher un poco libre en la tercera seguramente podría haber conseguido algo más aterrador.

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