sábado, 17 de septiembre de 2016

Una historieta de los tiempos de Cristo: “BEN-HUR”, de TIMUR BEKMAMBETOV



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hay que reconocer que esta nueva versión de Ben-Hur (ídem, 2016) intenta marcar distancias con las célebres adaptaciones, digamos, canónicas de la novela del general Lew Wallace, las homónimas de Fred Niblo (1925) ­–con aportaciones no acreditadas de Charles Brabin, Christy Cabanne, J.J. Cohn y Rex Ingram– y de William Wyler (1959) –y Andrew Marton: la famosa carrera de cuadrigas–. A falta de conocer por mí mismo la primera versión silente de Harry T. Morey, Sidney Olcott y Frank Rose (1907) y la televisiva de Steve Shill (2010), y desconociendo, asimismo, la novela de Wallace, la nueva versión dirigida por el ruso Timur Bekmambetov a partir de un guion firmado por Keith R. Clarke y John Ridley altera el conocimiento previo que teníamos de la trama principal a partir de las adaptaciones (las dos interesantes) de Niblo y Wyler.


En esta ocasión, Judá Ben-Hur (Jack Huston) y Messala (Toby Kebbell) no solo son amigos del alma sino, directamente, hermanos: el segundo fue adoptado siendo niño por la familia del primero, los Hur, unos acomodados aristócratas judíos de Jerusalén. Por más que, desde el principio, se subraya, vía voz en off y por medio de una primera secuencia en la que les vemos haciendo una carrera a caballo a campo través, que hay un fuerte componente competitivo en su relación (el cual, por descontado, no tiene otra función que allanar el terreno de cara a su futura y crucial confrontación en la carrera de cuadrigas), también se deja claro desde ese primer momento que hay entre ellos un profundo afecto fraternal: Judá se cae del caballo mientras compite con Messala, hiriéndose gravemente, y Messala carga a su hermano judío sobre sus hombros para regresar con él a casa; detalle: el herido Judá sujeta la mano de Messala y la aprieta con cariño.


Contra todo pronóstico –y a pesar, lo avanzo, de lo fallido de sus resultados–, esta nueva versión de Ben-Hur se concentra sobre todo en el perfil psicológico de Messala. Por ejemplo, pesa sobre el ánimo del personaje el hecho de que su abuelo fuera uno de los asesinos que participaron en la conjura contra Julio César (sic), y eso hace que no se encuentre cómodo ni entre los romanos, por ese hecho, ni entre los judíos, por ser romano, ergo, perteneciente al imperio militar que ha invadido y ocupado Judea. De este modo, Messala arrastra un notable complejo de inferioridad que se alimenta, además, por no poder consumar su amor hacia la hermana de Judá, Tirza (Sofia Black-D’Elia), asimismo por la misma razón: porque no deja de ser un romano entre judíos. Ello lleva a Messala a abandonar el hogar de los Hur y labrarse una reputación entre “los suyos” como militar participando en sanguinarias campañas bélicas, algo que, por un lado, le otorga prestigio, pero, por otro, endurece su carácter, inicialmente más dulce y afectuoso. De hecho, llegado uno de los momentos cruciales de la trama, cuando Messala decide dar la orden de apresar a toda la familia Hur, condenando a Judá a galeras, y en principio a morir crucificadas a la madre de este último y madre adoptiva suya Naomi (la siempre desaprovechada Ayelet Zurer) y a Tirza, vemos que el personaje lo hace movido más por la presión del entorno, y por su propia confusión de ideas y sentimientos, que por propia convicción personal.


Por comparación, y paradójicamente, el principal protagonista, Judá Ben-Hur, aparece peor delimitado. Aquí Judá se casa, en contra de la tradición y a poco de empezar el relato, con la criada Esther (Nazanin Boniadi), la hija de Simónides (Haluk Bilginer), de la que está enamorado pese al origen humilde de aquélla. Ello puede verse como un indicio del talante romántico del personaje, en cuanto alguien que cree antes en las emociones que no en las convenciones sociales, y que sobre todo al principio se muestra contrario a las acciones violentas de los guerrilleros zelotes contra los invasores romanos, con los cuales siempre intenta mostrarse conciliador, precisamente, porque respeta el origen de su hermano adoptivo. Un apunte interesante –aunque, también, pobremente desarrollado– reside en las insinuaciones que se hacen con respecto al carácter excesivamente ingenuo de Judá, un joven príncipe judío “pijo” crecido entre algodones, como suele decirse, y que a la hora de la verdad es incapaz de hacer frente a la dureza de la vida hasta que las duras circunstancias en las que se ve inmerso le obligan a madurar y a tomar partido: aquí la famosa escena del atentado contra Poncio Pilatos (Pilou Asbaek) cuando pasa a caballo con sus tropas delante de la casa de los Hur no consiste, como en otras versiones, en una teja desprendida accidentalmente, sino en un intento de asesinato en toda regla, con un arco y una flecha, por parte de Dimas (Moises Arias), un zelote al que, en un acto de piedad y por deferencia hacia Esther, Judá ha escondido en el cobertizo de su vivienda para que se recupere de sus heridas.


