lunes, 28 de mayo de 2012

“UN LUGAR DONDE QUEDARSE”, DE PAOLO SORRENTINO (Telegrama núm. 13)



[Advertencia: en el presente artículo se revelan importantes detalles de la trama de este film.] A pesar de que su título español coincide con el que tuvo hace casi tres años la penúltima película de Sam Mendes –Un lugar donde quedarse (Away We Go, 2009)—, parece ser que apenas existe alguna conexión entre aquélla y la más reciente de Paolo Sorrentino, también titulada en España Un lugar donde quedarse (This Must Be the Place, 2011) y cuyo título original en inglés –extraído del de una canción de David Byrne para los Talking Heads: Byrne firma la banda sonora y lleva a cabo una aparición en el film interpretándose a sí mismo— podría haberse traducido poco más o menos como “Este debe ser el lugar”, más allá del hecho de que tanto el film del realizador británico como el del italiano son, cada uno a su manera, road movies en torno a personajes que viajan con la intención de encontrar algo concreto. No puedo profundizar más en la cuestión, dado que no he visto la película de Mendes y de la misma no tengo nada más que referencias. De ahí que me centraré en la de Sorrentino, de quien tan solo había visto hasta ahora su reputada (y excelente) Las consecuencias del amor (Le conseguenze dell’amore, 2004), una obra dura y sombría que en nada anticipaba, al menos para mí, el extraño sentido del humor del cual hace gala Un lugar donde quedarse y que al parecer ya estaba muy presente en Il divo (Il divo: La spettacolare vita di Giulio Andreotti, 2008), que se me escapó en su momento. No obstante, y a pesar de que la comicidad de Un lugar donde quedarse puede desconcertar a más de uno (su sentido del humor es, como suele decirse popularmente, “marciano”), no es menos cierto que, en el fondo, ni lo que cuenta ni el cómo lo cuenta resulta particularmente divertido y sí, en cambio, bastante triste y melancólico. Un lugar donde quedarse es un curioso melodrama existencial que a ratos adopta los ligeros ropajes de la comedia, o si se prefiere, un relato agridulce que propone cosas terribles pero que a pesar de ello no sube el volumen de voz más alto de lo necesario.



Otro aspecto que, sospecho, es de los que pueden/ suelen provocar rechazo reside en la labor de su principal protagonista, Sean Penn, actor de una rara personalidad cuya dotes como intérprete suelen ser puestas en cuestión, muchas veces en beneficio de sus dotes como realizador. Mi opinión al respecto –y, como no me canso de repetir, juro y perjuro que no lo hago aposta— es justamente la contraria: considero que Penn es un magnífico actor y, en cambio, un mediocre y sobrevaloradísimo director –pese a haber firmado el mejor sketch del film colectivo 11’09’’01 – 11 de septiembre (11’09’’01 – September 11, 2001)—, siendo precisamente su labor en Un lugar donde quedarse uno de los primeros alicientes de este largometraje, sobre todo teniendo en cuenta que el personaje encarnado por Penn vendría a ser, poco más o menos, no solo un desplazado de la sociedad equivalente al encarnado por Toni Servillo en Las consecuencias del amor, sino también, y como ya ocurría con aquél, es el personaje que prácticamente confiere color, relieve y brillo a todos y cada uno de los encuadres en los que aparece. Desde cierto punto de vista, podría afirmarse incluso que hay una especie de utilización, por así llamarla, “instrumental” del personaje encarnado por Penn, el cual con su sola y estrafalaria presencia tiñe de abstracción, de extrañeza, todos los planos en los que aparece. No me parece casual, en este sentido, que la evolución del protagonista venga a culminar, justo en la secuencia final, en un desprendimiento de su look habitual, el cual tiene a ser un equivalente de la culminación del proceso de descubrimiento de sí mismo que acaba de llevar a cabo y tras haber descubierto, entre otras muchas cosas, que ya no necesita el disfraz tras el que ha estado ocultándose, de sí mismo y de los demás, durante los últimos años.



