viernes, 26 de enero de 2024

Un mundo bajo cero: “QUINTETO”, de ROBERT ALTMAN



Como ocurre, a mi entender, con la mayor parte de la filmografía de Robert Altman, Quinteto (Quintet, 1979) es una película que puede gustar mucho, poco o nada (a mí, lo digo ya de entrada, más bien poco), pero hay que reconocer que, como también suele ser usual en su cine, parte de una premisa interesante, y su planteamiento y resolución, por más que fallidos, resultan atractivos, al menos en teoría. De entrada, el film tiene un trasfondo de relato de ciencia ficción muy inusual en la carrera de su director: lo más parecido a una película fantástica que hallamos en su obra es la hoy olvidada Cuenta atrás (Countdown, 1967), o si me apuran…, Popeye (ídem, 1980). Nos hallamos en un futuro, se supone, lejano. La Tierra está sumida en lo que parece una segunda era glacial, sobre la cual –afortunadamente– nunca se nos da la consabida “explicación racional”: no sabemos ni cuándo empezó ni si acabará nunca (puestos a especular sobre distopías, ¿quién puede asegurar que el mundo que aparece reflejado en Quinteto es el nuestro, o si no, otro planeta que se le parece?). Todo lo que sabemos es que el paisaje a la vista está perpetuamente cubierto de nieve y hielo, y que la raza humana ahora vive hacinada en ciudades más o menos a cubierto del frío, pues sus habitantes llevan en todo momento pesados ropajes de abrigo incluso en sus propios hogares, y en donde –se nos dice– pueden vivir hasta cinco millones de personas, como la ciudad en la que transcurre la acción del relato.



El guion, escrito por Altman junto con Frank Barhydt y Patricia Resnick, sobre un argumento de Altman, Resnick y Lionel Chetwynd –y que, por increíble que parezca, Altman llevó a cabo después de haber considerado a Walter Hill como el guionista y director idóneo para el proyecto; visto el resultado, y conociendo la obra de Hill, muy superior a la de Altman, probablemente este último acaso tenía razón–, se plantea, como digo, de una forma muy clásica: siguiendo los pasos de un forastero recién llegado al lugar y a través de cuya mirada iremos conociendo esa ciudad del futuro. A la misma llega, pues, Essex (Paul Newman), un cazador de focas que hace años había vivido en esa urbe, y que, a pesar de que no es de su agrado, ahora regresa a la misma obligado por las circunstancias: las focas de cuya caza vivía han desaparecido de allí donde viene, con lo cual alojarse en la ciudad ofrece la única posibilidad de sobrevivir al frío y al hambre; y, además, Essex no viene solo: viaja con él su compañera, Vivia (Brigitte Fossey), bastante más joven que él, amiga de dormir con el pulgar en la boca –en un detalle que acaso pretende ser un reflejo de la inocencia e ingenuidad infantiles de la muchacha– y que, además, está embarazada, algo que despierta admiración y asombro en Francha (Thomas Hill), el hermano de Essex, y su familia, quienes les acogen en su modesta vivienda: hace mucho tiempo, se dice, que no nacen niños en el mundo, pero ese apunte –que hace pensar, de inmediato, en la novela de P. D. James Hijos de hombres (1992) y en su espléndida adaptación cinematográfica Hijos de los hombres (Children of Men, 2006, Alfonso Cuarón)– no va más allá.



