lunes, 22 de abril de 2013

“OZ, UN MUNDO DE FANTASÍA” – “POSESIÓN INFERNAL (EVIL DEAD)” – “MEMORIAS DE UN ZOMBIE ADOLESCENTE”



El origen del Mago: Oz, un mundo de fantasía (Oz the Great and Powerful, 2013), de Sam Raimi.- [ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Me ha decepcionado considerablemente este nuevo trabajo del firmante de Posesión infernal (la buena), quien en esta ocasión se ha limitado a orquestar con profesionalidad y poco más un espectáculo familiar que adopta una perspectiva muy habitual dentro de este tipo de producciones que intentan arrojar una mirada renovada sobre los así llamados clásicos de la literatura infantil y/o juvenil. Una opción al respecto es idear continuaciones o, si se prefiere, secuelas de los títulos originales, especulando más o menos libremente sobre qué-ocurrió-después, tal es el caso sin ir más lejos y sin salirnos del ámbito de la obra de L. Frank Baum de otra película de casi idéntico título español, el muy curioso y apreciable único largometraje dirigido por el genial montador y diseñador de sonido Walter Murch Oz, un mundo fantástico (Return to Oz, 1985). La otra opción es, como aquí, proponer una especulación sobre qué-ocurrió-antes, a modo de prólogo o de introducción imaginarios al relato primigenio (“precuela”, para los amigos de los “palabros”). De este modo, Oz, un mundo de fantasía no hace sino contarnos el origen del Mago de Oz, presentado inicialmente como un charlatán de feria asimismo llamado Oz (James Franco) que, por arte de birlibirloque, acaba yendo a parar al mágico país del mismo nombre para acabar terciando en una guerra de hechiceras encabezada por Glinda (Michelle Williams), “la buena”, y Evanora (Rachel Weisz) y Theadora (Mila Kunis), “las malas”, de la cual saldrá triunfante, of course, y acabará coronándose como el Mago de Oz hasta el fin de los tiempos.


Nada tiene de malo (ni de bueno) este planteamiento, tan adecuado como cualquier otro a la hora de hacer un buen film, y si alguien piensa que los así llamados “cuentos de hadas” no son importantes, peor para él. Lo que pesa en Oz, un mundo de fantasía es la excesiva dependencia de la película con respecto a la más famosa versión cinematográfica de la obra de Baum, la todo lo entrañable que se quiera pero bastante mediocre El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), firmada por Victor Fleming y en realidad dirigida parcialmente por este último junto con Richard Thorpe, King Vidor y Mervyn LeRoy (y George Cukor en calidad de asesor), de la cual el film de Raimi retoma la idea de filmar en blanco y negro y formato cuadrado las escenas iniciales de presentación del personaje de Oz —las mejores de la función, como ya ocurría en la versión de 1939, donde fueron realizadas por King Vidor—, para luego pasar al color y formato panorámico tan pronto como el protagonista llega a aquel fantástico país —el cambio de formato tampoco es algo novedoso: ya lo puso en práctica, p. e., Robert Redford en El hombre que susurraba a los caballos (The Horse Whisperer, 1998)—; así como la caracterización de Theadora tan pronto adopta la malvada forma de la Bruja del Oeste, idéntica a la de la actriz Margaret Hamilton en la versión de Fleming & Cia. El problema es que, más allá de estas servidumbres, acaso difíciles de soslayar en el contexto posmoderno del cine actual, la labor de Raimi tras las cámaras no resulta particularmente inspirada (ni especialmente defectuosa), limitándose a facturar con oficio un rutilante espectáculo que funciona mejor cuando el relato adopta un formato más “pequeño” e intimista —caso de las escenas de la Niña de Porcelana y la mencionada transformación de Theadora en un ser vil y grotesco (Antonio José Navarro dixit)— que cuando el formato “grande” se apropia de la pantalla (la mayor parte de sus larguísimos 130 minutos de duración). Puestos a ver un film “familiar” pero inventivo y rodado con ingenio, recomiendo preferentemente la visita al mundo de Jack el caza gigantes (Jack the Giant Slayer, 2013, Bryan Singer).  



