Producida por el productor norteamericano Martin Bregman –recordado, sobre todo, por haberle producido a Sidney Lumet Serpico (ídem, 1973) y Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975)–, pero realizada íntegramente en el Reino Unido, y basada en una novela del escritor sudafricano Alan Scholefield originalmente publicada en 1977 que desconozco, Veneno (Venom, 1981) es una rareza más famosa hoy en día por sus estrafalarias vicisitudes de producción que por sus méritos (que, a pesar de todo, los tiene). Buena parte de su relativa popularidad se debe a la presencia en su reparto del actor alemán Klaus Kinski, quien en su autobiografía Yo necesito amor (una de sus ediciones en castellano más recientes es la de Tusquets) afirmaba que había aceptado esta película en vez de En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) porque le pagaban mejor y porque el guion del film de Steven Spielberg le parecía «idiota» (sic). Kinski amenizó el rodaje de Veneno enfrentándose continuamente con su compañero de reparto, el no menos conflictivo Oliver Reed, lo cual sin duda redundó en beneficio del dibujo de la tensa situación que se produce entre los personajes que ambos intérpretes –por lo demás, excelentes– asumen en esta película: Jacques Müller (Kinski), un delincuente internacional especialista en secuestros, y Dave Averconnelly (Reed), el chófer que trabaja para los Hopkins, una adinerada familia residente en Londres formada por el retirado cazador y director de safaris norteamericano Howard Anderson (Sterling Hayden), su hija Ruth Hopkins (Cornelia Sharpe) y su nieto Phillip (Lance Holcomb), que es el principal objetivo del secuestro que ha planeado Müller con la complicidad de Dave y de la amante de este –y también amante de Müller…– Louise Andrews (Susan George), la criada de la familia.
La singularidad de Veneno reside, de entrada, en su complicada adscripción genérica, o dicho de una forma sencilla, su carácter inclasificable desde el punto de vista del cine de género, dado que se plantea inicialmente como un thriller policíaco, pero el relato está sazonado por un raro elemento de guion –la introducción, por error, de una mamba negra en la casa de los Hopkins, amenazando con su veneno mortal a cualquiera que se le ponga a tiro–, que bastaría para incluir a Veneno en el subgénero del «terror animal». La presencia de esa serpiente venenosa añade, sin duda, dosis adicionales de tensión y «suspense» a una trama que si por algo llama la atención es por el peso que el azar, la mala suerte o el infortunio (llámese como se quiera) tiene en el conjunto, afectando, sobre todo, a los personajes de los delincuentes, sin duda alguna de los más desafortunados de la historia del policíaco cinematográfico británico. Jacques Müller tiene lo que él cree es un plan perfecto para secuestrar al pequeño de los Hopkins y conseguir a cambio un importante rescate, pero los hados parecen haberse girado en su contra: como consecuencia, ya lo hemos apuntado, de un error, el pequeño Phillip, que ha heredado de su abuelo el gusto por los animales exóticos, recoge en una tienda de mascotas una mamba negra en vez de una serpiente completamente inofensiva; el peligroso animal, apenas liberado, hinca sus colmillos ponzoñosos en Louise, acabando con ella; para colmo de males, el violento Dave, movido por los nervios, dispara mortalmente contra un suboficial de policía, el sargento Nash (John Forbes-Robertson), que en ese momento llama a la puerta de la casa; las fuerzas del orden, supervisadas por el comandante William Bulloch (Nicol Williamson), rodean la vivienda, lo cual obliga a Müller a retener a Phillip, su abuelo Howard y la doctora Marion Stowe (Sarah Miles), una toxicóloga que se ha dado cuenta de la confusión cometida con las serpientes, usándolos como rehenes para obtener dinero y un vehículo para huir.
Veneno es un relato que tiene mucho de agobiante, y eso es así en base no tanto a la presencia, en segundo término, de esa mamba negra siempre dispuesta a aparecer de improviso, atacar, morder y envenenar, sino sobre todo al carácter no menos «animalesco» de los personajes, y no solo los de los criminales que quieren secuestrar al niño. Müller y Dave son, cada uno a su manera, más «animales» que humanos, frío, astuto y cerebral el primero, impulsivo, irracional y brusco el segundo; pero no lo es menos, en cierto sentido, Howard Anderson, experto en safaris y, por tanto, buen conocedor de la conducta y el comportamiento de los animales: no es de extrañar que Müller obligue a Howard a buscar a la mamba negra en una habitación a oscuras e iluminándose tan solo con la luz de una lámpara de mesita, en una excelente secuencia de «suspense» virtuosamente iluminada por Gilbert Taylor. El realizador a cargo de la función, el británico Piers Haggard, saca un óptimo partido de sus actores, y sabe imprimir ese tono «animalesco» que hemos mencionado en momentos como la muerte, envenenada, de Louise, que Haggard filma con una crudeza llamativa; la escena en la que la mamba negra ataca a Dave… introduciéndose por la pernera de su pantalón y subiendo por su cuerpo hasta justo llegar a su entrepierna (sic); o la pelea final a cámara lenta de Müller y el reptil en el balcón, que se mezcla con los disparos de los francotiradores de la policía. Veneno es una muestra honesta y contundente de cine de género con espíritu de cinema bis, que sorprende por su extravagancia de planteamiento, la crudeza de su tonalidad dramática y el vigor de su narrativa, ágil y dinámica, todo lo cual la sitúa muy por encima de lo que su delirante trama argumental puede dar a entender.