Poco después de su llegada a la ciudad, no tardarán en producirse los primeros acontecimientos trágicos: una bomba lanzada contra la vivienda de Francha acaba con las vidas de este último, su familia… y las de Vivia y el bebé que esperaba; Essex, que providencialmente se hallaba fuera de la vivienda en ese preciso instante, sobrevive. Se produce aquí otro detalle interesante: es usual ver en los alrededores e incluso en el interior de la ciudad manadas de perros que se encargan de devorar los cadáveres de las personas que mueren a diario; Essex, consciente de ello, decide que Vivia tenga otro tipo de sepultura; carga con su cadáver, sale de la ciudad, se dirige a un río cercano y deja que las aguas primero arrastren y luego se traguen suavemente a Vivia, evitando así que su cuerpo y el del bebé no nacido sirvan como carroña para los canes. El momento es, teóricamente, emotivo, pero la planificación de Altman, pródiga en planos generales y reencuadres a base de zooms y teleobjetivos tan presentes en su cine hasta el punto de devenir “marca de fábrica”, elimina cualquier atisbo de emoción. La de Altman es la mirada de un cineasta que mira a sus personajes “a distancia”, en el doble sentido de la expresión: los ve, o mejor dicho, los contempla, estableciendo una distancia física entre ellos y el objetivo de la cámara (profusión de planos medios y planos generales, escasez de primeros planos); y, en segundo lugar, los contempla o, quizás todavía mejor dicho, los observa con frialdad emocional. Desde luego que puede verse y entenderse como una opción deliberada por parte del cineasta; parafraseando a un viejo colega de Dirigido por…, Antonio Weinrichter, el uso del zoom por parte de Altman no sería tanto un mecanismo visual destinado a expresar una especie de “distanciamiento emocional” entre el espectador y lo narrado como, sobre todo, una manera de “deconstruir” las convenciones narrativas hollywoodenses, en cierto sentido “atacando” el carácter convencional de las imágenes a base de “ensuciarlas”/deformarlas/destruirlas a golpe de bruscos travellings ópticos. Vuelvo a insistir en que puede verse, perfectamente, así; también se puede, cordialmente, discrepar de esa opción.



Desde este punto de vista, y regresando a Quinteto, el asesinato de Vivia y su hijo nonato deviene, antes que el mecanismo emocional que empujará a Essex a buscar venganza por la muerte de sus seres queridos, una mera excusa argumental para que el protagonista “empuje” la trama, con la misma mecanicidad con la cual los habitantes de la ciudad juegan al misterioso juego con dados, fichas y un tablero pentagonal que da título al film: el quinteto. Del mismo modo que, como explica el personaje del organizador de las partidas de quinteto, un tal Grigor –nada menos que Fernando Rey, magnífico por otro lado–, la gracia de participar en el juego consiste en que la teórica eliminación de los rivales sobre el tablero se traduce a continuación en la eliminación real de los mismos: quien “muere” jugando al quinteto está irremisiblemente condenado a “participar” a la fuerza en un juego donde se puede matar y morir de verdad; y eso es así porque, en una sociedad futurista donde no hay nada que hacer salvo vegetar, pasar frío y esperar a la muerte, participar en el quinteto, luchar por la supervivencia, es el único aliciente, porque quien mata, o lucha para evitar que le maten, siente la vida con mayor intensidad. Desde este punto de vista, podemos ver al personaje de Essex e, incluso, al resto de personajes de la película, como meras piezas de una especie de juego de mesa a medio camino del ajedrez y el parchís, el cual se encuentra omnipresente en la gélida ciudad futurista donde transcurre el grueso de la trama: hay una sala entera llena de mesas con el tablero de cinco lados y jugadores sentados a su alrededor, e incluso hay un tablero de quinteto en los hogares; pentágono que, asimismo, aparece en el espejo de pared con esa misma forma geométrica en cuyo centro se refleja –premonitoriamente– el rostro de Ambrosia (Bibi Andersson), una mujer que, al igual que Vivia, también se chupa el pulgar mientras duerme (sic), la cual devendrá amante de Essex y que al final se revelará como una “jugadora de quinteto” dispuesta a asesinar al protagonista, hasta que éste adivina sus intenciones y se le adelanta.



