[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO, QUE
COMPLEMENTA LA CRÍTICA QUE PUBLIQUÉ EN EL NÚM. 358 DE “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”,
SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Parece haber
provocado no ya sorpresa, sino incluso una notable estupefacción, el hecho de
que, en Mad Max: Furia en la carretera
(Mad Max: Fury Road, 2015), George Miller otorgue la máxima importancia a los
personajes femeninos, por encima incluso del teórico héroe, masculino, del
relato, Max Rockatansky (Tom Hardy): la “guerrera de la carretera” Imperator
Furiosa (Charlize Theron), el grupo de chicas que lleva consigo y que ha
rescatado de las garras del tiránico Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne) —Angharad
(Rosie Huntington-Whiteley), Toast (Zoë Kravitz), Capable (Riley Keough), Dag
(Abbey Lee) y Cheedo (Courtney Eaton)—, e incluso las veteranas mujeres
pertenecientes a la antigua tribu de Furiosa: las Vuvalini —Miss Giddy
(Jennifer Hagan), la Valkiria (Megan Gale), Keeper (Melissa Jafer) y sus
compañeras (Melita Jurisic, Gillian Jones, Joy Smithers, Antoinette Kellerman y
Christina Koch)—. Eso es tanto como olvidar, sin salirnos del ámbito de esta
franquicia, que el personaje de Max —como ya han señalado otros—, más que un
“protagonista”, es un hilo conductor de la trama —lo cual quedaba muy claro,
sobre todo, en Mad Max 2: El guerrero de
la carretera (Mad Max 2, 1981)—, y en especial, olvidar además la importancia
que tenía como detonante de la acción el asesinato de la esposa de Max (Mel
Gibson) en Mad Max: Salvajes de autopista
(Mad Max, 1979), o la importancia de Aunty Entity (Tina Turner) y la líder de
los “niños perdidos”, Savannah Nix (Helen Buday), en Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max Beyond
Thunderdome, 1985, codirigida con George Ogilvie). Por no hablar, por
descontado, de los notables personajes femeninos presentes en otros títulos de
Miller, caso de Las brujas de Eastwick
(The Witches of Eastwick, 1987) (1)
—donde, si me apuran, ya había un discurso “feminista” más fuerte que el de Furia en la carretera— o El aceite de la vida (Lorenzo’s Oil,
1992).
Es
indiscutible que esa lectura “femenina” (que no “feminista”) de Furia en la carretera no solo da mucho
juego, sino que se erige incluso en la esencia de un relato que me parece —lo
digo ya— el mejor de la franquicia, en cuanto retoma, perfecciona y lleva más
allá lo planteado en la que, hasta ahora, era la entrega más completa de la
saga, Mad Max 2: El guerrero de la
carretera. Miller ha contado en esta ocasión con un presupuesto más
generoso del que dispuso para aquélla veinticuatro años atrás, con lo cual no
resulta de extrañar que Furia en la
carretera acabe siendo en parte una especie de pseudo-remake de El guerrero de la
carretera, el cual deja en paños menores todo lo relativo a Humungus (Kjell
Nilsson), el líder de los salteadores de caminos de esta última, si se lo
contrasta con la descripción épica y “gargantuesca” que se ofrece de Immortan
Joe y su reino de terror post-apocalíptico: un mundo donde el retorno a la
barbarie apuntado en El guerrero de la
carretera y Más allá de la Cúpula del
Trueno ya se encuentra plenamente consolidado, gobernado por un tirano de
aspecto atroz cuya siniestra máscara —que oculta el artilugio que necesita para
respirar— no muestra sino lo que el personaje, en puridad de conceptos, es: la
muerte personificada. No me parece casual, en este sentido, que el mismo actor
que encarnaba al villano de Salvajes de
autopista sea el mismo que interpreta a Immortan Joe en Furia en la carretera, el mencionado
Hugh Keays-Byrne: más allá del guiño cómplice, ello marca una significativa
evolución, en virtud de la cual quien fuera el responsable del asesinato de la
familia de Max en la primera película (provocando, con su acto criminal, el
final de la creencia de Max en la ley y el orden, y anticipando el inminente
derrumbe de la civilización), tiene, ahora, las facciones enmascaradas del
tirano que ejerce su despotismo cruel sobre una masa de súbditos sedientos y
esclavizados sobre los que, ocasionalmente, arroja agua desde unas gigantescas
tuberías, en lo que puede verse un símbolo fálico representativo de su posición
de poder absoluto sobre algo que, en Furia
en la carretera, se ha acabado volviendo más valioso que el control de la
anarquía en Salvajes de autopista, la
gasolina en El guerrero en la carretera
o la concentración de recursos en Más
allá de la Cúpula del Trueno: mujeres jóvenes en edad de procrear.
