viernes, 5 de junio de 2015

El rastro de Debbie: “CENTAUROS DEL DESIERTO”, de JOHN FORD



Dedicado, con cariño y respeto, a Joan Marí, q.e.p.d.


Sin duda alguna el más reputado western de John Ford, Centauros del desierto (The Searchers, 1956) parte de una novela de Alan LeMay, puesta en imágenes con el inestimable apoyo de dos de sus mejores colaboradores habituales, el guionista Frank S. Nugent y el director de fotografía Winton C. Hoch. La labor de este último es en Technicolor y VistaVisión, dato que no es ocioso, habida cuenta que la nitidez y definición de imagen que proporcionaba ese formato tan característico del cine de Hollywood de los cincuenta casa perfectamente con las intenciones y, sobre todo, los maravillosos resultados de esta famosa obra maestra, que si por algo se distingue es precisamente por la transparencia de sus encuadres, la claridad de sus composiciones visuales y la limpieza de su planificación, todo lo cual realza, por poético contraste, con la turbulencia de las ideas, emociones y sentimientos que pone en juego.


El plano inicial de Centauros del desierto anticipa en cierta medida la propuesta del relato como descripción de un viaje de las tinieblas a la luz. La pantalla a oscuras se ilumina con la apertura de una puerta, la de una granja, y la cámara hace un suave travelling siguiendo en plano americano la salida de Martha Edwards (Dorothy Jordan) al exterior para mostrar en todo su esplendor la llanura. Los miembros de la familia Edwards salen a recibir a un pariente que viene a visitarles tras tres años de ausencia: Ethan Edwards (John Wayne). Casi huelga comentar que la película se cierra, de forma circular, con un plano muy parecido al de apertura, y cuya cita se ha convertido en algo tan obligado como el que abre Sed de mal (Touch of Evil. Orson Welles, 1958) o la secuencia de la ducha de Psicosis (Psycho. Alfred Hitchcock, 1960): un plano general, tomado asimismo desde el oscuro interior de otra cabaña, en virtud del cual vemos cómo van entrando en la vivienda los principales personajes del relato —Debbie (Natalie Wood), la adolescente que, siendo niña, fue secuestrada por los comanches, su hermanastro Martin Pawley (Jeffrey Hunter), que ha intervenido directamente en su rescate, y Laurie Jorgensen (Vera Miles), la prometida de este último—, excepto uno, Ethan Edwards, quien si al principio llegaba tras un largo viaje ahora acaba de concluir otro, el más importante de su vida, tras el cual solo le queda dar media vuelta y alejarse.  


Centauros del desierto puede entenderse, pues así lo sugiere ese principio y ese final, como un viaje de las tinieblas a la luz: el de Ethan, un antiguo combatiente de la guerra civil reciclado en guía del ejército cuya característica más notoria, su odio sin cuartel hacia los pieles rojas, va dejando paso a un hombre que ahora sabe y comprende muchas más cosas de las que creía saber y comprender. Pero el film de John Ford es algo mucho más complejo que la evolución de un racista que acaba viendo más allá del color de la piel de sus enemigos, pues esos mismos planos de apertura y conclusión sugieren, asimismo, que Ethan es un hombre que vive solo y probablemente morirá solo: ese primer hogar al que arriba nada más comenzar el relato, el de los Edwards, luego será arrasado por los comanches del jefe Cicatriz (Henry Brandon); y, al final, ese otro hogar que ahora le abre agradecido su puerta, el de los Jorgensen, le está vedado de forma implícita, pues el personaje sabe que su lugar no se encuentra allí. Ha vivido, ha sufrido y ha matado demasiado.


Un poco como el Tom Dunson de Río Rojo igualmente encarnado por Wayne, Ethan es un hombre endurecido que hace una promesa de muerte: cuando recupere a Debbie, secuestrada por los comanches que asesinaron a su familia y se la llevaron consigo para criarla como a una piel roja, la matará. Pero si, en el film de Hawks, Dunson no cumple su amenaza de matar a su ahijado sin que ello suponga un cambio en las convicciones del personaje, Ethan al final no matará a Debbie porque los años que ha estado buscándola han jugado en su favor: el Ethan que vio los cadáveres destrozados de los Edwards ya no es el mismo que ahora reconoce de nuevo a su sobrina Debbie, alzándola en volandas como a la niña que alzó en el pasado. El tiempo posee en Centauros del desierto un papel determinante: no solo hace madurar a personajes como a Ethan, a Martin (que empezará siendo un muchacho y acabará siendo un hombre) o a Laurie (que a punto estará de casarse con otro, harta de esperar el regreso de Martin), sino que alcanza él mismo un papel protagonista, convirtiéndose en un elemento presente en todo momento en el relato, bien sea marcando el paso de las estaciones del año, o sobre todo puntuando la evolución de personajes y situaciones: véase la extraordinaria manera que tiene Ford de convertir la lectura de una carta en el punto de enlace de una serie de secuencias destinadas a describirnos el desarrollo de las pesquisas de Ethan y Martin tras el rastro de Debbie.    


La inolvidable secuencia en la que los comanches de Cicatriz atacan al anochecer el hogar de los Edwards —y quien firma esto no tiene reparo en considerarla una de las más bellas de la historia del cine— es de una tensión insoportable: el atardecer de color rojo sangre; el gesto del padre, Aaron (Walter Coy), descolgando con gravedad su rifle cuando presiente el peligro o el de Martha, la madre, impidiéndole a Lucy (Pippa Scott), la hija mayor, que encienda el quinqué; el grito de terror de esta última cuando, sin más palabras, lo comprende todo; la sombra de Cicatriz cerniéndose sobre la pequeña Debbie (Lana Wood), antes de tocar el cuerno ordenando el ataque y que la imagen funda a negro. Posteriormente, en una secuencia de una dureza sin igual dentro del cine de Ford, Ethan tratará de identificar a Debbie entre un grupo de mujeres blancas que fueron cautivas de los indios, algunas de ellas ya cadáveres, otras completamente enloquecidas. Pero todo lo que el film sugiere tiene siempre su contrapunto: Cicatriz puede ser un sanguinario, pero él también ha tenido que ver cómo dos hijos suyos morían a manos de los blancos. En este sentido, la dinámica secuencia de la carga final comandada por Ethan, Martin y el reverendo Samuel Clayton (Ward Bond) contra el campamento comanche no tiene nada de heroico, sino que es presentada como una razzia pura y simple. Como todos los grandes títulos de su autor, Centauros del desierto es una película abierta y ambivalente, en la que todo cabe, lo bueno y lo malo, lo dramático y lo cómico, lo pacífico y lo violento. Una obra de arte universal.


2 comentarios:

  1. Muchas gracias por la estupenda crítca. Es una de mis películas favoritas (por no decir mi favorita absoluta). Hace tiempo yo tambén escribí sobre ella. Dejo el enlace por si a alguien puede interesarle:

    http://elblogdelcineperdido.blogspot.com/2014/04/centaurosdel-desierto-searchers-1956.html


    ResponderEliminar
  2. Obra maestra indiscutible del cine. Y gran artículo el que le has dedicado Tomás.
    Me han entrado unas ganas tremendas de volver a verlas.
    Por cierto, para todos los amantes del cine, a fallecido el mítico Christopher Lee con 93 años. Espero Tomás que le dediques una entrada en este blog a modo de homenaje.

    ResponderEliminar