Quinteto, vuelvo a insistir, es un film teóricamente interesante y, desde la perspectiva “distanciadora” a la que hemos hecho referencia, tiene su atractivo, por más que el mismo se derive de la predisposición del espectador a participar de ese juego narrativo. En este sentido, la película no se lo pone fácil al público; es lenta, morosa, y orgullosa de serlo. Visualmente extraña –el diseño de producción, probablemente de forma deliberada, tiene un aire vagamente medieval, y lo mismo puede decirse del diseño de vestuario–, no se muestra pródiga en ideas, a no ser que entendamos como tales que se nos diga que la ciudad está dividida en cinco sectores y que, subrepticiamente, aparezca en un rincón del decorado o en un extremo del encuadre un número, del uno al cinco, para indicarnos en qué sector se encuentran los personajes, por más que dicha información sea irrelevante en el desarrollo del argumento. Tampoco ayuda la idea, más extravagante que otra cosa, de que el contorno de los encuadres se encuentre difuminado, como si las cámaras con las que se ha rodado el film se hubiesen helado durante la filmación. Y, si bien es verdad que, por un lado, la película es muy poco o nada convencional, por otra parte hace algunas concesiones de cara a la galería. Pienso, sobre todo, en el histriónico personaje de St. Christopher, una especie de líder espiritual y famoso por ser el mejor jugador de quinteto, hecho a la medida de la interpretación teatral –estupenda, por lo demás– que lleva a cabo del mismo Vittorio Gassman: se nota, o al menos así lo parece, que el personaje y su caracterización están hechos a la medida del lucimiento del gran actor italiano. El clímax de la función gira, previsiblemente, en torno a la pelea final entre Essex y St. Christopher en los alrededores de la ciudad, resuelta con una llamativa torpeza. Si no recuerdo mal, pues cito de memoria, Vittorio Gassman explicaba en su autobiografía Un gran porvenir a la espalda (Editorial Sudamericana/Planeta, 1984; reedición: Un gran futuro a mis espaldas (El Acantilado 86, 2004)) que el rodaje de esa secuencia se llevó a cabo de manera improvisada, con él y Newman haciendo gestos, echándose sobre la nieve o blandiendo sus armas, filmados además por separado (se nota…), y que con todo ese material se llevó a cabo el montaje (también se nota…): St. Christopher muere como consecuencia de una avalancha en fuera de campo y off sonoro, sin que Essex haya llegado a ponerle un dedo encima, en uno de los anticlímax –me imagino que, asimismo, deliberado– más llamativos de la historia del cine de ciencia ficción.

 


“QUINTETO”, el juego

Juego de matar o morir dividido en dos fases, cuyo principal objetivo es la supervivencia.

LAS REGLAS.

QUINTETO es un juego para seis jugadores. El objetivo es quedar como único superviviente tras haber matado a los otros o haber logrado que se maten entre sí. Durante la partida se pueden hacer alianzas y mantenerlas mientras resulten útiles pero, a la postre, todos van contra todos.

MATERIAL.

Un tablero pentagonal, dividido en cinco sectores, un Círculo de la Muerte y un centro. Cada sector comprende cinco estancias y un Limbo.

Cada jugador dispone de tres peones.

Se necesitan tres dados.

EL SEXTO JUGADOR.

El sexto jugador tiene una posición predominante en el juego. Al principio, cada uno tira un dado y el que saca la puntuación más alta es el sexto. Durante la primera fase del juego no se sienta alrededor del tablero ni tiene peones. Gira alrededor de la mesa y determina el orden de asesinato de los otros. Da consejos, indica fallos a los jugadores menos expertos y trata de crear distracciones para molestar a los mejores. En la segunda fase del juego se enfrentará con el superviviente de los cinco jugadores que han participado en la primera, por lo que debe tratar de que sobreviva el peor de ellos.

PRIMERA FASE: EL ORDEN DE ASESINATOS.