Regreso a la cabaña del bosque: Posesión infernal (Evil Dead) (Evil Dead, 2013), de Fede Álvarez.- [ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Y seguimos con Raimi, ahora en calidad de productor de este remake de su famosísimo primer largometraje y que, con franqueza y a la vista del resultado, más le valdría habérselo ahorrado, a no ser que haya en el propósito de financiar esta nueva versión la soterrada (mala) intención de realzar las virtudes de su original, que no eran pocas. Posesión infernal, año 2013, parte a mi entender de un error de planteamiento que perjudica seriamente sus resultados, esto es, considerar que lo más notorio del primer Posesión infernal (The Evil Dead, 1981) era su para la época generosa exhibición de atrocidades gore, o dicho de otra manera, que-molaba-porque-había-mucha-sangre. Me parece un concepto muy pedestre, sobre todo porque de este modo se viene a dar la razón al espectador “viejo” que reniega de entrada de este tipo de producciones fantastiques alegando el mismo motivo en virtud del cual estas entusiasman al espectador “joven”: la mucha sangre que contienen. Eso, además, contribuye a alimentar todavía más ese burdo concepto de cine fantástico = cine sangriento, marcando todavía más la separación irreconciliable —y fomentada, a la hora de la verdad, por intereses puramente económicos: los mismos que hablan tanto de “cine para adolescentes” como de “cine para mujeres” o “cine para niños”— entre los adultos, o que se consideran como tales, quienes desprecian el género exclusivamente en función de esos “excesos”, y los jóvenes, o catalogados así, que lo abrazan en función de esa misma procacidad, por más que detrás de la misma no suela haber nada más que una provocación pueril, y a la postre, inofensiva. 


Puede alegarse, con razón, que los personajes del primer Posesión infernal tampoco eran un prodigio de complejidad, pero la gracia de este film consistía no solo en su exhibición de detalles gore, más irónica que otra cosa, sino también y por encima de todo en su atmósfera, la verdadera protagonista de un relato que asumía de entrada la condición de sus personajes como simples peleles en torno a los cuales construir un cuento de miedo “granguiñolesco” (y perdón por el nuevo “palabro”). Como se ha dicho con razón estos días, la sensación general que transmite Posesión infernal (2013) es que se toma demasiado en serio a sí misma, empezando por la necesidad de tener que darles a sus personajes (también peleles, aunque se esfuercen en no serlo) algo así como una “motivación”; en este caso, la reunión de amigos en la cabaña del bosque —Mia (Jane Levy), su hermano David (Shiloh Fernandez), Eric (Lou Taylor Pucci), Olivia (Jessica Lucas) y Natalie (Elizabeth Blackmore)— tiene como finalidad el acompañar y arropar a la primera de las mencionadas entre guiones en su enésimo intento de liberación de su adicción a las drogas, ayudándola a superar “el mono”. Tanto da que se haya planteado así como no, habida cuenta de que ni siquiera se intenta sacar algún provecho dramático de la condición de adicta a los estupefacientes de Mia; por ejemplo, proponiendo una distorsión del punto de vista subjetivo de esta última, de forma que se sugiriera que los demonios convocados por el Libro de los Muertos (que aquí se llama de otra manera: también da igual) no fueran sino reflejos de su propio y turbulento inconsciente de enferma. Pero está muy claro que el film no está para sutilidades de este tipo —eso ya lo planteó, muy bien, John Carpenter en su menospreciada Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars, 2001), y casi nadie se lo agradeció—, y sí, en cambio, para —vuelvo a insistir: equivocadamente— limitarse a recoger la herencia “sangrienta” del original de Raimi, intentando corregirla-y-aumentarla, pero despreciando por completo la creación de nada parecido a una atmósfera. Ello no obsta para que haya algún momento bien planificado por el realizador uruguayo Fede Álvarez, más contento que un niño con zapatos nuevos en su rol de pleitesía a su maestro Raimi (como ya apuntó, de nuevo, Antonio José Navarro: la pelea de Eric y la poseída Olivia en el cuarto de baño), aunque al final las teóricas “innovaciones” de esta Posesión infernal —el (horrible) prólogo, y el renovado protagonismo que se le otorga aquí al pelele Mia— tan solo contribuyen al discreto aburrimiento que produce la función. Por favor, basta de remakes del cine de terror norteamericano de los 70-80 (La matanza de Texas, Viernes 13, Las colinas tienen ojos, Piraña, Noche de miedo); o que se los den tan solo a Rob Zombie y Zack Snyder.    
 