El principal problema de este remake de Ben-Hur es que, a pesar de estos y otros apuntes de interés destinados a marcar distancias con las anteriores versiones, se trata de una película carente de densidad dramática y psicológica. Gran culpa de ello la tiene la a ratos muy rutinaria y aburrida puesta en escena de Timur Bekmambetov, quien pretende demostrar aquí que, por así decirlo, sabe hacer cine clásico como los demás –Ben-Hur, ciertamente, está en las antípodas de delirios como el díptico Guardianes de la noche (Nochnoy dozor, 2004) / Guardianes del día (Dnevnoy dozor, 2006), Wanted (Se busca) (Wanted, 2008) o el que, contra todo pronóstico, es su trabajo más solvente y divertido tras las cámaras: Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, 2012)–, pero que, en esta ocasión, se equivoca terriblemente, al confundir “clasicismo” con convencionalidad, y ritmo pausado con ritmo tedioso; precisamente, un poco más de desenfreno hubiese sido de agradecer, sobre todo a la hora de marcar distancias con Niblo y Wyler.


Ello no obsta para que, a pesar de todo, no salten a la palestra algunos momentos logrados. Pienso, claro está, en la secuencia de la carrera de cuadrigas, resuelta con efectividad y, esta sí, esforzándose en diferenciarse de las (magníficas) secuencias homólogas de las versiones precedentes, aunque sea –previsiblemente– a golpe de CGI; pero esto último es signo de los tiempos actuales: Bekmambetov no tiene ninguna culpa al respecto. Pese a todo, particularmente prefiero otro fragmento del film: el dedicado a ilustrar la estancia de cinco años de Judá en galeras, que está planificado manteniendo casi en todo momento el punto de vista subjetivo del protagonista, con lo cual dichas escenas tienen un tono oscuro, sombrío, claustrofóbico y, ahora sí, acorde con la tortura física y mental que está viviendo el personaje. Es una pena, empero, que, llegado el momento de la batalla naval, Bekmambetov ceda a la tentación de insertar un plano general de las dos flotas de barcos en conflicto, rompiendo esa subjetividad, esa sensación de pesadilla.


Pero, como digo, todo esto sería lo de menos si el resto estuviese conseguido, mas no es el caso. El abuso de la voz en off –que, junto con algunos “saltos” que da la trama, a ratos sugiere que esta película acaso era mucho más larga de lo que hemos acabado viendo en pantalla de cine–, la mera corrección de la planificación y el relativo buen hacer de los intérpretes (tampoco muy destacable), hunden un film que, por si fuera poco, culmina en una escena ridícula: aquí Messala no muere después de la carrera de cuadrigas, si bien resulta gravemente herido, y al final él y Judá se piden perdón, en una de las escenas dramáticas más falsas y peor planteadas que se hayan visto últimamente. Tampoco convence, por la torpeza de su desarrollo, el proceso que lleva a Judá a olvidar su venganza contra Messala y llegar a perdonarle, y a recuperar así a su hermano: la relación/ el paralelismo entre Judá y Jesús de Nazaret (Rodrigo Santoro), que Bekmambetov intenta visualizar echando mano de un relativo realismo gráfico a lo La Pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004, Mel Gibson), con resultados escasamente distinguidos. (Nota bene: Llama la atención –aunque esto es, por así decirlo, una curiosidad de nota a pie de página– que la película recoja la teoría de que Dimas, uno de los crucificados junto a Jesús en el Gólgota, no era un “buen ladrón”, sino un zelote. Pero, para profundizar en esto, y en muchas otras cosas más, prefiero recomendar la lectura de Jesús de Nazaret, el apasionante ensayo histórico de Paul Verhoeven publicado en España por Edhasa.)     

1 comentario:

  1. Sí; esta película parece mucho más larga de lo que se muestra en los cines. Incluso en algunos clips esto se puede notar. Una pena, porque de haber mostrado todo lo que sin duda debió rodarse, muchos de sus fallos habrían quedado eliminados y la película hubiera tenido más peso del que ya tiene, y que, en mi opinión no es poco. Es sorprendente como el personaje central está lleno de sombras. Supongo que a estas alturas decir que mata al comandante de la flota de un golpe de remo ya no será un crimen de lesa majestad, pero hacerlo lo hace. Eso le aleja del héroe de una pieza de las versiones anteriores y le acerca a un ser humano controvertido, nunca inocente pero tampoco del todo culpable, hecho de cal y arena, como todos. Eso ha sido lo que más me ha llamado la atención de este nuevo Ben Hur: el cambio radical de la personalidad de sus personajes principales y bajo esa nueva óptica creo que Jack Huston se ha hecho con el papel con todo merecimiento. No tenía, ni podía, ni debía ser como el de Heston en la película del 59 y por eso este nuevo Ben Hur 2016 le pertenece por derecho propio.

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