El sexto jugador atribuye una víctima a cada jugador; la víctima es el único jugador al que cada uno tiene derecho a asesinar. Esta situación, en la que cada jugador tiene una víctima y es a su vez víctima de otro jugador se refleja en el tablero, ya que se coloca fijo un peón de cada jugador en el Círculo de la Muerte y, en el sentido de las agujas del reloj, cada uno puede ser asesinado por el que le precede y matar al que le sigue. Tras cada asesinato, el sexto jugador puede modificar el orden de los restantes.

EL JUEGO.

El primero en jugar es el que ha obtenido el tanteo más alto tras el del sexto jugador. Tira dos dados y avanza uno de sus peones con la suma de los puntos obtenidos, partiendo de la estancia central de su sector, avanzando en un sentido u otro, o avanza con sus dos peones, cada uno según los tantos de un dado. Cada vez que tira los dados puede cambiar de sentido de avance. Todos juegan siguiendo el orden de las agujas del reloj.

EL ASESINATO.

Cuando el peón cae sobre la casilla ocupada por un peón de su víctima, éste es asesinado y sale del juego. Un jugador muere definitivamente cuando han sido eliminados sus dos peones y, entonces, se retira su tercer peón del Círculo de la Muerte.

ALIANZAS.

Cuando dos jugadores que en un momento dado no son víctima o asesino el uno del otro tienen peones ocupando la misma estancia, se forma una alianza entre ellos que protege a cada peón de su asesino. Una alianza puede transformarse de repente en asesinato si el sexto jugador modifica el orden de las muertes y así el asesino y su víctima se encuentran en la misma estancia.

LOS LIMBOS.

Un jugador que saque seis, no como total sino al menos en uno de los dados, puede colocar uno de sus dos peones en su propio Limbo, en donde no puede ser asesinado. Pero tiene que volver a salir, desde su estancia central, al volverle a tocar a jugar.

SEGUNDA FASE: QUINTETO.

El superviviente de la primera fase se enfrenta al sexto jugador. Este coloca en el centro dos peones y su adversario tantos como le hayan quedado vivos. Cada uno tira dos dados, comenzando el sexto jugador. Cada vez que se saca un seis en un dado se coloca un peón en el Limbo hasta el turno siguiente. Cada cinco sacado en un dado mata a un peón adversario que no esté en el Limbo. En cualquier caso, un doble cinco mata inmediatamente al contrario, estén donde estén su/sus peones. El superviviente es el vencedor de la partida.



“DIRIGIDO POR…”, febrero 2024, ya a la venta



El n.º 547 de DIRIGIDO POR… viene, como siempre, cargado de abundantes y espectaculares contenidos: reseñas de los más recientes trabajos de Sofia Coppola (además, entrevistada), Todd Haynes (también entrevistado), Michael Mann, Nikolaj Arcel y Andrew Haigh; un estudio (y una reivindicación) del notable realizador estadounidense Richard Quine; y la segunda entrega del dosier Perlas “noir” del cine B.



Contribuyo a este número, en primer lugar, con la crítica de la excelente película de Todd Haynes Secretos de un escándalo (May December, 2023).



También aporto un par de antologías al dosier Perlas “noir” del cine B (2ª parte): la magnífica Abismos (Ivy, 1947), de Sam Wood (otro realizador más que interesante que espera su turno de reivindicación), y la curiosa Split Second (1953), dirigida por el actor Dick Powell.



A todo ello añado la crítica de La hija del pantano (The Marsh King’s Daughter, 2023, Neil Burguer), para la sección Streaming/TV; y un pequeño comentario sobre la obra de Sebastià D’Arbó: los volúmenes Más allá del cine de Sebastià D’Arbó, 40 años de “Viaje al más allá”, 40 años de “El ser” y “Más allá de la muerte”: El final de la trilogía parapsicológica, dentro de la sección Libros; y las recientes ediciones en Blu-ray de Viaje al más allá (1980), El ser (1982), Más allá de la muerte (1986) y el documental de Luis Esquinas El pionero: El cine parapsicológico de Sebastià D’Arbó (2018) en la sección Home Cinema.



