lunes, 31 de octubre de 2016

La mejor lectura para Halloween: “EL IMPERIO DEL MIEDO”, de ANTONIO JOSÉ NAVARRO



Es bien conocido a estas alturas el interés demostrado por Antonio José Navarro en dos materias no excluyentes entre sí: el análisis de los contenidos políticos y socioculturales del cine, y el del cine fantástico como género. Intereses que alcanzan una feliz fusión en este interesantísimo, apasionante y apasionado ensayo: El Imperio del Miedo. El cine de horror norteamericano post 11-S, publicado por la siempre excelente editorial Valdemar en su no menos espléndida colección Intempestivas. El cambio operado por el mundo en general, y por el cine de horror estadounidense en particular, tras los ataques terroristas al World Trade Center de Nueva York y al edificio del Pentágono en Arlington el 11 de septiembre de 2001 –dramática fecha de inicio, qué duda cabe, del presente siglo–, es objeto de un minucioso, exhaustivo y muy documentado análisis que sorprende agradablemente en el contexto actual de los libros de cine publicados en España escritos por autores nacionales, tan poco dados salvo honrosas excepciones –esta es una de ellas– a profundizar en las temáticas que abordan, contentándose con la pincelada superficial y/ o anecdótica, propias de las publicaciones dirigidas al fandom.


Navarro es consciente de que las casas no hay que empezarlas por el tejado, de ahí que sus tesis –y El Imperio del Miedo es un libro “de tesis”, en el mejor sentido de la expresión– se sustentan sobre una serie de argumentos coherentes y bien ensamblados. La obra arranca con una introducción (El día que cambió el mundo, el cine…) y un primer capítulo (La naturaleza del horror. Más allá del cine de género) que nos sitúan adecuadamente en la base de su argumentación, esto es, el impacto a todos los niveles del 11-S dentro de la sociedad norteamericana y, dentro de la misma, en el cine de horror, puntualizando –en la que me parece la primera gran aportación de este libro al estudio de cine fantástico– que no es exactamente lo mismo cine de terror que cine de horror. En sus propias palabras, el terror se describe generalmente como un sentimiento de temor y/ o expectación que precede a una experiencia espantosa, mientras que el horror es el pavor desbocado que, normalmente, aparece después de haber experimentado algo terrorífico; el terror es una forma de expresión artística, una visión, un sentimiento fuertemente subjetivo, una experiencia psicológica; en cambio, el horror es una experiencia fisiológica, vinculada con la repulsión innata que sentimos ante una violencia desmesurada; el horror es una emoción extrema, una obscenidad que rompe las normas más o menos rígidas existentes en cada sociedad sobre el vicio y la virtud e incluye siempre un matiz de placer.


Por ejemplo, “podemos sentir terror mientras recorremos ávidamente con la vista el tenebroso teatro donde las brujas de “The Lords of Salem” [ídem, Rob Zombie, 2012] invocan a Satán, o ante la suntuosidad del extraño palacio neoclásico donde habita el Demonio, acompañados por el “Réquiem” de W.A. Mozart. Pero el horror nos oprime cuando Leatherface (Andrew Bryniarski), en “La matanza de Texas” [The Texas Chainsaw Massacre, 2003, Marcus Nispel], empieza a desmembrar con su sierra mecánica a los jóvenes que tienen la desdicha de cruzarse en su camino”. Concluyendo: “La razón por la cual el actual cine de horror norteamericano es, precisamente, “de horror”, es porque opera en los márgenes de la “cultura”. (…) Desde una óptica filosófica, el cine de horror es el género cinematográfico más subversivo que existe, el más congénitamente crítico hacia los valores de nuestra sociedad liberal-burguesa. (…) El cine de horror, como arte “perverso”, trabaja cultural y hermenéuticamente en los contenidos “fuera de cuadro” que articulan subrepticiamente cada película”.


En el capítulo El horror es real. El 11-S como trauma cultural, Navarro desarrolla las que son, a su entender, las características principales del cine de horror norteamericano post 11-S, donde destaco dos conclusiones fundamentales; la primera, que “uno de los elementos artísticos del cine de horror post 11-S es el retorno a una cierta iconografía siniestra “pura”, sin los excesos del “hipercine” de terror de los noventa”; y que “los cuantiosos films de horror rodados tras el 11-S no tendrían el mismo sombrío significado, la misma fuerza, si no fuera por la intensidad emocional/ poética de su puesta en escena”; tal y como ejemplifican –por citar solo dos de los muchos films analizados en este capítulo– Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004, Zack Snyder) y Silencio desde el mal (Dead Silence, 2007, James Wan).