¡Quiero vivir!: Memorias de un zombie adolescente (Warm Bodies, 2013), de Jonathan Levine.- [ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hay películas que parecen tener todos los números para que, antes siquiera de haberlas visto, podamos decir de cada una de ellas que era tan-mala-como-me-la-había-imaginado. Es el caso de este film escrito y dirigido por Jonathan Levine, basado a su vez en una novela de Isaac Marion —inicialmente publicada en España por Mondadori con el título de R y Julie; como suele ser usual, las más recientes ediciones llevan, como reclamo, el título español de la película a la cual ha dado pie—, y anunciado como un intento de aprovechamiento del filón de la tediosa saga fantástico-romántica-juvenil Crepúsculo, en la línea de la reciente y todavía más aburrida, que ya es decir, The Host (La huésped) (The Host, 2013, Andrew Niccol), esta última asimismo a partir de una obra de Stephenie Meyer. ¡Hasta la joven actriz australiana Teresa Palmer, que asume el principal papel femenino de Memorias de un zombie adolescente, se parece físicamente (pero en rubia y saludable…) a Kristen Stewart! Semejantes credenciales son, como mínimo, desmoralizadoras. A ello hay que añadir, desde un punto de vista estrictamente personal de quien esto suscribe, el escaso entusiasmo que por lo general me produce la temática zombi dentro del género fantástico, más allá de aportaciones puntuales (no todas) de George A. Romero, Zack Snyder y, sorprendentemente, el español Jorge Grau de No profanar el sueño de los muertos (1974) (y por no remontarnos a los lejanos tiempos de La legión de los hombres sin alma/ White Zombie, Victor Halperin, 1932, o de The Plague of the Zombies, 1966, John Gilling). De ahí la sorpresa, pequeña desde la perspectiva del equilibrio entre sus intenciones y sus resultados, pero grande bajo el punto de vista de sus “escalofriantes” antecedentes fílmicos, que acaba proporcionando, aún con todos sus defectos, Memorias de un zombie adolescente.


Debo empezar confesando que parte de mi (positiva) estupefacción ante este modesto pero a la postre agradable film se debe a mi desconocimiento previo de la labor del realizador Jonathan Levine, cuyos tres anteriores largometrajes —All the Boys Love Mandy Lane (2006; editada en España en formato doméstico como Seducción mortal), The Wackness (2008), y sobre todo 50/50 (2011)— gozan de cierta estima. Me parece plausible, habida cuenta de que muchos de los mejores aciertos de Memorias de un zombie adolescente se derivan principalmente de su labor de puesta en escena, por más que buena parte de la inesperada “chispa” que transmite el conjunto se deba a su planteamiento de guión (planteamiento, sobre todo, dado que como luego veremos su desarrollo, y a falta de haber leído el libro de Isaac Marion, no está exento de graves defectos). A diferencia del “cine de zombis” habitual, Memorias de un zombie adolescente tiene un planteamiento más cercano a las convenciones de la comedia que a las del cine de terror, pero sin alcanzar los tintes paródicos de El regreso de los muertos vivientes (The Return of the Living Dead, 1985, Dan O’Bannon) y sus secuelas —La divertida noche de los zombies (Return of the Living Dead II, 1988, Ken Wiederhorn), Mortal Zombie (Return of the Living Dead III, 1993, Brian Yuzna), Return of the Living Dead: Rave to the Grave (2005) y Return of the Living Dead: Necropolis (2005), estas dos últimas de Ellory Elkayem—, ni los de la famosa Zombies Party (Shaun of the Dead, 2004, Edgar Wright), por más que de esta última se recupera en parte uno de sus más logrados gags: esa escena en la que el protagonista, a quien conoceremos como R (Nicholas Hoult), le dice a la joven humana que ha tomado bajo su protección, Julie (Teresa Palmer), que camine “como una muerta” a fin de disimular su apetitosa presencia en medio de un numeroso grupo de muertos vivientes.   


Memorias de un zombie adolescente gira alrededor del proceso de “rehumanización” de R, un joven muerto viviente desde cuyo punto de vista —apuntalada sobre la voz en off, pues al principio nuestro zombi es, como todos, incapaz de hablar— se desarrolla el grueso del relato. La película se sostiene, básicamente, sobre una premisa de guion —cada vez que R y sus compañeros zombis comen cerebros humanos, absorben los recuerdos de sus víctimas: una dieta que, a medio plazo, les va “humanizando” de nuevo—, una convención propia de la comedia juvenil adolescente —R se enamora de alguien que-no-es-para-él: la humana Julie— y una idea que, esta sí, está en la línea del temible tono suavizador del cine basado en Stephenie Meyer: dentro de los zombis existe una variedad, esta maligna sin remisión, formada por los muertos vivientes degenerados hasta el esqueleto a los que conoceremos como “los huesudos” (sic), en la línea de la división maniquea entre vampiros “buenos” y “malos” de Crepúsculo, o la que se da en The Host (La huésped) entre invasores alienígenas “buenos” (Saoirse Ronan), “malos” (Diane Kruger) e “indiferentes” (todos los demás). Dicho de otra manera, Memorias de un zombie adolescente navega entre la comedia adolescente y el cine de terror, proponiendo de manera alternativa una parodia de ambos géneros (sobre todo, curiosamente, del primero), con resultados, a pesar de todo, como mínimo curiosos. Hay, como digo, algunos pegotes de guión que dañan considerablemente la solidez del conjunto, como la escena —típica de comedia adolescente norteamericana— en la que R y Julie prueban un deportivo descapotable por los alrededores del aeropuerto donde R tiene su refugio nocturno (un avión de pasajeros abandonado): no se entiende demasiado bien que la joven no aproveche antes ese veloz vehículo que tiene a mano para intentar escapar, como luego sí hace; o ese otro momento en que la acción da un “salto”, sin aclarar cómo Grigio, el padre de Julie y líder de los supervivientes humanos en guerra contra los zombis, logra librarse de Nora (Analeigh Tipton), la amiga de Julie, que le está apuntando a la cabeza con una pistola (cabe preguntarse, asimismo, qué caray hace John Malkovich, intérprete de Grigio, haciendo un papel tan esquemático). 