Cierro mi aportación con la reseña de la estupenda película de Seth Holt Station Six Sahara (1963) para la sección En busca del cine perdido.



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lunes, 8 de enero de 2024

Una hija para el Diablo: “LA MONJA POSEÍDA”, de PETER SYKES



No tengo constancia –o no he sabido encontrarla– de que la novela de Dennis Wheatley To the Devil – A Daughter (1953) haya tenido o tenga edición española, aunque es probable que circulen ediciones latinoamericanas con los títulos de Al diablo, una hija, Una hija para el diablo y similares. Esos títulos en castellano suelen confundirse, fácilmente, con los que tuvo su adaptación cinematográfica en países como Argentina, Colombia y México. Una excepción la constituyó España, donde la película a la cual dio pie el libro de Wheatley, la coproducción británico-alemana de Hammer Films y Terra-Filmkunst To the Devil a Daughter (a.k.a. To the Devil… a Daughter, 1976), se estrenó como La monja poseída, que es como aquí nos referiremos a ella. La monja poseída ha pasado a la historia del cine fantástico, un tanto tristemente, todo hay que decirlo, por ser la última producción de Hammer Films inscrita dentro del ciclo perteneciente a su etapa más fructífera dentro del género: la que arranca con El experimento del Dr. Quatermass (The Quatermass Xperiment, 1955, Val Guest) y que concluyó, provisionalmente, con el film que nos ocupa, dirigido por Peter Sykes, en el que sería su segundo y último trabajo para Hammer después de la irregular pero estimable Demonds of the Mind (1972) (1). Sería la tercera vez que la productora adaptaba una novela de Wheatley, tras haberlo hecho con El amuleto de Set (The Devil Rides Out, 1935; edición española: Mondadori, 1962), base de la extraordinaria película de Terence Fisher La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968) (2), y con El continente perdido (Uncharted Seas, 1938; me consta la existencia de una edición española de 1962 a cargo de Aguilar, dentro del volumen recopilatorio de obras de Wheatley Novelas escogidas), que daría pie al film de Michael Carreras The Lost Continent (1968) (3).



La monja poseída
fue una película de producción complicada y llena de aristas. Inicialmente planteado como un film más ambicioso de lo que acabó siendo, como lo demuestra la generosa lista de intérpretes norteamericanos que fueron tanteados para protagonizarlo –según Denis Meikle (4): Stacy Keach, Orson Welles, Cliff Robertson, Richard Dreyfuss, Beau Bridges, Peter Fonda y Michael Sarrazin–, la elección definitiva recayó en Richard Widmark –de quien se dice que estuvo a punto de abandonar el rodaje hasta en dos ocasiones, harto de los problemas de la producción– y en la gran estrella de la casa Hammer, Christopher Lee. El principal papel femenino correría a cargo de una jovencísima Nastassja Kinski, de tan solo 14 años de edad. Una anécdota que circula al respecto es que su padre, Klaus Kinski, estuvo cerca de coprotagonizar el film, a pesar de que la producción le advirtió de que su hija iba a salir completamente desnuda en una de las escenas clave del final, cosa que a él no le importaba en absoluto –esas escenas fueron las que provocaron la negativa a aceptar el papel de la malograda cantante y actriz Olivia Newton-John y de la famosa modelo y actriz Twiggy–; pero, a la hora de la verdad, Klaus fue descartado después de que él mismo advirtiera a los productores que no podría garantizar que fuera a rodar sobrio ni un solo día (sic). El baile de directores no fue menos espectacular: Jack Gold y Douglas Hickox declinaron la oferta; Don Sharp la aceptó inicialmente, e incluso trabajó en el guion y la producción durante tres meses (algunas fuentes afirman que llegó a filmar alguna escena que se conserva en el film), pero acabó desistiendo; Ken Hughes, Ken Russell, Nicolas Roeg y Terence Fisher fueron, asimismo, contactados, hasta que la elección definitiva recayó en Peter Sykes (5). Parece ser que la principal razón de tantas deserciones residía en la mediocridad del guion, escrito por Christopher Wicking a partir de una adaptación firmada por John Peacock, y que contó con reescrituras no acreditadas a cargo de Gerald Vaughan-Hughes. Wicking odiaba la novela de Wheatley y planteó un libreto lo más alejado posible del original literario; tanto, que el propio Wheatley juró, después de ver la película, que jamás volvería a permitir que Hammer adaptara ninguna otra de sus novelas. Sin ser bueno, el rendimiento comercial a nivel internacional de La monja poseída tampoco fue desastroso –de hecho, según K.B. Morris (6), fue el film Hammer más beneficioso de la década de 1970–, dadas sus modestas características de producción, que Meikle define, no sin razón, como una mezcla de La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968, Roman Polanski) y ¡Estoy vivo! (It’s Alive, 1974, Larry Cohen) (7).