Cheyenne es una exestrella del rock que lleva veinte años retirado. Su estética gótica (cabello negro largo y enmarañado, labios y ojos pintados), que le hace parecer un trasunto de Robert Smith, el vocalista de los magníficos The Cure, o una versión rockera de Eduardo Manostijeras (1), le convierte automáticamente en un paria de la sociedad, a pesar de que su vida cotidiana desde que se retiró es, aparentemente, de lo más “normal”, vulgar incluso: lleva casado treinta y cinco años con Jane (Frances McDormand), de profesión, bombera (sic); vive apartado del mundo en una lujosa mansión en Dublín, y mata parte de su tiempo con la compañía, absolutamente platónica y paterno-filial, de Mary (Eve Hewson), una adolescente gótica como él, y con la que congenia a pesar de la enorme diferencia de edad que les separa. Un día, la noticia de que su padre, que vive en Nueva York, está a punto de morir, rompe con su (aburrida) rutina y le lleva a emprender un largo viaje, primero desde Irlanda a los Estados Unidos, donde no llega a tiempo de ver a su progenitor con vida porque, temeroso de los aviones, ha preferido cruzar el Atlántico en barco, tardando mucho más. Pero, como digo, su viaje no termina ahí: tan pronto como descubre que su padre, un judío superviviente de un campo de exterminio, dedicó el resto de su vida a la búsqueda del nazi que le torturó y que, a pesar de su avanzadísima edad, puede que todavía esté vivo y escondido en algún rincón de los Estados Unidos, Cheyenne decide cumplir con el último deseo de su padre y encontrar a ese viejo criminal de guerra. Ni que decir tiene que el viaje de Cheyenne por América, en pos del anciano nazi, no es sino un intento del protagonista de saldar cuentas con su propio pasado. Proceso de purgación que está estrechamente relacionado con el carácter y la idiosincrasia de Cheyenne: este último, ya lo hemos dicho, se mantiene fiel a su estética gótica pese a estar retirado del mundo del rock, peinándose y maquillándose como ha hecho siempre; no cuesta demasiado ver en ello una especie de patético esfuerzo del personaje por preservar su juventud: su esposa Jane le dice que él es como “un niño” (sic); paradójicamente, en otro momento del film, Cheyenne confiesa que no fuma tabaco –si bien en sus años de rockero flirteó, “como todos”, con las drogas y el alcohol— porque le parece “de niños” (¡sic!); pero, a fin de cuentas, lo que acaba siendo Un lugar donde quedarse es la constatación que lleva a cabo el protagonista de que lo quiera o no, le guste o no, el tiempo ha pasado, y que nada volverá a ser lo que era. De ahí, insisto, de que a pesar de su apariencia aparentemente ligera, en el fondo de esta película de Sorrentino hay mucha amargura, y a raudales: en su estancia en Nueva York, Cheyenne se reencuentra con su viejo amigo David Byrne, y acaba confesándole que él nunca fue un artista, al contrario que Byrne, que sigue en activo y mostrándose creativo: “yo solo era famoso…”, concluye; más adelante, y a raíz de su encuentro con Rachel (Kerry Condon), una madre soltera, y su hijo obeso, Cheyenne es consciente de que echa de menos el no haber tenido hijos y, sobre todo, de que ya es demasiado tarde para tenerlos (“nunca es tarde”, le dice Rachel para animarle, pero la réplica de Cheyenne no puede ser más lúcidamente amarga: “no, tarde es tarde”); a ello hay que sumar el asimismo mencionado afecto paterno-filial que siente por Mary y sus esfuerzos para emparejarla con un joven que trabaja en el centro comercial del pueblo porque le parece un-buen-chico para su amiga; incluso cuando se produce el momento culminante del relato, el hallazgo del criminal de guerra nazi, lo que Cheyenne encuentra es –tal y como ya se lo había advertido el cazador de nazis Mordecai Midler (Judd Hirsch)— a un patético anciano (Aloise Lange: Heinz Lieven) que no fue un gran-criminal-de-guerra, sino más bien un personaje de segunda fila en el drama del Holocausto…, y ni siquiera llegó realmente a torturar al padre de Cheyenne: tan solo le humilló, riéndose de él porque se meó encima delante de sus compañeros…