Volvemos
así al discurso “femenino” del film. La tiranía de Immortan Joe se caracteriza
por haber creado a su alrededor un blasfemo culto fanático que le tiene a él
como divinidad y formado por hombres prácticamente idénticos entre sí (sin
identidad, sin personalidad: sin humanidad)
en virtud del maquillaje blanco que cubre sus pieles, sus cráneos rasurados y
sus ojos tatuados en negro, lo cual unido a los chorros de pintura plateada
arrojada en espray con que se adornan la boca y los dientes en los momentos de
mayor excitación, hace que sus facciones parezcan calaveras, como el rostro de
muerte de su líder. Son hombres vivos, sí; pero, en el fondo, también son
hombres “muertos”, cuyo jefe “es” la muerte y que viven para la muerte, convertidos
prematuramente en cadáveres ambulantes para los cuales lo único que importa es
morir de la manera más espectacular posible a los ojos de sus compañeros (de
ahí el grito de “¡Sed testigos!”, de
resonancias mítico-blasfemas, que arrojan antes de llevar a cabo, con alegría y
sin pensárselo, la más audaz de las acciones suicidas). Por el contrario, las
mujeres que pueblan el relato sí que tienen una apariencia personal y
diferenciada entre ellas, tanto da que sea una Imperator Furiosa que, por
exigencias de su trabajo como conductora y una más entre los hombres de
Immortan Joe, luce en su rostro un maquillaje cadavérico similar al de sus
compañeros masculinos, como sobre todo el grupo de hermosas muchachas que
formaban parte del harén de Immortan Joe y a las que Furiosa ayuda a escapar
para librarlas de su cautiverio, pasando por las orondas mujeres esclavizadas
por Immortan Joe a las que se ordeña como a ganado para alimentar a sus
carceleros con su leche materna (en lo que puede verse un sarcástico comentario
soterrado en torno al “nivel mental” de los hombres de Immortan Joe), o en
particular las guerreras Vuvalini que han subsistido pasando penurias pero en
libertad. Resulta significativo que el momento en que Max, Furiosa y las chicas
del harén de Immortan Joe alcanzan por fin el territorio de las Vuvalini esté
marcado por la presencia de una de ellas, la más joven —la Valkiria, que parece
una revisión de la luchadora (Virginia Hey) de El guerrero de la carretera—, desnuda y subida en lo más alto de
una especie de mirador de madera, a modo de “cebo” tentador para cualquier
hombre estúpido (y los secuaces de Immortan Joe lo son con creces) que se
atreva a pasar por allí, pero erigiéndose al mismo tiempo en una imagen de
pureza sin corromper, de belleza natural contrapuesta al mundo de maquinaria
grasienta y vehículos contaminantes de Immortan Joe.
Lo
femenino tiene una parte muy activa en el desarrollo de la trama. Es la
decisión de Furiosa de desafiar el poder de Immortan Joe, llevándose consigo a
las muchachas del harén, lo que desencadena la acción principal del relato. Es
la piedad de las mujeres, y acaso una especial sensibilidad para advertir qué
hombres son peligrosos para ellas y cuáles no, lo que les permite intuir que
puede fiarse hasta cierto punto de Max, otro ser torturado, esclavizado y
marginal como ellas, si bien de otra manera, y lo que también da pie al conato
de historia de amor entre la pelirroja Capable y Nux (Nicholas Hoult), un joven
miembro del clan de Immortan Joe sensible a su pesar, y quizá por ello, más “femenino”
que el resto de sus brutales compañeros. Es el anhelo de reencontrarse con las
Vuvalini y la tribu donde nació lo que motiva a Furiosa a emprender la fuga
desesperada que ha iniciado junto a las chicas. Es el cuerpo en estado de
gestación de una de esas jóvenes, Dag, la cual espera un hijo, fruto de su
unión a la fuerza con Immortan Joe, lo que impide a este último efectuar su
disparo, so pena de acabar con ese hijo nonato que garantizará la supervivencia
de su tiranía. Es el apoyo de las Vuvalini, y el sacrificio heroico de muchas
de ellas, lo que hará funcionar el plan suicida de Max y Furiosa: regresar por
donde han venido al reino de Immortan Joe y golpearle allí mismo.
Comprendo
que pueda verse este discurso “femenino” como una simplificación, en virtud de
la cual las mujeres son “buenas”, y los hombres, “malos” (excepto los que, como
Max o en segunda instancia Nux, “las entienden”). Pero el contexto que describe
Furia en la carretera no admite esa
simpleza, habida cuenta de que lo que el film presenta es un mundo infernal
donde los conceptos de civilización y sociedad han sido prácticamente derruidos
en beneficio de la barbarie y la tiranía, y donde los hombres (y las mujeres)
han sido reducidos a mera animalidad. Un mundo plagado, además, de imágenes de
pesadilla: a las ya mencionadas del reino de Immortan Joe, donde las masas
hacinadas y sedientas esperan a que su amo les remoje a su capricho, y las
mujeres son utilizadas para engendrar y, cuando ya no sirven para eso, se las
exprime como a vacas ordeñadas (y cabe sospechar que, dejando aparte su pericia
como conductora, la propia Furiosa es una mujer “desechada” como procreadora
como consecuencia de su invalidez: le falta el brazo izquierdo, simbólica “castración”
que la inhabilita para el sexo); a todo ello, como digo, hay que añadir
imágenes tan impactantes (y tan extraordinarias) como las de la gigantesca
tormenta de arena; el espléndido fragmento que transcurre en el pantano al pie
de un árbol de ramas retorcidas, y que arroja sobre el relato un toque gótico
inesperado incluso en un realizador como Miller; o la imagen del secuaz de
Immortan Joe, sujetado con cables sobre una plataforma rodante, ¡y sin ojos!, que
va tocando una guitarra eléctrica que escupe fuego, arengando a sus compañeros
en su orgía de destrucción. Todo ello, unido a las que son las mejores
secuencias de acción automovilística de estos últimos años (con perdón de la
franquicia Fast & Furious),
erigen Mad Max: Furia en la carretera
en una película que roza lo excepcional. Si no acaba de serlo es, más que nada,
por esos molestos y convencionales flashbacks
que ilustran, a fogonazos (e innecesariamente), el trauma que arrastra Max: unos
pegotes que “salpican” un film casi magistral.