Siendo lo más ecuánimes posible, La monja poseída atesora algunos apuntes interesantes, por más que sean tan solo a nivel de guion y que la mayoría de ellos estén desaprovechados por culpa de la pobreza del libreto y de la rutinaria y falsamente “moderna” puesta en imágenes de Peter Sykes, no tan nefasta como la perpetrada por Alan Gibson en Drácula 73 (Dracula A.D. 1972, 1972) (8) pero, a ratos, peligrosamente cercana. El planteamiento inicial tiene cierto atractivo: el padre Michael Rayner (Christopher Lee) es un sacerdote católico que, por razones que nunca quedan del todo claras, es excomulgado y expulsado de la Iglesia por herejía. Como suele ser habitual en la mayoría de los papeles que tenían la suerte de contar con un actor experto en estas lides como Christopher Lee, el personaje se sostiene, mínimamente, sobre la labor sobria y concienzuda del gran actor, pero lo cierto es que la figura del padre Michael no da mucho de sí más allá de ese enunciado. Es necesario que el espectador haga un acto de fe –algo coherente ante una película que, como en esta, la religión tiene una fuerte presencia a lo largo de la trama– y se crea que, a lo largo de veinte años, el padre Michael ha sido capaz de construir una secta satánica con ramificaciones internacionales, cuyo objetivo principal es traer al mundo al largo tiempo anunciado Anticristo, por más que nunca se le mencione por ese nombre y se prefiera, en cambio, acudir al de Astarot, componente de la trinidad malvada que forma junto con Belcebú y Lucifer: no olvidemos que La monja poseída se estrenó tan solo tres años después de El exorcista (The Exorcist, 1973, William Friedkin) (9) y en el mismo que La profecía (The Omen, 1976, Richard Donner), ambas muy superiores.



El diabólico plan, nunca mejor dicho, del padre Michael no puede ser más siniestro. Dieciocho años atrás, Henry Beddows (Denholm Elliott, tan excelente como siempre) y, sobre todo, su esposa Isabel (Anna Bentinck), fueron elegidos para ser los padres de la muchacha dentro de cuyo cuerpo se albergará y nacerá Astarot: una joven llamada Catherine (Nastassja Kinski), a punto de alcanzar la mayoría de edad, y que mientras tanto ha vivido escondida del mundo en un convento, bajo una fuerte educación católica que le ha llevado a tomar los hábitos. El plan del padre Michael requiere un paso intermedio de una feroz crueldad y elevado sadismo: otra mujer, Margaret (Izabella Telezynska), embarazada por el mismísimo padre Michael en el curso de una ceremonia satánica que culmina en una orgía –una secuencia softcore que es, sin duda, la peor y más ridícula del film–, da a luz a un monstruoso engendro, una encarnación viviente de Astarot o algo así, que tan solo puede venir al mundo desgarrando el vientre de su progenitora, a lo Alien, en una secuencia, por lo demás, resuelta en fuera de campo: la sonrisa de satisfacción del padre Michael se basta y sobra para expresar la maldad del personaje y el horror de lo que ha perpetrado, mejor que el montaje en paralelo mediante el cual comprobamos de qué manera los inhumanos dolores de parto que sufre Margaret se corresponden con las pesadillas de una Catherine que se debate en su cama haciendo convulsiones semi orgásmicas.