A pesar de su relativa morosidad narrativa, que contribuye a su irregularidad, Un lugar donde quedarse no me parece, ni de lejos, un título tan despreciable, y menos en estos tiempos tan poco dados a películas “incómodas” como esta, por lo que tiene de atípica y reflexiva. En este sentido, me ha llamado la atención, con respecto y en comparación con Las consecuencias del amor (vuelvo a recordar que todavía no he visto Il divo), que aquí Sorrentino aplica una puesta en escena que, al contrario que la de aquélla, parece buscar un replanteamiento constante de tonos, de situaciones, de decorados, de tal manera que casi cada nueva secuencia es al mismo tiempo una invitación a la sorpresa y a la reflexión. Me refiero, pues, al efecto de contraste que se da de forma continuada a lo largo de un relato que arranca, como digo, en Dublín, para a continuación llevarnos a Nueva York y sumergirnos de lleno, primero, en el descubrimiento de la muerte del padre de Cheyenne mientras este viajaba en barco para estar a su lado (es magnífica la secuencia de la llegada de Cheyenne al apartamento de su progenitor y su velatorio del cadáver), y luego, y en otro giro inesperado, saltar y plantarnos en medio de una actuación de David Byrne (resuelta sobre un plano de larga duración que concluye en un excelente travelling que nos descubre a un entristecido Cheyenne en medio del público que aplaude). No son las únicas imágenes y momentos memorables en un film que contiene varios dignos de ser recordados, tal es el caso del asimismo mencionado, muy sensible y melancólico, episodio de Cheyenne con Rachel y su hijo; la conversación del protagonista con el anciano Robert Plath (Harry Dean Stanton), quien vive en el pueblo donde, según todos los indicios, reside o residió el nazi que Cheyenne anda buscando; la posterior conversación de Cheyenne con la exesposa norteamericana del criminal de guerra, Dorothy Shore (Joyce Van Patten), y el divertido episodio de la intrusión nocturna de Cheyenne en la casa de la mujer para buscar pistas; la compra de una (gigantesca) pistola por parte del protagonista, con el objetivo de “vengarse”; en particular, el también mencionado descubrimiento del nazi en cuestión, un anciano enfermo y demacrado al que, como único castigo, Cheyenne deja desnudo delante de la caravana donde aquél espera una muerte que no tardará en visitarle… Al final, y de regreso a su casa, Cheyenne acepta un cigarrillo de un empleado del aeropuerto y se lo fuma, porque ha dejado de ser un niño; de nuevo en el pueblo, un Cheyenne con el pelo cortado y la cara lavada se presenta ante la vivienda de la demente madre de Mary (Olwen Fouere), a modo de coda esperanzadora.



(1)
Dicho sea de paso, en su reciente Sombras tenebrosas Tim Burton rinde un explícito homenaje al rock goth mediante la incorporación in person de Alice Cooper.

7 comentarios:

  1. Esta películas la vi semanas antes de que se estranara en España, y no me convenció en absoluto. Gracias a tu análisis y al de otros críticos estoy enriqueciendo la visión que tenía sobre el filme, pero me sigue pareciendo una peli menor y algo fallida dentro de la filmografía de Sorrentino, muy por debajo de la excelente 'Las consecuencias del amor' y de la tan irregular como valiosa 'Il Divo'.

    Creo que la artificiosa interpretación de Penn contagia la película para mal, y muchas veces Sorrentino cae en el capricho manierista alargando planos y situaciones sin venir demasiado a cuento, con una apuesta visual muy por encima de lo que se nos está contando. No sé, creo que es un filme curioso, pero Sorrentino se regodea demasiado en esa rareza, y no consigue un resultado sólido, sino muy irregular. Quizás la revise, pero me pareció muy decepcionante. Un saludo.

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  2. Querido Tomás; coincido en esa apostilla tuya, “S. Penn es un director sobrevaloradísimo por un determinado colectivo de la crítica”. Sin embargo, es un actor muy bueno cuasi excelente. El gran director fue su tío, D.E.P. Respecto a este film de Sorrentino me ha dejado frío, pues, partiendo de un personaje interesante la película se va deshilvanando hasta disiparse por completo. Lo mejor; La banda sonora de David Byrne y el puntazo con Cheyenne (en el concierto de NY), así como el detalle del niño en ese unplugged de sofá por el profundo New Mexico. Un film que ni siquiera los más góticos lo echaran de menos. Recibe un cordial saludo

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  3. Hola a todos!
    No soporto a Sean Penn y es algo que lamento porque influye en mi forma de ver las películas en las que aparece, son prejuicios, pero no puedo evitarlo. Me parece más honesto y menos exhibicionista como director y comparto lo que dices sobre la peli del 11-S, donde por cierto había algunos sketchs lamentables.
    Alice Cooper y Tim Burton!!! otra rezón para ver Sombras tenebrosas.

    Salú!

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  4. Me has animado a ver esta película Tomás. Gracias. Por cierto, "Sombras tenebrosas" me ha parecido bastante mala.

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  5. Esta película es una genialidad qué para que sea apreciada precisa una transposicion de nuestra propia personalidad a180grados.
    Sean Pen es unos de los mejores actores del planeta que aqui tmb ha creado,un personaje dificil de olvidar.
    Cambiar de lente chikos.Morgana

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  6. Me encantó. Acabo de verla. No entendí un recuerdo o sueño de él cuando se queda dormido en la casa del nazi.

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  7. este pesonaje de s.penn, antes de desmaquillarse, en términos generales es muy parecido al de I'm Sam, por su lentitud o xq es un niño grande, inseguro, con secuelas por la adicción y agobiado por la culpa, por lo que su voz y caminado parecen al de alguien con una discapacidad, como lo es Sam. En This must be the place quedan en punta varias de las historias que plantea. Pero la mejor es la de Rachel, la nieta de Aloise Lange

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