Pero, a cambio, Memorias de un zombie adolescente ofrece detalles divertidos y pequeños momentos que elevan el interés de la función: el contrapunto irónico de algunos de los pensamientos en off de R, como cuando le vemos salir del aeropuerto “para comer” acompañado de otros zombis (“¡Mira que somos lentos!”), o intentando no poner “cara de zombi” con tal de no asustar más a Julie (“¡No des miedo, no des miedo!”); hay que añadir que el personaje se beneficia enormemente de la excelente interpretación que del mismo lleva a cabo Nicholas Hoult; esa escena en la que R recuerda la época, antes de la plaga zombi, en la que los componentes de la raza humana se relacionaban cálidamente entre sí…, y su comentario cae sobre un irónico plano/flashback de los transeúntes del aeropuerto consultando sus teléfonos móviles y similares, completamente ajenos a su prójimo; ese instante en el cual se parodia la célebre escena del balcón del Romeo y Julieta de Shakespeare, en un guiño obvio pero por lo demás nada cargante y bien dosificado. Llama la atención, también positivamente, la utilización de la música dentro del relato: el proceso de “rehumanización” de R pasa en parte por el extraño gusto del joven muerto viviente de escuchar viejos discos de vinilo en su refugio; hay un momento inesperadamente logrado al respecto: R pone música para animar a Julie; a continuación, Jonathan Levine inserta un plano general nocturno del avión de pasajeros donde los protagonistas están escondidos, sobre el cual se oye, atenuada, la música que sale del tocadiscos, a modo de recordatorio del peligro que acecha a la muchacha, caso de que esa música sea oída por los hambrientos compañeros de R; pero hay otro instante en el que el empleo de la música da pie a otro buen momento: Julie y su amiga Nora deciden maquillar a R para que su presencia pase inadvertida entre los seres humanos de su campamento; mientras lo hacen, de fondo musical se oye la famosa canción de Roy Orbison Oh, Pretty Woman, enormemente popularizada —y, desde entonces, estrechamente vinculada a la comedia americana de estos últimos años— a raíz del éxito de Pretty Woman (ídem, 1990, Garry Marshall); pero hete aquí que la canción de Orbison no forma parte de la banda sonora de Memorias de un zombie adolescente, por más que al principio así lo parece…, sino que en realidad es un disco que suena “diegéticamente”, puesto en marcha por Nora para ambientar el proceso de camuflaje de R, hasta que Julie le obliga a quitarlo.

3 comentarios:

  1. Interesantes críticas. Todas las películas ofrecen a priori lo que promete, y no me atrae mucho ninguna de ellas. Ya que nombras el tema de los remakes y que los únicos que han realizado una buena labor son Snyder y Zombie, (no en vano dos de los cineastas más interesantes surgidos la pasada década) me encantaría ver una reseña dedicada a "amanecer de los muertos", que es para mí la mejor película de zombies de los últimos 30 años.
    Saludos

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  2. José Miguel García de Fórmica-Corsi22 de abril de 2013, 17:38

    Hola, Tomás. De las tres películas, sólo he visto la de Raimi sobre el mago de Oz. Y aunque no es ninguna maravilla, me parece una apreciable fantasía blanca que no tiene complejo de serlo y no intenta “aderezarlo” con toques irónicos, crepusculares o autojustificatorios, como creo que hace Tim Burton en su reciente visión de “Alicia”. Y aunque es verdad que depende mucho de la (floja) película de 1939, me parece un guiño simpático que se tome en serio la “continuidad” con este film, de tal modo que casi parece concebida verla en pack con el film de Fleming.
    Si me permites la libertad, te invito a visitar el comentario que he publicado en mi blog, La mano del extranjero, tanto sobre la precuela de Raimi como sobre la simpática secuela de Murch: http://lamanodelextranjero.wordpress.com/2013/03/17/viajes-al-reino-del-fabuloso-mago-de-oz-ii/

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  3. Fantástica película, Return to Oz es una de mis películas favoritas de todos los tiempos

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