No menos estereotipados acaban resultando los otros dos principales protagonistas del relato: la ya mencionada Catherine, la monja poseída (en realidad, alienada) del título, y John Verney, el escritor experto en asuntos sobrenaturales y temáticas paranormales que interpreta, con su convicción de siempre, el excelente Richard Widmark. Pero ni los actores pueden hacer demasiado con estos personajes: la belleza fresca de Nastassja Kinski –que, a sus tiernos 14 años, le permite interpretar, como digo, una escena de desnudo integral y frontal que hoy en día tendría no pocos problemas de censura–, no compensa, como digo, la inexperiencia dramática de la actriz, poco convincente en su rol de monja adolescente tan aparentemente inocente como, en un momento dado, y bajo el influjo mental a distancia del padre Michael, capaz de asesinar a la desprevenida Anna Fountain (Honor Blackman) clavándole la afilada punta de un peine metálico como si fuera una daga. Por otra parte, la Kinski, o su doble de cuerpo, tiene a su cargo la escena sin duda más desagradable de la función: ese sueño, o pesadilla, en el que el horrendo bebé Astarot se encarama sobre el vientre desnudo de Catherine y, lentamente, desaparece –sic– en el interior de su vagina. Widmark defiende tan bien como siempre su papel de personaje experto en artes oscuras, en la línea de Abraham Van Helsing, Nayland Smith, el duque de Richleau y tantas otras figuras de la literatura y el cine recortadas de un patrón similar, pero tampoco es suficiente para salvar el film, más allá de la capacidad del actor que lo encarna para estar a la altura de Lee en la culminación del relato, un duelo de intelectos que se resuelve por medio de la intervención de las fuerzas del Mal en forma de furiosa ventisca. Únicamente llama la atención de este clímax la utilización irreal del color, obra del operador David Watkin.

 

(1) Pese a todo, La monja poseída no sería la última producción de la Hammer, pues posteriormente produciría el segundo remake de 39 escalones (The Thirty Nine Steps, 1978, Don Sharp), y regresaría a la producción de cine de terror con la muy posterior –y muy mediocre– La víctima perfecta (The Resident, 2011, Antti J. Jokinen).

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/11/la-batalla-contra-el-mal-la-novia-del.html

(3) Editado en DVD por Manga Films, dentro de su The Hammer Collection, con el título de El continente perdido, no debe confundirse con Lost Continent (Sam Newfield, 1951), ni con el documental de Leonardo Bonzi, Mario Craveri, Enrico Gras, Francesco A. Lavagnino y Giorgio Moser Continente perdido (Continente perduto, 1955), ni con la película de George Pal El continente perdido (Atlantis: The Lost Continent, 1961).

(4) En su libro A History of Horrors. The Rise and Fall of the House of Hammer. The Scarecrow Press, Inc. Lanham, Md., & London, 1996. Pág. 278.

(5) MEIKLE, op. cit. infra, págs. 277-278.

(6) MORRIS, K.B. Occult Uncle: Dennis Wheatley, Part three. The Making of To the Devil… a Daughter: https://www.horrifiedmagazine.co.uk/film/to-the-devil-a-daughter-dennis-wheatley-part-three/

(7) MEIKLE, op. cit. infra, pág. 281.

(8) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/05/y-el-conde-aterrizo-en-el-siglo-xx.html

(9) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2015/07/terror-vs-realismo-el-exorcista-de.html