Se pasa a continuación, en el capítulo Más allá hay monstruos, a analizar las consecuencias del 11-S en temáticas fantásticas, digamos, “clásicas”, como los vampiros –cf. 30 días de oscuridad (30 Days of Night, 2007, David Slade)– o los zombis –cf. La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, 2005) y El diario de los muertos (Diary of the Dead, 2007), ambas del veterano George A. Romero–; y deteniéndose, en el siguiente (Oscuro bosque oscuro), en el gran papel jugado por el cine de horror post 11-S que transcurre en paisajes boscosos –cf. evidentemente, El bosque (The Village, 2004, M. Night Shyamalan)–.


Este repaso a los temas vertebrales del género en los Estados Unidos en la actualidad se completa con el capítulo dedicado a la temática del Demonio y los exorcistas (Ese olor a azufre… Nuevos demonios y viejos exorcistas), donde se aborda el conocido como Satanic Panic o Satanic Ritual Abuse –esto es, la soterrada identificación, típica del cine de horror post 11-S entre el terrorismo islámico, el extranjero, el Otro, con el Diablo, el Mal absoluto y las posesiones diabólicas– dentro de una amplia filmografía donde destacan la reciente La bruja (The Witch, 2016, Robert Eggers) y la muy significativa e influyente El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005, Scott Derrickson).


En Diversión vs. condenación: Halloween, se abordan las películas que, después del 11-S, han dotado de resonancias muy particulares a aquellos relatos de horror ambientados en la festividad, típicamente norteamericana, de Halloween (entre ellos, el estupendo Truco o trato. Terror en Halloween, Trick’r Treat, 2007, Michael Dougherty). Y, como su título indica –Back to 70’s. “Remakes” y otras revisiones inquietantes–, luego hallamos un denso capítulo analizando en profundidad las nuevas versiones de clásicos del cine de horror estadounidense de la década de los setenta, tal es el caso del ya citado de La matanza de Texas firmado por Marcus Nispel (así como sus propias secuelas), La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 2009, Dennis Iliadis), la asimismo mencionada Amanecer de los muertos, Carrie (ídem, 2013, Kimberly Peirce), Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 2006, Alexandre Aja), I Spit On Your Grave (Steven R. Monroe, 2010) y Halloween: El origen (Halloween, 2007, Rob Zombie).


Turbadoras presencias en primera persona. El “mockumentary” de horror, representado principal pero no exclusivamente por la franquicia inaugurada por Paranormal Activity (ídem, 2007, Oren Peli) y El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010, Daniel Stamm), arroja un análisis exhaustivo sobre el cine de horror de estética documental también conocido como found footage. Mockumentary de horror que “recrea esa realidad “exterior”, y en cierto modo “invisible”, como una nueva forma de pensamiento mágico”. Mi casa, mi infierno. Fantasmas y “home invasions” pone en solfa otra temática recurrente en el cine de horror norteamericano post 11-S, la fragilidad y falsa inviolabilidad del sacrosanto hogar made in USA, bien sea por culpa de la perturbación provocada por fantasmas vengativos –cf. la franquicia inaugurada por Insidious (ídem, 2010, James Wan)–, o por asaltantes gratuitos y violentos –cf. Los extraños (The Strangers, 2008, Bryan Bertino)–.


El capítulo final, El “Torture Porn”. La política de la crueldad, aborda con lucidez y sin prejuicios una de las parcelas más polémicas e incómodas del género en la actualidad, ejemplificada en las franquicias inauguradas por Saw (ídem, 2004, James Wan) y Hostel (ídem, 2005, Eli Roth), y en el cine de, de nuevo, Rob Zombie: el libro concluye, precisamente, con un excelente comentario de su más reciente propuesta: 31 (2016).



El Imperio del Miedo hace gala de muchas cualidades: la claridad de ideas, la lógica de sus argumentos y la extensa documentación no solo cinematográfica, sino también perteneciente a otros campos del saber, que lo refrenda. Pero una de las más atractivas reside en la posibilidad de descubrir a lo largo de sus páginas un importante caudal de películas de estos últimos quince años muy poco o nada conocidas en España, de las cuales se habla, además, con conocimiento de causa, es decir, habiéndolas visto; cada capítulo es, en este sentido, una gozosa revelación de films, muchos de los cuales ni tan siquiera han sido distribuidos entre nosotros en formatos domésticos, y que demuestran que el cine de horror norteamericano post 11-S no es un fenómeno cultural de corto alcance sino, por el contrario, algo notablemente consistente. Un fenómeno donde hallamos al auténtico cine independiente que se hace en estos momentos en los Estados Unidos –y que nada tiene que ver con el falso cine indie que llega a nuestras carteleras impostado bajo el “sello de calidad” de los festivales–, el cual ha convertido el panorama actual del género de horror estadounidense en un turbulento espejo imaginario de los miedos ocultos, y no confesados, de una nación que ha convertido la violencia en una de sus marcas culturales distintivas.

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